ores cuadernos aquí.

Antes y después hubo otros caminos, pero en América latina,   la generación que tenía 20 años en los 70 tuvo un recorrido hacia el feminismo con características muy similares.

De los cientos de mujeres  que “se hicieron feministas” y que hoy integran  organizaciones de mujeres, seleccionamos al azar del encuentro en el III Foro Social a estas cuatro.

Sus  testimonios, los desafíos que enfrentaron, confirman que la historia no se hace por casualidad, que un paso trae el otro, y que  el hilo de las conciencias pasa irremediablemente por un implacable análisis interior.

La pregunta fue ¿cómo te hiciste feminista? Las respuestas nos muestran que se hace feminista a los golpes y  a los tumbos, dejando mucho lastre desechable  para reconstruirnos  un esqueleto.  

Ana Falú
Argentina

Soy una Tucumana  del norte de Argentina, aunque cuando volví después de 11 años de exilio, nos instalamos en Córdoba. Hay muchas razones para ello que van de lo personal a lo político y viceversa.

Mi historia es una  historia política que viene desde la infancia. Vengo de una familia de políticos, de un padre muy comprometido políticamente, de una madre con compromisos  políticos que en aquella época no era tan común en Tucumán y de  una familia que  pertenecía a  distintos partidos. Mi casa, que era  la casa  de mis abuelos y  de mis tíos, era  siempre un foro de debates políticos. Me acuerdo desde chiquita haber acompañado a mi padre en las campañas  electorales, fue candidato a la gobernación de Tucumán, fue preso político, vivimos  siempre la experiencia política como parte de nuestra vida cotidiana.

Fui una militante de  izquierda en los años 70, me tuve que exiliar y creo que encontré el feminismo en mis propios cuestionamientos a la forma de hacer política, en los cuestionamientos a las prácticas políticas  de la izquierda de los 70 y sobre todo  cuando tuve hijos. Al tener hijos,  yo, que era una dirigente en mi Facultad en la Universidad  de Tucumán, me vi subsumida en la vida doméstica. Disfruté mis hijos, pero sentía una asimetría muy grande entre la vida doméstica a la que me veía obligada y la libertad de hacer  de la vida de mi  compañero. Todo  eso  me hizo reflexionar muy profundamente y compartir esas  reflexiones con  otras mujeres.

Y también el exilio y  el revisar  nuestras conductas políticas de los 60, 70 y las oportunidades que me dio vivir en otros países, sobre todo en Brasil y en Holanda. Creo que en el feminismo encontré la continuidad del hacer política. En Brasil -donde viví el inicio de la construcción del PT-  encontré el movimiento feminista  brasilero que me  hizo  cambiar mi cabeza y me dio una posibilidad maravillosa de encontrar un campo de acción política que expresaba muchas de las cosas que yo sentía pero para las que no había  todavía   encontrado los contenidos para explicarlas. Y pude unir estos  campos de lo personal y de lo político y  descubrir uno fabuloso para pensar en transformaciones.

Como feminista ¿como encarás tu trabajo en UNIFEM?

No es fácil esta responsabilidad, yo la vivo como un desafío que tiene mucho de peso, pero también mucho de lúdico. Entiendo mi llegada  a este cargo de UNIFEM  (cinco  países de la región andina)  como fruto de lo  que el movimiento de mujeres y las feministas venimos construyendo en la región. Siento que debo este lugar,  no sólo a mi propia militancia y a mi propio desarrollo, sino también al de mis compañeras, a ti, a las redes, a la articulación de mujeres, y estoy tratando de hacer honor a esa responsabilidad  y como una es muy autoexigente y muy autocrítica siento como que  podría hacer más. Y no  es fácil, porque por supuesto hay estructuras dentro de Naciones Unidas que si bien posibilitan muchas cosas, también limitan; pero estamos dando una batalla en toda la región, no solo yo, sino también todas  las de UNIFEM.  Creo que estamos entrando en un momento de renovaciones  y tratando de fortalecer  alianzas para poder  trabajar y enfrentar este desafío.

