Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº30, en 1999. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.
¿Alguna vez pensó que las estrategias electorales de nuestros candidatos, los doctores Jorge Batlle, Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle, Tabaré Vázquez y Rafael Michelini y otros, podrían compararse a las tácticas puestas en práctica por los Machos Alfa? (En astronomía, se llama «alfa» a la estrella principal de una constelación. Los etólogos, o estudiosos del comportamiento animal, toman prestado el término para designar figuradamente al líder de cualquier sociedad animal). Nos referimos a los alfa que despliegan campañas para adueñarse del poder en las comunidades de chimpancés que habitan en el Parque Nacional de Gombe, en Tanzania, y que fueron estudiados durante más de treinta años por la hoy célebre etóloga británica Jane Goodall.
Este artículo es un adelanto del análisis semiótico sobre la campaña electoral uruguaya que viene realizando la semióloga Hilia Moreira, Catedrática de Semiótica en la Universidad ORT Uruguay, y que será publicado próximamente por Cotidiano Mujer.
Sin ofender a los presentes
«No es para degradar ni para burlarnos de los políticos sino todo lo contrario, para rendir homenaje a las especies no humanas, ignoradas, explotadas, a veces extinguidas y, sin embargo, tan llenas de inteligencia, con costumbres tan ricas, muchas veces definitivamente extraviadas para el conocimiento de la humanidad, con lo que se pierde la posibilidad de conservar parte del entramado de la vida… » Así comienza Hilia Moreira su exposición sobre algunas asombrosas semejanzas entre los «signos » emitidos por los presidenciables de Uruguay y aquellos usados por los aspirantes a alfa entre los chimpancés de Tanzania.
Da para pensar. El Diccionario define a los chimpancés como «monos antropomorfos, poco más bajos que el hombre, de brazos largos, cejas prominentes, nariz aplastada».
Pero esos chimpancés no se destacan sólo por sus largos brazos y cejas ostensibles. Algunos de ellos evitan, siempre que pueden, los enfrentamientos físicos mientras aprenden o inventan maniobras y calculan sus efectos. Así llegan, después de desplegar tácticas durante un tiempo, que va de algunos meses a varios años, a persuadir a su sociedad que a ellos les corresponde lo que resultan ser las responsabilidades y privilegios del mando.
Da para pensar si recordamos que, para el siempre fiable diccionario, animal es, simplemente, un «ser orgánico que vive, siente y se mueve por su propio impulso». Recordemos también que tanto hombres como mujeres somos escuetamente definidos como «animales racionales». Apenas un adjetivo más.
Actualmente, algunos etólogos, zoosemiólogos (estudiosos de la comunicación animal) y otros cientistas sociales están enzarzados en una punzante polémica con la mayoría de sus colegas, quienes continúan aferrados a la idea de la solitaria superioridad humana, que mantiene a hombres y mujeres rigurosamente separados, como por un abismo, de cualquier otra especie viviente.
La tendencia de estos cientistas consiste en sostener que los animales (a secas) también son generadores de cultura, si entendemos por cultura la «capacidad de formar sociedades organizadas, con roles bien determinados e inventar instrumentos y estrategias que permitan la supervivencia del grupo y la movilidad de los individuos dentro del mismo». Apoyándose en las investigaciones de Goodall, Moreira analiza las dos formas sociales que estructuran la vida de los chimpancés: familia y política en el sentido de «actividad de los que rigen o aspiran a regir los asuntos de la colectividad.»
Algunas peculiaridades o todo lo contrario
En la vida de los chimpancés, la figura de la madre es fundamental. Mientras vive (suele sobrepasar los cincuenta años), su influencia se deja sentir tanto sobre hijas como sobre hijos. Por lo tanto, también la experimenta el candidato a alfa que lucha por acceder a esa posición o el alfa ya establecido, que lidera la comunidad. El mandato de un alfa es siempre tenso. En términos de nuestra propia sociedad, podríamos decir que lo afectan problemas económicos, demográficos, de relaciones internas e internacionales. Es que debe guiar a su grupo hacia nuevas fuentes de alimentos, escoger entre los modos de alimentación posibles (lo más usual es la recolección, pero también existen la pesca «al colador», fabricado por ellos mismos, y la caza), controlar las hembras en celo, vigilar el surgimiento de posibles rivales, regular las relaciones guerreras o pacíficas con otras comunidades chimpancés o de otros monos.
