Radicalización del Feminismo, Radicalización de la Democracia

Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº42, en 2004. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.

“Este encuentro es para mí un momento tanto de alegría como de angustia. Porque estar dentro del feminismo es también convivir con la angustia, aquélla causada por el deseo de transformación del mundo”. Así comenzó la intervención de Maria Betania Ávila en el 10º Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, realizado en octubre de 2005 en Serra Negra, Brasil. A continuación transcribimos la conferencia de la directora de SOS Corpo– Instituto Feminista para la Democracia, de la Articulação de Mulheres Brasileiras y la Articulación Feminista Marcosur.

Democracia: ¿gobierno por el pueblo? o ¿gobierno por el poder del pueblo?. ¿Cuándo fue realmente que el pueblo gobernó? Desde su origen, para el feminismo la cuestión se centra en las mujeres como parte integrante del pueblo que gobierna. La constitución de la esfera política fue históricamente realizada como un dominio de hombres. La política como dominio de hombres está relacionada a una dominación sobre las mujeres en el espacio de la vida privada, lo que ya conlleva una exigencia de radicalidad en el sentido de pensar la Democracia no sólo como un sistema político sino como una forma propia de organización de la vida social.

La organización política del feminismo viene de la revuelta de las mujeres forjada en una experiencia histórica concreta de relaciones sociales de desigualdad. La praxis feminista es acción política y pensamiento crítico. Por lo tanto, el radicalizar la acción está relacionado con la reinvención de la práctica política y la producción teórico-analítica feminista en varios campos del saber. Para la construcción del sujeto, conocer y actuar son dimensiones inseparables. La producción del saber es también una esfera de dominación masculina. Dominación simbólica directamente dirigida a la reproducción de la dominación y de la explotación material –patriarcal y capitalista.

En el movimiento feminista hay una diversidad de organizaciones y luchas, pero también hay desigualdad entre las mujeres que lo componen. Mujeres de clases desiguales; mujeres de razas diferentes transformadas históricamente en desigualdades; mujeres negras; mujeres indígenas y rurales; trabajadoras domésticas que constituyen mayoritariamente una clase de mujeres pobres; desigualdades entrelazadas de clase, de raza, de género; mujeres lésbicas que se radicalizan contra las herencias del padrón heterosexual dominante. Mujeres con necesidades especiales. Mujeres de varias generaciones que traen conflictos inherentes entre transmisión y reinvención. Radicalizar es vivir el conflicto interno en el movimiento, enfrentando democráticamente las varias tendencias y proposiciones y, al mismo tiempo, producir conflicto en la sociedad en torno a sus proposiciones. Es ser referencia para otras mujeres fuera del espacio de su propia organización. La radicalización del feminismo proclama respeto con respecto a su propia forma de organización y a su acción en el mundo. Esto es para adentro y para afuera. Si el movimiento es radical su organización exige de inmediato los medios para enfrentar las contradicciones de las mujeres en la vida cotidiana para ejercer el derecho de ser sujeto político –ya que la institución de las mujeres como sujeto es una conquista del feminismo.

Para pensar en una propuesta radical de lucha feminista es importante pensar en el acceso al espacio de lucha. De lo contrario, la desigualdad social y las discriminaciones se transforman perversamente en un déficit del sujeto. En lo cotidiano hay bloqueos para que las mujeres se movilicen entre las esferas pública y privada: la violencia sexual y doméstica, el preconcepto, la doble jornada y la falta de tiempo, entre otros. El trabajo de las mujeres en las esferas productiva y reproductiva está marcado por la desigualdad de la división sexual del trabajo. Necesitamos responder teórica y políticamente a la transformación de los fundamentos económicos de esa división y de las relaciones sociales producidas por ella.

La mercantilización del cuerpo de las mujeres, del placer y la canalización de la exploración sexual son una dimensión importante de la globalización económica. Las mujeres son consideradas puntos estratégicos del consumismo. Y el llamado sexual es el elemento central del método. La industria cultural, por medio de los medios más diversos de comunicación, produce constantemente las más alocadas formas de alienación y captura de todas las propuestas de libertad e igualdad. Y también es en el terreno de la sexualidad que la fuerza represiva de las instituciones religiosas y fundamentalistas han producido controles y abusos en nombre de principios trascendentes. La ilegalidad y clandestinidad del aborto siempre sirvieron a los intereses mercantiles y, al mismo tiempo, al poder de las iglesias en la dominación sobre la vida de las mujeres.

