La participación de las mujeres y la reforma política

Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº43, en 2007. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.

Maria Betânia Ávila

Articulación de Mujeres Brasileñas (AMB)

Este es un tema difícil, sobretodo si queremos extrapolar los marcos en los cuales ya está situado. El concepto de participación política ha sido, hegemónicamente, utilizado para tratar la participación en los espacios de la democracia representativa, y como corolario de la participación que se realiza a través de los partidos políticos. Por otro lado, la Reforma Política también ha sido tratada, sobre todo, en relación a la democracia representativa, a los partidos y focalizando el sistema electoral.

Por lo tanto, extrapolar estos dos marcos, requiere de un cierto esfuerzo y también un riesgo de seguir un camino que no está, desde un principio, asegurado.

Sin embargo, creo importante intentar este camino porque mi cuestión es la siguiente. Qué podemos hacer como acción y reflexión políticas en este proceso de Reforma Política, que impacten en la misma y extrapolen más allá de ella. Para el movimiento feminista es una ocasión histórica de movilizar, pautar debates, establecer alianzas, enfrentar conflictos para colocarse como sujeto en el proceso de Reforma y, al mismo tiempo, pensar más allá de eso los desafíos políticos que el feminismo debe enfrentar para avanzar en la participación política de las mujeres que, seguramente, no estarán realizados, ni podrán concluirse, en el ámbito de esa Reforma. Podrá de alguna manera contribuir a un proceso que requiere una revolución más larga y permanente para democratizar la democracia. La movilización y la reflexión en curso pueden ser elementos de acumulación de fuerzas para enfrentar el contexto actual y para construir nuevas estrategias. Por eso mi objetivo aquí, no es construir un panorama ni nombrar los hechos históricos que envuelven la participación de las mujeres sino levantar cuestiones que susciten un debate para la acción feminista en el contexto actual. Quiero, sin embargo, traer algunos puntos como contribución para el debate, que son, apenas, breves reflexiones.

Para las mujeres esa Reforma Política se realiza en un contexto absolutamente marcado por la desigualdad de las relaciones entre hombres y mujeres, en todas las dimensiones de la vida social y de manera particular -que es nuestro punto aquí- en la esfera de la política. Los hombres son hegemónicos en los espacios de poder, en los partidos, en los movimientos sociales mixtos, aun cuando las mujeres son mayoría, el poder es hegemonizado por los hombres, y en el movimiento sindical también, al que considero parte de los movimientos sociales pero que, ciertamente, constituye una fuerza política con una expresión muy propia.

Para el feminismo hay varias cuestiones. El feminismo tiene una gran conquista, desde mi punto de vista, que es la institución de las mujeres como sujeto. El feminismo es el movimiento que más contribuye a la ruptura con la perspectiva del sujeto único de la historia, y esa es una cuestión política estratégica. Por otro lado, se colocó en cuestión el orden dominante al exponer, críticamente la dominación y la explotación de las mujeres en este sistema. Claro que el feminismo tiene varias corrientes, y dentro de ellas algunas confluencias, fronteras más rígidas y otras más borradas, pero estoy tomando como mi referencia del feminismo las corrientes políticas que se basan en la teoría crítica al sistema capitalista y patriarcal, y comprometidas con las luchas antirracistas y contra la homofobia. Pero esa no es una cuestión que voy a tratar aquí, quedan solo algunas observaciones.

La superación de la desigualdad y de los derechos de las mujeres hoy son causas legitimadas en la sociedad, pero esa legitimación no es entendida de la misma forma por todas las corrientes políticas y teóricas evidentemente. Del punto de vista de muchos sectores dentro y fuera del feminismo, esta legitimación es una ganancia paulatina y sin contradicciones. Para otros, esa legitimación debe ser tomada como un momento de acumulación de fuerzas para mostrar las contradicciones y avanzar dialécticamente en los procesos de transformación. Y es en esa última perspectiva que creo que debe ser colocada la cuestión de la Reforma Política.

Pues, si pensamos a la Reforma solo como una oportunidad de abrir más espacio a las mujeres, individualmente, para que ocupen espacios de poder en los parlamentos, en los gobiernos y en los partidos, será una perspectiva que no cuestionará los marcos que están dados en la prensa, en el parlamento, en la mayoría de los partidos, e incluso en los análisis académicos que aparecen en la prensa y en otros medios.

Pero si pensamos la Reforma a partir de las contradicciones del contexto social y de la relación entre feminismo y poder político, ciertamente iremos más lejos en el cuestionamiento.

La relación con los partidos en este debate es fundamental, una vez que son los partidos políticos los sujetos conductores del proceso y, en esta última instancia, aquellos que definirán los resultados. La correlación de la fuerza exige una inmensa capacidad de movilización de los movimientos sociales para interferir en ese proceso, y los partidos serán ahí también los catalizadores de toda la acción dirigida a los trabajos en el Parlamento.

