Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº29, en 1999. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.
«Hoy enterraron a Simone de Beauvoir. Una caminata desde el Hospital Cochin hasta el cementerio de Montparnasse bajo un clima indeciso…fué lindo, muy lindo caminar junto a miles de mujeres de todas las edades, sin proclamas, sin carteles, en un silencio mágico, sabiendo que «eso» nos juntaba».
La carta, estaba fechada en París el 19 de abril de 1986 y quien la enviaba era una mujer joven y muy querida.
«Queriendo hablar de mí, debí analizar la condición femenina»
Acababa de morir quien – a través de sus obras, pero también de su vida (que decidió contar como parte de un testimonio imprescindible) – marcó a varias generaciones de mujeres, que con El Segundo Sexo adquirieron el respaldo teórico para que la larga expe-riencia colectiva de subordinación a la sociedad se transformara en la capacidad de transgredir la norma patriarcal. Y también, con esa práctica, un saber desconocido, el del ejercicio de la libertad. Empezaba a gestarse la revolución pacífica más profunda del Siglo XX.
Acababa de morir quien en su vida había apostado a no renunciar a nada. «Me gusta la vida con pasión, abomino la idea de morir. Soy también terriblemente ávida, quiero todo de la vida, ser una mujer y también un hombre, tener muchos amigos y la soledad, trabajar enormemente, escribir buenos libros, pero también viajar, divertirme, ser egoísta y también generosa…como ves no es fácil tener todo lo que quiero…».1
Con sus Memorias y sus Cartas S. de B. dejó además otro legado, tan importante como el anterior, poniendo su vida como tema de análisis. «Mi obra fue la vida misma».
El Segundo Sexo – es sin lugar a duda el texto fundador del feminismo moderno y una referencia inevitable, se compartan o no sus propuestas. Despertó muchas adhesiones cuando apareció, pero también provocó reacciones de una rara violencia. Las polémicas que suscitó en 1949, año de su publicación, venían en su mayoría de varones escandalizados, irritados, asustados. Veinte años más tarde, en los 70, la polémica vino del propio movimiento feminista. Pero entre ambas hay un abismo de contenido. Las primeras, sólo demostraron la reacción al cambio que provocaba el primer análisis sistemático de las estructuras patriarcales. Las segundas, a favor o en contra, enriquecieron a toda una generación de feministas.
La Paz después de la Guerra
París era de nuevo una fiesta al finalizar la Segunda Guerra Mundial. «El miedo todavía existía, pero la alegría barría con él. Riendo con nuestros amigos día y noche, conversando, bebiendo, vagando por las calles con ellos, festejábamos la Liberación. ¡Era una orgía de fraternidad.2
Fueron años (1945-1949), de una euforia loca para el grupo de Saint-Germain-des-Prés y también de una loca productividad. Simone de Beauvoir tenía 37 años y publicaba a ritmo de obra por año, novelas, teatro, ensayos, polémicos todos. La relación con Sartre entraba en una etapa de cambios, acababa de conocer a su «amor transatlántico», el norteamericano Nelson Algren y rumiaba un ensayo sobre la mujer.
En esa época de auge del existencialismo ateo de Jean-Paul Sartre, de los debates en «Les Temps Modernes» (nombre puesto en homenaje a la película de Chaplin), de las infinitas discusiones en los cafés de Montparnasse, sucedió uno de los hechos mediáticos más curiosos de la posguerra. La prensa sensacionalista se apropió del término existencialista para designar tanto la filosofía en cuestión, como a los integrantes de la movida nocturna de París que había adoptado la moda del negro integral importada de Capri, y que noche a noche concurría al «Tabou» a oír cantar a Juliette Gréco. Sin ser asiduos de la emblemática «boîte», ni vestirse con el uniforme negro, sin buscar la publicidad, Sartre y Simone de Beauvoir fueron asimilados al ambiente nocturno que poco condecía con la vida austera (aunque no puritana) de esta pareja de profesores de la enseñanza media. Pero ese «marketing» del que fueron víctimas – la gente los identificaba en los restoranes, los fotógrafos los perseguían, corrían toda clase de rumores sobre ellos, los hizo, por otro lado, beneficiarios del mismo: sus libros empezaron a venderse «como pancitos calientes», y llegó la gloria, el dinero…pero junto a la descalificación y los insultos. «Era una celebridad que se pagaba muy alto, venía con cara de odio».3
S. de B. Acababa de terminar «La Sangre de los Otros» y «América al Día» y se preparaba para escribir de sí misma. «Nunca me pesó ser mujer.. sin embargo cuando miro a las mujeres a mi alrededor constato que viven problemas específicos que valdría la pena analizar en su particularidad».4
Con una capacidad de trabajo pocas veces igualada, se encierra en la Biblioteca Nacional y comienza investigando los mitos, para llegar a una primera comprobación sistemática: en todas las cosmologías, religiones, supersticiones, ideologías, existe una constante y es que el hombre se coloca como sujeto y ubica a la mujer como objeto, como «el otro». Junto con Sartre, fue el antropólogo Levy-Strauss quien comparte su tesis al adelantarle el borrador de Las Estructuras del Parentesco, en donde mostraba que el macho sigue siendo un ser esencial, aún en sociedades matrilineales, mal denominadas matriarcales. El Segundo Sexo tardó dos años en terminarse y cuando se publicó en junio de 1949 desató una ola tan grande de improperios, insultos, campañas en contra de su autora, que sólo pueden comprenderse a través del análisis de la misoginia universal que la misma obra denunciaba.
