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Este
encuentro es para mí un momento tanto de alegría como de
angustia. Porque estar dentro del feminismo es también convivir
con la angustia, aquélla causada por el deseo de transformación
del mundo. Así comenzó la intervención de Maria
Betania Ávila en el 10º Encuentro Feminista Latinoamericano
y del Caribe, realizado en octubre de 2005 en Serra Negra, Brasil. A continuación
transcribimos la conferencia de la directora de SOS Corpo Instituto
Feminista para la Democracia, de la Articulação de Mulheres
Brasileiras y la Articulación Feminista Marcosur.
Democracia:
¿gobierno por el pueblo? o ¿gobierno por el poder del pueblo?.
¿Cuándo fue realmente que el pueblo gobernó? Desde
su origen, para el feminismo la cuestión se centra en las mujeres
como parte integrante del pueblo que gobierna. La constitución
de la esfera política fue históricamente realizada como
un dominio de hombres. La política como dominio de hombres está
relacionada a una dominación sobre las mujeres en el espacio de
la vida privada, lo que ya conlleva una exigencia de radicalidad en el
sentido de pensar la Democracia no sólo como un sistema político
sino como una forma propia de organización de la vida social.
La
organización política del feminismo viene de la revuelta
de las mujeres forjada en una experiencia histórica concreta de
relaciones sociales de desigualdad. La praxis feminista es acción
política y pensamiento crítico. Por lo tanto, el radicalizar
la acción está relacionado con la reinvención de
la práctica política y la producción teórico-analítica
feminista en varios campos del saber. Para la construcción del
sujeto, conocer y actuar son dimensiones inseparables. La producción
del saber es también una esfera de dominación masculina.
Dominación simbólica directamente dirigida a la reproducción
de la dominación y de la explotación material patriarcal
y capitalista.
En
el movimiento feminista hay una diversidad de organizaciones y luchas,
pero también hay desigualdad entre las mujeres que lo componen.
Mujeres de clases desiguales; mujeres de razas diferentes transformadas
históricamente en desigualdades; mujeres negras; mujeres indígenas
y rurales; trabajadoras domésticas que constituyen mayoritariamente
una clase de mujeres pobres; desigualdades entrelazadas de clase, de raza,
de género; mujeres lésbicas que se radicalizan contra las
herencias del padrón heterosexual dominante. Mujeres con necesidades
especiales. Mujeres de varias generaciones que traen conflictos inherentes
entre transmisión y reinvención. Radicalizar es vivir el
conflicto interno en el movimiento, enfrentando democráticamente
las varias tendencias y proposiciones y, al mismo tiempo, producir conflicto
en la sociedad en torno a sus proposiciones. Es ser referencia para otras
mujeres fuera del espacio de su propia organización. La radicalización
del feminismo proclama respeto con respecto a su propia forma de organización
y a su acción en el mundo. Esto es para adentro y para afuera.
Si el movimiento es radical su organización exige de inmediato
los medios para enfrentar las contradicciones de las mujeres en la vida
cotidiana para ejercer el derecho de ser sujeto político ya
que la institución de las mujeres como sujeto es una conquista
del feminismo.
Para
pensar en una propuesta radical de lucha feminista es importante pensar
en el acceso al espacio de lucha. De lo contrario, la desigualdad social
y las discriminaciones se transforman perversamente en un déficit
del sujeto. En lo cotidiano hay bloqueos para que las mujeres se movilicen
entre las esferas pública y privada: la violencia sexual y doméstica,
el preconcepto, la doble jornada y la falta de tiempo, entre otros. El
trabajo de las mujeres en las esferas productiva y reproductiva está
marcado por la desigualdad de la división sexual del trabajo. Necesitamos
responder teórica y políticamente a la transformación
de los fundamentos económicos de esa división y de las relaciones
sociales producidas por ella.
La
mercantilización del cuerpo de las mujeres, del placer y la canalización
de la exploración sexual son una dimensión importante de
la globalización económica. Las mujeres son consideradas
puntos estratégicos del consumismo. Y el llamado sexual es el elemento
central del método. La industria cultural, por medio de los medios
más diversos de comunicación, produce constantemente las
más alocadas formas de alienación y captura de todas las
propuestas de libertad e igualdad. Y también es en el terreno de
la sexualidad que la fuerza represiva de las instituciones religiosas
y fundamentalistas han producido controles y abusos en nombre de principios
trascendentes. La ilegalidad y clandestinidad del aborto siempre sirvieron
a los intereses mercantiles y, al mismo tiempo, al poder de las iglesias
en la dominación sobre la vida de las mujeres.
En
América Latina y el Caribe, el poder del Estado ha estado históricamente
en manos de hombres que, en general, o son o están ligados a los
señores de la tierra, de la industria, del capital financiero,
subordinados y aliados de los señores del Norte. El patrimonialismo,
que tuvo gran peso en la conformación de estos Estados, la violencia
en el campo, la violencia sexual, el racismo, la homofobia, la violencia
sobre el pueblo indígena, la concentración de renta y su
reverso, la pobreza, son marcas que persisten desde tiempos inmemoriales.
