Extraído de: http://old.clarin.com/diario/2004/08/12/opinion/o-03102.htm
Un reciente texto de la Iglesia parece más interesado en derrotar a un antagonista que en acercarse a la verdad de ciertas posiciones.
Diana Maffia.
DOCTORA EN FILOSOFIA, INSTITUTO INTERDISCIPLINARIO DE ESTUDIOS DE GENERO, UBA
El cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha escrito una carta sobre la colaboración del hombre y la mujer en la iglesia y el mundo, que —según dice en su final— el Papa aprobó. Eso y las múltiples citas de Juan Pablo II sugieren que la carta representa la opinión del Vaticano y no sólo la suya.
Comienza diciendo: «Experta en humanidad, la Iglesia ha estado siempre interesada en todo lo que se refiere al hombre y a la mujer». Dado que por razones que Ratzinger y Juan Pablo II consideran muy legítimas las mujeres no pueden participar de las altas jerarquías de la Iglesia, lo que esta frase significa es que ellos (aún durante la Conquista, la Evangelización y la Inquisición) se han interesado por nosotras. Pero de ninguna manera están dispuestos a dejar la palabra en manos de las propias mujeres. Muchas teólogas católicas están pensando su condición de mujeres desde la fe y el dogma, pero ninguna aparece aquí citada. ¿Serán escuchadas?
Bajo el título «El problema», describe dos formas de feminismo: la que subraya la subordinación de la mujer para crear antagonismo con el hombre, que genera rivalidad entre los sexos y tiene su implicación más inmediata y nefasta en la estructura de la familia; y la que emerge como consecuencia y consiste en cancelar las diferencias, cuestionar la familia biparental y equiparar las opciones sexuales. Y señala que una consecuencia de la perspectiva feminista es el reforzamiento de la idea de que la liberación de la mujer exige una crítica a las Sagradas Escrituras.
A ver si se entiende: la destrucción de la familia tradicional podría erróneamente atribuirse a cambios culturales, migraciones, guerras, pobreza, explotación, violencia, abandono y abuso… pero en realidad es culpa de las feministas y sus discursos disolventes. Cualquier desprevenido podría considerar que no hay nada más horroroso que un niño en estado de abandono, pero lo más horroroso es que una pareja homosexual intente adoptarlo. Y cuando se critica la lectura androcéntrica y patriarcal de la Biblia y el derecho de las mujeres a ser sus intérpretes, se están criticando las Sagradas Escrituras.
Las versiones que se dan del feminismo en la carta de Ratzinger son una caricatura, haciendo honor a la vieja estrategia argumentativa de distorsionar y banalizar la posición del otro para exaltar la propia. Lo que revela que no está destinada a lograr un mayor acercamiento a la verdad sino a derrotar a un antagonista. No invita al diálogo, pretende obligar a callar, desautoriza y veladamente amenaza.
En síntesis, en esta carta se advierte sobre el olvido de esos valores humanistas a los que estamos llamadas las mujeres, como la solidaridad, la calidez, la sensibilidad. Pero como dicen las Católicas por el Derecho a Decidir, «Lo que reivindica el feminismo es que también los hombres contribuyan al mundo con esos valores».
Y también nos advierte sobre la emulación del hombre que querríamos hacer las feministas. En eso ya estoy convencida: no quiero ser como Ratzinger. Porque como dice una colega mexicana «nada más triste e innecesario que convertirse en una copia de un patético modelo de virilidad misógina, violenta y dominante que impone sus ideas unilateralmente»