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MEU
BRASIL..." Y
otra vez la misma carretera, tan recta, tan siempre igual... y aquella
profesora de la que no recuerda el nombre pero sí sus clases, sí
aquellos versos de la Divina Comedia "... Entonces se calmó algún
tanto el miedo que había helado mi corazón durante la noche
que pasé con tanta angustia y del mismo modo que aquel que saliendo
anhelante fuera del piélago, al llegar a la playa, se vuelve hacia
las ondas peligrosas y las contempla, así mi espíritu, temeroso
aún, se volvió hacia atrás para mirar el trayecto..."
Sonrió con el divague literario (¡uno se acuerda de cada
cosa!) y se durmió para el resto del viaje. ¿Que sentís cuando entras de nuevo en tu apartamento? Horror. Era horrible; hubiera preferido seguir en la Jefatura. Estaba todo arrancado, las cosas... yo que sé, los libros tirados. Además, formaba parte del interrogatorio el que tomaran un libro y dijeran: "Este me lo agarro para mí y de repente era "El Principito" que le había regalado a Camilo cuando cumplió seis años; y aunque la casa todavía fuera bastante impersonal porque la habíamos alquilado con muebles, había cosas que nos pertenecían. ¿Vuelven a empezar los interrogatorios? Los interrogatorios te los arman con mentiras y medias verdades pero sobre todo con los cables sueltos y los indicios que vas dejando por aquí y por allá. Ya habían llegado hasta mi casa por la boleta de pago del Jardín de infantes de mis hijos que yo tenía en la cartera y después aparece otra dirección de unos compañeros del partido. Cuando sabés que no existen marcos de legalidad ninguna, cuando conocés las atrocidades del método aplicado para eliminar a los opositores, no sólo la fortaleza o la convicción resultan fundamentales sino esas cosas, la prolijidad y pulcritud en el trabajo previo. Para que sólo dependa de vos tenés que estar segura de que no hay nada de lo que te rodea que pueda servirles para destruirte. El uruguayo que siempre estaba era Ferro y era el encargado de comunicarse permanentemente con Montevideo para que le dijeran, a partir de las cosas que habían encontrado en casa y de los datos que habían obtenido, cómo conducir el interrogatorio. Cuando recién llegamos me interrogaron otra vez en el DOPS y luego todos los días en mi apartamento. ¿Dejaban entrar la luz del día? No, estábamos todo el tiempo con las persianas bajadas y en el living prácticamente las 24hs. Además de Ferro, había cinco brasileros. Lo más divertido de todo eso... ¿ Divertido? Sí, de todos esos días (que fueron martes, miércoles, jueves, todos hasta el viernes) era que yo no podía comer absolutamente nada y eso les preocupaba porque pensaban que me quería enfermar y se pasaban comprando de todo: ananá, pollos, jugos de fruta. ¿Y por qué no te obligaban a comer? Estaban en la película del buen vecino, me trataban bien. No se si era un mutuo verso o si ellos en realidad pensaban... yo nunca supe si realmente creían que yo el viernes iba a entregar a alguien o si no lo creían. Dudaba sobre eso. A veces me preguntaban cosas que estaban en clave y yo se las descifraba mal. Era un juego de inteligencia sobre el cual tengo serias dudas. Hablando con ese tipo, con Ferro, me sentía segura; no tenía miedo en un interrogatorio sentados a una mesa porque, por más que estaba muy cansada, también tenía un aceleramiento enorme. El jueves pasó una cosa horrible. Sentí que se me desmoronaba todo. Llegó un telegrama desde París que decía "Beca otorgada. Llamar urgente." Entonces me dije: "¡Pero cómo! Si me lo mandan es que no están seguros de qué pasó" mientras yo, a esa altura, pensaba que mis compañeros ya se habían dado cuenta de lo que estaba pasando. Me viene una inseguridad impresionante y le digo a Ferro (que después de ver el telegrama quiere que llame a París, cosa que yo no quiero hacer hasta por un problema de dignidad) que me dé una hora para estar sola, para pensar. Me voy al cuarto