Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº38, en 2002. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.
En octubre de este año Brasil vivió su cuarto período electoral en régimen de democracia plena. Baste recordar que el voto a los analfabetos fue concedido recién en 1985 y las elecciones directas para presidente se consagraron en 1989. Poco más de una década de experiencia democrática caracterizan esta peculiar elección brasileña, que podría ser calificada de “ejemplar” a los ojos del mundo. En primer lugar, por la rapidez y transparencia de un proceso electoral, paradojalmente moderno, en pleno corazón del Tercer Mundo: las urnas electrónicas, instaladas a lo largo y a lo ancho del país, son una innovación fundamental en ese proceso, y permitieron conocer el resultado pocas horas después del cierre de la jornada. En segundo lugar, la actitud del presidente saliente, Fernando Henrique Cardoso, cuyo candidato resultó perdedor en las urnas, colaboró enormemente en este resultado.
El presidente mantuvo una saludable “atonía” política en el proceso electoral, y envió permanentemente mensajes tranquilizadores a la población, para conjurar el clima de amenaza que algunos especuladores generaron (en especial, George Soros, con sus infelices declaraciones sobre “el peligro Lula”), que tuvieron impacto directo sobre el valor de la moneda brasileña en ese período. Al mismo tiempo, el Presidente montó un equipo de transición, para asegurar el trabajo conjunto entre el Ejecutivo saliente y el entrante, durante los tres meses que median entre la elección y la asunción del nuevo gobierno. En tercer lugar, Brasil parece estarle enseñando a las precarias y frágiles democracias latinoamericanas, que la alternancia política entre gobierno y oposición (y la posibilidad de que el gobierno quede en manos de un partido de izquierda), es un fenómeno “natural” en la política democrática.
1. Partidos, candidatos y alianzas
En estas elecciones fueron elegidos 27 gobernadores, 503 diputados federales, diputados estaduales, 54 senadores, y el Presidente y el Vicepresidente de la República. Cada uno de estos cargos se eligió independientemente, ya que no existe en el sistema electoral brasileño ninguna regla que obligue a votar candidatos de un mismo partido para ninguno de estos cargos (lo que se llama el “voto vinculado”, uno de cuyos ejemplos más extremos, es el caso uruguayo). Como resultado de ello (y de la peculiar cultura política brasileña), la campaña electoral estuvo fuertemente centrada en las personas, y no en los partidos.
Este posición privilegiada de los candidatos en relación a los partidos, está reforzada por el hecho de que en el sistema político brasileño es frecuente que las candidaturas sean definidas antes que las coaliciones partidarias que les dan sustento. Esto en buena medida se debe a que los electores votan candidatos y no partidos, y estos últimos obtienen su fuerza política dependiendo de la popularidad de los primeros. Ello explica en buena medida, el vasto arco de alianzas desde la izquierda a la derecha que rodeó al candidato que desde el principio era favorito en las encuestas: Luis Inácio Lula da Silva. Los apoyos al mismo, se fueron incrementando a medida que la elección avanzaba, y Lula mantenía su claro predominio sobre el resto de los candidatos: viejas figuras de la política brasileña como José Sarney, Antonio Carlos Magalhães, Orestes Quercia, Maluf, o Brizola, se fueron acercando a Lula, a medida que su popularidad crecía. Y Lula, claro está, no despreció ninguno de los apoyos recibidos.
Como consecuencia de estos procesos, el mapa electoral resultante, tanto en el Parlamento como en los gobiernos estaduales, resultó necesariamente fragmentado, y ello se evidencia en el hecho de que ninguno de los cuatro grandes partidos de la democracia brasileña (PMDB, PFL, PSDB y PT) tenga más del 25% de los escaños parlamentarios. Asimismo, casi todos los partidos (con excepción de los partidos de Lula y de Serra, los dos candidatos que compitieron en la segunda vuelta), están virtualmente divididos hoy, entre aquéllos miembros del partido que apoyarán a Lula en su gobierno, y los que se mantendrán en la oposición. La perspectiva de obtener cargos ejecutivos, o el control de algunas áreas, si se colabora con el gobierno, es un aliciente importante
2. La campaña y sus gestos
El interés en la campaña fue inusitadamente alto: un 45% de los entrevistados declararon tener “mucho” interés, un 31% “mediano” interés, y sólo un 6% declaró tener “poco interés”. A ello colaboró el rol de los medios de comunicación, que cubrieron esta campaña con un alto grado de profesionalismo, y lo que es más importante, con un alto grado de pluralismo.
El principal instrumento de financiamiento público de campaña fue el “Horario Electoral Gratuito”: un programa emitido en cadena en el horario central de las ocho de la noche y también al mediodía, donde todos los candidatos tuvieron un espacio asegurado según el número de representantes en la Cámara de los partidos que los apoyan. El horario electoral registró una gran audiencia, constituyendo un instrumento altamente democra-tizante y de gran avance político en el panorama de la consolidación institucional del país.
