Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº28 y 1/2, en 1998. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.
Decir «sexo» siempre generó, por lo menos, incomodidad en casi todos los círculos de nuestras sociedades. Podía apreciarse la tensión generada cada vez que se utilizaba la palabrita con la intención de comenzar a hablar del tema. Y esa sensación de incomodidad podía percibirse desde los ámbitos familiares, pasando por las reuniones y encuentros de todo tipo, hasta los medios de comunicación y los centros de poder.
Lo mismo pasó en Naciones Unidas cuando lo sexual se vinculó con lo reproductivo y trascendió la planificación familiar y el control poblacional y, como si fuera poco, vino acompañando al tema de los derechos. Trascendiendo los ámbitos de mujeres y feministas comenzaron a deambular por el mundo llegando hasta conferencias y gobiernos, programas y proyectos: los Derechos Sexuales y Reproductivos entraban en acción.
Lo que no se ha demostrado, por lo menos hasta el momento, es que con sólo nombrarlos, diciéndolos juntos y poniendo Sexuales antes que Reproductivos fuese suficiente para cambiar las cabezas y los conceptos.
Las costumbres, los prejuicios, y las ideologías suelen tomar todos los caminos posibles para tratar de ocultar o ignorar lo que les molesta. Y ya no cabe la menor duda que el Sexo, los Derechos Sexuales y la Sexualidad siguen generando urticaria y por lo tanto ese dúo que creíamos indivisible ha comenzado a separarse y cada vez es más frecuente escuchar hablar sobre los Derechos Reproductivos y que los Sexuales brillen por la ausencia.
Por lo tanto INSISTIR para que los caminos de la memoria y el entendimiento sigan el curso del respeto, parece imprescindible. Habrá que recordar una y otra vez que los sexuales también existen y que son, además, condición necesaria para que los reproductivos se cumplan. Porque aunque algunos lo intenten, la concepción divina sólo se produjo en la Virgen María y las nuevas tecnologías no se han generalizado, por suerte.
No está de más, entonces, recordar algunos episodios de la historia muy reciente para que los conozcan quienes aún no lo saben y no lo olviden quienes ya lo sabían.
Cuando luego de muchos esfuerzos, discusiones, presiones y negociaciones se logró demostrar y reconocer en la Conferencia de Viena (1993) que los derechos sexuales y reproductivos eran tan derechos humanos como los otros, pensamos que teníamos un gran terreno ganado.
En El Cairo (Conferencia de Naciones Unidas sobre Población y Desarrollo, 1994), los debates y peleas, corchetes y discusiones, idas y venidas sirvieron para modificar (por lo menos en los documentos) un concepto de población que hasta esa fecha casi que se restringía a metas meramente demográficas. El haber influido en un Programa de Acción que, aunque no fuera nuestra utopía feminista era –y es aún- una herramienta importante para influir en los gobiernos a la hora de la elaboración de políticas de salud, se vivió como una gran conquista de los movimientos de mujeres y feministas del mundo.
Recapitulando sobre algunos de los contenidos de ese Programa de Acción, el mismo:
1. «Reconoce los efectos perjudiciales de las pautas de consumo y producción sobre los recursos mundiales y el medio ambiente del planeta, así como los efectos del crecimiento de la población.
2. Integra las políticas relativas a la población en políticas de desarrollo diseñadas para eliminar la pobreza, lograr la equidad, respetar los derechos humanos y proteger el medio ambiente.
3. Aplica explícitamente principios básicos de derechos humanos a las políticas y programas de población; rechaza la coacción, la violencia y la discriminación; y reafirma que todas las personas tienen derecho a servicios de buena calidad de atención en salud.
4. Detalla las acciones necesarias para lograr el fomento de la autonomía de la mujer en la vida política, social, económica y cultural de su comunidad y no simplemente ‘mejorar la condición y el papel de la mujer’.
5. Reconoce el rol central que tiene la sexualidad y las relaciones entre los sexos en lo tocante a la salud y los derechos de la mujer.
6. Afirma que los hombres deberían asumir responsabilidad por su comportamiento sexual y su fecundidad, revisar su actitud en la prevención de las enfermedades de transmisión sexual y en el bienestar de sus compañeras y de los hijos y las hijas que procrean.
7. Define los servicios de salud reproductiva y sexual y exhorta a proveer servicios e información integrales de buena calidad para todos, incluidos los y las adolescentes.
8. Reconoce que el aborto en condiciones no adecuadas es un grave problema de salud pública y exhorta a los gobiernos a reducir la incidencia del aborto en condiciones no adecuadas. Se debe garantizar que los servicios se presten en condiciones de seguridad cuando no están prohibidos por la ley, ofrecer asesoramiento fiable y comprensivo a todas las mujeres que tengan embarazos no deseados, y proveer asistencia humanitaria a todas las mujeres que padezcan las consecuencias de abortos practicados en condiciones no adecuadas.