Y digo que es lúdico también porque como dije me debo al movimiento de mujeres y a las feministas, y esta posición me posibilita ampliar horizontes, conocer más de otros temas, más allá de aquellos con los que me comprometí y a la vez me ha  permitido  espacios  de reencuentro con mis colegas, mis amigas del feminismo en distintos países. He  encontrado una enorme receptibilidad, y  alegría de que una mujer  que pertenece al movimiento  esté ocupando este lugar,   lo cual  recupera ese espacio de compartir los sueños, las líneas   de acción, estrategias, debates y refuerza a la vez el sentimiento de responsabilidad.

Siento que es una tarea gratificante que puede ser potenciada con el apoyo de  las mujeres de la región. Quiero tener escucha y a la vez espero que me acerquen sus ideas y críticas.


L i l i á n   C e l i b e r t i
Uruguay

Desde los 16 años tuve militancia, primero en Magisterio, luego en las Misiones Pedagógicas. Era un momento de cambio, pleno movimiento del 68. Caí presa la primera vez en el 72 y a los dos años salí para Italia, adonde me encontré con un movimiento feminista impresionante y muy nuevo para mí.

Y en la medida en que una  pregunta se formula, se despierta el bichito de la curiosidad…y una empieza a pensar, y se pone más dispuesta a percibir lo nuevo y diferente. El mismo día que llegué a Milán, conocí – a través de un movimiento de solidaridad- a Graciela, una asistente social perteneciente a una organización de izquierda pero que era además, feminista.  Fue la primer persona que conocí y  nos hicimos muy  amigas.  En realidad puedo decir que  conocí el feminismo a través de ella, me invitó a reuniones y hablamos mucho,  fue algo nuevo que me interesaba, era como  una curiosidad.

¿Qué te atrajo de ese algo nuevo?

Me atrajo  el tema, pero básicamente lo que más me motivó  fue el cuestionamiento a las formas de ejercicio del poder en las estructuras tradicionales, eso fue la mayor  conexión con algo  de mi propia experiencia, aunque en ese momento, lo viví más como una curiosidad que como algo que yo realmente integrara. Entre  lo traumático del cambio de país, de situación, de todo, y las necesidades  de mi propia vida, de madre con mi hijo,  (después quedé embarazada y tuve mi  segundo hijo),  todo aquello quedó latente, pero todavía  no había hecho el “clic”.

Empecé por incorporar los cuestionamientos del feminismo, como un  tema de justicia social, un plano en el que siempre me sentí bastante abierta. Recuerdo que en Magisterio,  cuando era estudiante y no tenía ninguna reflexión sobre esto, era  intuitivamente muy receptiva  a todo lo que tuviera que ver con el derecho de las personas. Una de las cosas que más me indignaba de  mis compañeros  varones, por ejemplo, era el tratamiento discriminatorio que hacían a los compañeros  homosexuales. Aun con aquellos con quienes militábamos había siempre bromas y comentarios, incluso de quien era mi marido; era parte de la cultura, general, pero yo,  que era muy amiga y  tenía  mucha proximidad con varios homosexuales,  sentía que con ellos, por primera vez hablaba  de algo que no estaba en mi universo. Siento que en realidad, yo, como sujeta, me hice realmente  feminista, y sentí que había algo más  profundo, que iba más allá de la justicia de los reclamos,  la  segunda vez que estuve presa y tuve que procesar muchas cosas  que tenían  que ver con la culpa, con la relación con mis hijos, con mi familia, con mi madre.  Y  ahí empezaron a volver muchas cosas que había oído y leído en el exilio en Italia, pero que volvían desde un lugar ahora  muy mío, personal,  de revisión  de mí misma, de mi ser mujer. Y decidí  que cuando saliera de la cárcel iba a trabajar en eso, iba  a hacer un Centro,  fue una decisión: “quiero hacer esto”.

¿Fue la  soledad, el tiempo de reflexión, la convivencia con otras mujeres lo que te llevó a  tomar esa decisión?