pero no sé por dónde empezar a pensar: "¿Y si llamo y por eso creen que no pasó nada? ¿Y sino llamo y entonces todavía les queda la duda y no vienen mañana?" Quiénes no vienen mañana, ¿tus compañeros? ¡No, los periodistas! Lo que yo quería era que vinieran los periodistas al día siguiente! Si no llamo y no saben que estoy en mi casa y entonces no saben que pasó algo (porque no los llamé durante los tres días anteriores, como habíamos quedado), mañana se habrá terminado todo, me llevarán a Montevideo, estaré igual que el domingo pasado. ¿Y si llamo y no me entienden, y entonces mañana, en vez de venir los periodistas, viene el compañero? Entonces se jode todo y todavía encima yo tengo un peso para toda la vida. Al final le digo a Ferro que me dé un lápiz y un papel y escribo un mensaje que a ellos no les parezca raro pero que para mis compañeros resulte una alarma. Le digo a Ferro que decidí llamar, con lo que se queda muy contento y yo también por haber evitado otro interrogatorio. Le doy el mensaje para que lo lea, me llevan a Jefatura, piden la llamada a París... Y fue horrible. Llamé y me estaban esperando. Me dicen "¡Qué suerte que llamaste!" Y me empiezan a contar sus preocupaciones, "No me digas nada", le pido, "Tengo poco tiempo", y le leo lo que tengo escrito. ¿Qué decía el mensaje? ¿Te acordás? Más o menos era que le dijera al compañero de San Pablo que como yo no había podido hablar con él el sábado y no sabía dónde ubicarlo ni tenía su teléfono ni su dirección (cosas que él sabía que yo sí sabía: cuál era su teléfono y su dirección, y además que lo había visto el sábado) le avisara que el viernes yo iba a estar en mi casa a las 5 esperando, y le agregué una palabra que usábamos para designar a la prensa, para que le avisara a los periodistas. Por supuesto que este compañero se quedó desconcertado porque ni siquiera lo saludé. La espera hasta el viernes fue muy larga. Desde el viaje del lunes, en que pudiste dormir, hasta este día, viernes, ¿no te dejaron hacerlo más? No. Los que a veces dormían eran ellos. Ferro se acostaba en mi cama, en mi cuarto, y eso me indignaba. Sacaba conclusiones imbéciles de cómo sos, con quién te relacionás, a quién querés, a quién no querés, cómo es tu vida. Me provocaba diciendo que era una liberal. No usaba palabras groseras, se hacía el fino, decía que me encantaba jugar con los hombres y cosas por el estilo, pero que se quedara en ese plano no me afectaba demasiado. Dentro de lo que podía elegir, prefería que hablara de eso y no de las otras cosas. Hablaba bastante. Decía que su mujer era del Frente Amplio y que el mismo conocía muchos frentistas que eran sus amigos. Le gustaba sentirse inteligente, sentir que no solo te podía derrotar con la tuerza bruta sino también intelectualmente. Aunque era bastante estúpido, en mi opinión. Dos o tres veces agarró libros míos y me comentó que había estudiado mucho sobre marxismo, buscando también la discusión sobre esos temas. Eran otras técnicas de interrogatorio, pero no era por ahí que a mí me daba miedo. Realmente, me daba miedo pensar: "Si esto falla, qué va a pasar después".
Pero si fueron es porque entendieron el mensaje. Claro, pero al no ocurrir la segunda parte (el que estuvieran fotografiando la salida) a mí me entra la duda. Me
llevan a una de las habitaciones de la Jefatura. Me traen cigarrillos,
me ofrecen comida...Toda una actitud de lo más solícita.
Los guardias brasileros parecen muy nerviosos. Me dicen: "No me reconozcas
por favor, éste es un trabajo como cualquier otro". Pasan las horas
y siento una gran incertidumbre sobre lo que sucede. En algún momento
de la noche me ponen en un auto y me traen para Montevideo. Por un lado
pensé que todo había sido para nada y por eso me llevaban,
pero por otro, y al ver el cambio de actitud en los guardias, pensaba
que las cosas no iban a ser tan fáciles para ellos, que había
hecho todo lo que podía hacer y que ya no dependía más
de mí.