Sin embargo, por ruda que sea una jornada, el alfa siempre dispone de un momento para compartir con su mamá y, a través de esa unificadora presencia, con los demás hermanos y sobrinos. Permítasenos recordar la visita del doctor Jorge Batlle a su madre luego de ganar las internas.
Junto a la figura materna, está la de la compañera ocasional, quien suele tener ascendiente sobre el líder, ejerciendo así un poder transitorio pero considerable sobre el conjunto de la sociedad. Tal compañera, durante el período de celo y, algunas veces aun pasado el mismo, atrae de tal forma al alfa que puede transformarse en la que decide el rumbo que debe tomar el grupo en su búsqueda de provisiones o escoger, por ejemplo, que la colectividad se alimente durante unos días de frutos que a ella le agradan, excluyendo las expediciones de caza. El alfa permanece junto a su compañera, muchas veces sin comer, emitiendo débiles llamados o amenazándola blandamente y, con él, se mantiene detenida toda una sociedad. En nuestros recuerdos de historia y política, nacionales e internacionales, hay demasiadas amantes y esposas con conductas asimilables para que intentemos aquí un paralelo puntual. También se han observado casos excepcionales de hembras que han acompañado al alfa y sus guerreros en batallas contra otros grupos de chimpancés, gritando y entreverándose en la pelea igual que un macho. A esta altura habría que remontar nuestra historia y establecer alguna analogía con las compañeras de los fundadores de la patria.
Feministas y pacifistas
En cambio, en las comunidades que generan otros monos, la hembra tiene un papel decisivo en la resolución pacífica de conflictos internos o externos. Hace menos de dos décadas, en un zoológico se observó que, en el predio asignado a los chimpancés y entreverados con ellos, vivían otros primates algo más pequeños, cuyas conductas los identificaban como un grupo bien diferente del de los primeros. Así los humanos entraron en conocimiento de los bonovos, unos monos en cuya organización social las hembras tienen un papel decisivo. Cada vez que aparece un conato de disputa dentro del grupo o con miembros de otra comunidad, llaman a los machos a copular, actividad que desarrollan de frente, desarticulando la presuntuosa y difundida afirmación según la cual sólo los humanos mantienen relaciones cara a cara. Así, la energía destinada a la guerra se canaliza en una ocupación pacífica. La conducta de los bonovos no puede dejar de traer a nuestra mente la famosa obra que Aristófanes escribió en el siglo IV d. JC y que tituló Lisistrata. Pero no necesitamos alejarnos dos milenios y medio. En la década de los sesenta, infructuosamente, por desgracia, los hippies recomendaban hacer el amor, no la guerra. Hay que pensar que el sexo como instrumento social de la paz, ha sido soñado por los hombres desde la Antigüedad a nuestros días. Pero sólo los monos lo han puesto en práctica con éxito.
La campaña electoral
La otra forma que rige la vida social de los chimpancés, la política, tiene aspectos que también nos son familiares. Alfa sólo puede ser un macho. Pero no se llega a Alfa por la fuerza de la embestida (aunque la lucha física pueda ser el último acto de la campaña). Antes de ese enfrentamiento final, que en algunos casos no tiene lugar, se extiende un largo período durante el cual el candidato persuade a grupos cada vez más extensos de la colectividad de que él es quien debe liderarla.
La campaña para llegar a ser alfa se inicia secretamente. El aspirante observa las conductas a través de las cuales el jefe significa su poder ante el grupo. También atiende todos los pequeños signos de su vida social. Luego, repite frente al alfa sólo aquellos signos que tienen que ver con el puro interrelacionamiento social y no con el poder. El alfa, aparentemente halagado, suele arrojar un trozo de comida o intervenir en favor de su admirador si se desencadena una riña. El etólogo puede predecir quién será el futuro alfa basándose en la minuciosidad de las conductas imitativas de un joven macho. Remitámonos a la trayectoria de nuestros políticos: el doctor Sanguinetti junto a Luis Batlle, el mismo Luis Batlle junto a Don Pepe, el doctor Lacalle junto a su abuelo.
