Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº28, en 1998. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.

Son mujeres jóvenes, lesbianas o no tanto, tienen o han tenido amores que son otras mujeres. Cuando el contacto es una a una, intentar generalizaciones resulta traído de los pelos. Cotidiano prefiere ingresar a esos mundos singulares.

«…Mmm… Me parece que te estás metiendo en un baile más que espinoso». Tal fue la primera afirmación de Ana Laura, 28 años, periodista, un tanto experimentada en tratar, entre muchos otros, temas femeninos para diferentes medios de información.

Decenas de consultas posteriores entre jóvenes uruguayas que en este o en algún momento han tenido relaciones amorosas con otras mujeres permitieron comprobar que Ana Laura tenía bastante razón. A la hora de hablar de la orientación sexual, queda claro que si actuar con libertad resulta «cuesta arriba», más difícil aún es hablar sobre ello.

Me pongo colorada

«Si tengo que hablar de una cosa tan personal me pongo colorada, me da vergüenza» indica con una sonrisa, a pesar de la seguridad de anonimato, Flavia, 33 años, socióloga.Luego agrega un comentario más liviano: «si me lo hubieras preguntado hace unos años no te habría dicho nada, pero ahora creo que también me tienen que aceptar un poco más como soy y no me molesta hablarlo».

A todas las consultadas les resulta más fácil hacer afirmaciones como «lo más común en el ambiente es tal y tal cosa» que afirmar «a mí me pasa o me deja de pasar…». Con todas las«contras» que quizás son comunes en el momento de abordar temas realmente de la vida privada, éste es el resultado de una investigación que recogió algunos «a mí me pasa» y muchas más anécdotas sobre «a una amiga le pasó…».

Lejos de blancos y negros

«No hay mucho para decir» asegura Ana Laura, al ser consultada sobre la relación con su familia y la «forma de asumir» su orientación sexual ante el entorno. «Todo es menos explícito y ahí está justamente el punto»–continúa- «te metés en la definición del asunto. La cuestión es que para mí no está tan claro y es lo mismo que me pasa con la familia: no lo creen o te piden definiciones que siempre son en blanco y negro y para mí no es tomar un compromiso para toda la vida. En la mayoría de los casos, sabés que a la larga los viejos lo terminan aceptando, está todo bien, no hay rollo. Si me preguntás si soy lesbiana y me tengo que definir así, en forma cerrada no te lo acepto, he tenido parejas mujeres y varones, me he enamorado de mujeres y de varones y creo que eso es lo importante», puntualiza.

«Como en todas las relaciones humanas todo está más en la gama de los grises… a veces yo me enojo en mi casa cuando plantean las cosas tan terminantes… tampoco lo vas a comentar en la mesa y cagarte de la risa, obviamente» –asegura- «pero preguntas puntuales sobre eso hay y también hay contestaciones, contestás hasta donde podés«.

¿Soy como soy?

«En mi casa nunca hablamos del tema directamente, mis padres me aceptan como soy, sin tener que hablar de eso»–cuenta Flavia- «mi hermano (menor) lo supo hace poco y se lo tomó super bien y con mis padres, a esta altura, creo que no cambiaría nada«.

Cotidiano: ¿Soy como soy, como la canción, que se ha considerado «himno» homosexual?

No, el himno forma parte de otro momento -explica Flavia– hace unos años en mi barrita decíamos a voz en jarro «soy como soy», pero ahora me parece más natural.

Profundizando un poco más en el pasado, Flavia recuerda una anécdota «terrible», de su adolescencia.

«Hace como quince años yo vivía en una pensión, porque mis padres viven en el interior. En ese momento, me acusaban de lesbiana sin serlo todavía, porque resulta que una amiga me dio un beso en un cumpleaños y una gurisa se lo contó a la dueña y se armó un revuelo bárbaro y nos echaron a todas«.

Al día siguiente, Flavia volvió a la casa de sus padres en el interior«a dedo, sin un mango, porque yo estaba estudiando y me habían dejado en la calle».Mi madre me dijo«no te preocupes que ya va a pasar» y mi padre dijo «qué asco, a mi hija la echan de un lugar por tortillera», recuerda Flavia.

