Este artículo fue publicado en la revista Cotidiano Mujer Nº26, en 1998. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.
El siguiente artículo es parte del documento de trabajo realizado por la Economista Alma Espino, como insumo para el debate del Taller sobre Mujer y Banca Multilateral, co-organizado por Red Bancos y Cotidiano Mujer. Del taller formaron parte mujeres de diferentes regiones de América Latina. En el próximo número de la revista, desarrollaremos la discusión generada.
A riesgo de caer en una actitud provocativa, puede decirse que un indicador de crecimiento, madurez y consolidación del planteo político feminista en general, y en particular en nuestro continente, es discutir la relación movimiento feminista – banca multilateral. Esta afirmación es por demás polémica; muchas de las interrogantes, las dudas y los rechazos que ofrece esa relación no están respondidas ni superadas, total ni definitivamente, aun para quienes compartimos la presunción o la certeza de su importancia.
¿Por qué un indicador de crecimiento? Porque muestra que el movimiento feminista y sus planteos han alcanzado un nivel de profundidad y amplitud que le permite encarar temas de carácter político y económico que han sido en general, los más difíciles o menos atractivos y cercanos a la militancia feminista. Pero ésto sería en todo caso lo de menos; el aspecto más difícil de encarar es la «institucionalización» y esto sí, supone crecimiento, porque supone la capacidad de elaborar propuestas, de articular estrategias de negociación y de presión política, sobre la base de la confianza en la experiencia y el saber acumulado de las mujeres.
Este crecimiento ha sido posible, solamente después de la Conferencia Mundial y el Foro de 1995, en las que el movimiento de mujeres alcanza niveles de presión, representación y legitimidad como nunca antes.
Como señala Gina Vargas en su carta del 20 de agosto de 1996, «… nuestros múltiples intereses como mujeres han sido puestos en el terreno de lo público-político, no solo nacional sino también internacionalmente, y se han expresado las experiencias y propuestas que el movimiento feminista en sus diferentes expresiones y vertientes, había venido acumulando desde que hizo su aparición en esta nueva oleada. Desde una postura independiente pero comprometida con la transformación de la vida de las mujeres en nuestras sociedades, la autonomía del movimiento aparece más como un proceso que va tomando contenidos específicos de acuerdo a la fuerza de articulación, la capacidad de negociación, aspiraciones y oportunidades de transformación que se dan en un momento histórico determinado.»
La institucionalización abre nuevas disyuntivas y plantea nuevos problemas, aun dejando de lado los conflictos más agudos del movimiento en este proceso, como sucediera en el Encuentro Feminista de Chile. El haber llegado a este escalón coloca ante dificultades cuya superación no es ni ha sido un asunto menor.
El movimiento de mujeres latinoamericano ha tenido una lógica de funcionamiento condicionado por su origen, la lucha por la reconquista de las democracias y el enfrentamiento a los estados autoritarios de los 70 y comienzos de los 80, por lo tanto, estuvo caracterizado por la confrontación. En la década que transcurre, el escenario político y social predominante en la región ha cambiado, así como las formas de hacer del propio movimiento en las nuevas condiciones. Ello ha dado lugar a una postura crítica negociadora, que pasa de la confrontación a la propuesta política y por lo tanto a asumir nuevos compromisos.
Toda institucionalización enfrenta riesgos y desafíos, como lo han demostrado las experiencias de trabajo con y en los organismos gubernamentales a nivel de cada uno de los países. El propio proceso a Beijing, la Conferencia, el relacionamiento con los gobiernos, con Naciones Unidas y CEPAL, constituyó un desafío al mantenimiento de la coherencia del movimiento; un permanente tanteo entre los aspectos irrenunciables y las posibles concesiones.
El proceso posterior a Beijing y las actividades de seguimiento y monitoreo de la aplicación de la Plataforma de Acción Mundial (PAM) no nos está resultando fácil, porque es una experiencia nueva, porque no es la lógica acostumbrada y requiere de un aprendizaje para cambiar esquemas de comportamiento: implica colocarse en una situación de interlocución propositiva aunque cuestionadora.