También los machos alfa establecen alianzas, preferentemente con parientes. Las mismas tienen por primera finalidad asegurarse un grupo leal al jefe (¿un partido?). Por otra parte, entre esos machos aliados en torno al alfa existe un complejo código de signos táctiles (el superior pone la mano sobre la cabeza o en la cara de su aliado, éste apoya la suya sobre el hombro del jefe, etc.), que indican públicamente el reconocimiento, por parte de unos, de la jerarquía del otro. En cambio, el macho derrotado permanece un tiempo completamente aparte del grupo y, a menos que regrese para recuperar el poder, se mantiene en los márgenes del mismo. Traigamos a nuestra memoria las fotos que siguen al resultado de una campaña electoral, con su complejo sistema de abrazos, manos tendidas, ausencias notorias, renuncias, etc.
Sumando votos
Los chimpancés no son los monos más grandes ni los más fuertes. Pero convencen a lo demás de lo contrario a través de un complejo entramado sígnico. Se yerguen lo más que lo permite su columna, erizan el pelo de modo de aparentar un volumen a veces el doble del real y agrandan su tamaño arrancando ramas que operan como extensiones de su propio organismo. Pensemos ahora en las imágenes de nuestros candidatos, que ocupan paredes enteras de nuestra ciudad, duplicando o triplicando el tamaño de sus cuerpos o centuplicando el de sus rostros. Son tan grandes que los futuros votantes tienen que levantar la vista en un forzoso gesto de admiración. También los aspirantes a alfa, en caso de divisar una colina, la trepan disimuladamente, precipitándose luego desde lo alto con ruido ensordecedor y obligando a sus posibles súbditos a levantar mirada y cabeza y algunas veces hasta a salir corriendo, impulsados por el desconcierto.
Una vez que los aspirantes a alfa se han erizado en soledad durante un tiempo considerable, empiezan a hacer exhibiciones de poder delante de miembros poco importantes de la comunidad, como cachorros, hembras solas o machos ancianos. Al principio, éstos no les hacen caso, pretendiendo que sólo se trata de un juego infantil. Pero, poco a poco, un número creciente de integrantes de la colectividad se detiene a ver las exhibiciones. Más aun, las mismas son contempladas por el aumentado grupo a prudente distancia.
Tan importante como parecer de mayor tamaño es lograr una batahola impresionante, golpeando ramas, arrancando copas de árboles pequeños y sacudiéndolas, produciendo avalanchas de rocas desde el copete de una loma. En cierta oportunidad, un aspirante a alfa robó varios bidones vacíos del campamento de los etólogos. Los llevó a rastras en medio de la oscuridad hasta lo alto de un árbol y, al alborear, cuando la sociedad habitualmente se despierta, armó un tal escándalo de ruidos desconocidos que automáticamente fue reconocido como alfa.
Si el ruido es decisivo para la obtención del poder entre los chimpancés, ¿qué tenemos que decir los uruguayos de los altoparlantes, los aviones con propaganda que surcan nuestro cielo pre – electoral, los discursos, las arengas, el estrépito de los aplausos, el cruce de Bulevar España y la rambla?
El rostro del presidente
La semióloga Nathalie Roelens (Universidad de Amberes) ha hecho un estudio sobre los significados del rostro humano que lleva el intraducible título de «Perdre la face». Una tradición milenaria, que aún subsiste en países como Camboya o Tailandia, dice que un jefe no puede perder la cara en un ataque de llanto o de risa. No puede permitir que la expresión de su rostro se descomponga a causa de cualquier emoción violenta. En Occidente, al promediar este siglo, empezaron a aparecer rostros sonrientes: Kennedy, Carter, Clinton y otros despliegan un reciente paisaje de sonrisas, tanto en el período electoral como en el de mando. También nuestros presidenciables y presidentes se muestran generalmente risueños. En cambio, las caras de nuestros primeros presidentes, tales como nos las muestran los retratos en los museos o, más adelante, la de Luis Alberto de Herrera o Don Pepe Batlle, son generalmente adustas. Y aun las fotos oficiales de los políticos de hoy muestran rostros serios, reconcentrados, significando así que están gravemente imbuidos de su responsabilidad.
