Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº31, en 1999. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.
Las articulaciones de mujeres de Argentina, Chile, Brasil, Paraguay y Uruguay creadas para realizar el seguimiento de la IV Conferencia de Beijing realizaron un encuentro en Montevideo los días 13,14,15 de octubre con la participación de algunas redes regionales como CLADEM, REPEM y Control Ciudadano que han trabajado en áreas de la Plataforma de Acción Mundial.
Los objetivos del encuentro eran poner en común la experiencia realizada en cada país, evaluar los avances y dificultades para la implementación de la Plataforma, el desarrollo de las organizaciones de mujeres, y las experiencias de «control ciudadano» como estrategia de fortalecimiento de las organizaciones civiles. En un plano más concreto esta instancia se enmarca en la preparación de la participación de las organizaciones no gubernamentales en la conferencia de CEPAL de febrero y las de Naciones Unidas en el año 2000 para evaluar la IV Conferencia sobre la Mujer.
Los relatos de las acciones encaradas en cada país encontró oídos atentos y frescos en mujeres que no estuvieron involucradas en el período de preparación de la Conferencia y que podían aportar su propia mirada sobre aquella experiencia. Por suerte, había muchas caras nuevas y algunas, también, jóvenes.
Las dificultades y problemas, las dudas, los desafíos, no tienen nada de novedosos y recuerdan reflexiones similares a las realizadas cuando, volviendo de la Conferencia de Beijing, nos reunimos en Paraguay y evaluamos nuestra participación como mujeres del Cono Sur. La principal diferencia entre aquella reunión y ésta, radica en el camino recorrido, en las cosas que hemos hecho, en la afirmación de una identidad más o menos colectiva desde la cual hemos procesado debates, impulsado iniciativas y negociaciones con los gobiernos. Muchos «debe», pero con un espacio para analizarlo; muchos desafíos pero menos dudas; muchas tareas, pero menos omnipotencia. Más madurez, más calma, más productos.
La presencia de nuestra agenda en la opinión pública se ha incrementado pero muchas veces ha sido a impulso de las iniciativas gubernamentales y de los organismos internacionales. Por eso, su contenido ha aparecido más desdibujado y parcial, dando la ilusión de que es posible insertar más democracia, más equidad, más justicia en un contexto de sociedades ine-quitativas, discriminatorias, exclu-yentes y empobrecidas.
En cada uno de los países parece compartirse un sentimiento contradictorio de frustración, por un lado, y logros y avances, por otro.
Se han realizado ejercicios de control ciudadano que fortalecen la capacidad de propuestas de las mujeres organizadas y desarrollan una nueva cultura de participación. Muchas organizaciones están detrás de cada ley para garantizar que no sea un retroceso de los derechos de las mujeres, otras hacen campañas, cursos de capacitación, investigaciones, encuestas, seminarios etc. Sin embargo no hemos logrado intervenir en la discusión de los temas económicos, en la definición de los presupuestos y aún presentando matices, en los diferentes países de la región, la equidad de las relaciones de género no es un componente ético insoslayable para cualquier propuesta democrática.
A medida que cada una de las articulaciones y redes presentaban sus informes, fue tomando forma el sentimiento de la enorme cantidad de cosas que realizamos para que aquellos puntos recogidos en los compromisos de Beijing no fueran letra muerta.
Las mujeres del Sur
En 1994, antes de la Conferencia Regional de Mar del Plata, se realizaba en Montevideo un encuentro de los Grupos Iniciativa de Paraguay, Argentina, Chile, Brasil y Uruguay para discutir la participación en la convocatoria de CEPAL y en la coordinación de América Latina y El Caribe para la IV Conferencia de Naciones Unidas sobre la Mujer a realizarse en Beijing en 1995. La convocatoria realizada por UNIFEM en los países de la región, fue determinante de estas iniciativas y para muchas de nosotras esta instancia fue, claramente, un pretexto para desarrollar nuestra propia organización (en el caso de Uruguay, para romper la segmentación de las organizaciones de mujeres y crear una instancia más amplia de articulación nacional).
De ese encuentro surgió la publicación Las Mujeres del Sur, documento con el cual empezamos a crear una cierta identidad regional, precaria, apenas incipiente y que en realidad inició un proceso de mirada hacia afuera, de conocimiento mutuo y de puntos de referencia que marcaron el proceso de participación del Cono Sur en la coordinación de América Latina y el Caribe hacia Beijing.
A la vuelta de China, con una agenda global en mano, volvimos a reunirnos en Paraguay para evaluar lo logrado, para analizar los déficit, para discutir nuestros «nudos» y elaborar algunas líneas de trabajo para el futuro. La relación de las ONG con el movimiento amplio de mujeres, la democracia interna de las articulaciones, la representatividad y legitimidad de estos espacios, la agenda feminista y la relación con el Estado fueron temas de debate.
Definimos entonces que el desafío se planteaba en el ámbito nacional, que la Plataforma de Acción emanada de la IV Conferencia debía ser uno de los instrumentos principales de nuestro trabajo con el movimiento de mujeres, que el eje central debía ser articular la diversidad de intereses de los grupos de mujeres en espacios políticos a nivel nacional.
El diálogo con los gobiernos por la implementación de la PAM (Plataforma de Acción Mundial) debía basarse en un movimiento de mujeres capaz de interpelar, proponer, presionar e insertar nuestras demandas en el movimiento social amplio. No eran pocos los desafíos y nos enfrentaba a nuestros propios límites. Apelábamos a una plataforma política pero, ¿quiénes asumirían este compromiso?, ¿las ONG en las que trabajábamos?, ¿las redes o coordinaciones creadas en el proceso latinoamericano de preparación de Beijing?