«¡Qué festival de obscenidad con el pretexto de fustigar la mía»!
El primer tomo de El Segundo Sexo escandalizó por su «indecencia», nombraba vagina, pene, clítoris, lesbianismo. Y los representantes varones, tanto de la derecha como de la izquierda, se sintieron ofendidos por tal desenfado. Pero cuando apareció el segundo tomo fue cuando realmente se produjo lo inenarrable. Cabe preguntarse por qué fue más violenta la reacción. O simplemente recorrer su índice: Matrimonio, Maternidad, Prostitución y peor que nada La Mujer Liberada. Tocaba las estructuras de la sociedad burguesa. Hablaba de una mujer mantenida, tanto la esposa como la cortesana, que mientras no consiguiera su independencia económica no sería nunca una ciudadana completa por más derecho al voto que tuviera. Los y las implicados eran muchos. Entre los epítetos que recibió figuran algunos tan insólitos como los que siguen: insatisfecha, ninfómana, lesbiana, priápica,5 abortada cien veces, frígida, misógena, neurótica, desheredada y hasta madre clandestina. Pero fue el capítulo sobre la maternidad el que despertó más ataques: ¿cómo sin haber tenido hijos se arrogaba el derecho de hablar de las mujeres y de cuestionar el sagrado destino de parir con dolor?.
Las diatribas vinieron también de allegados al mundo literario como del catoliquísimo François Mauriac, (futuro Premio Nobel de Literatura), que organizó una campaña para condenar la pornografía en general y los libros de Simone de Beauvoir en particular, afirmando que con El Segundo Sexo «tocamos literariamente los límites de lo abyecto». Pero también de amigos progresistas como Camus que, ofendido en su ser de varón, le tomó cuentas de ¡haber ridiculizado al macho francés! Los marxistas no estalinistas consideraron el libro altamente equivocado pues cuando la revolución fuera completa «el problema de la mujer» no existiría y los comunistas dijeron que El Segundo Sexo»haría reír a las obreras de Billancourt».(Barrio obrero de París). El libro fue puesto en el Index de Roma.
Fustigando el patriarcado, El Segundo Sexo, tampoco es condescendiente con las mujeres, «mitad víctimas, mitad cómplices», como dice Sartre en el acápite del segundo tomo. Las mujeres muy a menudo eligen aguantar una ciega esclavitud antes que trabajar para liberarse, afirma Beauvoir. En la época de la publicación del libro, sostiene que esa liberación se realizaría como un acto individual, pero confrontada al movimiento feminista de los 70, cambia de opinión y apuesta al carácter colectivo de la liberación, integrándose al movimiento. Había afirmado que entrar al movimiento feminista era como encerrarse en un gueto, pero en 1972 declara: «Ahora entiendo por feminismo el hecho de luchar por reivindicaciones propiamente femeninas, paralelas a las de la lucha de clases, y me declaro feminista. (…) Yo pensaba que la lucha de clases debía pasar antes que la lucha de los sexos. Hoy pienso que se deben llevar ambas al mismo tiempo».6 Y para las críticas que confunden lo que un ensayo puede significar cincuenta años más tarde con lo que quería expresar en su tiempo, la propia autora recomienda leer El Segundo Sexo pensando en su inserción en la historia pues muchas cosas pueden haber cambiado.
La Gran Controversia – Veinte años más tarde
Dejemos las virulencias del 49 que vinieron de la reacción, del miedo y fueron mezquinas, pequeñas y groseras. Otra cosa fue cuando veinte años más tarde, en plena eclosión del movimiento feminista se instaló, alrededor de El Segundo Sexo un debate creativo, rico, fermental, y no por eso menos apasionado.
Françoise Collin7 ubica El Segundo Sexo como el inspirador de la corriente igualitarista del feminismo moderno, la que afirma que el rol y el lugar que las mujeres asumen en la sociedad les son impuestos por el poder patriarcal. La diferencia de los sexos sería un mero producto de la dominación masculina y la fisiología femenina, un peso para llegar a la igualdad. «Uno de los malentendidos que suscitó mi libro fue que se creyó que negaba toda diferencia entre hombres y mujeres. Por el contrario al escribir fui midiendo lo que los separa; lo que sostuve es que las diferencias son de orden cultural y no natural»,responde Beauvoir.8 Collin sostiene que S. de B. – aunque marcando la pesada contingencia corporal de las mujeres- afirma la capacidad de éstas para liberarse de ella y llegar a ser plenamente humanas.