Los aspirantes a alfa aprenden a componer su rostro: expresión adusta (en la vida cotidiana, los chimpancés sonríen con frecuencia), mirada escrutadora, silencio ante las promesas de deleite y serenidad aparente frente a las amenazas de la adversidad. Goodall pronosticó exitosamente la carrera de alfa de un joven macho cuando le mostró fruta fresca y éste se acercó a tomarla calladamente. (Un macho menos dotado «políticamente» habría dejado escapar gritos de placer ante la oferta del sabroso festín, atrayendo así la atención de los adultos más fuertes, quienes se hubiesen precipitado a birlárselo.) Amenazado por rivales en un momento en que sus aliados están lejos, un alfa no abandona su puesto y su postura de jefe, logrando muchas veces detener con su actitud un eventual ataque.
El poder desgasta
El poder desgasta intensamente a los machos alfa. Según Goodall, un jefe logra conservarlo alrededor de seis años, a veces menos. Durante ese tiempo, día tras día, a veces hora tras hora, lucha por mantener tal preeminencia, siempre atento a lo que ocurre en la comunidad, siempre alerta para impedir un complot, mantener estables sus alianzas y respetadas sus prerrogativas, siempre cuidadoso de cumplir espectacularmente con su ritual de exhibición varias veces a lo largo de la jornada. A veces, un macho más joven deja progresivamente de observar el código de reconocimiento debido al alfa y termina derribándolo en combate. Otras, inventa una estrategia persuasiva (como la de la sorpresiva baraúnda con los bidones) que convence al propio jefe de la necesidad de abandonar el poder. No importa la edad que tiene el que se va. Está siempre muy viejo. Esos años de mando, más breves o más largos, han dejado signos de desgaste en su cara, su cuerpo y sus movimientos. Ahora observemos fotografías de los doctores Sanguinetti y Lacalle durante sus primeras candidaturas y comparémoslas con imágenes actuales, no tanto tiempo después.
El retorno silencioso
Cuando un macho alfa es derrotado, no se deja ver por un tiempo. Luego, intenta recobrar su poder. Recordemos las palabras del doctor Lacalle en el momento en que las encuestas dejaron de favorecerlo: «Es bueno tomar distancia». Y tras un breve viaje regresó dispuesto a recuperar lo perdido. Recordemos también otras formas más simbólicas de tomar distancia. En más de una oportunidad, el doctor Vázquez ha optado por el silencio, a la espera del momento oportuno para retomar la lucha. De ese modo, se beneficia con el suspenso y la sorpresa. Cuando un macho alfa se aparta, nadie sabe si va a retornar ni cómo va a ser ese retorno. En todo caso, siempre ocurre en el momento y del modo más inesperados. Cualquier parecido con la realidad política es mera casualidad de la especie homínida.
Y a veces el retiro en paz
Otras veces el alfa permanece en la periferia de la colectividad por el resto de sus días. Goodall cuenta su inesperado encuentro con un antiguo jefe mientras ella misma deambula lejos del núcleo de la comunidad. Describe un rostro viejo sí, pero sin tensiones, en el que ella interpreta paz, una cierta felicidad. Ya no hay más homenajes ni privilegios. Pero tampoco difíciles decisiones, ceremonias, tácticas agotadoras. Durante el año 1979, en el Colegio de Francia, el semiólogo Roland Barthes dictó una serie de conferencias sobre «Semiología y Poder». ¿Será que, como él entonces lo sugería, la ausencia del poder es una de las formas menos evanescentes de la dicha?
Derechos humanos, derechos chimpancés
La etóloga estadounidense Diane Fosse perdió la vida en su esfuerzo por salvar a los inteligentes y pacíficos gorilas, en vías de extinción. Se los mata para amputarles las manos, que se venden como ceniceros y otras aberraciones semejantes. En cambio, todavía hoy podemos ver en videos y fotos el bello rostro de Jane Goodall, que continúa su campaña de sensibilización mundial a favor de los chimpancés.
Por tener la misma estructura genética que los humanos, éstos son sometidos a atroces experimentos. Muchas veces se trata de reproducir experiencias científicas que ya han sido practicadas, cuyos resultados son bien conocidos y que terminan indefectiblemente con la muerte lenta y dolorosísima de los chimpancés que las sufren. Otras, se los usa para probar productos de consumo de diversas categorías: cosméticos, autos (sale más barato que utilizar muñecos) y sus cuerpos, ferozmente mutilados, se arrojan luego entre los desperdicios de los laboratorios o las fábricas. También el sistema de cautiverio, en jaulas reducidas, con los miembros de la familia separados, produce la locura o la muerte, sobre todo de madres e hijos pequeños. En un capítulo de su libro «Una ventana hacia la vida», que lleva el título de «Nuestra vergüenza «, Goodall compara el tratamiento que reciben los individuos y las familias chimpancés internados en laboratorios con el que padecen los humanos encerrados en un campo de concentración.