En cada país, los debates, dudas, malestares y confusiones generaron matices, valoraciones y posturas distintas. La acción política no se inventa de un día para otro, y las organizaciones de mujeres no son ajenas al escepticismo respecto a las acciones colectivas. Organizar un espacio político «alternativo» es complejo y demanda más trabajo que hacer una consultoría o escribir un documento. Supone una construcción paciente y lenta, un proceso que acumule saberes y apropiación colectiva de ellos. Muchas veces este proceso se traba por pequeñas disputas y grandes debilidades a la hora de capitalizar logros y aparecer públicamente como punto de referencia de un sujeto político. Este debate se plateó entre algunas mujeres y organizaciones que habían impulsado la participación en la IV Conferencia de Naciones Unidas, y no pretendía representar otra cosa, no sustituía otras militancias feministas ni del movimiento de mujeres, era en todo caso una estrategia para intervenir en la elaboración de propuestas en torno al documento surgido de la Conferencia.
Como toda acción política, las prácticas definen caminos y perfilan opciones, a veces por omisión o por simple debilidad. Entre lo que se quiere hacer y lo que se hace, entre los discursos y la práctica se juegan no sólo las ideas sino la acumulación de experiencias, las opciones laborales, el desencanto y la esperanza de cada una/o de los y las sujetos. Las dificultades para crear espacios de trabajo permanentes y democráticos, abiertos y eficaces en su labor, es y será un tema de preocupación y en cierto sentido, pendiente.
La organización creada para participar en la Conferencia de Beijing y la presencia y conducción de muchas feministas en la Coordinación Latinoamericana y del Caribe, hizo de esta experiencia un tema de confrontación en el Encuentro Feminista de Cartagena. Curiosamente este debate no se trasladó con igual fuerza al interno de todos los países, pero dejó un sabor amargo entre las que fueron y aún en aquellas que sólo conocieron las anécdotas. La ilusión de haber creado una nueva forma de hacer política caía estrepitosa y lastimeramente. Cómo organizarse y en torno a qué temas ha sido desde siempre el gran punto de conflicto y disputa entre todos los movimientos sociales de la historia.
Después de Beijing, algunas mujeres creyeron posible mantener una articulación regional que potenciara la visibilidad de las organizaciones de mujeres a nivel regional.
Los objetivos eran poco claros, y los caminos para construir esa articulación permanente aún más confusos. La articulación regional mirada desde lo que sucedió realmente en cada país y desde el conjunto de sus organizaciones, no tuvo ninguna significación, ni impacto, ni contacto. Si es difícil mantener una estructura de articulación e intercambios a nivel nacional con organizaciones muy diversas entre sí y a su vez crear mecanismos de democracia interna y legitimidad de sus representantes, mucho más difícil es emprender esa empresa en un espacio supranacional sin correr el riesgo de burocratizar los mecanismos y dejar afuera los matices más ricos de un proceso plural y muy diverso.
Los desafíos y las interrogantes transitaron por otros caminos y otras prioridades.
La interlocución con los Estados y más concretamente con los gobiernos de nuestros países nos enfrentaron a dilemas y desafíos políticos. La propia estructuración de la Plataforma de Acción tiende a dificultar una intervención más global con los gobiernos, y nuestras incapacidades y debilidades no nos permitieron fortalecer las voces críticas en cuanto a los modelos de desarrollo económico y social. ¿Qué relación tiene «nuestra agenda» con la agenda democrática y la justicia social? ¿Cuál es el sujeto de la interpelación a los gobiernos?
Colocar las demandas de las mujeres en la agenda pública, hacer que se conviertan en políticas de Estado nos lleva a abordar temas generales: la institucionalidad democrática, la reforma del Estado, el impacto de las políticas públicas y económicas.
El tema parece ser más complejo, «desde hace más de una década, dice Maruja Barrig, el debate en América Latina sobre las utopías sociales,(…) discurre sobre el cauce cómodo de la búsqueda de lo posible, generalmente cambios procedimentales en las normas estatales, en cuyo sedimento es posible encontrar un cierto desencanto ante la vigencia de las «masas críticas» como motor de cambio.»
En el contexto de la globali-zación económica no se discuten modelos alternativos de desarrollo sino cómo gestionar mejor, con más transparencia los recursos estatales. La estabilidad cambiaria y el equilibrio fiscal, convertidos en paradigmas, son el punto de partida para la diferenciación programática. En este contexto se habla de la «despolitización» de las demandas feministas y tal vez, valdría la pena formularse también otras preguntas: ¿cuáles son, hoy, las demandas feministas? ¿El aborto, la opción sexual, la autonomía? ¿Desde qué espacio proponen las feministas sus propuestas? ¿No seguiremos apegadas nostál-gicamente a un espacio contestatario, fuertemente confrontativo que caracterizó la primera fase del feminismo en América Latina?
Confieso que me gustaría tener la capacidad de respuesta y creatividad que nos hiciera contestar irreverentes frente a los miles de abusos simbólicos y de los otros, que vivimos a diario. Pero la nostalgia no es buena consejera a la hora de construir alternativas y en estos años a partir de una estrategia común hemos hecho muchas cosas para alimentar ese sueño. Hemos monito-reado a los gobiernos y su cumplimiento de los compromisos, hemos creado instrumentos organizativos, (siempre en construcción), hemos elaborado informes, hemos realizado encuentros nacionales y locales, hemos coordinado actividades regionales y campañas, hemos creado grupos de trabajo entre mujeres de varios países, y lo que es más importante, hemos conocido y reconocido múltiples espacios desde donde se impulsan iniciativas. A pesar de las debilidades, a pesar de los escasos recursos y a pesar de los múltiples compromisos y tareas, hemos mantenido nuestras articulaciones y no es poca cosa.
Lilián Celiberti