“La carta del Vaticano contra las mujeres”, fue firmada por Ratzinger : Habemus Papam…

por Andrés Perez B. de Confidencial.com.ni, Nicaragua. Agosto, 2004

Extraído de: http://www.faq-mac.com/bitacoras/todas/?p=143

Fuente: Confidencial.com.ni, Nicaragua.

La Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el Mundo, publicada por el Vaticano el 31 de julio del corriente año, pasó prácticamente desapercibida en la mayoría de los países de América Latina. En los Estados Unidos y Canadá, la carta fue recibida como una curiosa y hasta divertida muestra del cada vez más exótico y esotérico pensamiento de los jerarcas del Vaticano. Los europeos la percibieron como un mal logrado chiste.

La carta es, en realidad, una de las peores producciones intelectuales del Vaticano durante el papado de Juan Pablo II. Los errores de lógica que contiene y la pobreza filosófica que la sustenta son sorprendentes, sobre todo, porque quien la firma es el Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de Congregación para la Doctrina de la Fe, y uno de los más brillantes ideólogos de la Iglesia Católica. Las debilidades de esta carta muestran que ni un hombre con la inteligencia de Ratzinger puede defender lo indefendible.

 

Como si la Carta a los Obispos estuviera dirigida a extraterrestres que desconocen la historia de errores y horrores de la Iglesia, ésta empieza repitiendo la arrogante auto-proclama de la Iglesia Católica como una institución “experta en humanidad”. ¿Cómo puede ser “experta en humanidad” una institución que después de casi dos mil años de existencia, publica un documento que revela que sus dirigentes todavía no logran entender las aspiraciones y necesidades de ese cincuenta por ciento de la humanidad que son las mujeres?

¿Cómo puede declararse “experta en humanidad” una institución que comete la barbaridad de argumentar que las mujeres tienen una inclinación natural a respetar “lo concreto, que se opone a abstracciones a menudo letales para la existencia de los individuos y la sociedad ”. Traducido: Las mujeres no se inclinan por lo abstracto, es decir, por las ideas, la filosofía, la teología, etc. Como dice Rosahilda Cornejo, para Ratzinger, las mujeres “no pueden ni deben intentar trascender el plano existencial concreto de la cocina.”

 

Las falacias del Cardenal

La Carta a los Obispos recurre a lo que en lógica se conoce como la falacia de “la vaguedad insidiosa”, para evitar señalar explícitamente que el verdadero objeto de su crítica es el movimiento feminista mundial. El Vaticano hace uso de esta falacia porque sabe que es imposible negar, en pleno siglo XXI, la legitimidad, la esencia democrática y la justeza del feminismo.

Así, Ratzinger opta por utilizar un lenguaje oscuro e impreciso para declarar que “la Iglesia se siente ahora interpelada por algunas corrientes de pensamiento, cuyas tesis frecuentemente no coinciden con la finalidad genuina de la promoción de la mujer.”

La carta identifica dos corrientes de pensamiento o “tendencias”. La primera, “subraya fuertemente la condición de subordinación de la mujer a fin de suscitar una actitud de contestación. La mujer, para ser ella misma, se constituye en antagonista del hombre. A los abusos de poder responde con una estrategia de búsqueda del poder”.

La segunda, continúa diciendo la carta, “emerge como consecuencia de la primera. Para evitar cualquier supremacía de uno u otro sexo, se tiende a cancelar las diferencias, consideradas como simple efecto de un condicionamiento histórico-cultural. En esta nivelación, la diferencia corpórea, llamada sexo, se minimiza, mientras la dimensión estrictamente cultural, llamada género, queda subrayada al máximo y considerada primaria”.

El enfoque de género, dice el Vaticano en un espectacular non-sequitur, ha “inspirado… ideologías que promueven… el cuestionamiento de la familia… [y] la equiparación de la homosexualidad a la heterosexualidad y un modelo nuevo de sexualidad polimorfa”.

Un non-sequitur es una falacia que consiste en hacer inferencias que no se derivan lógicamente de los antecedentes enunciados por el autor para construir sus conclusiones. Non-sequitur significa, literalmente, “no sigue”, “no se conecta”. Veamos: ¿Cuál es la conexión entre el enfoque de género –que analiza críticamente la organización patriarcal de la sociedad para promover la articulación de relaciones no sexistas entre hombres y mujeres–, y la homosexualidad o el debilitamiento de la familia? Ninguna. El argumento de Ratzinger es una falacia.

