Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº42, en 2004. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.
¡Quién lo hubiera pensado! Con esta exclamación de duda feliz, Michelle Bachelet inició su discurso el día en que celebró, frente a una multitud entusiasta de mujeres y hombres, su triunfo como presidenta electa. Primera mujer del Cono Sur en acceder al espacio de poder más visible y deseado en las democracias occidentales. Mirar el hecho obliga a reconocer un acontecimiento: una irrupción, un imprevisible, lo inesperado. Nos corresponde a nosotras responder a la exclamación de la presidenta y pensar ahora lo que no pudo ser pensado antes: cómo y en qué condiciones Bachelet llegó a acceder al poder político y cuáles podrían ser sus implicancias para la democracia, para la política y para las mujeres.
Intentando ordenar este pensar quisiera interrogar las condiciones en que se hace posible su legitimación pública, primero como candidata y luego como presidenta.
La democracia de los acuerdos y de los consensos transicionales llega a la elección del cuarto período presidencial con formas de ejercicio del poder consolidadas en la validación de las negociaciones articuladas desde las cúpulas partidarias, ocupadas históricamente por figuras masculinas. Sin embargo, la retórica de las negociaciones políticas, el protagonismo del desarrollo económico en desmedro de las políticas sociales, el ingreso y protagonismo del empresariado en las formas de la política junto a los negocios entre ambos sectores; la emergencia de formas de corrupción, la falta de transparencia de la información, han ido produciendo desconfianza social, descrédito y apatía, particularmente juvenil, frente a la política convencional.
Por otra parte, la figura autoritaria y prepotente del ex-presidente Ricardo Lagos ha contribuido a reafirmar el presidencialismo: su liderazgo traza la línea de su reconocimiento popular en la figuración pública de su palabra directa y racional, en una forma de ejercicio de poder señaladamente paterna, con una retórica ilustrada, que marca su toma de decisiones por la afirmación de su ego y cuidando, paradojalmente, más que ningún otro presidente de la Transición, la política de los consensos en una obscena obsecuencia con el empresariado; tanto es así que parecía lógico que Lagos hubiera sido sucedido por un gobierno de derechas. Esta ha sido la percepción de una ciudadanía maltratada por las formas cupulares de ejercicio del poder.
Uno de los efectos políticos de la super presencia de las formas del poder impuestas por el presidente Lagos, fue el haber opacado, o al menos haber dificultado la emergencia de nuevos liderazgos entre sus pares, la clase política. Paradojalmente la crisis de la política tradicional destacó de manera excesiva la figura más representativa de su ejercicio, Lagos abandonó el poder con más del 60% de apoyo popular.
Es que somos muy machistas
En este escenario los partidos de la concertación por la democracia adolecían de una figura equivalente. El contexto de debilidad de liderazgos políticos masculinos permite la emergencia, en la escena pública, de los dos liderazgos más fuertes de la administración Lagos, dos mujeres, Soledad Alvear, ministra de Relaciones Exteriores y Michelle Bachelet, ministra de Defensa, ambas destacadas por su profesionalismo, antes que por sus dotes políticas. Ambas militantes de partidos políticos.
A fines del año 2004, cuando se plantea por primera vez la pregunta si Chile estará preparado para tener una mujer presidenta, la Concertación se apropia del signo mujer como consigna de Cambio y Modernidad. La pregunta hace polémica pública; el ex-presidente Frei -paradojalmente quien puso la banda presidencial a M. Bachelet-responde a la pregunta del diario El Mercurio ¿cree que los chilenos elegirían una mujer presidente? diciendo: “Difícil. Es que somos muy machistas y las mujeres son todavía más machistas”. Por su parte el senador socialista C. Ominami destaca el aporte de Bachelet a la política. “Es una persona súper aplicada que tiene gusto por el trabajo bien hecho, es muy prolija, fijada en los detalles y eso es muy bueno. Tiene una cosa de mucha transparencia, muy poco producida, una gran espontaneidad y una trayectoria que la gente valora”. Era febrero de 2005.