Fue en un tiempo en que estuve sola, como un año y medio, completamente sola y tal vez fue la necesidad de recomponer mis pedazos,  de mirarme a mí misma, de mirarme desde  otro punto de vista, de ubicarme en las relaciones, como ¿qué significa ser madre, tener dos hijos y estar adentro de una cárcel? tratar  de  vencer el tema de la culpa, que nos persigue históricamente, sobre todo cuando tenemos hijos chicos … creo que fue eso,  pero fue más bien  un  proceso de autorreflexión  motivado por mi necesidad de existir, de recom-ponerme,  de decir yo soy esto, quiero esto, y eso en un contexto como la cárcel, de mucha agresión. Me  parece que  ahí  volvieron  cosas… pensé mucho en la relación con mi madre, por ejemplo, en ese vínculo tan marcante de la historia de cada una, pero a la vez tan conflictivo; me parece que hice como las paces con mi madre.

Lo que sí tengo claro es que  yo ya  había visto una cantidad de cosas de discriminación, algunas cuestiones muy elementales,  aunque talvez no las había formulado. Por ejemplo, cuando llegamos al Penal de Punta de Rieles en 1973,  recibimos  una carta que nos dirigían  los  presos políticos que  ya  estaban  en el Penal de Libertad, en la  que nos  daban orientaciones de lo que teníamos que hacer; sentí  que nos trataban de manera desigual, y sentí  como que los presos hombres y nuestros carceleros  nos estaban tratando  de la misma manera,   como niñas y eso me molestó mucho.   Pensaba que si las fuerzas represivas nos habían  considerado  capaces de ir a la cárcel, yo no quería ser considerada como menos de eso; esas relaciones de poder las sentía intuitivamente.

Y también  creo que un tema que  me  unió al feminismo fue el de la autonomía, construirla  como sujeta pensante por encima de mandatos,  de prescripciones, de culturas.


L i n e   B a r e i r o
Paraguay


Bueno, empezaremos a volar hacia atrás como me pedís. Fueron tres  cosas que me hicieron llegar al feminismo. Una que yo ya era hija de una de nosotras, porque mi mamá ya era feminista y  mi padre fue  un liberal de izquierda que murió muy joven. Así que en mi casa había  un ambiente en donde todo lo que fuera justo e igualitario era un valor.

Lo segundo fue que yo tenía mucha actividad política y social y  con la influencia de algunas mujeres que se habían ido a estudiar a Francia empezamos a trabajar por los derechos  de las mujeres a principios de los 70. Aunque  en particular,  luchábamos  contra la dictadura de Stroessner. Todo esto  pasaba  en Paraguay, en plena dictadura, donde  también  hacíamos teatro popular  y un montón de cosas más.

Pero me tuve que ir. Cuando llegué a Europa, a Alemania, más concretamente,  era 1975,  el Año Internacional de la Mujer y a nosotras nos importaba mucho ese tema. Sin embargo pasó una cosa curiosa,  unos compañeros latinoamericanos dieron una charla sobre ese año, sobre lo que hoy sería género, pero en realidad era sobre mujeres. Hablaban de una manera muy mecánica, muy marxista, y les contestamos con nuestro punto de vista; sobre todo una compañera peruana, que  dijo que lo que tendríamos que hacer era hablar de las relaciones del grupo, de las relaciones entre  hombres y mujeres, de las posibilidades de las mujeres, etc. Y  esa propuesta  produjo una agresividad a la que no estaba acostumbrada,  me asombró mucho  lo que pasó, el efecto que tuvo nuestra intervención.

Ahí fue que resolvimos armar una  organización de mujeres  que fue boicoteada hasta por mi muy querido amigo peruano, que consiguió a otros chicos y juntos empezaron a hacer un ruido enorme con unas latas con piedritas adentro, como maracas, mientras nosotras estábamos reunidas. Ahí nos dimos cuenta de lo importante que era esa reunioncita nuestra que provocaba tanta reacción … Después  aprendí que nadie que se siente libertador quiere ser encarado en sus propios autoritarismos.

