Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº36, en 2001. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.
Elena Zaffaroni
Fue a partir de un postergado encuentro. Creo que todas queríamos vernos, re-conocernos, re-construirnos, porque la vida carcelaria no permitía la comunicación entre sectores. Algunas eran una leyenda y sus rastros continuaban allí para las presas nuevas que seguimos «cayendo» durante toda la dictadura en nuestro país. Lo nuestro, propiamente uruguayo, fue la prisión prolongada, pero las cárceles también se renovaban. Pienso que algunas no se animaron a ir, otras tal vez no se enteraron. Muchas ya no están entre nosotras. Todas o la gran mayoría, conservamos la marca de esos años en una mezcla de dolor y añoranza.
Estábamos del mismo lado y aunque las diferencias existieran y las personalidades tantas veces chocaran frente a la presión que vivíamos – que fue mucha- nos apoyamos, nos protegimos. Por eso la alegría de encontrarnos. Fueron muchas las estrategias para sobrevivir durante esos años: la risa, el afecto, la comprensión profunda. Compartir todo, desde el inodoro a las visitas, los amores lejanos y los futuros inciertos. El miedo, la debilidad, el coraje. Aunque no podíamos, nos comunicábamos; con las manos, las sonrisas, los ojos, el aire. La manera de colgar la ropa… todo decía: «acá estamos, cerca». ¡Cómo no acudir! Eso fue el 31 de julio de 1997.
Todavía hoy no se cuántas mujeres fuimos presas políticas en el Uruguay: 800, 1000, tal vez más. Ese día nos reunimos 300. Los encuentros se continuaron y dieron tiempo a la reflexión. Alguien propuso reconstruir lo vivido, recuperar para todas ese tiempo, recuperarlo para el país al que obligaban a olvidar. Hacerlo colectivamente, le daría a ese trozo de la historia un perfil particular: mujeres, presas políticas provenientes de distintas filiaciones e ideologías y de distintos sectores sociales. Se formaron talleres porque sí. Todos los temas tenían cabida y nos distribuíamos de la misma manera, porque sí.
El nuestro es el Taller de Género. Sabíamos que por ser mujeres nuestra prisión tuvo sus particularidades y nuestra resistencia también, pero ¿cuáles? .
El camino no fue fácil y los distintos talleres (vivencia, cronología, testimonios, salud, género) tuvimos un inicio común: contar. Contarnos unas a otras nuestra historia, nuestra «caída», nuestra tortura, nuestra prisión. Algunas cosas las dijimos por primera vez. Todo mezclado el ayer y el hoy. Era tanto lo que desconocíamos. Las presas del interior del país, por ejemplo. Los distintos lugares de detención, las distintas épocas desde el 72 al 85, todo regado con la vida actual, los trabajos, las familias. Contar y escuchar parecía un mecanismo que iba despertando nuestros recuerdos.
En nuestro taller hablábamos mucho pero no escribíamos. Tampoco faltábamos a esa cita entrañable donde recuperábamos, junto a los recuerdos, aquella relación directa, confiable, que supimos construir cuando presas.
Hubo un tema al que dimos un tiempo especial: «maternidad». Por casualidad, en ese grupo teníamos una gama de situaciones(casi todas las posibles).Hijas adultas que se fueron al exilio mientras la madre quedó presa. Hijos pequeñitos que visitaban a su madre en la cárcel, las que decidieron no tener hijos o abortar por los años difíciles, hijos nacidos en prisión y las que fueron madres después de la «cana»y en el exilio.
Hicimos entrevistas a muchas compañeras sobre este tema; esclarecimos situaciones y sentimientos de los que nos costaba desprendernos. La culpa, por ejemplo. También visualizamos esa trama de sostén que tejían nuestras madres, hermanas, amigas afuera y que igualmente hacíamos nosotras adentro. Las resistencias parecían ir en paralelo. Seguíamos sin escribir y allí fue creciendo la idea: ¿Y si le pedimos a las demás mujeres que escriban? ¿Si nuestras madres, amigas, contaran cómo vivieron? ¡Qué duros fueron esos años para ellas!. Cada encuentro aportaba otra dimensión a la cosa y nos aclaraba algunos de los motivos por lo que no lo hacíamos. Eramos mujeres comunes, historias comunes; a nosotras nos tocó estar adentro y a otras afuera, echando mano esencialmente a una estrategia común: apoyarse, acompañarse, encarar la cosa juntas.
Las madres, que no se conocían de antes, en esos años se llamaban para dar las buenas y malas noticias, para «rellenar» paquetes, que sabían también compartiríamos. Las maestras de nuestros hijos hacían lo suyo y así en una cadena interminable, la gente se iba reconociendo y «amuchando».
No sentíamos que nuestra historia tuviera valor separada de la de ellas. No sabíamos escribir ni éramos heroínas y sin embargo cada historia tenía lo suyo…Si las sumáramos, si pudiéramos darlas a conocer sin enfrentarlas ni compararlas, podríamos aportar en la conciencia de las uruguayas y uruguayos lo que vivimos como país. Los hombres también estaban presentes, pero sentíamos que el protagonismo femenino era impresionante; tanto como su invisibilidad. A ellas apelamos.
Escribir la Convocatoria llevó su tiempo. Nos costaba salir de nosotras mismas. Queríamos explicar quienes éramos para poder invitar a todas las mujeres a contar. Hoy sabemos que no era necesario. Las mujeres estaban deseosas de hacerlo, faltaba el lugar.
Memoria para Armar comenzó como un pequeñísimo espacio en el que creo que aportamos dos actitudes que nos ayudaron a llegar hasta hoy: tener las cabezas abiertas y dispuestas a cambiar en el camino, y confiar en la solidaridad. Después, todo fue sucediendo: la idea gustaba, las puertas se abrían. Especialmente las mujeres, nos daban el sí sin dudar. La lista de auspiciantes, el tribunal que seleccionaría el material para el libro (Lucy, Tata, Graciela y Hugo) que fue nuestro apoyo, nuestro referente frente a cada cosa nueva.
Cuando llegó el primer trabajo, ¡qué emoción sentimos! Nos llamamos unas a otras: no lo leeríamos hasta que caducara la fecha, ¿cuántos vendrían? No era fácil escribir. A nuestro alrededor – todas mujeres entusiastas – tampoco se atrevían. El silencio era mayor y más profundo de lo esperado. Y sin embargo, poco a poco…llegaron 238 trabajos; ¡241 al día de hoy!
Por fin comenzamos las lecturas. Ese sí que fue un momento… La profundidad, el respeto, el valor que entregaban esas mujeres. Lloramos como locas y reímos a carcajadas; las niñas desde una perspectiva tan conmovedora; las abuelas con su coraje… El «tribunal» las identificaba, al igual que nosotras, por semejanzas, nombres, detalles de cada texto. Era la vida de esos años . Nos devolvían, a su vez, nuestra memoria como un puente transitable, necesario para la continuidad.
Hoy, tenemos el primer libro: Memoria para Armar-Uno y ya estamos armando, entre todas, el Dos, el Tres, el Cuatro…