La subordinación, sostienen las feministas de la diferencia, es producto justamente de que se les niegue su verdadera naturaleza. Hablan de una «esencia femenina auténtica», rescatando lo maternal como lo específicamente femenino y en algunos casos llegan a crear un imaginario de superioridad femenina. Esta corriente liderada por Hélène Cixous, es compartida con distintas intensidades por Luce Irigaray y por los colectivos italianos. En los momentos de más pasión, la corriente de la diferencia denunció las luchas por la igualdad como una alienación a la sociedad patriarcal y una traición a los valores femeninos.
Así como el feminismo de la igualdad tiene sus raíces en la filosofía existencialista y en el marxismo, el feminismo de la diferencia tiene las suyas en el psicoanálisis y en la escritura y sostiene, con Derrida, que hay que deconstruír la definición de las mujeres impuesta por los hombres y en nombre de una «esencia» femenina auténtica, llegar a la identidad plena de cada sexo.
Esta descripción de los feminismos de la igualdad y de la diferencia es, por supuesto, esquemática, afirma Collin; ninguna de las dos puede reducirse sólo a eso. Es tan difícil admitir que la diferencia de los sexos sea un mero producto de la opresión, de la que no quedaría nada, si esta desapareciera, como considerar que existe un territorio femenino de alguna manera auténtico, puro de toda interferencia fálica.
Joan Scott9 sostiene por su parte que el antagonismo entre igualdad y diferencia es falaz, y que el opuesto exacto a igualdad es la desigualdad y no la diferencia, y el de la diferencia es la identidad, y no la igualdad. Las feministas han reivindicado siempre, tanto derechos iguales como derechos especiales, ya sea en nombre de su identidad con los hombres como de su diferencia de ellos.
Yasmine Ergas10 afirma que estas concepciones rivales, en definitiva dan vueltas alrededor de la pregunta ¿qué es una mujer? de la primera página de El Segundo Sexo. Es alrededor de ella que se organiza el discurso sobre la naturaleza de los dos sexos y su relación. Y para amortiguar los golpes del debate que partió al medio al Movimiento de Liberación Feminista (MLF) francés entre 1975 y 1976, termina Ergas: «En esta perspectiva las voces de la diferencia y las de la igualdad de identidad entre los sexos se responden mutuamente». Juntas contribuyeron a definir el lenguaje común de esta controversia que antiguamente se llamaba la «querella de las mujeres». Sólo que ahora no son los padres del Iluminismo, quienes la llevan adelante sino las propias protagonistas.
Las botas de siete leguas
Cincuenta años después de la publicación de El Segundo Sexo, se hacen innegables los cambios, los grandes pasos como si nos hubiéramos puesto las botas de siete leguas y echado a andar. Aquella «situación» de la mujer en la sociedad que denunciaba Beauvoir ha sido removida hasta en sus raíces. Hemos adquirido nuevas herramientas. Ya no nos quedamos en una crítica del orden simbólico, como dice Ana María Piussi11 «La capacidad de conferir sentido a sí mismas, a los otros, al mundo, a partir de la propia experiencia, necesidades, deseos, es la condición para poder modificar la realidad de manera profunda y no solo en sus aspectos exteriores y superficiales».
Como portadoras de su propio cuerpo las mujeres entran por primera vez como sujetos. Un sujeto plural y contradictorio que siempre han llevado en sí mismas y que se hace visible por primera vez, enfrentando la crisis «de una razón que se quería como única y sin cuerpo».12
Para superar la fase de la denuncia a partir del poder masculino, dice Bocchetti, debemos empezar a relatarnos y analizar lo que escapa a ese poder. Y remata «Tras el discurso reivindicativo de las mujeres siempre ha estado la idea de la igualdad entre los sexos. Si esta reivindicación es justa y necesaria en el plano social, no es sin embargo ni exhaustiva, ni satisfactoria, ni portadora de conocimiento para sujetos diferentes o que se han convertido en tales».
El primer tomo de El Segundo Sexo termina con la palabra libertad, la última del segundo es fraternidad. Sería bueno saber cuál sería la palabra final de un imposible tercer tomo. ¿Tal vez felicidad?
Seguramente con los tiempos habrá diferentes lecturas de El Segundo Sexo y adhesiones o rechazos a la persona de su autora.
«No he resucitado como Virgina Woolf, Proust o Joyce el reflejo de las sensaciones y no he captado en las palabras el mundo exterior. No era ese mi proyecto. Quería existir en los demás comuni-cándoles, de la manera más directa, el gusto de mi propia vida: casi lo he logrado. Tengo sólidos enemigos, pero también me he hecho, entre mis lectores, muchos amigos. No quería otra cosa…».13