¿Qué le quita el terrorismo de estado a la democracia?

Por Diego León Pérez Calabrese

El politólogo italiano Norberto Bobbio, en 1990, definió al misterio como «aquello que, aunque sería bueno, útil y oportuno saber, no se logra conocer, ya sea por la dificultad de acceso a las fuentes, por la intervención de un poder superior, o aún solo por la insuficiencia de nuestras capacidades cognitivas». Le preocupaba el rol que los secretos y el misterio ocupaban en una sociedad pretendidamente democrática donde el poder se había ejercido tradicionalmente de forma opaca y “la luz avanza laboriosamente para iluminar por lo menos una parte del área oscura”.

 

¿Qué pasa cuando un poder que se ejerce sin brindar explicación alguna (es decir, de manera autárquica), pasa a tener que ejercerse de manera visible por todos (es decir, democrática)? ¿Qué sobrevive y qué muere en ese proceso? ¿Cuál es la estrategia que aquél poder invisible utiliza para eludir los controles democráticos? ¿Cómo se combate ese poder invisible? Estas preguntas valían para la Italia de entonces, y valen para el Uruguay de hoy.

El 20 de mayo tendrá lugar la 21ª Marcha del Silencio, un acontecimiento ineludible para la sociedad uruguaya. Como cada año, una multitud silenciosa marchará por 18 de Julio (y desde ya hace años, en muchas ciudades del resto del país) para recordar a quienes fueron desaparecidos en dictadura, advertir del peligro que significa para nuestra sociedad el olvido y exigir el fin de la impunidad como condición fundamental para vivir en una sociedad donde el horror no se repita. Verdad, justicia y no más impunidad.

La región presenta un panorama sombrío. Se marchará días después de consumarse un golpe de estado en Brasil, en donde uno de los diputados dedicó su voto de censura a la presidenta Dilma al militar que la había torturado en dictadura. El contexto regional muestra otras dificultades. Ese faro que representaba la Argentina de Néstor y Cristina Kirchner en materia de derechos humanos está siendo extinguido a fuerza de recortes, despidos y represión, a la vez de que vuelven a aparecer con fuerza (y favor público) siniestros personajes que se creían desterrados.

El panorama nacional no es menos convulso. El campo popular, al menos desorganizado, y no por caprichos sectarios, sino por profundas diferencias éticas entre actores relevantes, que obligan a redefinir fronteras y revisar prácticas. La actitud diletante del Frente Amplio hacia el asunto, se traduce en la rabia y frustración de quienes militan por los derechos humanos, cuando para apaciguar justos reclamos se pide que se piense en los logros alcanzados. Habida cuenta que esta es la primera vez que se registrarán más marchas bajo gobiernos del Frente Amplio que bajo gobiernos de derecha, éstos parecen magros. Es como si el Terrorismo de Estado en Uruguay, devenido en misterio, haya entregado la mano para salvar el brazo.

Y es curioso cómo, si bien está develada parte el secreto, el misterio continúa. En el año 1985, el senador Germán Araújo denunció en la Cámara numerosos crímenes de lesa humanidad perpetrados por militares y civiles durante la dictadura que acababa de terminar, muchos de los cuales continuaban en funciones y habían recibido ascensos. Denunciaba el misterio. Daba cuenta de maniobras desde el poder que jugaban con el sufrimiento de los familiares de las víctimas con silencio, con amenazas o con información contradictoria. Denunciaba a un Estado que se había acostado siendo una dictadura y levantado siendo una democracia. Y nos preguntaba a todos nosotros: «todo esto tan inhumano, todo esto tan perverso… ¿puede ser tolerado por una sociedad que aspira por el respeto por la humanidad? ¿Todo esto puede ser tolerado en silencio?»

Entre sus denuncias, se halla una que recién será retomada a iniciativa de la víctima en el año 2011, donde 28 mujeres expresas políticas presentaron denuncias por torturas y violencia sexual. Su crimen había sido preparar una manifestación recordando el cierre del parlamento. Araújo agradecía su valiente presencia en las barras de la Cámara y explicaba que ella no denunciaba “(…) ni por venganza ni por revancha. Sólo quiere evitar que a sus hijos en el futuro les pueda pasar lo mismo y si estas «bestias» permanecen libres, estos hechos pueden volver a repetirse.»

