Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº31 y 1/2, en 1999. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.

Tal como lo hiciéramos con el Vll Encuentro Feminista de Latinoamérica y el Caribe, esta publicación especial de Cotidiano Mujer recoge algunos documentos, disparates y opiniones referidas al Vlll Encuentro del siglo, realizado en República Dominicana.

De los talleres sólo se publican los resultados del de las jóvenes y el de la «discoteca»; no porque no nos hubiese gustado publicarlos a todos sino porque hasta el día de hoy no los hemos recibido.

Curiosamente, tampoco podemos publicar varios artículos de opinión: el verano, el milenio o el propio Encuentro, parecen habernos agotado a todas al extremo de no querer analizar ya nada, y a preguntas o afirmaciones como «Este tipo de encuentros no sirve para nada», «No habría que cambiar la metodología?», «Por lo menos no fue como el de Cartagena»; «¿Por qué no funcionamos siempre en plenarios?», respondemos cada vez más con un «Y yo qué sé…!» aburridísimo.

Y yo tampoco sé.

Pero igual quiero rescatar algunas cosas.

La primera, discúlpenme, es el Ron Barceló Imperial.

La segunda, es el coraje de las que asumieron su organización; pese a los varios hoteles, a la cantidad de turistas (sólo con mucho dinero anticipado se hubiera podido reservar uno para nosotras solas) y a varios problemas con las inscripciones.

La tercera, es que lograron que el «ambiente» no fuera hostil. La naturaleza jugaba a favor, claro, pero es justo reconocer que pese a los ocasionales nervios de los primeros días y a las incontables peleas internas que debieron tener, fuimos tratadas con «hospitalidad», con un cariño que nunca se vió en Cartagena.

La cuarta, es que por eso se cumplió el primer objetivo de cualquier Encuentro: encontrarse. Y eso permitió que las que no querían hacer arcilla, danza, teatro, catarsis «e ainda mais», pudieran juntarse y hacer cualquier otra cosa, desde un taller en la discoteca a trencitas abajo de una palmera.

La quinta, fue la marcha del 25 por el casco viejo de Santo Domingo (qué belleza, eh?) y las consignas de solidaridad con las haitianas, los saludos con la gente en las veredas, las monjas haciendo la «V» atrás de la ventana, los bailes, los cantos…

La sexta, es que la respuesta a «Para qué sirven los encuentros?» la tienen las 1.000 mujeres que fueron a éste y las que irán al de Costa Rica en el 2.002. A lo mejor, como es un número capicúa y Caballo en el horóscopo chino, tanto las que van por primera vez a «descubrir» el feminismo como las que no sabemos qué hacer con él, saldremos con el mismo entusiasmo renovado.

Y ya que rescaté esas, también querría olvidarme de otras.

La primera a olvidar, es que hubo quienes consideraron un acto «artístico y de lo más revolucionario» pintar la escultura central de la plaza sin que les importara nada que luego las dominicanas tuvieran que pasarse la noche, centímetro a centímetro, limpiándola.

La segunda, fueron los dos plenarios in-ter-mi-na-bles donde se aburrió un pueblo sin haber llegado a discutir nada. Tan in-ter-mi-na-bles que el último todavía estamos esperando que se acabe pues las palabras finales fueron «Nos encontramos acá después de la marcha» y nunca más se encontró nadie.

La tercera, que aunque no me guste bailar, en el país del merengue no hubiera fiesta final.

Respecto a las preguntas y dudas (como no saber si estoy con el feminismo de la igualdad o el de la diferencia; si estoy hecha una reformista o lo mío es la revolución «má non troppo»; si los nudos alguna vez se hacen desnudos – por favor! -; si «L´état c´est moi» o mejor negocio con el estado, etc.) volví de Dominicana sin poder contestarlas. Sin embargo, sé que en todos los talleres, y en especial en el de la Discoteca, fuimos muchas buscando respuestas. Eso no es poco. Aunque tampoco alcance.

Lucy Garrido

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