Sin embargo, en el correr de sus largos años junto a ellos, Goodall estuvo a punto de abandonar por dos veces su tarea. Durante la primera etapa de su investigación sólo percibió lo que en una sociedad chimpancé es más evidente. Estos primates son tan solidarios que, si un pequeño queda huérfano, no es infrecuente que un adulto, macho o hembra, lo adopte hasta completar su crianza. Cuando la madre muere, los hijos suelen acompañarla horas y a veces días hasta que finaliza su agonía y los hermanos mayores, casi indefectiblemente, se hacen cargo de los más chicos. Si sufren de amor, a causa de la muerte de un familiar o un amigo, por ejemplo, lloran de pena y hasta se suicidan. Son capaces de entablar relaciones de profundo y expresivo cariño (besos, abrazos, bromas y juegos) con su madre, sus hermanos, otros chimpancés o monos pertenecientes a diferentes especies, como los babuinos. Tales relaciones duran lo que la vida. Algunas madres inventan verdaderas estrategias de crianza, con lo que logran individuos más sanos, adaptados e inteligentes. Todos los machos alfa que observó Goodall habían recibido una excelente maternación.
No obstante, también tuvo ocasión de observar otro tipo de fenómenos. Algunas hembras que, en términos generales, manifestaban conductas sociales desajustadas, tomaron el hábito de detectar madres sin más familia que su pequeño. En la sociedad chimpancé, como en la mayoría de las sociedades humanas, ser una hembra sola es peligroso. Las depredadoras espiaban a sus víctimas hasta encontrarlas en un lugar alejado (existe la posibilidad de que un chimpancé salga en defensa de un semejante aunque no existan lazos de parentesco) y le mataban el hijo para luego devorarlo.
En cierta oportunidad, un grupo perteneciente a la comunidad que Goodall estudiaba, decidió independizarse. Poco a poco, dejaron de transitar el derrotero de la comunidad central para desplazarse por caminos propios y nuclearse en torno a un nuevo alfa. En un principio, la sociedad original aparentó tomar el hecho pacíficamente. En su deambular, a veces los dos grupos se encontraban y algunos de sus miembros hasta intercambiaban esos besos y abrazos tan característicos de estos primates. Pero, poco a poco, pudo observarse que el alfa y la mayoría de los machos adultos de la comunidad original, acompañados de una hembra estéril, desarrollaban una verdadera guerra de guerrillas. Emboscados, esperaban que uno o un grupo pequeño de individuos de la nueva colectividad quedasen rezagados. No importaba que las víctimas fuesen machos o hembras, infantes, adultos o viejos. Se los asesinó indiscriminadamente hasta que no quedó ningún miembro del grupo independentista.
La etóloga sintió que se encontraba frente a hechos demasiado humanos y pensó en irse. Luego de un conflictivo período de evaluación, concluyó que, a pesar de la antropofagia que acompaña muchas guerras y accidentes, a pesar de los feroces crímenes que se registran a diario en las grandes ciudades del mundo, a pesar de Auschwitz, Hiroshima y el callado holocausto de cinco siglos contra las poblaciones originarias de América, ella amaba a los humanos. Así, decidió seguir amando a los chimpancés y recordarlos, sobre todo, en los tiernos juegos de abuelas y nietos, en el gesto de cargar sobre sus espaldas a un hermano herido para continuar la marcha, en las increíbles tácticas que aprenden e inventan a fin de conseguir y mantener el liderazgo. En consecuencia, ese hermoso rostro continúa apareciendo en programas como los del National Geographic y otros, solicitando firmas, cartas, protestas desde todos los rincones del mundo para que cesen las atroces violaciones a los derechos de estos individuos, para mal y para bien, tan fraternalmente semejantes a nosotros. Si usted quiere adherirse, puede escribir a Jane Goodall Institute (UK), 10 Durley Chine Road South, Bournemouth BM2 5HZ.