Este artículo fue publicado en el Cuaderno Nº9 de Cotidiano Mujer, en 2014. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.
“…al abrigo del espacio doméstico el hombre abusa de las mujeres que se encuentran bajo su dependencia porque puede hacerlo, es decir, porque éstas ya forman parte del territorio que controla, el agresor que se apropia del cuerpo femenino en un espacio abierto, público, lo hace porque debe para mostrar que puede.”
R.L.Segato
Rafael Sanseviero
Esta nota tiene por motivo una performance colectiva de crueldad, actuada sobre cuerpo y alma de una mujer uruguaya. Fue violentada sexualmente por una patota en un baño público. Hecho que se replica en las visitas que recibe la filmación de la violación, alojada por los autores en redes sociales. Un espectáculo entre tantos, donde lo peculiar es que cientos de comentarios dejados por los visitantes (al video) fijan la víctima en un lugar social donde se celebra su sufrimiento.
Singularidad de la violencia ejercida mediante la palabra: si me pronuncio pública-mente para censurar un acontecimiento cuya existencia y divulgación repudio, quedo incluido automáticamente en el campo agresor1.
Elijo hablar desde el lugar donde existo (varón uruguayo) para preguntar(nos) una vez más ¿por qué es tan difícil enunciar empatía con el sufrimiento de víctimas de violencias sexuales, y tan trabajoso sostener la crítica a los perpetradores? Sugiero respuestas apoyado en textos de Rita Laura Segato; pasados muchos años, me sigue asombrando su potencia para situar las violencias de género2.
Dice Segato que
… “los actos de violencia [sexual] se comportan como una lengua capaz de funcionar eficazmente para los entendidos, los avisados, los que la hablan, aun cuando no participen directamente en la acción enunciativa. Es por eso que, cuando un sistema de comunicación con un alfabeto violento se instala, es muy difícil desinstalarlo, eliminarlo. La violencia constituida y cristalizada en forma de sistema de comunicación se transforma en un lenguaje estable y pasa a comportarse con el casi-automatismo de cualquier idioma.”
Experimenté el costo emocional de sostener la censura a la patota violadora cuando escuché el modo en que circuló esta historia durante un evento social. Amigos hombres, más o menos veteranos y más que menos bien situados. De la crítica a la difusión del “video” en las redes se transitó rápidamente hacia otras perplejidades con-temporáneas, como los riesgos de las tecno-libertades y otros tópicos concurrentes con la idea de un mundo fuera de control donde puede pasar cualquier cosa. Levedad del ser progresista. El intento de incluir en la conversación el sufrimiento de la víctima se sostuvo apenas el tiempo que demoró alguien en componer (ojos en blanco) un gesto de obscena, piadosa y socarrona incredulidad. Así las cosas, se podía transformar la conversación en un debate interminable y previsiblemente feroz, arruinando el encuentro de amigos; o callar. En tiempos no lejanos, feministas, anarquistas, comunistas y otras especies, supimos ser eficaces aguafiestas. Hoy, silencio y a otro asunto.
Así ocurre entre casa, y también en la plaza. Las redes sociales registran la eficacia del sentido común para aplastar la crítica a la violencia contra las mujeres. Un sitio web aloja obra de un compositor (para mi desconocido, para otros familiar y admirado) que subió una burda celebración musical de la violación y los violadores. Cientos de comentarios ovacionan el bodrio, machacando de paso y sin esfuerzo, las pocas tímidas voces que aventuran críticas a perpetradores y festejantes. Con pocas variantes sintácticas y semánticas, un coro se reproduce a sí mismo como un eco infinito, circular… “Genios!!!” – “Se pasaron!!” – “ajajajja esta muy buena, MUY BUENO ajjaajjajajajajj” – “al fin un baño uruguayo famoso que no sea el del PAPA!!” – “que grossosss muy bueno jajaja no le tienen perdón ni a la madre” – “Capos! Genios!!!”- “¿qué te hacés, envidiosa? ya quisieras estar entre 8 tipos no?” – “ajaja te dan asco por que no te dan bolas a vos”.
Segato sostiene que:
“los crímenes sexuales no son obra de desviados individuales, enfermos mentales o de anomalías sociales, sino expresiones de una estructura simbólica profunda que organiza nuestros actos y fantasías [donde] el agresor y la colectividad comparten el imaginario de género, hablan el mismo lenguaje, pueden entenderse”.
Algunos comentarios a la violación filmada/exhibida feste-jada revelan la topografía de una comunidad de sentidos organizada simbólicamente alre-dedor de la violencia (sexual) contra las mujeres: “quisiera un día así, lo juro” – “quiero ir a ese baño” – “quiero ver el vídeo”. Voces que en ese (su) espacio no reciben réplicas cuando enuncian deseos y voluntad de violar o, por lo menos ver una violación. Una que no sea ficción sino real. Visitar la violación sufrida por una prójima próxima, accesible con solo caminar atento por la calle…
Me gustaría dejar aquí una pincelada final optimista. Podría. Sin embargo prefiero dejar lo anterior expuesto en toda su crudeza. El camino de desaprendernos como propietarios de las mujeres no se recorre sin lucidez dolorosa.
1 La más cruel paradoja de la violencia simbólica, sostiene Pierre Bourdieu, es que para resistirse a una descalificación es necesario nombrarla, haciéndola existir e instalándose uno mismo, por ese acto, dentro de la categoría que se pretende enfrentar. Así mismo, cuando escribo sobre la violencia que supuso la difusión de esta filmación estoy dando lugar, una vez más, a aquello que deseo nunca hubiera sucedido.
2 Ahorro la presentación porque cualquiera puede acceder a ella en la web. La referencia del trabajo citado es: Segato, Rita Laura 2004 Territorio, soberanía y crímenes de segundo estado: la escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juàrez (NOVA VERSÃO) En Nº 362 Série Antropologia, ília – http://www.forosalud.org.pe/territorio_soberania.pdf