"Mi habitación, mi celda"
Lilián Celiberti
Lucy Garrido

ESPEJITOS Y ESPEJISMOS
 

¿Cómo se vive la llamada "frivolidad femenina" en una cárcel?

¿Te referís a esa necesidad que tenemos, por formación, de sentirnos hermosas?

Creo que cuando estuve la primera vez en Punta de Rieles, en el 73, el arreglo, la pintura y la vestimenta me chocaban mucho más. Entre otras cosas, porque el clima de confusión respecto a la cárcel misma y a la situación del país eran mayores. En aquel momento, muchas compañeras vivían la cárcel como algo pasajero y el análisis de la correlación de fuerzas y del papel de los militares aparecía muy confuso y daba lugar a que se tejiera todo tipo de fantasías. Las formas de comportamiento eran, entonces, la expresión de un análisis un poco superficial y erróneo, a mi entender.

¿Exitista, quizás?

Quizás. Éramos en ese momento muy jóvenes y la mayoría con una experiencia muy limitada de acción política y, por lo tanto, de formación ideológica. Yo estuve muy poco tiempo, ocho meses nomás; después me hicieron el sobreseimiento de causa y...

¿"Ocho meses, nomás"? ¿Cómo se puede decir algo así?

Pero es que fueron ocho meses.
 

Pero suena como decir: "Estuve en París apenas quince días".

Pero las cosas se evalúan según las coordenadas en que te encuentres. En el 71 estuve dos meses en el Carlos Nery y me pareció mucho tiempo; en el 73 estuve un año y medio en total (porque a los ocho meses hay que agregarle ocho más por las "Medidas de Seguridad"), y era poco, y te sentías privilegiada de salir en libertad aunque te costara el exilio.

Volvamos a lo de la "frivolidad".

En el 73, un mes antes de que me trasladaran, nos ponen el uniforme, nos cortan el pelo y nos dan un número. Y aunque parezca absurdo y esquemático, esas medidas brutales que nos obligaban a vivir más ajustadamente al momento histórico, me parecieron oportunas porque ciertas fantasías cortoplacistas (como imaginar una cárcel al estilo cooperativo que te diera posibilidades de trabajo y libertades internas) eran un enorme peligro ideológico. Temía los efectos que la desmoralización haría cuando tuvieras que vivir años en un clima de represión sostenido.

Al volver en el 80 a Punta Rieles, por el contrario, el cuidado del aspecto exterior era, por lo general, un síntoma de buena salud, de resistencia a la cárcel, a la uniformidad.

Todas llevaban años de prisión y, en unas más, en otras menos, se percibían transformaciones físicas. El envejecimiento, el desgaste que significa una cárcel, son cosas que se expresan en el cuerpo, y por lo tanto, el embellecimiento de él significaba un elemento importante no sólo para los familiares que iban a verte sino para vos misma. Los años iban pasando y de 20 llegabas a 30 estando presa. Ese era el drama, y entonces esas cosas me dejaron de parecer frívolas. Se trataba de luchar contra el tiempo y la destrucción de tu propia imagen.

Además, me parece bien que los hombres y las mujeres se arreglen, que cada uno busque en su personalidad un estilo, una forma en que la comodidad, la belleza y la unidad interior se expresen. En ese pedacito que te sobraba de la forma común de vestirte - y que era muy poco en la cárcel -, se expresaba la necesidad personal de identificarse con la vida común de cualquier mujer.

Durante esos años, el universo material y personal en el que se movían las presas desde el 71 o el 73 era siempre el mismo y con los mismos colores, sabores y experiencias. Yo había podido estar en otros países, conocer mucha gente, recoger tantas cosas, y esas mujeres, mientras tanto, estuvieron siempre en el mismo lugar, relacionándose entre sí mismas, conociéndose a sí mismas, mirándose a sí mismas, con un uniforme gris. Si querían escuchar música no era cuestión de elegir un cassette y ponerlo en la grabadora, ¿no? Todo lo tenían que hacer a partir del poco mundo material que tenían. Debían inventarse el instrumento, la forma, la canción, cantarla y disfrutarla. Nada había estado al alcance de tu mano.

Si el embellecerse era entonces una forma más de resistencia, ¿no podía ser usado también para quebrarte?

