Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº30, en 1999. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.
Chilena de nacimiento, uruguaya desde hace más de treinta años, Maren Ulriksen es médica psiquiatra y psicoanalista, y profesora agregada de la Clínica de Psiquiatría Pediátrica. Trabajó muchos años en Asignaciones Familiares y fue asesora en la redacción del nuevo Código de la Niñez y la Adolescencia todavía no aprobado. Es consultora del Instituto Nacional del Menor.
Cuando se discuten las técnicas reproductivas -que cuestan, por ahora, varios miles de dólares- conversar con una psicoanalista con experiencia como consultora en adopciones, puede ayudar a recordar que ser madre o padre, supone algo más que lo que se consigue con una buena tarjeta de crédito. El aporte a las discusiones éticas de esta entrevista, pasa por pensar un poco en qué aventura se meten las personas cuando nacen y hacen nacer.
¿Por qué la gente quiere tener hijos?
La respuesta no es simple. Es algo consustancial a la estructura biológica y a la construcción social de las personas. Toda especie busca perpetuarse. A eso se suma la tendencia humana gregaria, de estar en relación siempre con la vida de otros. La elección de la paternidad y la maternidad es básica, más allá de la elección del objeto sexual, de la forma de vida y de la edad. Las parejas homosexuales, las mujeres solas, los niños y las niñas, tienen el deseo de tener hijos, tanto como los adultos que viven en pareja heterosexual.
¿Qué pesa más, lo biológico o lo cultural?
Algunos psicoanalistas han descrito «la pulsión de transmisión». La cultura humana se construye a partir de la transmisión. Esto es muy claro cuando se estudia el aprendizaje de los oficios en la Edad Media, por ejemplo. Hoy, con el desarrollo tecnológico aparece distorsionado, pero hay en las personas un deseo o pulsión de transmisión muy fuerte. Y eso se puede hacer muy fácil con un niño o una niña, que son, con respecto a los adultos, seres aculturizados. Está también la fantasía del control: si son «mis» hijos se puede controlar lo que se transmite. Y hay otro puntal del deseo de tener hijos que es la lucha contra la muerte. Trascender a través de los hijos, marcar al otro, reconocer al otro, al semejante próximo que es el hijo y que va a llevar la marca de los ancestros.
Usted dice que los niños y las niñas quieren tener hijos.
Es un deseo muy precoz. Las niñitas y los varoncitos juegan a tener hijos. La identificación con los padres está marcada por la presencia de este deseo que se manifiesta en el juego. No sólo los adultos quieren ser padres o madres.
¿Qué pasa con el llamado «instinto maternal»?
No me gusta hablar de instinto. La mujer es criada para ser madre. Ahora los hombres pueden tener embarazos, de modo que ellos también podrían empezar a ser criados para ser madres. En alguna cultura primitiva los hombres hacen un simulacro de parto al lado de sus mujeres parturientas que es más atendido que el real. Lo cierto es que los recién nacidos viven porque maman y alguien tiene que ocuparse de eso. Es la madre la que toma a su cargo el bebé para hacerlo sobrevivir. Pero para que el bebé madure no se necesita sólo la leche. Es necesario el vínculo y el lenguaje. Hay una prematurez en la cría humana que así lo determina. La disponibilidad genética se desarrolla si el bebé es asistido y no sólo amamantado. Eso es lo que hacen las madres. Si se educara a los hombres para ello, lo podrían hacer. Claro que no es fácil. Hay un acomodamiento corporal de la mujer para atender al bebé. Se le afina el oído por ejemplo, y condiciona su voz. La madre le habla en el registro óptimo: esa vocecita suave tan característica es la que mejor se escucha en los primeros días de vida.
Esa disposición de las mujeres para ocuparse de los recién nacidos no es entonces natural.
Muy poco es natural en el mundo humano. La sociedad prepara a las mujeres desde niñas para ocuparse de todos los cuerpos: niños, enfermos, viejos. La socióloga francesa Colette Guillaumin habla del sexage al referirse a esto. En su libro «Sexo, raza y práctica del poder» ella dice que lo que hay que preguntarse es si lo natural no será un artificio anclado en relaciones sociales muy particulares, en las que a algunos individuos se les asigna el lugar de objeto. Volviendo al instinto materno adjudicado a las mujeres: en las familias extendidas, por ejemplo, las asiáticas, está desdibujado el rol de la madre. Los niños no pertenecen a la madre. Y hoy se habla del retroceso de la familia nuclear, del desarrollo de las familias recompuestas, en donde el rol paterno lo puede cumplir un hombre que no es el padre biológico.