En América Latina y el Caribe, el poder del Estado ha estado históricamente en manos de hombres que, en general, o son o están ligados a los señores de la tierra, de la industria, del capital financiero, subordinados y aliados de los señores del Norte. El patrimonialismo, que tuvo gran peso en la conformación de estos Estados, la violencia en el campo, la violencia sexual, el racismo, la homofobia, la violencia sobre el pueblo indígena, la concentración de renta y su reverso, la pobreza, son marcas que persisten desde tiempos inmemoriales. ¿Qué tiene que ver el feminismo con todo esto? La democratización de la vida social debe ser por lo tanto radical en relación al capitalismo, al patriarcado, al racismo, a la heterosexualidad como modelo hegemónico, a las formas de administrar el poder político, a las instituciones que sustentan la dominación y la explotación: iglesia, familia, Estado.

Las mujeres, sobre todo negras e indígenas, constituyen la mayoría de los pueblos pobres de América del Sur y el Caribe. Si el feminismo en América Latina y el Caribe no enfrenta la pobreza de las mujeres, no tiene cómo radicalizarse. Si no enfrenta la democratización de la tierra y el acceso de las mujeres a ese derecho, no hay radicalización. Si no enfrenta el derecho a nuestro propio cuerpo, no hay radicalización. El feminismo se tiene que popularizar, extenderse por todos los lugares donde las mujeres están siendo explotadas y violentadas, creando raíces como una organización política vuelta a la transformación social. ¿Cuál es la capacidad del movimiento feminista para reconocer todas las expresiones de luchas cotidianas de millares de mujeres que producen cambios en las comunidades donde viven, en las instituciones donde trabajan, que se definen como feministas -o no- y que forjan un amplio movimiento de mujeres? ¿Cómo se relaciona el feminismo con esa movilización de mujeres? Esa es una cuestión que debe ser puesta como una relación dialéctica entre el feminismo y el movimiento de mujeres en general.

Para mí, radicalizar es también luchar contra la hegemonía de una visión liberal de democracia, como si la democracia liberal fuese la única experiencia histórica y definición posible de la democracia. La radicalización pasa también por la no aceptación de la idea de que los fines justifican los medios.

¿Cuáles son las formas de democracia política que estamos forjando? ¿Teorizando, practicando, defendiendo, alterando? Representativa, participativa, democracia directa. ¿Cómo democratizar el sistema de poder político? ¿Cómo el feminismo ha enfrentado de hecho al sistema de poder político, producido crítica, confrontación? ¿Cómo se coloca ahora para el movimiento feminista la cuestión de poder? Enfrentar ese sistema, en el cual se imbrican las estructuras que reproducen las desigualdades, requiere una inmensa capacidad de organización, de solidaridad y de generosidad en el interior de nuestras articulaciones, así como una capacidad crítica para combatir también en nosotras las formas de actuar heredadas de la tradición de ese sistema que combatimos y de las tradiciones políticas autoritarias.

Entre la fragmentación atomizada y los modelos totalitarios, tenemos que inventar procesos de democracia radical que sean capaces de alterar el orden social vigente y también las formas de hacer política. No vamos a incurrir en los riesgos de buscar una totalidad, de instalar modelos de futuro cerrados. La capacidad de enfrentar democráticamente por medio del diálogo las diferencias y los conflictos, es un desafío para la organización del feminismo. Negar el conflicto sólo fragiliza la lucha y disminuye la capacidad de organizar una resistencia colectiva.

La democracia política radical exige una nueva cultura política. Es preciso repensar los métodos feministas de construir autonomía, relaciones no

jerárquicas, dentro del movimiento y en relación a otros movimientos, reafirmando siempre la pluralidad de los sujetos. El Foro Social Mundial nos presenta un gran desafío en este sentido. De entre los desafíos que tenemos, la movilización y la conciencia crítica son elementos estratégicos.

Por eso, la organización política, la socialización de los saberes y los procesos educativos vueltos para la formación de sujetos son indisociables como método para una praxis transformadora. Hay una relación dialéctica entre los procesos colectivos de acción política transformadora y las experiencias alternativas, las “micro revueltas”, las adquisiciones de derechos y la lucha dentro de las instituciones que en la vida cotidiana forjan nuevas experiencias. Tenemos que fortalecer las bases organizacionales de un internacionalismo crítico y activo, capaz de oponerse verdaderamente al liberalismo, al terror y a la guerra, a la mercantilización de la vida y de los bienes comunes de la naturaleza, al fundamentalismo.

Un internacionalismo que atraviese la lucha desde la aldea más recóndita hasta los grandes centros urbanos. Recuperar la utopía –como fractura permanente con lo que hay. La Utopía nos saca del alineamiento de lo que está dado. Utopía como abertura para transformar y no como representación de un modelo. Es como dice Cristina Buarque: “es necesario mostrar claramente lo que rechazamos”. Expresar con determinación nuestra oposición. El momento de la acción política transformadora es también de invención de nuevas relaciones, de construcción de subjetividad y, por lo tanto, de reinvención colectiva y de reinvención de nosotras mismas.

Compartir