En realidad, ¿qué había pasado con los periodistas? En el film "Cuando sea grande" realizado en Brasil, aparece el testimonio de Luis Claudio Cunha: "El 17 de noviembre de 1978 yo era jefe de la sucursal de la revista Veja en Porto Alegre y recibí un llamado de alguien hablando en español, diciéndome que una pareja y dos niños habían desaparecido de su departamento en la calle Botafogo. Yo pregunté qué querían decir con "desaparecido" y me contestó que era "detenido", entonces pedí a Scalco, fotógrafo de la revista Placar (que trabaja en la misma sucursal) que me acompañara y fuimos hasta allá. Había un auto estacionado delante de la casa. Pasamos cerca del auto (era el único movimiento que se percibía en el lugar) y entramos en el edificio. Llegamos hasta la puerta del apartamento 110 y tocamos timbre. Mientras tanto, un hombre fuerte entró a nuestras espaldas y subió la escalera. Cuando iba a tocar el timbre por segunda vez, la puerta se entreabrió y apareció el rostro de una joven morocha, flaca, mirada asustada, los ojos moviéndose nerviosamente. Dije: "Nosotros somos de la Editorial Abril, nos acaban de llamar de San Pablo y queremos saber si está todo en orden". Bueno, ella no tuvo tiempo de contestar porque en ese momento la agarraron y la metieron para otro cuarto. La puerta se abrió del todo y aparecieron dos hombres, uno con un revolver enorme, una 45, apuntados directamente a los ojos. Uno de ellos me miró y dijo: "¿San Pablo?", e hizo una señal para que entráramos. En ese momento el hombre que había subido la escalera ya estaba detrás de nosotros empujándonos hacia adentro. Nos
pusieron en la sala casi a oscuras, con una pequeña televisión
prendida, a medio volumen para dar la impresión de normalidad.
Nos pusieron contra la pared de espaldas, las manos apoyadas, y uno de
ellos nos dio un golpecito en las rodillas, típica actitud policíaca,
para que nos quedáramos sin apoyo mientras los otros dos nos revisaban
para ver si estábamos armados. Me sacaron la bolsa que llevaba,
la máquina fotográfica y la bolsa de Scalco. Pusieron todo
sobre la mesa, al lado de la TV. Hasta ese momento pensaban que éramos
uruguayos. O por lo menos, era lo que sospechaban porque cuando les hablé
en portugués: "¡Eh! ¿Qué pasa? ¡Somos
periodistas de la revista Veja!", percibí una cierta irritación
en el hombre de bigotes que parecía comandar la operación,
y se mostró sorprendido por el hecho de que yo hablara español
al llegar y ahora estaba hablando portugués. Y, peor, que yo era
periodista. Se enojó y dijo: "¿Pero qué están haciendo aquí?" Le
contesté: "Mira, recibí un llamado..." "¿De quién?" preguntó. "No sé, un llamado anónimo, alguien de San Pablo." "¿Cómo sabés que era de San Pablo?" volvió a preguntar. "No estoy seguro que fuera de San Pablo, podía ser de un teléfono público..., o de San Pablo, no sé." Me preguntó entonces "¿Pero como es eso? ¿Ustedes salen por cualquier llamado que reciben?" Mira, mi trabajo es averiguar la información que recibo. Hago mi trabajo como ustedes hacen el suyo. ¿Qué pasa?" Agotadas las preguntas y sorpresas por aquella aparición que no estaba programada, el jefe se retiró del apartamento. Nosotros nos quedamos allá, en medio de aquellos hombres armados, silenciosos..." El fotógrafo, Joao Baptista Scalco, agrega: "Entonces el supuesto jefe del operativo volvió, más amable, pidiéndonos documentos que probaran si realmente éramos periodistas... Le enseñamos la documentación, él la apuntó y entonces le preguntamos qué estaba pasando. El contestó: "No es nada, apenas problemas de extranjeros ilegales en el país. Contrabando. Ustedes entienden..." "El
lunes fuimos hasta la policía para conseguir datos oficiales sobre
lo que había sucedido. Fuimos a la Policía Federal y el
Delegado nos dijo que desconocía la operación. Fuimos a
la Policía Estadual y también negaron tener conocimiento.
Ahí nos entró la duda: si todos negaban un hecho que habíamos
presenciado, hecho en que la policía había participado notoriamente,
entonces el asunto era bastante diferente de lo que parecía ser.
