Un nuevo 8 de marzo, una nueva movilización que nos encuentra, a lo largo y ancho del Uruguay, a todas las mujeres en todas las calles.
Porque no nos callamos más las desigualdades con las que vivimos día a día, y de ninguna manera permitiremos que la pandemia sirva de escudo para invisibiliizarlas, mantenerlas y reafirmarlas.
Nos movilizamos ante una sociedad desigual, donde las mujeres no tenemos garantizado un acceso integral a todos los derechos que nos corresponden en tanto personas. Y esta desigualdad se profundiza en condiciones de adversidad y crisis.
Un nuevo 8 de marzo, que nos encuentra juntas. A todas las mujeres, en todas las calles, en cada plaza, en cada barrio, en cada pueblo y localidad, también en el campo; reconociéndonos en nuestra identidad de género, respetando nuestra orientación sexual y priorizando a las mujeres más vulneradas, a las más excluidas de todo: del acceso al trabajo, la educación, la cultura, la salud y la vida misma. Porque hay mujeres que las matan en vida con indiferencia, con discriminación y sin respuestas; mujeres que viven en ranchitos amontonadas, mujeres en situación de discapacidad, mujeres afrodescendientes, mujeres extranjeras, mujeres privadas de su libertad, trabajadoras sexuales, fieles reflejos de la precarización y la feminización de la pobreza; a todas, pero especialmente a ellas: sepan, mujeres, que no están solas. Especialmente en estas circunstancias tan excepcionales, en las que muchas debimos quedarnos en nuestras casas aunque ésta no representara un lugar seguro.
En medio de una pandemia mundial sin precedentes, asistimos a una reformulación y ajuste del Estado que orienta su acción, a partir de un presupuesto nacional, reduciendo la matriz social de protección, en momentos de emergencia sanitaria, alimentaria, social y económica. Aunque muchas perdimos nuestros ingresos, aún hoy no se vislumbran perspectivas de reactivación en vastos sectores de la economía en los que participamos mayoritariamente; y asumimos desde la primera trinchera, en el sector de la salud y también en los servicios de cuidados y en la educación.
Todas multiplicamos nuestra carga de trabajo a la interna de los hogares, donde una vez más cubrimos las necesidades de las personas dependientes con una fuerte retracción y desmantelamiento de las políticas sociales y servicios públicos en nuestras comunidades y barrios.
En cambio, asistimos una vez más a la indiferencia del Estado a poner fin a las múltiples violencias que estamos sometidas cotidianamente. Muchas desaparecimos y nos volvimos parte
de una estadística de personas ausentes, sin que se investiguen de forma responsable y con perspectiva de género las circunstancias que rodean nuestra desaparición. Otras denunciamos la violencia a la que redes de trata y explotación sexual criminal nos someten sin importar nuestra edad. Muchas fuimos calladas para siempre, asesinadas a manos de varones que aún hoy siguen pensando que son nuestros dueños, con una violenta impunidad que se expresa en la mutilación de nuestros cuerpos, abandonados en campos o tajamares; arrancándonos brutal- mente la vida frente a nuestros hijos e hijas.
La indiferencia e impunidad se materializa en la escasa asignación de recursos a servicios especializados que aborden esta emergencia por violencia de género y en el intento de desarticulación de la Ley Integral de Violencia basada en Género, propuesta por la Suprema Corte de Justicia, en su intento de derogación de los Juzgados Multimateria.
La indiferencia e impunidad se manifiesta en audiencias donde varones agresores anuncian que nos matarán y la justicia y el Ministerio del Interior no actúan en consecuencia, como lo su- cedido en Melo en las pasadas horas. Exigimos garantías, nuestro derecho a la vida es lo que está en juego.
La muerte de una adolescente de 14 años en nuestro país, a fines del año pasado, por mala praxis en un aborto realizado en el marco de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, visibiliza de forma muy lamentable la inadecuación de cualquier marco normativo, cuando no existe un compromiso social y político real con las leyes que nos rigen.
Un nuevo 8 de marzo, en el que repetimos una vez más que vivas y libres nos queremos; que no habrá una sociedad justa sin nosotras y por tanto gritamos: nada sin nosotras!!
La igualdad es un justo reclamo de derechos. Porque más feminismo, es mejor democracia; y no daremos un solo paso atrás: todo lo contrario, no nos callamos más y cada vez levantaremos más la voz, todas las mujeres en todas las calles, en todos los ámbitos: En el mundo público, en el ámbito laboral pero también en el sindical, en el sistema político de partidos y en el movimiento social; en el interior de nuestros hogares y comunidades y reclamando una educa- ción sin estereotipos de género.
Un nuevo 8 de marzo nos encuentra movilizadas, en múltiples manifestaciones virtuales y presenciales, seguras y cuidadas, en nuestros barrios y pueblos, pero articuladas más allá de fronteras. Porque las mujeres sabemos de alianzas: nos reconocemos, apoyamos y cuidamos. Porque somos resistencia y transformamos la vida allí donde nos encontramos.
De eso habla nuestra historia, este presente y hablará nuestro futuro.
Intersocial Feminista
8 de marzo de 2021