Este artículo fue publicado en el Cuaderno Nº9 de Cotidiano Mujer, en 2014. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.
Valeria España
Aunque a algunas personas les cueste creerlo, la persecución misógina promovida a lo largo de la historia sigue manifestándose; el anonimato de esta práctica -que en otras épocas estaba garantizado a través del uso de máscaras por parte de verdugos- está ahora permitido mediante la explosión de caracteres, la exposición del otro, la difamación, la intimidación o la amenaza mediante dispositivos electrónicos.
En este contexto, lo “amateur”, como posibilidad democratizadora y subrepticia de las nuevas tecnologías, puede también tomar contacto con formas de violencia simbólica y de cosificación de la mujer. Un mercado cibernético que devora animosamente a voyeristas post modernos que cámara en mano, están dispuestos a contribuir con la diseminación de videos que exhiben y vulneran la intimidad de hombres y mujeres. Se generan más víctimas de la explotación, nuevas formas de arrinconamiento que implican una clara vulneración de derechos.
El análisis del cyberbulling desde una perspectiva de género da cuenta de un fenómeno que expresa nuevas formas de acoso machista, y que está siendo analizado en diversos países – tratando de buscar respuestas sociales y jurídicas para atender las causas y consecuencias de este “novedoso” flagelo.
Los medios de comunicación juegan un rol fundamental en un escenario de múltiples pantallas, ¿cómo interactúan los medios de comunicación “profesionalizados” con esas prácticas “aficionadas”? En ocasiones, incentivando la difusión masiva de materiales que contribuyen a la discriminación y a la naturalización de estereotipos. Esto debido precisamente a que el criterio utilizado por algunos medios para amplificar la difusión de información producida de forma “casera”, no implica necesariamente el análisis sostenido del contenido de los materiales sino su potencial impacto comercial. La complicidad de estas prácticas contribuye a delinear mentalidades misóginas y supremacistas, las mismas que constituyen el trasfondo cultural de estas renovadas formas de discriminación y violencia.
Los mecanismos de protección para evitar estas acciones, más allá de nuevas legislaciones que buscan sancionar penalmente a los responsables, requiere de políticas públicas eficaces que transformen las dinámicas culturales dominantes. Los desafíos son enormes si consideramos que detrás de nuevas formas de regulación de Internet, también se esconden intereses de censura y persecución del activismo cibernético. De esta forma debe tomarse en cuenta que el problema que subyace a estas dinámicas no son las “tecnologías de la información” sino las dinámicas patriarcales de sociedades tecnológicamente avanzadas pero que culturalmente permanecen ancladas en paradigmas decimonónicos.
Disipar la naturalización de estas prácticas culturales es un proceso de largo aliento. Para erradicar la violencia de género necesitamos de todos, hombres y mujeres, dispuestos a tomar conciencia sobre la urgencia de un cambio en el paradigma histórico que le ha dado vida por tantos años a un sistema de dominación que mata de muy diversas maneras.