¿Qué tiene que ver el feminismo con todo esto? La democratización
de la vida social debe ser por lo tanto radical en relación al
capitalismo, al patriarcado, al racismo, a la heterosexualidad como modelo
hegemónico, a las formas de administrar el poder político,
a las instituciones que sustentan la dominación y la explotación:
iglesia, familia, Estado.
Las
mujeres, sobre todo negras e indígenas, constituyen la mayoría
de los pueblos pobres de América del Sur y el Caribe. Si el feminismo
en América Latina y el Caribe no enfrenta la pobreza de las mujeres,
no tiene cómo radicalizarse. Si no enfrenta la democratización
de la tierra y el acceso de las mujeres a ese derecho, no hay radicalización.
Si no enfrenta el derecho a nuestro propio cuerpo, no hay radicalización.
El feminismo se tiene que popularizar, extenderse por todos los lugares
donde las mujeres están siendo explotadas y violentadas, creando
raíces como una organización política vuelta a la
transformación social. ¿Cuál es la capacidad del
movimiento feminista para reconocer todas las expresiones de luchas cotidianas
de millares de mujeres que producen cambios en las comunidades donde viven,
en las instituciones donde trabajan, que se definen como feministas -o
no- y que forjan un amplio movimiento de mujeres? ¿Cómo
se relaciona el feminismo con esa movilización de mujeres? Esa
es una cuestión que debe ser puesta como una relación dialéctica
entre el feminismo y el movimiento de mujeres en general.
Para
mí, radicalizar es también luchar contra la hegemonía
de una visión liberal de democracia, como si la democracia liberal
fuese la única experiencia histórica y definición
posible de la democracia. La radicalización pasa también
por la no aceptación de la idea de que los fines justifican los
medios.
¿Cuáles
son las formas de democracia política que estamos forjando? ¿Teorizando,
practicando, defendiendo, alterando? Representativa, participativa, democracia
directa. ¿Cómo democratizar el sistema de poder político?
¿Cómo el feminismo ha enfrentado de hecho al sistema de
poder político, producido crítica, confrontación?
¿Cómo se coloca ahora para el movimiento feminista la cuestión
de poder? Enfrentar ese sistema, en el cual se imbrican las estructuras
que reproducen las desigualdades, requiere una inmensa capacidad de organización,
de solidaridad y de generosidad en el interior de nuestras articulaciones,
así como una capacidad crítica para combatir también
en nosotras las formas de actuar heredadas de la tradición de ese
sistema que combatimos y de las tradiciones políticas autoritarias.
Entre
la fragmentación atomizada y los modelos totalitarios, tenemos
que inventar procesos de democracia radical que sean capaces de alterar
el orden social vigente y también las formas de hacer política.
No vamos a incurrir en los riesgos de buscar una totalidad, de instalar
modelos de futuro cerrados. La capacidad de enfrentar democráticamente
por medio del diálogo las diferencias y los conflictos, es un desafío
para la organización del feminismo. Negar el conflicto sólo
fragiliza la lucha y disminuye la capacidad de organizar una resistencia
colectiva.
La
democracia política radical exige una nueva cultura política.
Es preciso repensar los métodos feministas de construir autonomía,
relaciones no
jerárquicas, dentro del movimiento y en relación a otros
movimientos, reafirmando siempre la pluralidad de los sujetos. El Foro
Social Mundial nos presenta un gran desafío en este sentido. De
entre los desafíos que tenemos, la movilización y la conciencia
crítica son elementos estratégicos.
Por eso, la organización política, la socialización
de los saberes y los procesos educativos vueltos para la formación
de sujetos son indisociables como método para una praxis transformadora.
Hay una relación dialéctica entre los procesos colectivos
de acción política transformadora y las experiencias alternativas,
las micro revueltas, las adquisiciones de derechos y la lucha
dentro de las instituciones que en la vida cotidiana forjan nuevas experiencias.
Tenemos que fortalecer las bases organizacionales de un internacionalismo
crítico y activo, capaz de oponerse verdaderamente al liberalismo,
al terror y a la guerra, a la mercantilización de la vida y de
los bienes comunes de la naturaleza, al fundamentalismo.
Un
internacionalismo que atraviese la lucha desde la aldea más recóndita
hasta los grandes centros urbanos. Recuperar la utopía como
fractura permanente con lo que hay. La Utopía nos saca del alineamiento
de lo que está dado. Utopía como abertura para transformar
y no como representación de un modelo. Es como dice Cristina Buarque:
es necesario mostrar claramente lo que rechazamos. Expresar
con determinación nuestra oposición. El momento de la acción
política transformadora es también de invención de
nuevas relaciones, de construcción de subjetividad y, por lo tanto,
de reinvención colectiva y de reinvención de nosotras mismas.
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