Sí, si se hubiera vivido como una frivolidad. Pero el problema de la colaboración nace del sentimiento de derrota. No pasa por cosas tan nimias como obtener más visitas o determinados beneficios, sino por el sentimiento de que:

"Bueno, a mí me jodieron, todo es una mentira y lo que tengo que hacer es pasarlo lo mejor posible". Eso es lo que puede hacerte colaboradora. La persona que va entrando en ese proceso es muy difícil de recuperar luego colectivamente. Llega un momento en que pasa umbrales que no le permiten la convivencia con el resto de la comunidad. Pero hay otra forma de frivolidad que también choca y que es la de: "A mí no me importa", y como somos presas o somos pobres andamos de chancletas todo el día y creamos una subcultura marginal, porque "Como estoy acá me pongo cualquier cosa y me visto de cualquier manera y tengo el uniforme roto y ¡total! no me lo arreglo porque como me lo dan ellos". Por suerte este aspecto no se dio mucho en Punta Rieles.

Tal vez porque eran mujeres.

Sí, en lo bueno y en lo malo de ser mujeres, porque también había quienes (reproduciendo el estereotipo femenino tradicional) hacían de sus uniformes un trajecito de salir.

¿Qué? ¿En serio se hacían trajes de chaqueta?

En serio.

¿Vos qué hacías con el tuyo?

Trataba de que me quedara bien, que no se me cayera, que fuera más o menos de mi talle. De repente arreglaba el pantalón, pero la camisa nunca.

¿Cuál es el determinante más importante para la colaboración?

La falta de confianza en lo que alguna vez se creyó, hace que pierdas identidad colectiva; es ahí donde la represión actúa dirigida a cada una en sus debilidades y contradicciones. En el 73 en Punta Rieles conocí una compañera con la que salíamos a plantar la tierra en un momento en el que se discutía mucho si trabajar o no.

Yo pensaba que el trabajo iba a ser utilizado en contra nuestra y que no debíamos aspirar a él pese a que te permitiera estar afuera, al aire libre, etc. Muchos no veían en ese momento que estas cárceles tenían una finalidad de destrucción. Con ella, te decía, conversábamos bastante sobre eso y me planteaba: "Bueno, yo me integré a una organización, milité, y en este momento no tengo nada por qué luchar. Lo único que quiero es salir bien, me siento sola y sin fuerzas para enfrentar esto". Cuando en el 80 volví a Punta de Rieles las compañeras me dijeron que era una colaboradora y a mí no me resultó extraño que, quien años atrás se reconociera sin identidad colectiva, viviera ahora con una actitud indigna. Continuamente te probaban para medir tus fuerzas; si evidenciabas no tenerlas, te harían las pruebas cada vez más afinadas hasta que pasaras ese umbral de separación y división del conjunto. Lo único que te defiende en una situación así es pertenecer a algo, a una identidad política, a esa comunidad de presas donde tus propias debilidades pueden ser apoyadas por el conjunto y de esa manera superar las dificultades individuales.

¿Qué clase de pruebas?

Por ejemplo la que le hicieron a una compañera con un libro de biblioteca, cuando la acusaron, injustamente, de haberlo rayado y le dieron una sanción de calabozo. En él la presionan para que diga quién más había leído el libro en esa quincena, da el nombre de una compañera y al rato le levantan la sanción. Por supuesto, el libro lo habían rayado los propios milicos para poder crear ese clima de desconfianza y desconcierto a la vez.

En la cárcel, por un proceso de unidad interna, se pudo lograr que muchas compañeras que se sentían débiles encontraran una fuerza colectiva que incluso después, cuando salieron en libertad, no pudieron encontrar. Como Mabelita, por ejemplo, que tenía una enfermedad psíquica y encontraba en todas nosotras las fuerzas y el afecto que precisaba. Al salir en libertad no tuvo, ni con nosotras mismas (a las que visitaba diariamente mientras tratábamos de armar nuestras propias vidas), a nadie que pudiera decirle:

"Quedate acá, quedate a vivir en casa". Y Mabelita se suicidó. Las que habíamos convivido con ella muy de cerca casi que teníamos la conciencia de que las relaciones humanas en libertad son tan condicionadas y empobrecidas que quien las necesitaba para vivir, y casi como único alimento para vivir, como Mabelita, no las podía encontrar.

