A la izquierda de Dios Madre

Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº38, en 2002. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.

Luis Pérez Aguirre

de Carlos Etchegoyhen a mi hija Magdalena

Con permiso

Luis Pérez Aguirre decía con frecuencia que no tenía «otras credenciales para hablar de (o sobre) lo femenino que las que tendría para hacerlo sobre cualquier aspecto del ser humano, el ser negro, o asiático, rico o pobre. Porque sin ser mujer, ni negro ni asiático, soy humano. Allí comulgo con lo que de humano hay en cada uno de esos continentes».2 Aunque él mismo señala que «nunca me será fácil encarar la realidad de la mujer /pues/ necesariamente (se) reflejará algo de la óptica particular de la cultura patriarcal y machista en la que estoy inmerso, y los conflictos que la misma introduce, fatalmente, en esa relación. Es evidente que accedo a lo real – a lo femenino – con unos ojos (o anteojos) que no están esterilizados ni son neutros. Mi visión siempre es heredera de mi cultura y de mi pasado. Además está impregnada de juicios previos (de prejuicios) que condicionan mi acceso a lo nuevo, a lo desconocido. Conocer una realidad será siempre interpretar en contra o a favor de esos conocimientos o prejuicios… mi viaje al alma femenina nunca será con los ojos desnudos, sino dentro de mi estructura previa, y siempre será aproximativo».3

Mujeres: esas informales

«La pobreza tiene cara de mujer», subtitulado – por si las dudas- «La feminización de la pobreza»4 , señala que, en medio de la mundialización, «cada vez más mujeres se incorporan a sistemas desvalorizados de la economía, de la producción y del mercado como un motor de energía barata. Los economistas en sus simposios definen a esos mercados – donde se han incorporado masivamente las mujeres – como el sector informal de la economía.

Y agrega que, no sin razón, «algunas feministas no gustan de hablar de la feminización de la pobreza porque el concepto se vuelve algo domesticado, en el manejo que del mismo hacen los economistas y los científicos (quienes) intentan definir una realidad abrumadora y masiva, pero demasiado abstracta para millones de mujeres aludidas.» Porque «ellas miden la pobreza de otra manera muy diferente: lo hacen por su olor, por su sudor y su dolor. Ellas no captan el fenómeno ‘macro’ en sus hogares miserables.»5

Trabajo que no se ve, trabajo que no se paga

«La pobreza de las mujeres es invisible. Es algo que tiene que ver con el lugar que ocupan en las sociedades actuales, con sus correspondientes obligaciones sociales y los deberes que se les impone forzándolas a una ‘doble jornada’, una dentro y otra fuera de los hogares. La de afuera siempre está mal paga, o pagada de manera desigual respecto a los varones, y la de adentro no se paga ni se ve, ni se valora. Existe una convicción y un interés general de que la mujer ‘tiene que’ ser la que en casa lava, cocina, la que cuida los niños, y que ello pase como algo ‘natural’, evidente y gratis aunque no tenga nada de natural y sea una imposición social».

«Interesaría mucho saber exactamente, cuál es el valor que tienen los bienes y servicios producidos en los hogares por las mujeres ‘invisibles’ para la reproducción de la fuerza de trabajo. En realidad lo que es invisible en el sistema económico es el valor del trabajo doméstico. Esa actividad no tiene sustitutos de mercado, y exige muchas horas, porque se suma a ello el cuidado y atención de los niños.» 6 Y, apoyándose en la investigación que desarrollara María Jesús Vara 7 , destaca que «relacionar la productividad de un país únicamente con el trabajo remunerado, es la mejor manera de mantener escondido el volumen extraordinario de trabajo que realizan las mujeres y que sostiene y subvenciona todos los otros tipos de trabajo».8

Mujeres entre el dolor y la miseria

Para Pérez Aguirre resulta impresionante la catástrofe que significa la feminización de la pobreza. Porque, precisemos, de los 930 millones de pobres que se estiman en los países subdesarrollados, 550 millones – es decir, mucho más de la mitad – son mujeres. En América Latina y el Caribe viven 43 millones de ellos y ellas, mientras la amplia mayoría se encuentra en Africa y Asia: entre 130 y 363 millones, respectivamente. Las mujeres en situación de miseria, por otro lado, se han incrementado un 50% más en apenas 20 años, y su tendencia prosigue aumentando.9

Las mujeres pobres, importa recordarlo, representan sólo el 35% del trabajo remunerado, al tiempo que realizan el 60% de las horas trabajadas, perciben sólo el 10% de los ingresos, y sólo poseen, apenas, el 1% de la propiedad en todo el planeta. Además la desnutrición y el hambre, aunados a los trastornos vinculados a la maternidad, son responsables de las más de 100 millones de mujeres que han muerto prematuramente en la década pasada.

