Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº32, en el año 2000. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.
Que mi mano derecha no sepa lo que hace la izquierda: por un lado el Papa pide perdón por los pecados de la Iglesia y por otro lado el Vaticano hace las mismas cosas de las que se arrepiente primero. ¿En qué quedamos?
El Papa pidió perdón; De la Rúa pidió perdón; algunos militares piden perdón por haber torturado; el presidente de Indonesia pide perdón por oprimir a Timor Oriental, etc., etc. Está de moda pedir perdón ¿Borrón y cuenta nueva? No es así de fácil. Y no lo es para los miles de cristianos que quieren una Iglesia con conciencia. El perdón del Papa carece de ella.
Algunas carencias
El Papa, que en su Polonia natal, debe haber aprendido bien el catecismo, sabe que, para confesar los pecados uno de los cinco puntos exigidos es el del «propósito de la enmienda», que no es ni más ni menos que la voluntad de no volver a «caer» en lo mismo. Y, como ser humano común y corriente que también lo es, sabe que, en materia de ética, «una culpa no se extingue por el simple hecho de pedir perdón, sino que es necesario resarcir a la víctima por el mal que se le ha infringido«. Imaginemos por un minuto la larga lista de demandantes y pensemos en el remate tan ansiado de los bienes de la Iglesia para pagar a las víctimas.
Juan Pablo II pide además un perdón muy particular, porque es extendido a todos los pecados cometidos por la Iglesia en toda la historia; generalizando, se olvida de otro de los puntos del catecismo, el de la verbalización de los pecados, uno por uno. Si no, no se produce aquello de «Vete en paz…»
Wojtila se lava las manos
Esta forma «light» de pedir perdón quedó en evidencia, a pesar de la pompa de la ceremonia cuando, adelantándose a ciertos posibles mal pensados –que siempre los hay- debió aclarar que no estaba pidiendo perdón por razones de imagen o con segundas intenciones, y que tampoco se estaba refiriendo a las culpas de la Iglesia como jerarquía, sino a la de todos sus hijos, hombres y mujeres, señalando «no tener responsabilidad personal en los pecados que a continuación se enunciarían». Poncio Pilatos, un niño de pecho. Y los pastorcitos de Fátima, agradecidos, porque de lo contrario se turbaría el proyecto de una futura beatificación del Papa.
Claro que también esta actitud tiene una explicación. El Papa no podía admitir que los Pontífices pudieron haberse equivocado o haber cometido horrores puesto que son infalibles por dogma y tocar el dogma sería abrir una brecha a la herejía. Por eso condenar a los hijos e hijas de la Iglesia es menos arriesgado. Y así, perdonada y dispuesta a perdonar, la Iglesia del Jubileo del 2000 entra al III Milenio liviana de equipaje. Los hijos e hijas no tanto.
Siete eran siete
La ceremonia del 12 de marzo en que Juan Pablo II, flanqueado por siete cardenales celebró la Jornada del Perdón en la Basílica de San Pedro, tuvo toda la teatralidad mediática que caracteriza a este Papa viajero y televisivo. Arrodillado delante de la Pietá de Miguel Angel (la madre siempre perdona) comenzó la solemne ceremonia.
Los siete Cardenales, de orígenes étnicos diferentescomenzaron la lista de siete pecados (¿cómo los siete pecados capitales?) y pidieron perdón por los cometidos por los hijos e hijas de la Iglesia:
- por aquellos que utilizaron métodos no evangélicos al servicio de la fe,
- por las culpas cometidas contra el pueblo de la Alianza: Israel;
- por los pecados cometidos contra el amor
- por aquellos contra la paz y los derechos de los pueblos;
- contra el respeto de las culturas y de las religiones;
- por los pecados que han herido la dignidad de la mujer y del género humano;
- por los pecados cometidos en el campo de los derechos fundamentales de la persona humana: los abusos contra los niños, la marginación de los más pobres, la supresión de los no nacidos en el seno materno e incluso los utilizados para la experimentación.
Luego, cada uno de los siete cardenales, se dirigió ante un crucifijo, lo abrazó y lo besó en signo de amor y de petición de perdón.
Algunas incógnitas
Quedan muchas incógnitas, de cuáles eran los pecados a los que se estaba refiriendo. Cuando habla de Israel ¿se refería al Holocausto, o a la pasividad de Pío XII con Hitler, o a la expulsión de los judíos por los catoliquísimos Fernando e Isabel, o al antisemitismo ancestral de los católicos de todas las épocas, por la muerte de Jesús?