Desde ese momento el ascenso vertiginoso de M. Bachelet en las encuestas no se detuvo. Bachelet se configuró como candidata incuestionable de la Concertación. Comienza entonces una emergencia de opiniones que ponen en escena el imaginario chileno referido a las valoraciones de las mujeres, lo femenino y el poder. El imaginario de género expresa, de manera voluntaria o inconsciente, significados donde el plus de la candidata se expresa en el minus que se concede a lo femenino y que configuran la garantía que Bachelet puede ganar la elección y que además no pondrá problemas a la continuidad concertacionista. Quedarán registradas en la historia palabras y frases dichas en positivo, como “gordi” o negativas como “no da el ancho”, para dejar en el lenguaje las marcas de un profundo machismo social confirmando lo minoritario y desvalorizado de lo femenino en los espacios públicos.
Con todo, el 11 de diciembre, se hizo evidente un avance sustancial en el voto de mujeres, por primera vez en la historia del voto universal femenino, las mujeres chilenas votan por una mujer socialista en un porcentaje mayor al 50%.
La Presidenta
Al transformarse en la primera mujer presidenta de la República, Michelle Bachelet nos obliga a mirar aspectos históricos en la reflexión feminista, los que por las particularidades de su acceso al poder resultan provocativos. Bachelet ocupa cargos políticos nacionales desde la militancia socialista, su liderazgo político se constituye desde su actuación en el Estado, en un momento de baja visibilización de las agrupaciones y los (nuevos) movimientos sociales, en circunstancias de baja participación ciudadana y sin vinculación al pensamiento y las prácticas feministas.
¿Cómo pensar entonces desde el feminismo las implicancias de este acontecimiento? ¿Efectos de la liberalización de la sociedad de la modernidad?¿Ampliación de lo público?
Para citar a J. Kirkwood quiero decir que aquí parece que el nudo del poder se suelta para volver a apretarse.
Bachelet como militante socialista vivió, en su cuerpo, la violencia del totalitarismo. Ella es una médica, una mujer divorciada con hijos de distintos padres; una mujer, en suma, que ha experimentado las vicisitudes de las formas de emancipación de las sociedades en el siglo XX, sus costos y sus beneficios. Una mujer sola. Bachelet, en su diferencia, es “Otra” que la mujer que el sistema confirma, espera y valora. Analizar sus prácticas particulares políticas y experienciales, afirma algo que históricamente es propio de la reflexión feminista: pensar desde la experiencia las relaciones de las mujeres con el poder, de lo femenino y el poder.
El valor de los gestos
Como presidenta electa Bachelet ha hecho gestos y ha tomado decisiones que apuntan directo a la pregunta por las relaciones de género y el poder.
Dando una seña de independencia y autonomía de los partidos políticos Bachelet puso en ejercicio la paridad de género en el gobierno, en un acto infractor al orden constitutivo del poder en la política chilena. Con ello se altera la imaginería del espacio del poder como exclusivo derecho masculino, al incorporar visualmente una comparecencia de mujeres investidas públicamente de poder gubernamental. La competencia femenina se ha puesto en la escena pública con carta de ciudadanía en un aspecto hasta ahora ausente. Es algo para celebrar. No hay duda.
Sin embargo nuevas preguntas se patentan. ¿De qué mujeres hablamos cuando vemos hoy día la constitución de un campo de poder compartido, y no sólo repartido entre los partidos políticos y su hegemonía masculina? Paridad ¿equivale a igualdad como insistencia en la necesidad de democratizar lo social, incluyendo minorías que el mismo discurso ilustrado ha dejado fuera por la noción de universalidad del sujeto, que codifica y habla el mundo desde lo masculino? Si es así, sabemos que lo cuantitativo no garantiza producción necesaria de alteridad femenina que pudiera, abiertamente, tensionar el poder hegemónico de lo masculino y sus formas de exclusión de diferencias. La paridad podría ser sólo una reivindicación hacia la manida igualdad que finalmente no iguala.
Poner un gobierno en horizontal, voltear la vertical que sitúa lo masculino en el punto más alto de la línea podría dar inicio a la construcción simbólica de un sistema de valoraciones de heterogeneidad donde lo masculino se parece en lo social y en el discurso – porque las mujeres pondrán el tono de su palabra en lo público-, pero esto no se producirá por sí solo.