La  otra cosa que pasó y que me hizo pensar en las relaciones entre hombres y mujeres  fue la siguiente:  yo había militado  en los grupos políticos y allí uno habla de temas, o de  acciones,  pero no habla de sí mismo, sin embargo  en el grupo de mujeres, empezamos a contarnos las historias de vida, la trayectoria de cada una y me di cuenta en ese momento, que yo había sido una mujer muy funcional al patriarcado. Por ejemplo,  a pesar  de que no tenía los cánones de mujer sumisa,   no me molestaba,  que cuando llegaban las chicas a un grupo político estudiantil,  quedaran para siempre repartiendo panfletos, o juntando  firmas. Yo sí, estaba entre quienes redactaban las proclamas, pero era la única mujer, y pensaba ¿cómo va a haber discriminación acá, si yo estoy  en  la redacción? Y aprendí que no era así como yo  creía,  que no estaba sola en el mundo,  que las posibilidades para el conjunto de las mujeres eran mínimas y que las cosas para ellas  eran más difíciles.

¿No habías sentido en tu propia  carne la discriminación, pero te diste cuenta que alrededor tuyo, sí la había…?

No mi querida, hice toda una relectura y aprendí que sí, que yo también había sufrido formas de discri-minación. Una era que mis  compañeros se metían mucho con los muchachitos con los que yo andaba, o sea si no era  uno de ellos había una censura total, en cambio ellos tenían todas las novias que quisieran, novias que podían ser absolutamente despolitizadas, en cambio conmigo había un control diferente, una sanción distinta. Y si bien  en casa me apoyaban para trabajar en  alfabetización en las zonas agrarias, por ejemplo,  había  cosas para las cuales tenía limitaciones.

Y así empecé a revisar esta discriminación menos evidente  que yo recibía, pero donde  había ciertos mandatos  que tenia que  cumplir. Quizás lo que no tenía que cumplir era  casarme, por ejemplo,  ese mandato no existía,  más aun, mi mamá pensaba  que me podía casar si quería o no.  Por otro lado insistía en que lo primero  era la formación, ella lo sabía  por sí misma, porque mi abuela había hecho lo mismo con ella y porque   cuando murió mi papá a los 43 años, muy joven, ella se mantuvo y nos mantuvo a todos porque había estudiado en la Facultad de Derecho, era profesora  normal,  tenía una profesión. Eso lo sabíamos en casa  muy bien, pero había otras cosas como las vinculadas con la sexualidad, que habían  sido muy poco abordadas por los feminismos anteriores, y allí  mi educación era mucho más  tradicional.

Fuiste pasando etapas, cuando empezaste a encontrarte con las otras mujeres en Europa, ¿qué pasó?

Eso fue genial, porque teníamos un grupo de cuatro o cinco mujeres que hasta hoy  seguimos en comunicación, una peruana, dos chilenas, una argentina- austriaca,  otra paraguaya y yo. En ese momento estaba  en pleno auge el movimiento feminista alemán y  yo me manejaba en los ambientes  espontaneístas de izquierda alemana  y aprendí mucho. Hay que pensar que  era  la década de los 70,  yo  vivía en una comunidad donde discutíamos de todo y donde  el tema  del  feminismo era importante.

En esa época yo estudiaba mucho marxismo, y mucha ciencia política, y también vagaba y me iba al cine con mis amigos y  me encontraba con nuestro grupo de mujeres. Y estaba  la relación con las feministas alemanas de Heidelberg, donde yo vivía, que fue muy importante, aunque nunca  llegué a comprender la  parte anti hombre; era un feminismo  muy radical y no puedo decir que me haya integrado a él.  En  Latinoamérica no existió esa actitud,  teníamos muchas relaciones.

Yo creo que soy una persona bastante radical de pensamiento aunque muy moderada en el lenguaje, puedo  dialogar, desarrollar los argumentos y fundamentar las cosas, eso que Sonia Montaño dice que es la característica del movimiento feminista latinoamericano,  somos  radicales en las propuestas y moderadas en los métodos. Creo que fue lo que  nos dio una capacidad transformadora en situaciones muy adversas, porque lamentablemente  para nosotras fue adversa la dictadura de una manera fundamental, pero también fue adversa la democracia.