Cuando habla de métodos no evangélicos ¿se estaría refiriendo a la conversión compulsiva y sangrienta impuesta a los indios americanos, o a los miles de valdenses, albigenses, cátaros, muertos por afirmar sus creencias, o a los 12 millones (que en su casi total mayoría eran mujeres) que fueron torturadas y quemadas vivas en la Inquisición, o a los científicos como Galileo que sólo dijo que la Tierra giraba alrededor del Sol? Y cuando habla de los pecados cometidos en el campo de los derechos fundamentales ¿se estará refiriendo a los y las homosexuales, perseguidos, descalificados, humillados, privados de sus derechos hasta el mismo día de hoy, por la misma Iglesia? Los métodos no evangélicos ¿serán los que usaron los capellanes de los ejércitos del Cono Sur cuando los militares por ellos bendecidos hacían desaparecer a miles de hombres y mujeres?
Juan Pablo consideró que la mera enumeración de los «pecados» (mejor hubiera sido decir las cosas por su nombre: crímenes), lavaría a la Iglesia Católica, como institución, de la culpa histórica. Se equivoca el Papa de Roma. Omite, generaliza, banaliza. Pero sobre todo ¿a quién le servirá este perdón tan aséptico que da como una suerte de legitimación a los horrores cometidos, como un «no fue para tanto»?
Nos queda el capítulo sobre la dignidad de la mujer. Esta Iglesia visceralmente misógina se siente libre de culpas de haber encadenado la sexualidad femenina durante siglos. Y en este famoso Día del Perdón ni se menciona una de las ofensas más profundas a la identidad femenina: las bizantinas discusiones en el Concilio de Trento sobre si las mujeres tenían alma, (en caso de que no, perteneceríamos al reino animal). El Papa se salteó al pedir perdón, que hasta el día de hoy se les niegue a las mujeres el acceso al sacerdocio. Y cuando tan campante pide perdón «por los pecados que han herido la dignidad de la mujer» ¿estaría pensando en el Antiguo Testamento? Porque El Decálogo incluía entre los bienes de un hombre, su casa, su esposa, su asno y su buey.
La otra cara de la moneda
Al mismo tiempo – este hombre de 80 años – que ha superado la edad de jubilación de obispos (75) y cardenales (éstos a los 80 ya no pueden asistir a los Cónclaves para elegir un nuevo Pontífice) es jefe de una comunidad religiosa que juega fuerte a la política, marca presencia en cuanta conferencia internacional se realice, intentando obstruir las decisiones sobre políticas públicas internacionales que hacen a la educación sexual, el acceso a la planificación familiar, el aborto legal, oponiéndose a este aún para mujeres violadas durante las guerras o cuanto está en riesgo la vida de la madre.
Es a través de su estatus de «Estado No Miembro y Observador Permanente» que, bajo el nombre de Santa Sede marca su política, impidiendo votaciones, intentando que se retracten acuerdos ya aprobados, presionando a los gobiernos o haciendo poner entre corchetes (en espera de decisión) todo tema o término que no apruebe la doctrina de la Iglesia de Roma, imponiendo a la comunidad internacional principios que sólo el dogma católico afirma.
La Santa Seda oculta bajo esa denominación el hecho de ser la única religión que ocupa ese lugar en Naciones Unidas. Otras religiones con representación en ese organismo, como el Consejo Mundial de Iglesias, participan de las conferencias como organizaciones no gubernamentales ¿por qué el Vaticano no tiene el mismo estatus que las otras religiones del planeta?
Algunas perlas de la corona vaticana
La política llevada a cabo por la Iglesia Católica/Santa Sede/Vaticano está dirigida a conservar la familia tradicional y aunque la realidad demuestre que hay muchos tipos de familia y de uniones, se opone al plural de familias que considera disolvente.
Para ello, representantes del Vaticano como la Sra. Gail Quinn opinan que la Plataforma de Beijing 95 refleja un programa feminista radical y que la igualdad de género, palabra clave y blanco de sus odios, ha promovido el trabajo de las mujeres fuera del hogar lo que «es una tragedia humana». O, la Sra. Vollmer que está en contra de todo tipo de anticonceptivo porque desde que se usan «los hombres han perdido respeto por las mujeres». O, monseñor Peter Elliot que dice que los matrimonios se debilitan con el uso de anticonceptivos porque le arrebata a Dios su papel como creador de vida».
En plena pandemia de SIDA se oponen al uso del condón por los mismos motivos y demonizan la legalización del aborto llegando a promover hechos de violencia contra clínicas en donde se practican y a matar a los médicos que los realizan.
O, representantes de Guatemala y de Honduras como Mercedes Arzú o Marta Lorena que proclaman que una nueva mentalidad hostil ha removido a las mujeres de sus hogares y esto les ha precipitado una crisis de identidad a las mujeres. Detestan y manifiestan su hostilidad contra los homosexuales porque «ellos detestan a la naturaleza». Sin comentarios.
En realidad –para volver al perdón- el verdadero acto de contrición del Vaticano sería reconocer la pluralidad, la riqueza, la diversidad de sus hijos e hijas y no continuar con las actidues dogmáticas que tanto daño han hecho.
Este artículo fue elaborado con información obtenida de Católicas por el Derecho a Decidir, «Somos Iglesia» y el Catecismo Astete.
Elena Fonseca