Formas de mujeres, versus Temas de mujeres
Si desde el Feminismo perplejamente asistimos a este acontecimiento, otra pregunta que me asalta es cómo pensamos las nuevas condiciones que se imponen al pensamiento político-feminista, en esta circunstancia histórica, para seguir pensando las relaciones de las mujeres, la política y la democracia. Podríamos preguntarnos también cuánto de este acontecimiento político es resultado de un cambio ya ocurrido, en un histórico y paulatino acontecer social que de pronto escenifica una realidad inadvertida socialmente. El lento acceso de las mujeres a espacios profesionales, las reivindicaciones logradas, la permanente escenificación pública de interro-gantes a las formas masculinas de convivencia, las instalaciones de problemáticas y políticas de género como forma de ampliar la constitución de lo social y sus esferas de realización, la formulación de leyes específicas, han tenido el efecto de producir la necesidad de la paridad de género como una necesidad de las sociedades modernas. Pero siempre, algo se detiene en una fisura intocada que afecta lo simbólico, la pregunta apunta al lenguaje como construcción simbólica de otro mundo posible.
Michelle Bachelet ha hecho visible algo invisible socialmente, ha puesto frente a los ojos de la sociedad entera la competencia de las mujeres en los espacios del poder, en un momento donde la profesionalización de la política valora aspectos técnicos, antes que posiciones ideológicas. Pero resta la otra pregunta, la que nos sitúa ante lo femenino y el poder, la pregunta por la paridad que se vuelve una pregunta por lo que la paridad pueda intervenir los espacios de poder y atender a una transformación formal y procedimental del accionar político público.
Esto parece advertirnos de algo y disipar sueños desmedidos. Bachelet no se saldrá de la llamada continuidad concertacionista en términos de su adhesión al neoliberalismo, ni desde su posición socialista, ni desde alguna transgresión feminista. El sistema neo-liberal no se verá afectado por políticas de lo femenino. Es evidente que una nueva fantasía se revela para las mujeres; ahora nuestras niñas además de generalas, policías, ministras o profesionales de cualquier área podrán también avizorar en su horizonte la presidencia de la República, pero la constitución de una nueva sociedad con cada sujeto social posicionado, en libertad, de su poder público con una subjetividad que proviene de una razón otra que la masculina no se resuelve por la paridad en los cargos públicos. La paridad, no olvidemos, puede ser una trampa cuantitativa que sólo refuerce cierta funcionalidad al poder dominante. La feminización del poder es algo más que la presencia de mujeres en los espacios institucionales de la política formal, es, no sólo el ingreso de las diferencias femeninas con estatuto de legitimidad como forma de comportamiento en las esferas sociales, sino la producción de sujeto de valoración simbólica, que debe ser construida en palabras y discursos múltiples. Ese es el trabajo que esta presidencia demanda a las mujeres feministas, pensar y construir discursivamente la diferencia de una forma de hacer política, de formalizar el poder y de ejercerlo, pensar la diferencia, no como una esencia sino como formulación de estrategias políticas de des-masculinización de lo social.
Las mujeres tenemos que trabajar simbólicamente las relaciones entre las políticas de género y los géneros, modos y formas de los distintos ámbitos de la política.
Creo que el feminismo como pensamiento crítico nunca podrá rendirse a ninguna oficialidad, ni oficialismo, sino permanecer en un borde que deja algo dentro y algo fuera, para poder mirar desconfiadamente ciertos gestos (in)formales, para realzar la necesidad de operaciones políticas de construcción de figuraciones “otras” en los espacios públicos.
Tal vez esta sea una oportunidad para el feminismo en el sentido de pensar que ha llegado un tiempo no sólo de poner temas, sino de revisar y resignificar las formas del poder político, llenarlo de signos de corporalidad en mayor desacato con la solemnidad masculina del poder. Bachelet desformaliza, en sus gestos corporales, en su rostro, mandatos protocolares: es trabajo de la crítica feminista y política simbolizar esos gestos, darle estatuto público y construir su uso y valor, no positivizando ahí una esencia femenina sino pensando estrategias de poder, historizadas en lo propicio de su circunstancia, para re-semantizar y expropiar lo femenino del desprestigio con que el discurso masculino inviste lo que está fuera de sus códigos y formas de comunicaciones. La pregunta es por las estrategias femeninas que produzcan un nuevo signo mujer, signo no solo sexualizado, no solo materno, como siempre se nombra lo femenino, sino más propio de una otredad no escrita. Estrategias ladinas, propias del que ha estado situado en el lugar de lo débil, de lo no escuchado, pero que posibilitan construir, de acorde con estos tiempos, nuevos signos de valoración a la arcaica desigualdad sexual.