«Muchas veces sin otro medio de anticoncepción que el atribuido al amamantamiento, las mujeres pobres pasan de embarazo en embarazo durante la mayor parte de su vida fecunda, cercana a los 37 años. Por otro lado, la elevada mortalidad infantil – 115 por cada mil nacidos vivos, en los países pobres- las está sometiendo a una permanente tensión emotiva y afectiva, con un desgaste y una angustia constante de embarazarse, parir y ver morir a sus hijos.» Más aún: «la mitad de las 2.600 millones de mujeres del mundo se encuentran hoy entre los 15 y los 49 años de edad, formando un grupo de extrema vulnerabilidad a los problemas relacionados con los contactos sexuales, el embarazo y los efectos secundarios de las prácticas anticonceptivas, cuando ellas existen.»10

No obstante – en medio de tanta opresión, sojuzgamiento y daño – este sector poblacional, las mujeres, sigue generando importantes riquezas: sólo en América Latina el trabajo femenino produce cerca del 50% de los alimentos. Y sin embargo, a pesar de la enorme importancia de ese enorme volumen de trabajo, es a través de la «invisibilidad» de ese esfuerzo, irreconocido, que se refuerza la convicción de que las mujeres son seres dependientes. Así se escamotea su verdadero carácter de productoras de bienes y servicios, incrementando el dominio sobre ellas, y su sujeción social.

Perico sostiene que, no obstante y sin embargo, la globalidad de las relaciones hombre-mujer poco a poco ha comenzado a ser modificada, y que hoy por hoy aparecen en plena mutación. Avizora un nuevo horizonte en tal sentido, en principio pautado por dos revoluciones – así las denomina- que van cambiando sin pausa el paisaje social: la reciente conquista del control de la fecundidad por medio de la píldora, y el creciente resquebrajamiento del patriarcado.

Mantener las lámparas encendidas

En su más reciente libro, editado póstumamente11 , Pérez Aguirre augura – con renovado júbilo – que «las nuevas demandas, no sólo económicas, están reclamando un nuevo proyecto de sociedad humana global, nuevos valores y una nueva civilización afirmada en una nueva ética que tenga como basamento a los Derechos Humanos como garantía de la vida y su despliegue. Estas demandas vienen fundamentalmente de una sociedad civil con nuevos sujetos históricos- mujeres, indígenas, jóvenes – y de la conciencia creciente sobre la crisis ecológica y la necesidad de salvaguardar el hábitat. Además, la temática del género sexual, contra el machismo y el patriarcado, abre enormes potencialidades de rectificación de rumbos, de creatividad y de movilización popular. Las demandas de la mujer, de las etnias y de los que claman por el respeto de la naturaleza, son hoy las alternativas más esperanzadoras.»12

Más adelante, en ese mismo texto, dirá: «Al final de cuentas, nuestra concepción de la vida, de la historia y de la sociedad, se basa en la fraternidad, en una cultura de la solidaridad, que pone en el centro a la persona y su dignidad, que privilegia al más pequeño, al más débil y al más pobre. Para avanzar en una sociedad más justa y solidaria, será necesario crecer en una nueva forma de entender la vida humana en cuanto a la organización de la convivencia, en cuanto a los valores, en cuanto a la relación con la naturaleza, y en cuanto al ‘estilo de vida’. No podemos resignarnos al desencanto. Tocará a los técnicos idear el nuevo contrato social, y experimentar los nuevos modelos políticos y económicos que la justicia reclama a gritos. Lo nuestro será mantener las lámparas encendidas, y estar pendientes del horizonte del nuevo siglo, y esperar las primeras luces del amanecer que – lo queremos creer- acudirá a la cita de la esperanza».13 Así sea.

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1 Versión adaptada del texto original presentado en el «Homenaje a Luis Pérez Aguirre SJ», Presidencia de la Cámara de Representantes, la Comisión de Género y Equidad de la Cámara de Representantes, y Red de Amigos de Luis Pérez Aguirre, en el Palacio Legislativo, Montevideo, junio 26 de 2OO2.
2 Ob. cit., p.10.
3 Ob. cit., p. 10-11.
4 Mimeo. (Hay versión en inglés: «Poverty has a woman’s face. The feminization of poverty», ECLOF Regional Consultation for Latin America and the Caribbean, Villa de Leyva, Colombia, 5-14 September, 1996, trad. de Langauge Service, World Council of Churches).
5 Ibíd., p.2.
6 Mimeo, charla a HH Oblatas, Bs. As, «Cuando el género suena, cambios trae. (Alda Facio)», circa 1997, p.15.
7 Vara. Ma. Jesús, – «La participación de la mujer en los procesos económicos occidentales: excluida y obligada», X Congreso de Teología, 12-16 de Setiembre, 1990, Madrid, Ed. Centro Evangelio y Liberación.
8 Idem.
9 Cifras publicadas por el Fondo Internacional para el Desarrollo Rural (FIDR), Washington, julio 1991.
10 Ob. cit., footnote 10, p.18.
11 Pérez Aguirre. Luis, – «Desnudo de seguridades. Reflexiones para una acción transformadora», ed. Trilce, 2001, Montevideo.
12 Idem, p. 73-74.
13 Ibidem, p.79-80.

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