Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº26, en 1998. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.
«Blancas eran las batas de los que allí trabajaban con manos enfundadas en guantes de goma de color cadavérico. La luz era helada, muerta, fantasmal… Un óvulo: un embrión: un adulto, es lo normal. Pero he aquí que el óvulo bokanowskyficado rebrota, se reproduce, se segmenta; y resultan de ocho a noventa y seis brotes, y cada uno se convertirá en un embrión perfecto, y cada embrión en un adulto de perfecta talla. Es decir, que se producen noventa y seis seres humanos de lo que antes se formaba uno. Progreso…»
La novela «Un mundo feliz» de Aldous Huxley fue escrita luego de la Primera Guerra Mundial como una cáustica fantasía de lo que imaginaba sería el mundo en el año 2.500. «Poblado de criaturas artificialmente engendradas y criadas en botellas debidamente clasificadas… Un mundo controlado por el absolutismo científico.» Quince años después el propio Huxley analizó sus profecías demostrando que varias de ellas se realizaron antes del plazo previsto y llegó a la conclusión de que es problable que los demás horrores concebidos por su imaginación se cumplirían también dentro de este siglo.
«… uno a uno los óvulos eran trasladados de los tubos de ensayo a recipientes mayores… herencia, fecha de la fecundación, número del grupo de Bokanowsky, detalles todos que pasaban al envase desde el tubo de ensayo. Cesaba el anónimo y, nombrada e identificada, seguía la procesión lentamente su marcha a través de una abertura en el muro, pasando a la «Sala de Predestinación Social»
Parecía impensable, de la órbita exclusiva de la ciencia ficción. Del horror que sólo se soporta si está escrito en una novela. Del que se lee con la convicción de que nunca será una realidad. Sin embargo hoy acercándonos aceleradamente a los plazos puestos en la ficción, el desarrollo científico parece encaminarnos a un posible «mundo feliz».
Ser predestinado, predeterminado, adaptado desde la incubación a cubrir las necesidades de la civilización, preparado «para amar lo que hay obligación de hacer» podría ser una de las vías por donde hacer pasar la reproducción humana.
Mas vale tarde que nunca
Como suele suceder en estas latitudes, los debates y las problemáticas internacionales siempre nos llegan con unos años de retraso -de 10 a 15 en promedio-, pero tarde o temprano nos llegan. En este caso el desarrollo biocientífico en todo lo relacionado a las nuevas técnicas de reproducción humana asistida, irrumpe en la región a través de proyectos de ley que tanto en Argentina, Brasil como en Uruguay tienden a normatizar su aplicación en nuestras sociedades, a pesar de que ya hace bastante tiempo que existen centros e institutos que las realizan.
En la Argentina, de acuerdo a lo expresado por el Dr. Pasqualini en su presentación del pasado 28 de octubre en la sede del Sindicato Médico del Uruguay (1), desde hace 10 años en el instituto que él dirige, se realizan éstas técnicas. En 1990 lograron el primer embarazo con parto por micro-aspiración con FIV (Fecundación In Vitro) por diagnóstico de azoospermia (infertilidad masculina por no existencia de espermatozoides en el líquido seminal). Ya han realizado 548 ICSI (Inyección Intracitoplasmática del óvulo) con una tasa de embarazos del 30%; 14 embarazos con embriones crioconservados durante cuatro años y medio y la fertilización de óvulos preservados.
En Uruguay desde 1987 de acuerdo con lo expresado en la exposición de motivos del Proyecto de Ley presentado por el senador Alberto Cid, «un equipo médico está trabajando en el campo de la reproducción asistida y ha logrado hasta la fecha el nacimiento de más de veinte niños en parejas estériles y practicado la fertilización in vitro en cientos de situaciones clínicas con esa afección» (2).
Según datos aportados por el doctor Haimovich (3), de acuerdo a la investigación que están desarrollando este año en nuestro país (Hospital Pereira Rossell), 134 parejas estériles han solicitado asistencia en el Centro Nacional de Estudios de Esterilidad y Fertilidad Humana. De ellas el 51,5 % están casadas y el 48,5 % en concubinato. En general, son familias de bajos recursos que no pueden costear los gastos de la atención en clínicas privadas, pero deben pagar el precio de la ausencia de recursos con la que trabajan las dependencias estatales y esperar, por ejemplo, un plazo promedio de tres meses para realizarse una laparoscopía (uno de los tantos análisis previos necesarios para el diagnóstico de las posibles razones de infertilidad).
En Brasil, de acuerdo a información aportada, existen por lo menos dos grandes centros de investigación y servicios dependientes de la Universidad Estatal y numerosos centros privados.