En el Programa se exhorta a introducir reformas en la economía mundial a fin de hacer mayor hincapié en el desarrollo social y brindar apoyo a los miembros más vulnerables de la sociedad, entre ellos los pobres y, en especial, las mujeres, quienes constituyen la mayoría de los pobres en el mundo. Por primera vez, la salud reproductiva y sexual y los derechos reproductivos de la mujer son temas centrales de un acuerdo internacional sobre la población». (El Consenso de El Cairo, A. Germain y R. Kyte, 1995. International Women’s Health Coalition).
Sin duda, un Programa con principios y contenidos que, de ser respetados y cumplidos, mejorarían la calidad de vida, fundamentalmente, de la mayor parte de la población que hoy subsiste con un nivel de respeto a sus derechos, cero. Y con bases consensuales por la firma de 184 países para que en el futuro la elaboración de políticas de población estén sustentadas en el respeto a los derechos de las personas, incluyendo sus derechos sexuales y reproductivos.
Por si estos eventos y sus resultados no fuesen suficientes para refrescar la memoria de gobiernos y centros de poder, se puede recurrir a la Cumbre Social de Copenhague, a la Conferencia de la Mujer en Beijing y a múltiples Convenciones que recomiendan la implementación de recursos suficientes para mejorar las condiciones de vida y garantizar el respeto a los derechos de toda la población del planeta así como la sustentación del planeta mismo.
Quizás valga aclarar a esta altura del partido, que por supuesto no sólo no se habla de los Derechos Sexuales, tampoco se alzan las voces para hablar de los recursos necesarios. Estos, cuando se definen vienen condicionados, dirigidos y no precisamente destinados para garantizar la totalidad de los derechos de todos los seres humanos.
Las razones para olvidarse tanto de unos como de los otros son distintas aunque coincidan, en varias oportunidades, en los personajes que sufren de esa «especial amnesia».
A la hora del + 5
Cinco años después, cuando se analiza lo acordado y lo implementado en cada Conferencia Mundial se tiene la permanente sensación de que hay riesgos de retroceso. Como si lo avanzado fuese tanto.
Sólo como dato no menor Canadá fue, en la conferencia de El Cairo, uno de los países desarrollados que acordó asumir las 2/3 partes de los 17 billones de dólares requeridos para poder llevar adelante el programa. El compromiso de contribución estimado por ese país, fue de 200 millones anuales para el año 2000. Sin embargo hasta el momento ha destinado sólo el 25 % de lo comprometido y para el 2000 sólo falta un año.
Esto pone, o debería poner, en el primer lugar de la agenda futura el tema de los recursos y los incumplimientos cometidos por los países ricos.
Pero deben tener un lugar también importante en esa agenda los otros incumplimientos o «confusiones» u «olvidos» que se han cometido a la hora de lograr implementar algunas de las recomendaciones.
Por ejemplo si bien decíamos al comienzo que las políticas de población cambiaron su signo luego de El Cairo algunos problemas, y carencias graves, se presentan a la hora de examinar ciertos programas nacionales y regionales de implementación. Parece ser que a la hora de concretar volvieron a pesar las » viejas preocupaciones demográficas» y la intención de controlar a la población pobre del planeta más que la defensa de los derechos de las personas.
Se puede constatar que en múltiples lugares del mundo se están llevando a cabo servicios de Salud Reproductiva, algunos a cargo de los Estados y otros implementados por otras instituciones, como por ejemplo las filiales de IPPF (Federación Internacional de Planificación Familiar). Estos servicios, en algunos casos, incluyen también prevención de enfermedades de transmisión sexual con énfasis en HIV/SIDA, control gineco-obstétrico con prevención de cáncer génito mamario y anticonceptivos. Pero la gran mayoría no parece cumplir con las recomendaciones acordadas.
Para que se cumpla el Programa de El Cairo, los organismos internacionales, los gobiernos y, sería de desear, los Estados deberían garantizar:
A. los recursos para que esos servicios se sostengan más allá de las financiaciones que los hicieron posibles.
B. Deberían estar insertos dentro de servicios accesibles y de buena calidad de salud integral y no sólo hacer énfasis en el control de la reproducción.
C. Jamás deberían desarrollar acciones que atenten contra los derechos de las usuarias y los usuarios.
D. Deberían incluir servicios para atender abortos (en aquellos países donde la ley lo permita) o las complicaciones por abortos practicados en malas condiciones cuando la legislación lo convierte en una práctica ilegal y clandestina.
E. La inclusión y difusión de los Derechos Sexuales de las personas dando los espacios para la información, el conocimiento y el desarrollo de una sexualidad libre, placentera y diversa.
Si alguien pensó, por un momento, que haber logrado lo que se logró en la esfera de los organismos y acuerdos internacionales permitía tomarse un respiro y aflojar los esfuerzos: se equivocó. Hoy más que nunca, se hace necesario redoblar esfuerzos para mantener lo conquistado y avanzar.
Para que los derechos sean respetados, para que los cambios culturales se produzcan, para que se pueda neutralizar y hacer retroceder a aquellas fuerzas que intentan volver todo hacia atrás, debemos seguir trabajando. La convicción, el conocimiento, el cumplimiento y la defensa de los derechos de las personas se concretarán, efectivamente, cuando las propias personas comiencen a pelear por ello. Lo demás son instrumentos.
Lilián Abracinskas