No discutamos hoy la prejuiciada visión de la Iglesia Católica sobre la homosexualidad, porque este tema merece su propio espacio. Regresemos a los planteamientos centrales de la Carta a los Obispos: el feminismo es condenable porque promueve la búsqueda del poder por parte de la mujer y, además, porque el enfoque de género que utiliza este movimiento corrompe el ordenamiento “natural” de la sociedad.

 

Los sin sentidos del Cardenal

Efectivamente, el movimiento feminista ha luchado por lograr una mejor distribución del poder entre los hombres y las mujeres dentro del Estado, dentro de la sociedad, dentro de los partidos, dentro de la familia, en los procesos de formulación de políticas públicas y hasta dentro de las iglesias. La crítica del Vaticano resulta sorprendente porque la lucha por la distribución justa del poder es la dinámica esencial de la democracia. Debemos recordar, sin embargo, que la democracia es una idea y una práctica ajena a la vivencia de los que operan dentro de las estructuras verticalistas y autoritarias del Vaticano.

También es cierto que el feminismo ha luchado por lograr eso que la carta de la Iglesia deplora cuando critica los esfuerzos de la mujer por “liberarse de sus condicionamientos biológicos”. Ratzinger parece olvidar que la humanidad entera ha luchado por liberarse de lo que él llama “condicionamientos biológicos”, desde que empezamos a desarrollar los medios para hacerlo. La historia de la humanidad ha sido precisamente eso: un constante esfuerzo por superar los instintos e imponer la fuerza de la razón sobre nuestros impulsos primarios. Este esfuerzo, especuló el mismo Freud, contribuyó a la inhibición del incesto. Por este mismo esfuerzo, la ley del más fuerte llegó a ser sustituida por el principio de la justicia y por la institucionalización de los derechos.

La Carta a los Obispos, además, encierra una contradicción colosal. El Vaticano argumenta que las leyes biológicas, creadas por el Dios de Ratzinger y de Juan Pablo II determinan lo que el hombre y la mujer son y pueden ser. Preguntémonos entonces: Si la naturaleza y el rol social de la mujer están determinados por Dios y sus leyes biológicas, ¿por qué entonces se toma la molestia el Vaticano de escribir un documento para condenar los intentos de las mujeres para escapar de esas leyes y de la voluntad de un Dios omnipotente? Muy poca fe muestran en el Dios al que rezan, o en la biología que estudian, quienes se ven obligados a argumentar a favor de lo que ellos mismos consideran como un mandato divino y un ordenamiento natural.

 

El Dios Varón

Las enormes debilidades y contradicciones de la Carta a los Obispos no reducen el impacto potencial que puede tener este documento en los obispos que hoy se oponen a la liberación de la mujer y a la democratización de las relaciones de género. Peor aún, esta carta puede terminar reforzando la idea central de la que depende el poder ideológico antifeminista de la Iglesia Católica: la idea del Dios Varón que, de acuerdo a la carta de Ratzinger, se encarnó en un hombre –Jesús– por razones “importantes y relevantes”.

La defensa del Dios Varón es el motivo central de la Carta a los Obispos. Este documento condena el enfoque de género porque de acuerdo a la Iglesia, su orientación teórica, sus premisas y sus argumentos, “considerarían sin importancia e irrelevante el hecho de que el Hijo Dios haya asumido la naturaleza humana en su forma masculina”. Dios, de acuerdo a la Iglesia, prefirió encarnarse como hombre. Después de todo, decía Santo Tomás de Aquino, en su Suma Teológica, la mujer es una “cosa imperfecta y ocasional”. Y agregaba: “la mujer se halla naturalmente sometida al hombre, en quien naturalmente hay mejor discernimiento de la razón”.

En la antojadiza antropología bíblica del Cardenal Ratzinger, la condición de subordinación en la que ha vivido la mujer a través de la historia cristiana, se presenta como el resultado de una decisión divina: un castigo del Dios Varón contra la mujer por su participación en el “pecado original”. En otras palabras, Adán y Eva pecan, pero Dios castiga con especial saña a Eva por razones que, según la embrollada lógica de Ratzinger, debemos también de considerar como “importantes” y “relevantes”. Dice la Carta a los Obispos: “En las palabras que Dios dirige a la mujer después del pecado se expresa, de modo lapidario e impresionante, la naturaleza de las relaciones que se establecerán a partir de entonces entre el hombre y la mujer: ‘Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará’”(Gn 3,16).