La actual campaña electoral brasileña comenzó con mucha anticipación, a mediados del 2001. Por esa época, los millones de brasileños que diariamente asistían a las tele-novelas del “horario noble” de las ocho de la noche, comenzaron a ver, en los intervalos publicitarios, la imagen de la entonces gobernadora del nordestino estado de Maranhão, Rosseana Sarney, hija del ex-presidente José Sarney (1985-1989), integrante de uno de las más tradicionales familias políticas del nordeste. Siendo una de las principales figuras políticas del derechista Partido da Frente Liberal (PFL), fue elegida por su partido como la candidata de la coalición de gobierno de Fernando Henrique Cardoso. Joven, con buena presencia y siempre impecablemente vestida, conquistó, a través de una agresiva campaña mediática la amplia simpatía de la opinión pública. El “fenómeno Rosseana”, como comenzó a ser llamado, fue equiparado al del expresidente Fernando Collor de Mello. Durante el auge de su campaña, las encuestas de intención de voto (llegó a concitar el 23% de las adhesiones a su candidatura) le daban el triunfo en una hipotética segunda vuelta sobre el candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Luiz Inácio “Lula” da Silva. Pero su carrera fue rápidamente interrumpida por un escándalo de corrupción, que la obligó a renunciar a su candidatura, para no perder los fueros parlamentarios. Inmediatamente, se reposicionó el candidato José Serra, del Partido de la Social Democracia Brasileña, como candidato de la coalición. A él fue en gran medida atribuída la responsabilidad por “destapar” el delito de corrupción de Rosseana Sarney, con vistas a presentarse como una alternativa. Como consecuencia, tanto José Sarney como Rosseana Sarney, decidieron apoyar a Lula (aunque ambos son claros representantes del status quo político brasileño), a pesar de que su partido, el PFL, se mantuvo al lado de Serra, evidenciándose las primeras fisuras en la coalición de gobierno.
José Serra, exdiputado y exsenador, fue miembro del gabinete de Cardoso (y amigo personal del presidente) desde el inicio de su gobierno, ocupando la cartera de Planeamiento en el primer período, y la de Salud Pública, en el segundo. Tiene un claro perfil tecnocrático, bajo carisma personal, y centró el último tramo de su campaña en su reconocida capacidad y experiencia política y gerencial. En su discurso priorizó el tema del desempleo, el principal tema de la campaña electoral, privilegiando el papel del Estado en la creación directa de puestos de trabajo y en la promoción de las exportaciones.
Los otros dos candidatos, que perdieron en la primera vuelta, fueron Ciro Gomes y Garotinho, ambos de partidos “a la izquierda” del sistema, y con un claro discurso opositor. Ciro Gomes realizó una carrera meteórica en poco tiempo. Con 44 años, fue Ministro de Hacienda y gobernador del estado de Ceará. Posee un fuerte carisma personal y al igual que Serra, una sólida formación académica. Fue candidato a presi-dente en 1998, habiendo salido en tercer lugar. Su partido de referencia, el Partido Popular Socialista (PPS), fundado por ex integrantes del Partido Comunista Brasileño (PCB), es un partido de inexpresiva representación en el Congreso (1.3%), pero su candidatura consiguió el respaldo del Partido Democrático Trabalhista (PDT, de Leonel Brizola) y del Partido Trabalhista Brasileiro (PTB). Su disputa con Lula siempre fue de “guante blanco”, aunque sobre el final de la primera vuelta, y tratando de llegar a la segunda, se presentó como una alternativa al “continuismo” de Serra, y al “salto al vacío”que representaba Lula. Apenas conocidos los resultados de la primera vuelta, se alineó rápidamente tras la candidatura de Lula, y cabe esperar que tenga un papel destacado en el próximo gobierno.
Finalmente, Anthony Garotinho, fue el gobernador de Rio de Janeiro, su principal reducto electoral, hasta que renunció para candidatearse a la Presidencia de la República. La comunidad evangelista es la base de su electorado, así como su principal apoyo financiero. Los sectores más pobres y de menor educación relativa constituyen sus otros dos apoyos electorales. La principal característica de su discurso ha sido la inclusión del perfil religioso. Al mismo tiempo, es el candidato que se presentó con el perfil más “radical” de cara al gobierno y a las políticas económicas liberales, al FMI, y al ALCA. Su magro desempeño en las encuestas durante la mayor parte de la campaña (siempre estuvo rondando un 12% de las intenciones de voto) lo mantuvo alejado de la atención central del debate, pero creció espectacularmente en el tramo final, disputando la segunda vuelta con Serra. Conocido el resultado, se alineó, junto con todo su partido, detrás de la candidatura de Lula.