Reflexiones desde la Discoteca

Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº31 y 1/2, en 1999. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.

La primera mañana del Encuentro, varias mujeres desconcertadas se cruzaban por los patios de los hoteles buscando información sobre los diferentes grupos de trabajo que se reunían simultáneamente. Unas habían llegado tarde a los grupos, y las dinámicas propuestas por la Comisión Organizadora no permitían ingresar fuera de hora; otras no se sentían seducidas por la expresión corporal, la danza o la arcilla. Todas compartían un cierto sentido de responsabilidad y no querían, simplemente, quedarse tomando un baño en las cálidas aguas del Caribe. De tanto trillar en medio de turistas haciendo aeróbicos a ritmo de merengue, surgió un nuevo grupo de trabajo «sin» dinámicas; un espacio de debate para profundizar, si era posible, dudas e interrogantes y buscar analizar las viejas y nuevas estrategias.

La convocatoria surgió de muchas iniciativas paralelas, de gente diferente entre sí y con cosas bien distintas en la cabeza, pero que encontraron un espacio común para discutirlo: «La discoteca».

La falta de preparación, la convocatoria espontánea y la diversidad de temas surgidos de las reflexiones de las 200 participantes hicieron que en este espacio no se arribara a un documento con conclusiones, sino a un punteo más o menos ordenado y con muchos puntos suspensivos.

Esta es una versión «más o menos libre» de los apuntes que varias compañeras tomaron.

El vaso medio lleno o medio vacío

Es imprescindible hacer un balance de la historia del feminismo en América Latina y El Caribe, pero la palabra «balance» convoca todo tipo de monstruos. Se es demasiado condescendiente y optimista, se mira el árbol sin mirar el bosque, se niegan errores estratégicos, o, por el contrario, asumimos toda la culpa de la desmovilización y la falta de creatividad de un movimiento vivo pero distinto.

La primera conclusión del grupo fue, precisamente, el reconocimiento del enorme crecimiento del feminismo en la región cuya seña de identidad es la diversidad y pluralidad de sus expresiones. Esta diversidad es riqueza a la vez que expresa el crecimiento y la capacidad fecunda y fundante de las ideas y propuestas feministas.

Sin embargo, esta diversidad, el crecimiento y amplitud del movimiento feminista, nos enfrenta cada vez al dilema de cómo gestionarla. Es una seña de identidad sin la cual el feminismo no se reconocería a sí mismo, pero las caídas en el sectarismo, los deslices de aplicar un virtual feministómetro o a estereotipar diferencias nos colocan en el filo de la navaja. En Cartagena, las diferencias políticas generaron signos de intolerancia e histerismo, en Santo Domingo las diferencias idiomáticas nos colocaron al borde de la ruptura con las mujeres haitianas y nos sometieron a todas, en los escasos tiempos previstos para las plenarias, a interminables traducciones en 4 idiomas.

Gestionar la diversidad requiere paciencia, ensayo y error, y un enorme caudal de disposición política para que la pluralidad de un movimiento no se convierta en una consigna vacía. Gestionarla supone construir las herramientas para que estas diferencias se expresen en un clima de respeto y tolerancia.

La diversidad también nos obliga a definir y re-definir nuestras estrategias y agendas. De las múltiples expresiones y posiciones del movimiento feminista surgen múltiples agendas y espacios de trabajo. Sin embargo, es posible encontrar un mínimo común que nos identifique, aún cuando las opciones de unas y otras no coincidan en tiempo y espacio.

Yo transgredo, tu transgredes

«Yo soy mía», que fue una consigna transgresora para el feminismo europeo de los 70, hoy es una obviedad para millones de mujeres del mundo. La capacidad de transgredir las normas establecidas es una expresión de libertad, pero es cambiante y móvil como la vida y convoca a diferentes estrategias políticas.

La mayoría de las organizaciones de mujeres y los grupos feministas dirigen su accionar y sus propuestas a diferentes actores y actoras, unas, a las propias mujeres, otras, a los gobiernos y Estados, otras, a la sociedad en general. Muchas, logran articular estos diferentes espacios con estrategias más amplias donde los esfuerzos se juntan y potencian.

La capacidad de cuestionar, de colocar temas nuevos en debate y re-significar los viejos, solo se opone a la negociación en una mesa de debate, porque en la práctica política desde el más pequeño e informal de los grupos negocia con su comunidad, propone y publicita sus ideas y propuestas.

Hay puntos a negociar y otros a publicitar, hay agendas de demandas hacia los otros (sean los vecinos de al lado o el propio estado) y hay cambios que más que nada tienen que ver con la persona misma y se viven con la propia piel. Las mujeres y las sociedades cambian recorriendo ambos caminos. A través de la historia hemos demandado el derecho al voto, al divorcio, al uso del apellido, y hemos cambiado el dominio de nuestro cuerpo, las vivencias de la sexualidad, hemos hecho un cuarto propio y logrado la autonomía como personas.

Todos los temas de la vida y de la democracia forman parte de nuestras agendas. En esta etapa es necesario darle nuevos impulsos a temas y demandas que dan identidad y perfil al movimiento feminista, como el aborto, las identidades sexuales y la dignificación del trabajo doméstico, a la vez que abrimos los espacios de debate para temas nuevos: globalización, políticas de comunicación, modelos de desarrollo, ciudadanía global y local, etc.

Las diversidades étnicas son un punto crucial para el movimiento en nuestra región y nos desafían práctica y teóricamente a crear mayores espacios de articulación.

El reto para nosotras es construir movimiento desde donde estemos redefiniendo la autonomía que no es fija ni inmutable, que necesita brújula para no perder el horizonte ético y radar para tomar en cuenta los obstáculos del camino. También supone aprender a negociar definiendo los intereses comunes y manteniendo nuestros principios. Hacer alianzas entre nosotras es el primer paso y también abrir espacios para el diálogo y la negociación con otros sectores identitarios y democráticos con los que compartimos intereses estratégicos. Estas alianzas son necesarias para crear nuevos espacios y para colocar nuestros temas en otras agendas sociales.

Hemos logrado diferentes niveles de institucionalidad tanto de nuestros temas como de nuestras organizaciones y ello nos crea nuevos retos, tensiones y desbalances de poder. Las representaciones y liderazgos siguen siendo un cuello de botella que nos enfrenta a conflictos, agota nuestras energías creativas y nos impide crecer en poder de convocatoria hacia otros sectores.

Uno de los efectos de la institucionalización es el crecimiento de los Estudios de Género en Universidades, convertido en cantera de nuevas feministas que llegan al movimiento desde estos espacios académicos.

La institucionalidad es una realidad, el reto no es destruir los espacios conquistados, nuestras instituciones, los espacios académicos que se abrieron a nuestro impulso, sino que el desafío sigue siendo cómo democratizar la práctica política de las organizaciones, cómo abrir espacio a las nuevas generaciones de mujeres, cómo construir alianzas entre nosotras, y también, cómo rendirnos cuentas. No somos impunes, y nuestra autonomía no es sinónimo de impunidad.

En uno de los encuentros feministas se escribió un documento sobre la necesidad de pasar del amor a la necesidad, y este se convirtió en un lema para pensar y elaborar los conflictos planteados en nuestras relaciones grupales. Querernos y respetarnos a nosotras mismas y a las múltiples mujeres que nos habitan seguirá siendo una necesidad para sentar las bases de una cultura opuesta a la intolerencia y la violencia.

Lilian Celiberti

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