Peruanas por la democracia : una reflexión político personal

Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº33, en el año 2000. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.
Feministas confesas y militantes históricas, feministas de libre interpretación, defensoras incansables de los derechos humanos, militantes que luchan por la democracia al interior de sus partidos políticos, luchadoras contra la violencia cotidiana de las mujeres, líderes populares, concejalas, sindicalistas, mujeres de ONG amas de casa rebeldes, eventualmente parlamentarias, es el espectro amplio y sobre todo flexible que contiene Mujeres por la Democracia (MUDE). No es un movimiento representativo de organizaciones sino más bien, practicando la igualdad radical en la política, todas participan a título individual, como ciudadanas democráticas. ¿Qué nos une? Muchas cosas, que se han ido perfilando y descubriendo en el proceso de sus tres años de vida. La lucha por la democracia y en contra del autoritarismo es su gran eje, amplio y complejo, pues si bien se orienta a la confrontación del autoritarismo – ahora dictatorial – del gobierno fujimorista, aspira a modificar la cultura política autoritaria y patriarcal, racista y excluyente, que permite la existencia del fujimorismo y permite también las diversas formas de discriminación de las ciudadanías en razón del género, la etnia, clase, orientación sexual, residencia geográfica.

Lo apasionante de MUDE es que, en su proceso de despliegue, comenzó no solo a articular múltiples miradas y formas de lucha contra las exclusiones de todo tipo, sino que buscó hacerlo en clave propia, en rebeldía confesa e inclusiva de nuestra condición de mujeres. Por ello, MUDE tiene para mi muchos sentidos, políticos y personales, difíciles de separar en mi vida pero también en situaciones como la que vivimos en este momento en el país. Sin duda las lecturas sobre MUDE de parte de sus integrantes sean también múltiples, y eso está bien. Asumiendo el eje común de lucha contra la dictadura, solo si cada una encuentra su propia ubicación, desde su particular sensibilidad, MUDE seguirá alimentándose de estas múltiples miradas y pensará el país y sus mujeres desde esa diversidad inclusiva de saberes.

En lo político personal, desde MUDE, encuentro la posibilidad de responder a las incongruencias y ambivalencias que trae la lucha feminista por la igualdad en un país como el Perú. Me explico: la lucha por la igualdad ha sido uno de los motores de las luchas feministas y de mujeres en América Latina. Ha sido una larga lucha en esta revolución cotidiana y política que los feminismos latinoamericanos impulsaron hace casi 30 años, lo que condensa, si no toda mi vida, sí su tiempo más intenso. A lo largo de estas décadas hubo indudablemente cambios en la forma de acercarse a la igualdad. Desde una primera aproximación a las carencias y necesidades de las mujeres, se pasó rápida y fructíferamente, hacia la percepción de las mujeres como portadoras de derechos, a ser exigidos y conquistados, no solo para igualarse con los derechos de los hombres sino para ser reconocidas como ciudadanas, cuya construcción permanente se percibía como enriquecedora de la democracia A este giro contribuyeron entusiastamente, en reflexión y acción, los feminismos peruanos.

Este giro implicaba también formas inéditas de relación con los estados y gobiernos latinoamericanos. Las experiencias de las conferencias mundiales, especialmente la de Beijing, abrieron formas de negociación entre sociedad civil y estado inéditas para los feminismos. Se lograron importantes alianzas entre mujeres, de las sociedades civiles y de los gobiernos, que influenciaron las recomendaciones producto de estas conferencias y que, eventualmente, podrían obligar moralmente a los estados a incorporar los derechos de las mujeres. Ello era factible porque además la inconclusa modernidad en nuestros países comenzó a encontrar en las mujeres un pivote importante para avanzar. Estados y movimientos compartían un discurso de derechos. A poco de andar, esta nueva estrategia comenzó a mostrar sus límites. No solo porque los gobiernos adecuaban estos derechos a sus propias necesidades, en condiciones mínimas de democracia y en la creciente definición de la ciudadanía como acceso al mercado, en contexto neoliberal. También porque la ciudadanía de las mujeres, al mismo tiempo que se expandía, especialmente en su dimensión política, traía una contrapartida, casi esquizofrénica y paradigmática en Perú: mientras por un lado se avanzaba en leyes, institucionalidad estatal hacia las mujeres, reconocimientos ciudadanos, por el otro esta igualdad se estaba logrando a costa también de quitar dignidad a las mujeres, de cambiar el sentido de derechos por la dádiva y la caridad y mucho más concretamente, el cambio de voto por alimentos o dinero. Igualdad formal lograda a costa de minimizar sus umbrales ciudadanos, sin espacios democráticos donde ejercitarla y expandirla. No era entonces cierto que ciudadanía y democracia eran procesos simultáneos.

La preocupación por la democracia no es una preocupación que comienza ahora para los feminismos. Ha sido parte sustancial de su desarrollo. La mirada sin embargo partía de otro ángulo: en la urgente lucha por el reconocimiento de las mujeres, los feminismos asumieron tempranamente que «lo que no es bueno para las mujeres, no es bueno para la democracia», aseveración sustentada en muchas y dolorosas experiencias de exclusión no solo desde las políticas estatales sino desde las mismas sociedades civiles y sus diferentes actores, incluso los que levantaban propuestas alternativas frente a las democracias realmente existentes. Y porque sabíamos que teníamos mucho que aportar a la democracia. Esta mirada demostró ser justa, pero también insuficiente Un giro en la construcción de la frase trajo un giro en la orientación, las políticas de alianzas y la definición de una nueva, la centralidad de las luchas feministas: «lo que no es bueno para la democracia, no es bueno para las mujeres» fue la enunciación que condensó ese giro y es el lema con el que MUDE recupera esta alimentación intrínseca entre derechos y democracia. Y si bien son dos caras de la misma medalla, hay momentos en que el énfasis en una u otra dimensión puede modificar profundamente el sentido de las luchas feministas: cuando, como en Perú, lo que tiene la apariencia de bueno para las mujeres no es bueno para la democracia. Y con ese giro, comenzó una constante revisión de cómo la construcción y ampliación de las ciudadanías de las mujeres no se asume en sí misma sino en permanente relación con la calidad de los procesos democráticos.

Esto es MUDE para mí, una apuesta, una búsqueda y un conjuro permanente contra las tentaciones de la igualdad, encapsulada en sí misma, tentación que sigue rondando a los feminismos y que, sin querer queriendo, puede servir de legitimidad modernizante a un gobierno dictatorial.

MUDE es también una búsqueda de cómo aportar a la construcción de la democracia desde códigos diferentes: Antígonas de luto, rompiendo el indigno silencio, como dice nuestra poeta Rocío Silva Santistevan. No perder lo lúdico y simbólico en la política, ni las ganas de hacerla en clave subversiva propia, mostrando el escándalo de la diferencia, incluso en democracia, es el aporte de MUDE a una propuesta política que se muestra muchas veces renuente a asumir que la democracia es más compleja y amplia. Les recordamos por si acaso que, como exigían las feministas chilenas en su lucha contra Pinochet, aspiramos a la democracia en el país, pero también en la casa, en la cama, en lo íntimo… para comenzar.

Virginia Vargas

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