Mil ochocientos años atrás, Tertuliano de Cartago utilizaba la misma interpretación bíblica de Ratzinger y su jefe Juan Pablo II: “Cada mujer debiera estar caminando como Eva, acongojada y arrepentida, de manera que por cada vestimenta de penitencia, ella pueda expiar más completamente lo que ella obtuvo de Eva, –el estigma, quiero decir, del primer pecado, y aborrecimiento, atado a ella como la causa de la perdición humana. ‘Con dolor darás a luz a tus hijos, necesitarás de tu marido y él te dominará’”.

Pero no nos preocupemos, nos dice Ratzinger, Dios a través de Iglesia Católica ha decidido levantar el castigo a la mujer. Todo lo que ella tiene que hacer para hacer sonreír a Dios es seguir el ejemplo de la Virgen María y “sus disposiciones de escucha, acogida, humildad, fidelidad, alabanza y espera”.

 

Una santa antifeminista

La Carta a los Obispos forma parte de la más reciente ofensiva lanzada por el Vaticano contra las mujeres. Hace pocos meses, la Iglesia las invitó a imitar el ejemplo de su nueva santa: la italiana Gianna Beretta Molla, una pediatra, esposa y madre de tres niños y niñas que murió en 1962 a la edad de 39 años, como consecuencia del parto en el que dio a luz a su cuarto hija. Beretta Molla, canonizada en mayo del corriente año, es la santa número 482 en el catálogo de santos y santas creado por Juan Pablo II en su enloquecida carrera para resacralizar el planeta. Vale la pena repetirlo: este Papa ha canonizado más santos y santas que todos los santos y las santas canonizadas por la Iglesia en los quinientos años previos a su elección.

De acuerdo a los datos biográficos publicados por el Vaticano, los médicos que atendían a Beretta Molla le advirtieron en el segundo mes de su embarazo, que su vida corría peligro por un tumor intrauterino y le recomendaron abortar. Ella decidió seguir con el embarazo y murió.

La decisión de Gianna Beretta Molla ha sido interpretada por la Iglesia como “la consecuencia coherente de una vida gastada día a día en la búsqueda del cumplimiento del Plan de Dios”. En el acto de canonización de la Santa, el Papa señaló que Beretta Molla ofrecía un ejemplo del amor conyugal “que responde al llamado de Dios”.

El mensaje del Vaticano no puede ser más claro: La mujer debe subordinar su vida al cumplimiento de su función reproductiva. Entre un feto de dos meses y la vida de Gianna Beretta Molla, de 39 años de edad, esposa y madre de tres criaturas, la Iglesia Católica se inclina por el feto.

 

Por la transformación de la idea de Dios

La Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el Mundo y la posición del Vaticano con relación a la función reproductiva de la mujer, forman parte de la falsificación de la palabra de Jesús perpetuada por la Iglesia Católica a través de los siglos e intensificada durante el papado de Juan Pablo II. La Iglesia ha condenado a la mujer a parir sin límites y sin condiciones. No importa su edad. No importa la causa de su embarazo. No importa si se trata de Rosa, la niña nicaragüense violada y embarazada en Costa Rica hace ya un año.

Al mismo tiempo, la Iglesia ha perpetuado la imagen de la mujer como el símbolo de las debilidades de la carne. Virgen es la María, esposa del carpintero, para exorcizar la sexualidad humana.

El hombre, por su parte, representa la fuerza del espíritu que, elevándose sobre la “natural” tendencia al pecado de la mujer, logra convertirse en el representante de Dios en la tierra. Sólo un hombre puede ser Papa o sacerdote. Sólo un Ratzinger sabe lo que quieren y necesitan las mujeres. Dios es Varón. Putas y pecadoras son, o se inclinan naturalmente a ser, las magdalenas.

El Dios Varón, dice María López Vigil, “fue funcional al rey absoluto y al hacendado colonial, y lo sigue siendo al general de ejércitos, al gobernante autoritario, al caudillo del partido, al papa infalible y al sacerdote y al pastor controlador de conciencias”. La transformación de la idea del Dios Varón es la responsabilidad de todos y de todas.

Rechazar el Dios de Ratzinger y de Juan Pablo II, es nuestra obligación cristiana.

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