C e c i l i a   O l e a
Perú

Marca mucho lo que una siempre lleva,  lo que uno vivió dentro de su casa. Yo vengo de una familia de mujeres, mi mamá -que era hija única-  y yo y  cuatro hermanas;  creo que eso marcó mucho la forma en la que  se nos educó, cada cual responsable  de una tarea, siempre hubo mucho incentivo por parte de mi padre y de mi madre para el desarrollo intelectual,  para indagar.

Luego,  cuando salí del colegio, empecé  a participar en grupos políticos de izquierda, era la época del gobierno  militar de Velazco Alvarado y fue a finales del 77 que comenzamos a reunirnos con mujeres.

Yo participaba en una organización trotzquista, y la ventaja de estar en una organización que tenía relaciones internacionales era poder saber qué pasaba en otros lados del mundo y  enterarnos  que el movimiento de mujeres tenía una gran importancia. Así que fue una coincidencia entre nuevas ideas y  releer la práctica que uno tiene.

¿En qué momento  diste ese otro paso hacia el feminismo?

Fue cuando comencé a participar en grupos  de mujeres y organizamos una comisión de la mujer que fue muy fuerte en su momento  y comenzamos a contarnos nuestras vidas. Recuerdo mucho el libro “Cartas a una Monja Portuguesa” escrito por tres amigas  que se reunían todos los jueves y llevaban lo que habían escrito en la semana,  luego  publicaron  ese libro, que es un homenaje  a una monja que tuvo que mudar su vida privada… También el  “Segundo Sexo” de Simone de  Beauvoir.  Fueron lecturas que  empezaban a hablar de lo que nos  pasaba, y descubrimos  que aquello que veíamos  como que  así-es-la- vida, no era así, que sí era así, pero que podíamos transformarla. Fue ese bichito que entra y  que luego es muy difícil que salga, el de cuestionar tu vida, de querer tener una coherencia entre lo que haces en tu mundo político y tu mundo privado y descubrir todo ese potencial que todos los seres humanos tenemos y que  el propio sistema, tanto a nivel político como en el  de las relaciones personales,  niega.

¿Cómo llegaste al Flora Tristán?

Comencé a trabajar al interior del Flora en el 81, primero haciendo un trabajo muy lindo que fue reconstruir la historia del feminismo en el Perú, a finales del siglo  XIX y comienzos del XX. Luego en lo que más he trabajado ha sido en el fortalecimiento de los liderazgos de mujeres pobladoras, trabajé muchos años con sindicatos y fue una experiencia muy gratificante, era maravilloso descubrir el cambio, tanto en hombres como en mujeres, porque trabajábamos en sindicatos mixtos,  ver ese crecimiento, fue algo verdaderamente muy bueno. He trabajado  en campañas por lograr una visibilización de la acción política de las mujeres,  tanto a nivel nacional como en el proceso de la Cuarta  Conferencia de la Mujer en Beijing.

¿Crees que otro mundo es posible con la participación de las mujeres?

Creo que sí, que es posible, no  estoy muy segura si lo vamos a ver tal como nos lo imaginamos, pero sí creo que así como hay que cambiar los sistemas institucionales y  el tipo de cultura política, también tenemos que  cambiar nuestras propias relaciones.  Creo que muchas veces el foco está hacia fuera, pero no hacemos la revisión de nuestra propia vida.

Estoy plenamente convencida que ese cambio implica una pérdida de privilegios,  pero también el ganar un mundo mucho  más alegre, con mejores relaciones. No solamente   se trata de la  participación de las mujeres, eso es presencia, pero también es  de prácticas sexuales que no están aceptadas porque no son mayoritarias, de grupos étnicos que no son aceptados porque hay un patrón y lo mismo sucede con  el color de la piel o el tipo de gustos que puedas tener y ahí sí creo que hay un  compromiso que es individual, que así como exigimos a las instituciones que cambien, hay un compromiso individual que es  hacerse una mismo cargo de nuestras propias utopías, y reconocer que el mundo es diverso  y que eso más bien potencializa en vez de restar. Sino sería bastante monótono, uniforme y quizás muy aburrido ¿verdad?

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