A partir de ese momento, empezamos a tratar de un caso en el que se evidenciaba,
cada vez más, la sospecha de un secuestro. Y las autoridades, negando
siempre cualquier tipo de vinculación...", termina diciendo Luis
Claudio Cunha. ¿Y los compañeros en San Pablo qué pudieron hacer? Conocía a mis compañeros y en particular a Hugo Cores, sabía del valor político que le atribuían a la denuncia, a que los crímenes y atrocidades de la dictadura no quedaran impunes y sabía de la tenacidad y exactitud de esta labor. Había participado en el armado de todos los testimonios y denuncias de los compañeros que habían desaparecido en la Argentina, había visto tejer una red de comunicación por todos los países y en todas las tribunas y estaba segura que ahora también lo harían. Podía imaginar a Hugo escribiendo cartas, llamando por teléfono, conectando abogados y organizaciones de derechos humanos. Sabía que no estaba sola, que para mi partido hacer esto era un acto político prioritario. Fueron a las organizaciones de DDHH y consiguieron un abogado en Porto Alegre que también pudiera ir al apartamento a verificar qué estaba pasando... y ahí hubo una descoordinación horaria totalmente fortuita. Cuando el abogado llegó eran las 7 de la tarde y ya no estábamos. Tocó timbre, no había nadie, no conocía a los que habían hablado por teléfono. Omar Ferri es un tipo bárbaro que terminó siendo nuestro abogado en Brasil. Pero claro, a la media noche me sacan de la Jefatura y el cuerpo del delito desaparece. ¿ Cómo llega la noticia a la prensa? Luis Claudio y Scalco pasan unos días sin saber qué hacer, hasta que mis compañeros llaman a mi familia. Pocos días después mi madre llega de Italia, mi padre le dice que habíamos tenido un problema en Brasil y ella se va inmediatamente a Porto Alegre. Le dice al Dr. Ferri que estábamos desaparecidos, hace una conferencia de prensa y empieza toda la investigación. La policía niega que hubiéramos estado detenidos allí, pero al día siguiente de la denuncia que hace mi madre, entregan a los chiquilines, después de tenerlos 14 días secuestrados en un apartamento. Volvamos para atrás. Llegas a Rivera. Cuando llegamos están en la frontera el Capitán Carlos Rosell y el Mayor Bassani. El primero me dice: "Nos cagaste" y yo le contesto "¿Por qué si yo siempre hice lo que me mandaron que hiciera?". "¿Cómo fue que avisaste? Me preguntaban. "Yo no avisé nada. Preguntale a éste que sabe, pedile que te deje ver el mensaje que leí por teléfono". Fue lo único que me dijeron en el auto, queriéndome intimidar con: "A vos nunca te tiraron de un avión, ¿no?", queriéndome crear todo un clima que, a decir verdad, en ese momento en que estaba muy tranquila y muy cansada, no me hacía efecto. Tenía mucho menos miedo que la primera vez. ¿Nunca pensabas en cosas simples, que no tuvieran nada que ver con eso? Es difícil pensar en cosas simples en el cuarto oscuro de una capucha. En todo caso, los sentidos te traen la memoria de otros y otras, los que ocuparon ese mismo espacio antes que vos. Te aferrás a ellos para salir a flote. Tal vez falten las imágenes simples pero hay una gran ternura. Llegas al cuartel. Y aparecen las fotos, las preguntas, todas esas cosas, y cada uno de los tipos que entra tiene una cosa mía puesta, un buzo, una pulsera. Si te llevaban a una pieza, en la mesa había cosas que eran tuyas, lapiceras, libretas, monedero... Al primer tipo que vi con una de mis camisetas me vinieron ganas de arrancársela a pedazos. Qué absurdo, ¿no? Dentro de todas las otras cosas, ¿eso qué me importaba? Además, ni siquiera me gustaba la camiseta. Me dejaron de plantón toda la noche, al día siguiente y al otro. Había empezado a tener hambre y me traen una comida asquerosa con una cuchara más asquerosa aún. No comí. También tenía frío, tenía bastante frío a pesar de que era noviembre. ¿Siguió el interrogatorio? No. Por muchos días no me preguntan nada. Sigo de plantón y es desesperante que no te pregunten porque entonces tampoco sabés a qué atenerte. Siempre en los interrogatorios algo podes averiguar. De este modo tenés toda la "libertad" de torturarte vos misma. "Que estará pasando, que es lo que