¿Entonces, básicamente, se colabora por miedo?

El miedo no es algo que se siente solamente frente a la tortura o las situaciones límite. Cuando se mete adentro de vos vivís con él y por lo tanto es el que condiciona tus relaciones afectivas, tu capacidad para dar. Cuando digo "miedo" estoy hablando de un sentimiento que es más que la sensación frente al peligro; estoy hablando del miedo como sensación permanente y que tiene mucho que ver con la derrota y el convertirse en un ser sin decisión y sin proyectos.

¿Pero todo eso a cambio de qué? ¿De un espejito?

De un espejismo, más bien. A cambio de no perder visitas, de un poco más de aire, de más horas de televisión..., de liberarse de alguna manera de lo que significa exigirse constantemente a uno mismo. Estaban en situaciones de "miedo" y frente a los desafíos, de cualquier tipo que fu eran, elegían no jugársela y preservarse. Ahí había un poder: el poder eran los militares, los jefes. Y con ese poder (que a la vez es masculino) podés tenerlos formas de relacionarte: enfrentarlo de todos los modos posibles (más, menos, según el momento histórico) o buscar una identidad de reconocimiento con él. Si no tenés fuerzas para creer que vos y tus compañeras son también un poder (en germen, en formación, pero un poder al fin) buscás el reconocimiento del poder establecido.

Ellos concentraron a las colaboradoras en las barracas de manera de crear un contrapeso social y hacer pasar por ese sector a compañeras que -por supuesto- no lo eran, porque sabían que una de las peores cosas que te podía pasar era convivir con el individualismo de las colaboradoras. También hacían lo contrario y llevaban cada tanto alguna de las colaboradoras a vivir en otros sectores para estudiar, a partir del modo en que las trataras, qué pasaba con ellas y qué pasaba con el resto. De las respuestas a estas situaciones sacaban pautas de cómo estabas pensando.

En una situación de agresión permanente, sin tregua, ¿cómo te defendés? A veces con inflexibilidad, con dureza, con aristas muy agudas donde todo lo que no entra en tus pautas está mal. Es el mundo artificial que crea el encierro y la incomunicación. Esto es importante para comprender cómo podía ser recibida una mujer que tuviera o hubiera tenido una actitud de "colaboración": sólo con repulsión, desconfianza, miedo. El problema no era tanto que esta persona pudiera denunciar lo que hacías, si te reunías o no, qué grado de convicción ideológica tenías, si discutías, si promovías actitudes de resistencia, sino que en una política de destrucción a largo plazo, cada una de estas cosas se "pagaban" con un aumento de las penas en el Supremo Tribunal Militar, con pérdida de visitas, con sanciones y persecución personalizada. Esta política de terror de hacernos internalizar el miedo, iba acompañada de hechos que la avalaban: compañeras que tenían una pena de tres años fueron al Supremo pocos meses antes de cumplirla y volvieron al penal con otra de 7 años y más. Se nos hacía saber que esto era por el informe de conducta que había elevado el Penal. El informe establecía el grado de peligrosidad en relación al convencimiento ideológico según la Doctrina de la Seguridad Nacional. La "mala conducta" amenazaba tu libertad. Las formas de colaboración podían ser diversas; lo que más importaba era la opción de cada una: conservar la "buena conducta" a riesgo de perder la identidad, o ser una presa política y tener una actitud como tal. En algunos casos el traslado de una colaboradora desde la barraca a los sectores, donde había más organización, significó con el tiempo la incorporación de la compañera a un nivel de trabajo colectivo. También se dio a veces que esos "traslados" significaran atomización, pero lentamente se fue gestando un concepto de unidad básica necesaria para enfrentar esa política. La confianza no se establece espontáneamente ni en forma inmediata y a veces estos procesos llevaron años. Generaban mucha polémica, sobre todo en los sectores donde las compañeras "cuestionadas" no vivían, y la incomunicación tajante entre sector y sector favorecía estas incomprensiones y los climas de subjetividad que se creaban. Hubo también compañeras que en ese proceso de integración realizaron autocríticas de sus comportamientos y debilidades, pero ganarse la confianza del grupo después que se la había perdido, no era una cosa fácil. Eso afectaba mucho porque la cárcel es una única vida total; no se puede separar ningún aspecto de tu persona porque vivís en un solo espacio físico y la necesidad de comunicación es muy intensa.