Ante este panorama tenemos años de práctica no regulada en centros fundamentalmente privados. Un debate público pendiente sobre muchos de los temas que hacen a la vida sexual y reproductiva. Legisladores que procuran llenar el vacío legal existente entre el avance científico y los posibles problemas que podría generar. Distintos actores que no están conformes con los contenidos de los proyectos presentados. Una tendencia a la comercialización de éstas prácticas. Ausencia de formación científico-profesional desde el Estado y una fuerte tendencia desde algunos espacios de poder -ante un mundo cuasi desconocido- de sostener y preservar los valores sociales más conservadores. Ante el inconmensurable mundo de posibilidades que da el poder manipular óvulos y espermatozoides en un laboratorio, parece preocupar más, a muchos legisladores, el destino de «las familias integrales», que desarrollar formas de control social que eviten el «absolutismo científico» en la reproducción de la especie humana. Les aterra que las mujeres solas puedan hacer uso de ellas. Prohiben terminantemente que las parejas homosexuales las utilicen. Y no les quita el sueño el dilema de hacia dónde puede ir la reproducción humana.
¿Asunto de ciencia ficción?
Quizás en el siglo XXI todos los seres humanos nos vinculemos sexualmente en todas sus combinaciones posibles y por todas las razones imaginables -por placer, por afecto, por compañía, por diversión, por computadora, porque sí o porque no- independientemente del interés o la intención de reproducirnos. Quizás debamos centrar fundamentalmente nuestras preocupaciones en la prevención de enfermedades de trasmisión sexual, y/o en el desarrollo de relaciones satisfactorias, y/o en la creación de distintos núcleos de convivencia social para los que tendremos que ampliar los conceptos de familia. Quizás, por qué no, estemos enfrentados a resolver la relación entre los múltiples géneros coexistentes, dado que la diferencia entre femenino y masculino ya nos resultará absolutamente caduca. Muy probablemente seguiremos, además, buscando alternativas para el desarrollo sustentable, confrontando y enfrentando programas de control del crecimiento de la población mundial. Buscando mecanismos para evitar el agotamiento de los recursos no renovables. O, quizás, estaremos ocupando otros planetas, paseando en naves como las de los Supersónicos y relacionándonos con seres de otros mundos.
¿Por qué no imaginarnos entonces que, a la hora de querer reproducirnos, recurriremos a centros especializados que se encargarán de solucionarnos la demanda? La reproducción humana podría ser entonces un acontecimiento más pensado, definido y concretado a través del laboratorio. Un hecho biológico intermediado por la bio-ciencia y la medicina, al servicio de las personas y controlado -sería de desear- por valores éticos que impidan la existencia de «Salas de Predestinación Social».
El problema es que llegar a valores éticos consensuados no es, ni será, un problema menor. La Bioética pensada, justamente, como nueva práctica reflexiva que intenta dar respuestas a los vertiginosos desarrollos de la tecnociencia y de la biomedicina, no resiste consensos a la hora de dar contenido a los conceptos y salirse de las declaraciones generales. Por ejemplo, de acuerdo a un artículo de Esther Moncarz (4), son preocupaciones de la bioética tanto el salvaguardar el valor sagrado de la vida del embrión ante manipulaciones que podrían ponerla en riesgo (crioconservación, reducción embrionaria, etc.) como el auge de la «medicina del deseo» que, a través de trasplantes, cosmética, prolongación artificial de la vida y tecnologías reproductivas, intenta superar los límites de la naturaleza. También las áreas a las que pueda extenderse la aplicación de la fecundidad asistida, siendo conflictivas ciertas transgresiones a las normas sociales como las inseminaciones no homólogas y/o fuera de la familia heterosexual y monogámica.
De acuerdo a la autora argentina, en cambio, no serían temas de debate la inequidad social que conlleva los costos de la reproducción asistida y el modo cómo es utilizado el sufrimiento por la infertilidad.
En el mejor de los casos, el éxito de muchas de estas técnicas -por el momento- se sitúa en el entorno de un 30% de «bebé en la casa», lo que arroja un 70% de fracasos traducidos en frustración y dolor. Oh! casualidad, en las consideraciones del proyecto de ley uruguayo tampoco éstas fueron ejes de preocupación hasta que la delegación del Espacio Feminista concurrió a la Comisión de Salud Pública del Senado y los planteó (ver Cotidiano nº 25).