sabrán, qué es lo que querrán." qué hora será? este olor acre me da náuseas, ¿o es el miedo? las piernas me pesan, me duele el cuerpo, me duele, me gustaría tocarme la cara, reconocer mi piel, la mía, no estas cuerdas, no este paño, hoy es martes, mañana miércoles, seguro que no me olvidaré ... Francesca, no comas caramelos, se te van a picar los dientes, ¿te los lavaste? te voy a leer Los Tres Mosqueteros, cómo me duele el cuerpo, qué pena no haber visto jugar al Milán, Camilo, te haré un gorro de lana, mierda me quiero acostar, me quiero dormir, voy a cumplir 29 años, martes, no me tengo que olvidar, mañana miércoles... Después me trasladan a la Compañía de Contrainformación en la calle Dante, cosa que sé posteriormente. Allí me desnudan, me ponen un mameluco con un número y una capucha. Todos los días de mañana me hacían bañar con la puerta abierta y al tercero querían que lavara el uniforme. Me pareció que ya era demasiado. Bañarme con la puerta abierta era horrible, pero peor era no bañarse y encima lavar el uniforme... Pero, al final, ¿lo lavaste o no? Exactamente. Pero de todo esto, del secuestro, del cuartel, de Punta Rieles, saqué una conclusión sobre mí misma, en aquellas circunstancias, que al mismo tiempo me da satisfacción y miedo; gozaba con esa especie de desafío a la inteligencia, aunque al mismo tiempo me expusiera al peligro. Hoy me doy cuenta que era un mecanismo defensivo. Tal vez en el cuartel lo viví más porque era una lucha por la supervivencia en la cual permanentemente provocaba algunas situaciones sin darme cuenta, y otras con plena conciencia, para sentir que estaba viva, que era capaz... Explicame eso del juego de la inteligencia. Siempre se me planteaba la pregunta de si era inteligencia o cobardía. Me reafirmaba cuando pensaba que ellos tenían medios para hacer con tu vida lo que quisieran (¡se sentían tan poderosos!) y sin embargo yo lograba, mal que bien, hacer lo que me parecía mejor. No todo lo bien que hubiera querido, e incluso con muchos errores de mi parte, pero esa fue una situación limite y no quiero minimizarla. Cuando me llevaban a un interrogatorio, pensaba que eran ellos en realidad los que estaban en la mierda y que en todo caso no tenían, en un plano distinto, tantas complicaciones como yo. ¿Te sentías más segura de tu inteligencia que de tu convencimiento ideológico? Yo no era solo una individualidad pensando y viviendo en esa circunstancia: era la resultante además, de un esfuerzo político colectivo, el partido, y creo que también es inteligencia el sostener lo que uno piensa. Si yo pensaba en el año 78 que la dictadura estaba llegando al límite de su impunidad, también tenía que pensar esto en el momento de ser detenida. Estar convencida de ese límite es vivirlo aun en la situación en que las apariencias te dan para sentir personalmente lo contrario. El poder pensar que lo que analizabas con tus compañeros en la calle seguía siendo verdad en el momento en que te interrogaban es, creo yo, manejar la razón más allá de la angustia, hacer primar la inteligencia a la emotividad. No me mataron. No me desaparecieron. Pasó lo que intuí y razonaba que tenía que pasar: ellos estaban a la defensiva y, si bien estuve al principio un año y medio sola y en condiciones nada agradables, sentía que los militares, el régimen, estaba pagando un precio también por esto. Siento un poco de vergüenza porque no siempre se puede pensar así: yo tuve la suerte de pensar así y de que fuera así. De alguna manera me siento privilegiada; lo que viví tuvo para mí consecuencias importantes pero también tuve compensaciones: la de vivir desde el calabozo la denuncia concreta, la acusación a los culpables. Fui desarrollando por estas circunstancias una visión muy personal de cómo moverme en la cárcel y esto me creó, años después, algunos problemas. Una cierta incomprensión, por ejemplo, sobre lo que era estar en grupo. No entendía por qué no tenía validez la respuesta individual cuando estaba contra el enemigo común. Fue un aprendizaje doloroso porque algunas compañeras vieron en estas actitudes personalismo y provocación.
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