Los cambios sociales que usted menciona y la reproducción asistida abren discusiones éticas. Usted, que ha trabajado acompañando adopciones, tal vez pueda aportar su punto de vista. La adopción parece un proceso en el que lo natural es cuestionado y en donde hay que prestar atención a detalles de la construcción humana en los que por lo general no reparamos.
Un ser humano para construir su psiquismo necesita siempre ciertas condiciones que no han cambiado: una relación privilegiada, un referente humano de cuidados y de intercambio social, personas que cumplen la función materna y paterna. Los cambios de esta figura fundamental, cuando la adopción llega tarde, es nociva para los niños. El bebé tiene una apetencia por el otro: satisfecho con la leche, permanece prendido a los ojos de la madre. Necesita que una persona lo invista, ponga en él su libido, quiera marcarlo con algo propio, lo conozca, sepa qué cosa especial tiene como bebé que lo diferencia de otros: su manera de tomar la leche, sus ritmos de sueño, todo. Esa persona puede ser su madre biológica o puede ser una madre adoptante, incluso una cuidadora de la institución en que pasa sus primeros meses de vida. Eso sería algo interesante para pensar.
Yo le he escuchado decir a usted que todo hijo es adoptado.
Todo niño tiene que ser reconocido como un «otro» por su madre y su padre, como único, singular. Esa es una adopción y es la única adopción posible, la única forma de ser madre o padre de un hijo, sea biológico o no. Hay mamás biológicas que son buenas adoptantes y otras que no. En la consulta se ve. Hay quienes se acuerdan de cómo era como bebé cada hijo y otras que hablan como si todos hubieran sido iguales. Adoptar es «reconocer» al otro, es saber que uno es un adulto que va a sostener a un niño y no al revés. El deseo de ser sostenidas por un hijo aparece muy claro en las adolescentes que se embarazan.
En el deseo de ser madre o padre aparece siempre la expresión «mi hijo», un hijo que sea «mío».
Esa expresión coloca toda la maternidad en lo biológico. Si fuera así un hombre que abandona a un bebé seguiría siendo su padre veinte años después. Y no lo es. La biología da la semejanza en los rasgos físicos. Pero hay hijos adoptados que terminan pareciéndose a los padres adoptivos. Lo más importante en este punto es que el hijo no es «mío». No es objeto del otro, del deseo y del poder del otro. Cuando las madres dicen «no me come», «no me estudia», muestran que no hicieron la adopción, el reconocimiento del hijo como otro distinto a ellas. También hay mucha fantasía. La experiencia del parto, ¿cuántas mujeres la recuerdan con felicidad? Hay una gran carga de imaginario, que crea mucha culpa en las adopciones y es lo que hay que trabajar en ellas. Culpa porque ese hijo no es «mío», por haberse apropiado del hijo de otra persona. Este sentimiento se acentúa en las adopciones ilegales o hechas sólo a partir de un juzgado. Cuando hay una institución que acompaña el proceso, la culpa se aminora. El problema mayor de la culpa es que impide poner límites, y sin límites los hijos no crecen. Y es falso que lo biológico crea lazos que nunca se van a romper. Esa es una fantasía. Lo mismo sucede con el temor a la herencia patológica.
Usted hace el acompañamiento de adopciones en casos difíciles. ¿Qué es lo que hace difícil una adopción? ¿Y qué es lo que se puede llevar de aquí a la reflexión ética en el caso de la reproducción asistida?
En toda adopción hay tres temores, tres momentos críticos: la revelación, la búsqueda de los progenitores y lo que yo llamo la construcción de la novela familiar. La revelación es ese momento en que hay que decir al niño que es adoptado. Ese momento, ahora es sabido, debe ser cuanto antes. Si es un bebé se le dice al bebé. Cada quien sabe cómo encontrar la manera más sencilla de decirlo. Aquello de los «padres verdaderos», es una idea vieja. Esto hay que manejarlo también en los casos de reproducción asistida.
