La historia que le trajo a esta página es un caso real. Le sucedió en Brasil a Severina, una mujer pobre y analfabeta , casada con Rosivaldo. Severina ya era madre de Walmir y decidió tener un segundo hijo. Durante un control prenatal en un hospital público, recibió la noticia de que posiblemente el feto tenía anencefalia, razón por la cual, su vida era inviable. El equipo médico le informó que podía continuar la gestación o interrumpirla, y que su decisión sería protegida. En ese momento su embarazo estaba en el tercer mes. De convicciones católicas, Severina fue al párroco de la Iglesia a confesarse y contar acerca de su decisión de interrumpir la gestación. Posteriormente viajó sola a Recife, ya que el hospital público de allí no permitía acompañante. Una vez en el hospital ingresó para el procedimiento médico de interrupción de la gestación y fue instalada en una enfermería colectiva junto con las mujeres que estaban en trabajo de parto. Ese mismo día las autoridades decidieron suspender la posibilidad de interrumpir el embarazo, en caso de anencefalia, en todo el Brasil. Los médicos, al enterarse, suspendieron el procedimiento. Con su marido, Severina solicitó la autorización nuevamente. Cuando se la otorgaron, ya tenía siete meses de gestación. Al intentar nuevamente interrumpir el embarazo, en el hospital le comunicaron que no había cama disponible. Con ayuda de un grupo de mujeres de Recife, Severina fue recibida en un segundo hospital. En éste, los médicos anestesiólogos se negaron a participar en el procedimiento alegando objeción de conciencia. Severina fue sometida a una inducción del parto de 32 horas. Sufrió cada minuto para expulsar el feto pues ya no se trataba del mismo procedimiento que hubieran podido realizar a los tres meses de embarazo.