Bien vale decir esto para las otras mujeres denunciantes. Deberíamos preguntarnos qué pasó en el medio, donde no sólo no se les agradeció de manera justa, sino que su reclamo de justicia se convirtió en un misterio. Obtuvo silencio, ocultamiento, e impunidad de parte del Estado e indiferencia y miedo de parte de la sociedad. El fallo en donde se condena al torturador Asencio Lucero, donde no se reconoce la violencia sexual ni los crímenes de lesa humanidad, da cuenta de lo amargo de los avances.

Quiero aquí rescatar una dimensión muchas veces invisibilizada de nuestra historia: fueron muchas las mujeres las que, al igual que muchos hombres, entendieron que la acción política era una necesidad, que las condiciones de nuestra sociedad eran injustas, y que valía la pena luchar por la libertad, la democracia y por un mundo mejor.

Estas mujeres fueron doblemente subversivas: a la par que resistían activamente a nuestros tiranos, significaba algo en sí mismo que fueran mujeres. Su cuerpo se convirtió también en un botín de guerra. Así como en aquellos días estaba prohibida para cualquiera la oposición política a la dictadura, estaba fuera de límites para las mujeres, para quienes estaba reservado el ámbito doméstico. Entonces estas mujeres subversivas fueron castigadas dos veces: por mujeres y por subversivas.

La violencia sexual, concebida para destruir física, moral y psicológicamente a quienes son objetos de la misma, no las abandonó al momento de concluir los apremios, sino que muy por el contrario, a eso le siguió la culpa, la humillación y la vergüenza que acompaña a muchas hasta el día de hoy. Esta denuncia no hubiera sido posible sin el trabajo en colectivo de muchas de estas mujeres. Sus testimonios hablan claro de la saña particular de los militares hacia las mujeres y de todo su sufrimiento posterior. No debemos perder de vista entonces, su coraje para recordar, narrar y luego denunciar estos abusos.

Contrapuesto a ese coraje está el misterio. Este “se constituye en un límite de nuestra razón y de nuestra voluntad: es una señal de nuestra impotencia”3. Develados tantos secretos, el misterio aun persiste. ¿Cómo es que el ejército usa el apartamento de Elena Quinteros? ¿Quiénes están detrás del atentado contra el GIAF? ¿Por qué si Asencio Lucero admitió torturar presas políticas está procesado por privación de libertad y no por torturas? ¿Hasta dónde pueden llegar las áreas oscuras de nuestro Estado, envueltas en el misterio, fuera de todo control democrático? ¿En qué condiciones queda nuestra democracia cuando admitimos esto?

Cuando convierten al terrorismo de estado en misterio a la vista de todos hacen algo indigno. ¿Acaso no nos roban nuestra dignidad? Está en nosotros recuperarla. Como dijo Bobbio, “si se quiere defender las instituciones democráticas, el único modo es ‘cerrar filas’ alrededor de aquellos que nunca han sucumbido a la tentación de hundirse en el subsuelo para evitar ser reconocidos. Afortunadamente son numerosos, pero necesitan armarse de valor, y actuar consecuentemente.”4

 

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1 “Secreto y misterio: el poder invisible” de Norberto Bobbio en Paese Sera 13/11/1988 en BOBBIO, Norberto (2013), Democracia y secreto, México D.F. Fondo de Cultura Económica pp. 72

2 Germán Araujo, diario de sesiones de la Cámara de Senadores, 2/7/1985

3 “Secreto y misterio: el poder invisible” de Norberto Bobbio en Paese Sera 13/11/1988 en BOBBIO, Norberto (2013), Democracia y secreto, México D.F. Fondo de Cultura Económica pp. 72

4 Norberto Bobbio, El poder invisible al interior y contra el Estado, Paese Sera, 13 de octubre de 1981, en BOBBIO, Norberto (2013), Democracia y secreto, México D.F. Fondo de Cultura Económica. Pp 38

 

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