No puedo entender cómo algunas mujeres pudieron resistir los interrogatorios y después, en una situación más "suave

No es más suave: es diferente. Es una perspectiva de vida. Y la cárcel puede ser más destructiva que la tortura y, en todo caso, es su continuidad.

Algunas mujeres llegaron a tener relaciones afectivas con sus torturadores ¿Por qué creés que lo hicieron?

El torturador es, además hombre, y en tanto tal, posee el conocimiento y la internalización del poder que socialmente mantiene sobre la mujer. Las técnicas de la destrucción psicológica y de la pérdida de identidad política, que son el objetivo principal de la tortura (más allá de la búsqueda inmediata de información) pueden expresarse a veces, para con las mujeres, en una forma específica: su sometimiento por el sexo. La seducción, en una situación tan objetiva de poder, es, ni más ni menos, que una de las formas de la violación. Algunas fueron violadas por la fuerza y otras por la seducción, apelando al dominio ancestral que el varón tiene del cuerpo de la mujer y de su necesidad de existir "para el otro" e invocando a la "mujer objeto" que se ha formado en su personalidad. A este tipo de violencia la mayoría de las presas opusieron las barreras de su formación política e ideológica más que la conciencia de su ser cuerpo "para sí mismas". Los casos en que se dieron situaciones de violencia sexual coinciden con un bajo nivel de formación política y con una orfandad afectiva casi total. La situación de estas mujeres fue sumamente difícil (alteraciones psíquicas, sentimientos de culpa, pérdida de identidad) y más difícil aun cuando no querían vivir como colaboradoras en el Penal. Incluso ahora lo sigue siendo, cuando en el proceso de recomposición de su personalidad deben enfrentar el peso de la condena política.

¿No te parece justo?

Sí, aunque no en todos los casos. Es como cuando a las prostitutas se las denigra como personas y se las hace culpables de alquilar su cuerpo, pero no se critica al hombre que paga y tampoco se condena la existencia de la prostitución como producto del patriarcado.

Si se hubiera planteado la situación inversa, es decir, silos hombres presos hubieran sido custodiados por mujeres. ¿La seducción de sus carceleras hubiera merecido la misma condena social y política?

Creo que no, y que incluso muchos lo habrían tomado como un "punto a favor" de quien, aun estando preso, es capaz de obtener la pequeña victoria que significa rendir al enemigo por lo menos sexualmente.

La violación doméstica, la que se da en algunas familias, generalmente no se ejerce por la fuerza bruta sino por el poder del hombre frente a la niña o la adolescente, por su capacidad de manipularla. En la cárcel, entonces, la mujer que accedió a estas formas del poder masculino, es víctima al mismo tiempo, de la ideología patriarcal y de la violencia-sometimiento del estado policíaco. Ha sido violada.

Dice Beatriz Aguad en el libro Manicomios y cárceles que en la tortura "se busca la degradación del cuerpo. ¿Y por qué del cuerpo? Porque es la sede de las primeras identificaciones, el medio del que dispone el ser humano en un principio de su existencia para distinguir lo propio de lo ajeno; es el lugar de intercambio con el ambiente y los semejantes; es la carne, la prehistoria de los ideales".

En Punta de Rieles la comunidad de las presas no se definía por líneas políticas, sino por una opción: o enfrentabas este "aparato" en concreto o convivías con él. Los términos medios eran caldo de cultivo para nuestros represores. Se estaba de una parte, o consciente o inconscientemente de la otra. Esto, que parece una rigidez, forma parte del mismo sistema carcelario actuando sobre todos los planos de tu vida, los afectos, las alegrías y los temores.

No se puede dejar de ser persona por tantos años sin que algo muy profundo se dañe. La resistencia pasaba fundamentalmente por cantar, festejar todas las alegrías, construírtelas, querer profundamente a tus compañeras, vivir la solidaridad como una lucha y como un arma, no permitir que el individualismo te destruyera. Ser persona, justamente, descubrirte mujer.

 

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