El movimiento feminista contemporáneo nace dentro de un proceso general de radicalización de la izquierda, de los movimientos de contra cultura, y con una fuerte crítica a las formas autoritarias y jerárquicas de la política. Los partidos de izquierda radical tenían, en ese contexto, como perspectiva la revolución, la toma de poder, etc. El movimiento feminista criticaba a los partidos de izquierda, pero se alineaba en su perspectiva insurreccional, en el sentido de una ruptura radical como medio de superación del antagonismo con el orden establecido. Pero, incluso así, con críticas al método de la práctica política definida como revolucionaria. El movimiento tenía una defensa radical de la autonomía, una crítica muy fuerte al concepto de poder por estar siempre pensado como sistema de jerarquía y mando. Las feministas estaban en el movimiento, y muchas también estaban en los partidos. Había un exacerbado debate sobre la doble militancia y autonomía, los conflictos eran grandes, pero el debate era vigoroso y estratégico para los dos campos, del partido y de los movimientos. Superada la perspectiva insurreccional de los partidos de izquierda, a partir de los años 1980, todos ellos o por lo menos la mayoría, tomó el camino de la democracia representativa como forma de alcanzar el poder, y la crítica a la democracia burguesa o liberal, representada en esa forma de democracia, fue perdiendo la densidad de hoy, prácticamente, no existe o es incipiente. Respecto al feminismo como movimiento, la cuestión de la participación y del poder tampoco están ciertamente, del todo redefi-nidas.

La cuestión del poder no fue recolocada del punto de vista teórico-político como un debate en el interior del propio movimiento feminista, esto es, entre las diversas corrientes o por lo menos entre las diversas articulaciones y, en este punto, me estoy refiriendo a Brasil. El debate entre feministas en los partidos y feministas en el movimiento autónomo perdió espacio, y si se hace, no tiene impacto sobre las estrategias de los partidos o de los movimientos, o por lo menos alguna referencia pública sobre eso.

Por otro lado al movimiento feminista se le exige públicamente que muestre resultados en la ocupación de los lugares de poder por las mujeres. Eso se hace, en general, a partir de una visión sobre participación política como aquella hecha a través de los partidos para ocupar los espacios de poder en el sistema institucionalizado, que no tienen en cuenta la importancia de la organización de las mujeres como movimiento, ni tampoco sus estrategias y objetivos. Además, ése es un problema serio sobre participación política y poder, que nos lleva a la relación entre política y producción de conocimiento.

Dentro del movimiento feminista la cuestión de las mujeres puede ser colocada a partir de varias posiciones, sin una precisión clara en cuanto a la definición teórico-política. La cuestión de las mujeres puede aparecer como suprapartidaria, dentro del campo de la izquierda, o incluso ser definida como suprapartidaria en general. Esa y otras cuestiones deberían construir puntos para la construcción de alianzas, en el movimiento y entre movimientos y partidos. Dentro de esa variación, muchas veces no es posible distinguir cuando se trata de un método de acumulación de fuerzas y lucha por hegemonía, o cuando se trata de un principio político feminista.

Para mí, una estrategia fundamental de poder es el fortalecimiento del movimiento de mujeres. Es por el crecimiento y radicalización del movimiento que la cuestión de poder se coloca, para alcanzarlo, para transformarlo. Movimiento fuerte es poder, y alianza entre feministas dentro de los partidos y en los movimientos es estratégica para la defensa de banderas del movimiento, pero también como una forma de fortalecimiento de las mujeres en el interior de los partidos.

Para el feminismo la democracia directa siempre fue una cuestión de organización de la práctica política pero también como una cuestión teórica sobre la perspectiva de transformación que debe ser tomada en cuenta. Las mujeres están masivamente en los movimientos sociales, en los mecanismos de democracia participativa. De un punto de vista teórico político yo defiendo que sin fortalecer esos tres niveles de democracia, representativa, directa y participativa, no hay cómo democratizar la democracia. Pero, yendo más allá, el gran desafío es el fortalecimiento de la Democracia Directa y Participativa, porque así, se extiende el proceso de participación, y se crean las bases para un proceso más profundo de transformación. La propia democracia representativa no conseguirá avanzar sin un movimiento político más intenso que extrapole el sentido de lucha política más allá del período electoral y supere ese sistema, en el cual una minoría tiene acceso al poder de decisión y la mayoría con derecho al voto que delega ese poder, es totalmente substraída por los medios de participación en las decisiones políticas. Como si en la relación elector/a y electos/as, a través del voto, se agotara toda la capacidad de lucha y resistencia social. Siendo esa relación candidatos/as y electores/as intensamente medida por el poder económico y por los medios privados de comunicación, los cuales forman parte de ese poder económico.

En Brasil y en los países occidentales en general, la demanda por cuotas de paridad, entre hombres y mujeres exige profundizar la reflexión sobre “los desafíos y las elecciones políticas del feminismo actual” (Varikas,). Según Varikas, la demanda por paridad en Francia y las discusiones que provoca, traen al centro del debate político una de las contradicciones más evidentes de la democracia histórica: la incapacidad manifiesta, a pesar de haber sido instituida la igualdad de derecho y del sufragio universal, de integrar, en el ámbito de la democracia representativa la mitad de la población formada por ciudadanas.

