Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº28 y 1/2, en 1998. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.

Gracias al 50 aniversario de la Declaración Universal, el tema de los Derechos Culturales ha estado muy presente en la región y han abundado las posiciones que partiendo del respeto a la diversidad terminaron cayendo en el fundamentalismo.

Como cualquier otro tema, el de la diversidad se transforma en político en la medida en que la gente lo quiera, esto es, en la medida en que se presiona por ella.

Si «ciudadanía civil» es el derecho de las personas a vivir según su elección, y si esto implica, como dice Marshall, la libertad de expresión y de creencias y la igualdad y la justicia frente a la ley, entonces, dentro de estos derechos están incluidos tanto la ciudadanía de las mujeres y sus derechos reproductivos y sexuales, por ejemplo, como la ciudadanía de las «minorías» étnicas y su derecho a utilizar su lengua y desarrollar sus costumbres.

La lucha por la igualdad no se completa si, a la vez y aunque parezca paradójico, no se defiende el derecho a la diversidad permitiendo así que, por un lado, se «vea» realmente la gravedad de la exclusión y por el otro, pueda emerger la especificidad de los distintos intereses.

Por eso, en una región como la nuestra, donde «la segregación de algunos grupos de personas de la plena participación en el proceso politico, asi como de los beneficios sociales, políticos y económicos del desarrollo» y «la persistencia de modelos culturales que excluyen, silencian o distorsionan la identidad y los conocimientos de las mujeres en todas las áreas de la vida social» (Cepal, 1994) es la realidad con la que desayunan (o ayunan, mejor dicho) millones de personas, el movimiento feminista y de mujeres, levantando el tema de la ciudadanía está contribuyendo en la apertura de un espacio para la visibilización de las demandas de todos los movimientos sociales.

¿Y contradictorios?

Pero ¿qué estamos defendiendo al hablar de los Derechos Culturales? Cuando reivindicamos, por ejemplo, el derecho del pueblo musulmán a vivir con sus propios valores: ¿reivindicamos también que una mujer sea condenada a morir «lapidada» por cometer adulterio?

En nombre del respeto a la diversidad cultural: ¿respetaremos también la clitoridectomía?

El derecho a mantener la lengua, la religión, las costumbres del pueblo en el que nacimos, debe ser tan inalienable como el derecho a la vida. Pero a veces caemos en el error de creer que por provenir de una cultura diferente a la occidental y cristiana, los valores de la cultura sojuzgada (la maya, por ejemplo) serán más éticos y solidarios. Puede que sí, y puede que no.

La mayoria de las culturas son tan injustas con la mujer como la occidental y cristiana, y una de las pruebas más claras estuvo en la Conferencia de Beijing, donde era lo mismo la posición de la Iglesia Católica que la de los paises musulmanes: todos estaban de acuerdo y votaban juntos cuando se trataba de negarle a la mujer el derecho a ser dueña de su cuerpo y su sexualidad.

¿Se puede, sin reconocer la tremenda contradicción que implica, respetar «in-totum» los Derechos Culturales y al mismo tiempo afirmar que los Derechos Humanos son «universales»?

Hay muchas culturas en las que no es «universal» el derecho a la identidad, al voto, al divorcio….Y muchos son los líderes que en nombre de los Derechos Culturales se han opuesto al cáracter universal de los Derechos Humanos.

¿Se puede, en un mundo globalizado, respetar «absolutamente» las características de cada cultura cuando globalización es, antes que nada, transculturación?

Pero es que, además, salvo algún caso excepcional en el que una comunidad haya podido sobrevivir aislada del resto del mundo, todas nuestras culturas se han hecho «sobre» y «pese» a las otras, fueran estas incaicas, griegas, aztecas, mayas, judías, árabes, cristianas o quechuas.

De ahí que el piso común de todas ellas deba empezar a partir del respeto no sólo del carácter integral, inalienable e indivisible de los Derechos Humanos, sino sobretodo, del carácter universal de estos. Es a partir de ese piso común para todos que podemos hablar del respeto a las diversidades, porque es justamente el único que puede garantizarlas, no sólo frente a la globalización sino también, frente a los fundamentalismos de cualquier tipo.

Lucy Garrido

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