«Ahora, ya pasamos ese límite, como que estamos un poco más allá del bien y del mal; supongo que deben imaginarlo porque he llevado parejas a la casa de mis padres y también se han encariñado mucho con ellas».

«Cuando empecé a darme cuenta se lo conté a dos amigas, hace años; una de ellas me dejó de hablar y otra me dijo que era normal, que siempre pasa y que ya lo vas a superar«-explica Flavia-«hoy ya no lo veo tan trascendental«.

Roles y más roles

Para Iris, 34 años, profesora de Historia, las cosas para sus adentros le han ido quedando claras en el proceso de terapia. «En mi familia los roles estuvieron bastante invertidos con respecto al patrón tradicional, yo desde chica me probaba los trajes de mi padre frente al espejo y de adolescente nunca pedía permiso para salir. Mi hermano, por el contrario, siempre fue pegado a mi madre y la verdad es que recién ahora que somos bien grandes nos estamos llevando mejor».Iris sigue contando que tiene unos sobrinitos divinos y «con mi cuñada siempre estuvo todo como sobreentendido, pero para mi hermano ha sido más difícil de entender.

En la relación con su madre también había aspectos «bastante difíciles» por lo que«un buen día, de tanto insistir con la pregunta de si me iba a casar y todas esas cosas que me tenían bastante cansada, la saqué de paseo y se lo conté». Iris tenía en esa época más de 25 años y supone que para ella «no fue la sorpresa del siglo, porque siempre me había visto acompañada de mujeres y nunca de hombres, pero yo ya vivía sola con mi pareja de ese momento, era grande».Explica Iris que, en la charla»simplemente le expliqué que como ella se había enamorado alguna vez, yo también lo he hecho, pero de una mujer».

Hoy Iris vive con su pareja, Rosana, abogada, de 29 años. Iris y Rosana se han comprado juntas un apartamento, viven en Pocitos con la idea clara de hacer su vida,»sin tener que rendir cuentas».

Para Rosana, la relación con la familia ha sido bastante diferente:«ellos ya son bastante mayores y nohe visto la necesidad de agregarles algo que sé que para ellos sería una complicación, se ha dado por la vía de los hechos». Profundizando en la relación con su entorno Rosana aclara «si lo pienso bien también sé que, en cierto modo, he tenido que demostrar ante todos que soy una profesional y he pasado ciertas pruebas indispensables de una persona exitosa en esta sociedad, pero ellos me aceptan así y yo tampoco les cuestiono a ellos la forma de vida que tienen, por más que pueda parecerme que en muchas cosas están equivocados».

Ambientes y ambientes

Las primeras experiencias homosexuales de Lucía, sicóloga, 25 años fueron antes de los 20; en esa época se enamoró de una compañera de trabajo, que a su vez antes había tenido otra pareja femenina. Para ella su confidente en la familia fue un tío, «una especie de padre». Cuando Lucía era muy joven el tío la acompañó a partidos de fútbol femenino «para que conociera el ambiente en el que me iba a meter«.

«Me costó, pero poco a poco me fui dando cuenta de que eso era sólo una parte: mujeres que tienen expresiones muy masculinas, pero hoy vivo con mi pareja y hago mi vida normal y mi madre viene a visitarme y nosotras la visitamos a ella también y si voy sola me dicen que vaya con ella y toman todo normal» cuenta Lucía.

Ni militante, ni perseguida

En el mundo del trabajo, con frecuencia se plantean dificultades o más bien «habladurías», pero a juicio de Sandra, 28 años, empleada pública,«todo depende de cómo lo encare una». «En mi trabajo se ha hablado mucho, pero si la gente te quiere te va a querer como sos; yo cuando entro en confianza con alguien se lo cuento, cuando ya sé que no va a haber drama».»No soy públicamente militante, pero tampoco lo puedo esconder ni me puedo andar persiguiendo» enfatiza.

Más oculta y ¿más aceptada?