Las experiencias de la democracia directa en Brasil, a través del referendo, plebiscito, consulta popular, son inexistentes o raras y, cuando sucedieron, fueron extremadamente instrumentalizadas a través de la gran prensa por los mismos sectores que detienen el poder sobre los procesos de la democracia representativa. En esos procesos, los movimientos sociales y el movimiento feminista en particular, aún habiendo tomado posición, no lograron o no se propusieron tener una acción de impacto en el proceso de debate. La democracia participativa, tan importante a finales de los 80 como perspectiva de democratización del proceso político brasileño, resiste a duras penas, y en algunos casos está capturada por los intereses del poder ejecutivo, y en otros está reducida, como campo de decisión, a cuestiones o a definiciones de políticas periféricas que envuelven el uso de recursos destinados a pequeñas obras en las áreas pobres de la ciudad. Experiencias importantes existen, no lo estoy negando, y las mujeres participan activamente de esos procesos, pero quiero resaltar que, aún considerándolas exitosas, esas experiencias de democracia participativa son de poco alcance en términos de capacidad de decisión y que a pesar de la presencia masiva de las mujeres, existe desigualdad de poder con los hombres.

Sin embargo, considero que es un compromiso histórico del feminismo la defensa de formas más directas de participación política y más democratizadas de ejercicio de poder. La idea de la esfera política como un espacio “a priori” de la igualdad, es una visión liberal y, además de eso, formalista de la igualdad. Pero es sobretodo una falsa idea de igualdad.

Como estamos tratando de relaciones sociales y políticas, no es el caso de buscar solo en los espacios de la participación política las razones del mantenimiento de tamaña desigualdad. Es necesario comprender la fuerza de las estructuras que sustentan y reproducen las desigualdades de género y las condiciones sociales de acceso a la esfera política.

Quien está en la esfera pública, tiene necesidades privadas. Son las mujeres, en el modelo capitalista de dos esferas dicotomizadas, las responsables de la satisfacción de estas necesidades. Por lo tanto, estando o no en el mercado laboral y en la actividad política, las tareas domésticas continúan siendo, básicamente de su responsabilidad. La doble jornada funciona concretamente como un factor que bloquea o dificulta el acceso de las mujeres a la esfera pública. La superación de ese impedimento ha sido, históricamente, garantizada en la relación entre las propias mujeres que, a través de diferentes tipos de relaciones producen los medios que garantizan, con más o menos dificultades, los traslados entre la esfera privada y la esfera pública. Por lo tanto, para pensar la participación política se debe tener en cuenta que las mujeres, además de diferentes, como resaltan las corrientes pos-modernas, son también desiguales.

Cuando se trata de mujeres pobres, que en el caso brasileño son mayoritariamente mujeres negras, la falta de recursos materiales aliada a otros factores, como la violencia sexual y doméstica, vuelve más difícil aún el ejercicio de la ciudadanía política de las mujeres. Para pensar en una esfera política igualitaria es importante pensar en el acceso a esa esfera pública, en el caso contrario las desigualdades y discriminaciones existentes en las sociedades van a funcionar como impedimentos invisibles y la dificultad de participación puede ser percibida como un atributo de las mujeres. O sea que, la desigualdad social, perversamente, se transforma en un déficit del sujeto.

La historia de este país está marcada por profundas desigualdades sociales y tuvo como elemento central en la formación del poder político burgués, que instituyó el Estado Nacional, el ideario positivista que justificó, a través de argumentos naturalizadores de la vida social, las formas de dominación ejercidas sobre las mujeres, sobre la población negra y las clases pobres. El mantenimiento de la pobreza fue una prerrogativa de los modelos de desarrollo económico, que se sucedieron a lo largo de los tiempos, los cuales estuvieron siempre sustentados en formas de explotación de clase, de raza y de género. Brasil aún es uno de los países con mayor índice de concentración de la renta en el mundo.

Elementos de este proceso histórico están presentes, hasta hoy, en todas las dimensiones de la sociabilidad en nuestro país. Son ejemplos de ello: los intereses patrimonialistas, que tuvieron gran peso en la conformación del Estado Brasileño y aún influyen las relaciones políticas, y la presencia mayoritaria de mujeres, sobretodo de mujeres negras, en los estratos más pobres de la población. La propia relación entre explotación sexual de las mujeres y el ejercicio de poder fue, desde el origen de la colonización, un mecanismo de la violencia patriarcal extremamente utilizado, y que hasta hoy se reproduce a través de los “modernos” medios capitalistas de mercantilización del cuerpo de las mujeres. Con esas cuestiones, quiero también resaltar la relación entre economía, cultura y política, como dimensiones indisociables.

Si las relaciones de poder están presentes en todas las dimensiones de la vida social, es estratégico pensar que el acceso a la participación política de las mujeres se configura a sí misma, como un campo de lucha para el movimiento de mujeres.

* Extracto del texto presentado en el Seminario para Democratizar la Democracia: Mujeres y Reforma Política en Brasil, realizado en Brasilia los días 27 y 28 de mayo, 2007.

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