DESCIFRAR EL ACERTIJO
Lilián Celiberti
“Ocurre con las ciudades lo que en los sueños: todo lo imaginable puede ser soñado, pero hasta el sueño más inesperado es un acertijo que esconde un deseo, o bien, a su inversa, un temor.” Italo Calvino. Las ciudades invisibles.
Diez figuras blancas colocadas en diferentes puntos de la ciudad se vuelven un espejo de lo que somos, un acertijo en el sentido que lo define Calvino en el maravilloso libro Las ciudades invisibles. Devela cosas diferentes −miedos, deseos− en los grafitis escritos sobre el cuerpo simulado de figuras femeninas en el espacio público. Desde el mensaje adolescente, “Fulano/a, te amo” o la expresión de una consigna, al insulto sexista o la destrucción lisa y llana de la figura.
Los debates generados en torno a la campaña Mujeres por la ciudad denotan también nuestras dificultades colectivas para develar los “acertijos”. En las redes sociales muchas personas afirmaban que en realidad lo que veíamos eran actos de puro vandalismo urbano que se expresan sobre cualquier objeto y figura colocada en el espacio público.
Esa resistencia a interpretar las complejidades de la violencia en todas sus dimensiones sigue siendo una trama oculta del sexismo “civilizado” que expresa su “barbarie” cuando gana la forma del piropo ofensivo que cotidianamente acosa a las jóvenes en su paso por la ciudad o en los índices intolerables de la violencia hacia las mujeres en sus vínculos afectivos.
¿Dónde está la frontera entre el vandalismo urbano y la violencia de género? ¿Cómo calificar las palabras e insultos escritos en las superficies de estas figuras femeninas? Los propios insultos vueltos al masculino (PUTO) significan una agresión a otro colectivo por razones de género. Precisamente porque la diferencia de género es constitutiva de lo que somos, la mirada identifica los cuerpos con sus significados de género.
Cuando alguien transgrede las normas establecidas para el género de acuerdo al sexo biológico y asume un género que no ha sido asignado a su cuerpo, desestabiliza el orden señalado para los cuerpos y a menudo se vuelve objeto de violencia para “normalizar” o castigar la transgresión. El
cuerpo es el lugar de mi territorio, el primer lugar de mi existencia. Es mi espacio inmediato, tanto en lo privado, lo subjetivo y personal, como en lo vinculado al lugar que habito, a lo local, lo social, al espacio público.
Por ello, el deseo y el temor son la materia de la resistencia de las mujeres a la violencia en todas sus manifestaciones. El cercenamiento violento del deseo de libertad de las mujeres asesinadas por sus maridos, amantes, novios o ex maridos, no puede amedrentar ni acallar a las redes de resistencia y solidaridad que han llevado la violencia de género al espacio público como problema social. El deseo de libertad de las mujeres seguirá ganando calle y acorralando miedos. Pero en esa disputa por los sentidos e interpretaciones de los “acertijos” no es una buena ruta separar la “seguridad ciudadana” de la violencia de género.
Imaginar otros mundos posibles significa dotar de nuevos sentidos de dignidad y respeto al espacio que compartimos y a las otras, otros, sus cuerpos, dolores y subjetividades.