La búsqueda de los progenitores es un deseo que aparece en todo hijo adoptado. Ahí surge la angustia de los padres adoptantes, el fantasma de los «verdaderos», la culpa por haber tomado de otros lo que ellos no pudieron tener por sí mismos. Y se instala en los niños o adolescentes o jóvenes que buscan a sus padres biológicos, la idea de abandono, de que hubo un niño no querido, no recibido, y al mismo tiempo la pregunta de por qué esto fue así. Y, como decíamos, en los niños y en los adultos a su vez está presente el deseo de ser padres, madres. Aquí se cuela otra vez la idea de lo «natural»: Querer al hijo es «natural», lo otro no lo es. En algún momento se presenta ese deseo fuerte de saber quiénes son los padres biológicos. Y lo bueno es que los padres adoptantes puedan acompañar a su hijo en esta búsqueda. ¿Qué se hace con la satisfacción de ese deseo en el caso de la reproducción asistida? Es interesante pensarlo. En cuanto a la construcción de la novela familiar, se trata de las fotos, los álbumes, la historia del niño contada una y otra vez por los padres, que quiere saber que fue deseado, que estuvo en la panza, que fue recibido, reconocido. Quien tiene hijos sabe que los niños quieren que se les repita la historia de que estuvo en la barriga de la mamá. Esta necesidad es más difícil de satisfacer en el caso de las adopciones, pero se puede hacer, con flexibilidad, a veces incluso jugando, fantaseando. ¿Cómo se hace en el caso de la reproducción asistida? Todo esto hay que pensarlo. Del mismo modo que hay que pensarlo en el caso de los hijos de padres y madres desaparecidos.
Las personas que adoptan ¿por qué lo hacen?
En general frente al fracaso de lo biológico. También se dan casos de parejas que tienen hijos biológicos y después, por alguna circunstancia, adoptan uno o varios hijos. Hay quien lo hace porque le gusta: tiene hijos biológicos y decide adoptar otros. Eso depende de las condiciones históricas, ideológicas de la pareja. Hay parejas estériles que adoptan y resulta que después la mujer se embaraza. Históricamente la adopción apareció junto con la herencia, cuando falta el heredero natural o éste es incapaz. Muchos emperadores romanos fueron adoptados por sus padres para mantener el imperio. El Código Napoleónico introdujo la adopción porque Napoléon no tuvo hijos con Josefina. La gente no empezó a adoptar para hacer el bien a los niños sino para perpetuar herencias. El discurso de los derechos del niño es moderno, tanto como la noción de niño. Incluso la noción de madre que incluye la crianza es moderna. Antes existían las nodrizas. Pero aún en la adopción moderna lo primero es el deseo de ser padre o madre. La gente quiere tener hijos. Más allá del deseo sexual y más allá de todo. Y hoy los avances tecnológicos permiten pensar en posibilidades inusitadas de tener hijos.
En las instituciones en que usted trabaja se busca que los hermanos sean adoptados por una misma familia. Esto coloca a las personas que tienen el deseo de adoptar frente a esa realidad de lo que significa ser hijo o hija y padre o madre que usted describe.
La realidad es que la maternidad -como la paternidad- es un don gratuito. Derrida (Jacques) trabaja esto del don. Cada quien es investido como padre o madre por un niño. El placer del intercambio, de estar con el otro, de acompañarlo, de ayudarlo a crecer es lo que cuenta, más allá del cálculo de cuánto me das y cuánto te debo. Las premisas son el deseo de alimentar, de transmitir, de marcar y después, de intercambiar con otro. Cuando el bebé llega no es ese gordito de cinco meses que está en el imaginario de todas las mujeres. Cuando crece tampoco. Pero siempre su llegada es un hecho trascendente que cambia la vida y el tiempo de las personas. Y debe seguir siéndolo, en el caso de las adopciones y de la reproducción asistida, incluso si los niños nacieran de donantes de células, sin deseo alguno o con un deseo distante, «frío». Puede hablarse de nuevas subjetividades, de elección de embriones, de vientres portadores, de bancos de esperma, de lo que sea, pero a un hijo siempre hay que prepararle el nido, esperarlo, recibirlo, investirlo, marcarlo, reconocerlo…
Carina Gobbi