Ruth Macklin(5), señala desde una bioética feminista tres principios sobre la reproducción humana que com-partimos plenamente y, que para nuestro entender, deberían ser regidores en consideraciones legislativas: «a) el principio de la libertad individual, implica que la mejor política social es aquella que es menos restrictiva de la libertad individual. Por lo tanto, el consentimiento informado y el respeto a las personas son dos condiciones necesarias para ejercer la libertad de opción; b) el principio utilitario que define la rectitud en una sociedad como el mayor beneficio para el mayor número de personas… y c) el principio de justicia que sostiene que todas las personas en una sociedad dada merecen acceso equitativo a los beneficios y servicios que satisfagan las necesidades humanas básicas.»
Esto significa respetar la diversidad de opiniones y de valores y garantizar que las investigaciones y servicios tengan presente siempre que el interés mayor es la persona y que todas ellas deben tener la posibilidad de acceder y beneficiarse de las mismas.
A esta altura cabe preguntarse ¿cómo desarrollar una conciencia social sobre todos estos aspectos y cómo legislar con justicia?
Otras prácticas políticas
En este siglo los cambios científicos, culturales, comportamentales y sociales que se han dado en la sexualidad y reproducción humana han sido de una rapidez sideral y cuesta asimilarlos. Se necesitaría, por lo tanto, tener -al menos- amplitud de criterio para abordarlos, más si se tienen responsabilidades y representatividades políticas. Decisiones equivocadas pueden traducirse en atentados a los derechos individuales, consolidando marginaciones y situaciones de discriminación.
Sin entrar en el dilema de legislar o no legislar -that is the question-, parece más importante centrar el debate en COMO legislar frente a situaciones problema, sobre las que no existen verdades incontrastables ni posiciones unánimes ni referentes históricos. Tal su carácter novedoso y complejo.
Las formas tradicionales del quehacer político ¿son suficientes para responder a estos nuevos «cómo»? Los intentos de regulación legislativa ¿se adecuan a estas complejas realidades? La información, reflexión y participación de la población ¿están a la altura de las circunstancias? ¿Debemos conformarnos ante la tendencia de dar respuestas conservadoras a situaciones novedosas y transformadoras? La sociedad civil en sus múltiples formas de organización, ¿debe intervenir y ser escuchada? ¿Cómo? ¿En qué instancias? ¿De qué manera?
Los distintos partidos políticos no han incorporado estas dimensiones de la vida social a sus iniciativas programáticas, ni a sus debates internos. Está pendiente aún la discusión sobre el concepto de familia, existiendo enormes dificultades de aceptar a «las familias» aunque la realidad golpee los ojos. Se siguen diferenciando los temas políticamente importantes de estos otros, considerados temas menores o no redituables electoralmente. Es muy difícil tener instancias donde discutir entre trabajadores de la salud, investigadores/as, abogados/as, feministas, psicoanalistas, psicólogos/as, educadores, asistentes sociales, representantes de partidos políticos, de sindicatos, de centros comunales. No hay lugares donde poder interpelar a los poderes, sea donde sea que se ejerzan, desde una sociedad civil, que también permanece muy pasiva frente a situaciones que la afectan tan directamente.
Este es un tema que no tiene fin, porque en cada punto que se toca, como los «links» en las páginas de internet, se despliegan nuevas situaciones y se abren otras interrogantes. Si hubiera que clasificarlo, se podría ubicar en el casillero de «expresión de angustia», de aquella que provoca el ver por dónde pasa -o no pasa- el debate y donde está la realidad y … ¿la ficción?
Lilián Abracinskas
Huxley, Aldous, «Un Mundo Feliz», Colección Literaria Universal, Editores Mexicanos Unidos, 2da. edición, 1979, México.
(1) «Las técnicas de reproducción humana realizadas en el Instituto «Halitus» de Argentina, exposición realizada por el Dr. Pasqualini en el Acto Científico en conmemoración del 25 aniversario de la creación del Centro Nacional de Estudio de Esterilidad y Fertilidad Humana, Sindicato Médico del Uruguay, 28 de octubre de 1997.
(2) Exposición de Motivos, proyecto de ley sobre Técnicas de Reproducción Humana Asistida, pág. 11, publicación de la Comisión de Salud Pública, Senado XLIVa. Lesgislatura, abril de 1996.
(3) Exposición realizada por el Dr. Haimovich en el Acto Científico, (1)
(4) Moncarz, Esther, «¿La infertilidad es una enfermedad?, Revista Mujer Salud, Red de Salud de las Mujeres Latinoamericanas y del Caribe,2/97, pág. 55
(5) Macklin Ruth, «Ethics and Human Reproduction:International Perspectives», Revista Mujer Salud, Red de Salud de las Mujeres Latinoamericanas y del Caribe, 2/97, pág. 36.