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Es
el título del libro, pero también el del movimiento de mujeres
de las barriadas obreras (Cités) en Francia, donde en pleno siglo
XXI y en plena Europa se vive una situación inimaginable: mujeres
obligadas a aceptar las formas más odiosas de la sumisión
y del miedo si no cumplen con las normas arcaicas del fundamentalismo
islámico.
Allí
ni siquiera mandan los padres, sino una generación de hermanos
mayores que son quienes perpetran violaciones masivas y hasta asesinatos,
crímenes de honor, a jóvenes de sus propias
familias que no han acatado la ley del matrimonio forzado, o que han tenido
relaciones sexuales...o que simplemente, se visten de manera provocativa.
Los varones jóvenes y hasta a veces los muy jóvenes utilizan
el miedo para obtener el respeto necesario al modelo de virilidad impuesto
bajo el eslogan Todas son putas menos mi madre.
Fadela
Amara, es la presidenta del grupo que eligió el nombre de Ni putas
Ni sumisas, luego de dos hechos que esta vez sí trascendieron el
barrio y la omertá masculina. Uno fue el asesinato
de Sohane Benziane de 18 años, quemada viva en un sótano
de Cité Balzac por no acatar el recato debido. Su hermana,
Kahina, a pesar de las presiones recibidas denunció el hecho que
ocupó los titulares de la prensa. El otro detonante fue la publicación
del libro de Samira Bellil, un relato en primera persona sobre la violación
colectiva de la que fue víctima, un testimonio crudo, directo que
dejó al descubierto el horror vivido por otras muchachas que no
se han atrevido a denunciar. El informe policial da cuenta de tres denuncias
de violaciones colectivas por año, aunque todos saben que son muchas
más.
Con
estas experiencias puestas en evidencia F.A. asumió el desafío
de organizar una marcha para el 8 de marzo de 2003 a la que asistieron
más de 30.000 personas, un éxito inesperado. Ni putas
ni sumisas, simplemente mujeres que quieren vivir su libertad...y denunciar
el sexismo omnipresente, la violencia verbal o física, la sexualidad
prohibida, la violación en su versión moderna de violación
colectiva, el matrimonio forzoso, la fratría guardiana del honor
de la familia o de los barrios encarcelados
denunciar todo esto
para dejar de ceder a la lógica del gueto que nos encierra a todos
en la violencia si no nos alzamos contra ella, dice el manifiesto
de Las Mujeres de los Barrios, ni putas, ni sumisas ¡es ahora y
de esta manera!
El éxito por un lado - recorrieron toda Francia informando, dando
conferencias, enterándose de otras realidades no tan distantes
a las suyas. Y por otro críticas y algunas diferencias conceptuales
que derivaron en polémicas y que hasta el día de hoy siguen
dividiendo las opiniones de tirias y troyanas.
La
primera de estas últimas vino del propio gueto afirmando que con
las denuncias de la masculinidad violenta en los barrios estigmatizaban
aún más los suburbios que ya llevaban el peso de la discriminación.
Se las acusó de haber traicionado a la comunidad, y hasta fueron
amenazadas con la fatwa2 .
Con
el movimiento feminista también hubo desencuentros por no compartir
las apuestas, unas conceptuales, otras puntuales. Demasiada teoría
feminista, demasiada academia, decían las NPNS, no hablan de casos
concretos. Pero ese extrañamiento duró poco al integrarse
grupos feministas a las marchas. Constatamos, que, aunque de maneras diferentes,
la ley del silencio sobre las violencias sexistas, no era exclusiva de
las barriadas obreras, y aunque no íbamos a entrar en el discurso
de la victimización, ahora teníamos claro que íbamos
a luchar por todas. Surgió una solidaridad entre ellas y nosotras
que ya no desapareció, declaró una militante feminista.
Más
allá de las críticas o apoyos queda latente la polémica
entre laicidad e Islam. Algunos intelectuales europeos, dicen que no
hay que meterse, porque es su cultura. El aprendizaje del respeto
a las diferencias nos enfrenta al debate sobre las identidades y sobre
la exclusión, y sobre la pretendida inclusión de las democracias
que tantas víctimas cobra.
¿Podremos
esperar 500 años para que la sociedad islámica cambie y
entienda la violación a los derechos humanos que las prácticas
como asesinar por honor, violar por moralidad
cubrirse de pies a cabeza por pudor, no valen para justificar
la defensa de la identidad cultural islámica?
La
laicidad, embestida en tantos países del mundo por religiones fundamentalistas
como la Católica Romana del Vaticano, o la judía de los
ortodoxos, tiene en el islamismo un frente que dobla la apuesta de las
anteriores porque confunde cultura y religión. Las brutales prácticas
referidas ¿pueden ser justificadas por lo ancestral e identitario
de la cultura islámica? Y desde nuestra civilización occidental
y cristiana ¿tenemos las manos limpias para condenar lo que durante
siglos fue habitual en nuestra cultura?
Algo
queda claro en los dos casos, es o fue sobre el cuerpo de las mujeres
y a costa de la libertad de las mujeres que se aplica la preservación
de la cultura que se pretende conservar.
Vale
destacar que en el caso de Ni putas Ni sumisas son las propias islámicas
- muchas de ellas creyentes en su religión quienes combaten
la homofobia, contra las mujeres y contra los homosexuales y lesbianas
de quienes violando todo tipo de derechos humanos se cubren de zalemas
a Alá y a Mahoma, su profeta.
Mi
familia es argelina, declara Fadela Amara y quiero conservar sus costumbres,
pero soy conciente de que es una cultura arcaica que oprime a las mujeres
y los homosexuales. Y nos recuerda que el fundamentalismo no es
sólo cosa de árabes barbudos y con túnica, sino que
en los Estados Unidos la derecha evangélica, apoyada por Bush está
haciendo el mismo trabajo que los radicales islámicos, como cortar
los fondos de las asociaciones de defensa de los derechos de las mujeres
3.
E.F
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