«Problemas directos en el trabajo no he tenido, me parece que eso es más frecuente en los hombres gays» explica Beatriz, 27 años, empleada de un colegio privado y estudiante de Literatura.«En las mujeres, la homosexualidad es socialmente más aceptada, quizás porque estéticamente es menos agresiva, me parece que una mujer es como más normal, también porque es más común que dos mujeres anden juntas; me da la sensación de que en los hombres es más evidente y he sabido de casos de amigos que hasta los han echado del trabajo, pero mujeres no«.

Este parece uno de los puntos de «doble filo». Por un lado, varias de las consultadas afirman: «los hombres son más asumidos, más atrevidos, más claros, los tipos tienen menos vergüenza, se muestran más, en las mujeres es más oculto y a la vez pasa como más normal». «Es habitual ver a dos mujeres juntas y queda por esa» –explica Beatriz- «tal vez porque la mujer es más misteriosa, tiene otra forma de ser, lo oculta más».

¿Mujeres menos militantes?

«En Estados Unidos y en Europa, en el movimiento gay, las mujeres son minoría a la hora de manifestarse en la vida pública; como en todas las cosas, los hombres han sido más agresivos socialmente con sus demandas»,confirma Mariela, 29 años, profesora de inglés. «Tal vez recién ahora las mujeres estamos tomando más fuerza también para expresar este tipo de cosas».

Mariela reconoce, explícitamente en ella, un «doble discurso». El miedo al gueto «por un lado creo que debería expresarse más públicamente pero a la vez no lo hago, supongo que es porque lo que hay no me satisface, pero a la vez tampoco tengo la iniciativa para plantear algo nuevo».

¿Cuáles son las razones por las cuales las mujeres lesbianas jóvenes no participan en las organizaciones homosexuales?. Los motivos son variados y comienzan por la propia definición: «para participar y pelear por algo hay que estar convencida y perseguir determinados objetivos» cuenta Adriana, de 26 años, estudiante de Química. Además, «si estás convencida está el otro asunto que es el gueto».

El «asunto del gueto» resulta ser un temor manifiesto para varias de las jóvenes consultadas por Cotidiano.

«Me siento gay pero no quiero separarme y formar parte de un gueto, como las que sólo se juntan con otras mujeres que también son lesbianas y ahí se da aquello externo de que te identifican sólocon eso y también está lo interno de que a mí me gusta relacionarme con gente de todo tipo y no ando eligiendo a los amigos por su orientación sexual, aunque tengo una cantidad de amigos que son gays», explica Patricia, de 25 años, diseñadora gráfica.

Al hablar del «gueto», varias de las jóvenes consultadas hacen referencia al «boliche», un pub nocturno, visitado frecuentemente por mujeres lesbianas.

» Ahí vos lo ves claro, hay gente como cerrada, todos los fines de semana van a ese mismo lugar, va gente de todo tipo, pero hay gente que va ahí y sólo ahí; a mí me gusta ir pero también me gusta ir a otros pubs o discotecas a bailar», explicaVerónica, enfermera, de 27 años.

Montevideo no cuenta, como otras grandes ciudades, con sitios nocturnos exclusivamente para mujeres. «A mí me gusta venir aquí porque en los lugares gays hay de todo entreverado, mujeres y hombres, gays y heteros, antes en Buenos Aires era así pero ahora allá todo se ha especializado más y si vas a un lugar de varones es de varones o de mujeres lo mismo» explica Marianela que es argentina, de 30 años, camarógrafa y visita Montevideo con frecuencia, por razones profesionales.

Mucho por hacer

Indagando en las razones por las cuales las jóvenes lesbianas prefieren no participar en organizaciones que las agrupen, los motivos parecen multiplicarse:«a mí me parece que ahí no hay una buena historia, me parece que todavía no se ha generado una movida interesante»–argumenta Andrea, abogada, 25 años- «es una de las cosas que todavía está en el «closet», como dicen los americanos, la militancia gay está lejos de llegar a su clímax, me parece».

Andrea destaca lo que es, a su juicio, «una apertura»:«hace unos años no se hablaba nada y ahora es otra cosa, pero todavía queda mucho por hacer». Yo creo que es un proceso» –sigue explicando- a mí me ha costado descubrirme a mí misma, cuanto más voy a andar militando, quizás algún día, pero por ahora ni me lo planteo».

Helvecia Pérez

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