Para encarar la relación con los organismos financieros internacionales, las dificultades están vinculadas a las más generales del planteo de la institucionalización, es decir, las desconfianzas mutuas, el desafío de distinguir entre la cooptación y la concesión negociadora, un aprendizaje y una nueva práctica; debe agregarse que estos organismos han tenido un relevante papel en los últimos veinte años en América Latina y el Caribe, en relación a la aplicación de políticas, cuyos resultados en términos sociales no han sido positivos y en términos de estabilidad macroeconómica discutible-mente sustentables (el «efecto» Tequila). Es inevitable entonces que surjan una serie de cuestionamientos adicionales.
¿Es necesario intentar discutir con el Banco Mundial? ¿Es posible desconocer su exis-tencia y su importancia? Estas quizás sean las preguntas y por lo tanto, las respuestas más obvias. Beijing fue la demostración de que estamos dispuestas a negociar y a legitimar nuestra presencia en todos los espacios y a tratar de incidir en todos los planos con el objetivo de la equidad de género.
Pero ¿es posible, es viable, es fructífero? ¿Cómo se traduce en la «institucionalidad» la diferenciación entre los intereses estratégicos de género y los prácticos de las mujeres? ¿Cómo se traduce el sofisticado desarrollo teórico en relación a la autonomía? Existen indicadores de diseño y evaluación válidos para cada una de las etapas de un proyecto; para identificar los impactos sobre las mujeres y sus intereses, para evaluar los cambios en la situación de las mujeres, para auxiliar a las mujeres destinatarias, a las asesoras, a los técnicos, a los burócratas. Pero esos proyectos no están descolgados de una lógica política general y de una determinada concepción del desarrollo.
La apertura de los bancos para introducir las «acciones de género» en sus políticas parece abrir posibilidades de interactuar y para algunas mujeres resulta un cambio alentador. Aún así, muchas, razonablemente, pueden seguir preguntándose, cómo se hace para que nuestra propia terminología no se vacíe de contenido, al mismo tiempo que sabemos cuánto hemos aprovechado para los «múltiples intereses» de las mujeres la «vulgarización» de esa terminología.
Quienes han venido trabajando en instancias gubernamentales o en relación con éstas saben de las dudas que asaltan a las mujeres respecto a estas acciones; de sus desconfianzas, de sus resistencias aun en el marco de las democracias, aun cuando en algunos casos las interlocutoras «oficiales» sean mujeres del movimiento. Es natural, que cuando se trata del relacionamiento con los organismos financieros internacionales estos sentimientos se multipliquen, y surjan argumentos contrarios a participar en una campaña, a destinar esfuerzos al cabildeo orientado a estas instituciones: se trata de organizaciones burocráticas, con una práctica ajena a la participación social, con un funcionamiento y una lógica política que da cuenta de intereses hegemónicos, y que pone en evidencia la asimetría de las relaciones norte-sur. El modelo de desarrollo impulsado por los bancos que se apoya en el crecimiento económico, pero no en la distribución equitativa de la riqueza, basado en el mercado como gran asignador de recursos ha mostrado una gran capacidad de marginación y exclusión social. El paradigma desarrollista de lo que se denomina «la corriente principal» ha sustituido la integración por la uniformidad, se ha apoyado en la fe por un progreso universal y uniforme que se impuso a las especificidades regionales y locales, culturales, de género, etc.
¿Hacia dónde se apunta entonces, por ejemplo, cuando la campaña «El Banco Mundial en la mira de las mujeres» se propone «institucionalizar la perspectiva de género dentro de las políticas y programas de la institución, lo que implica que tanto la inclusión de esta visión se lleve a cabo en forma transversal en todas las opera-ciones prestatarias y no prestatarias que el Banco realiza en los países como que asigne recursos, personal con poder y espacio, para que la problemática de género sea debida-mente abordada…» (Campaña del Banco Mundial, agosto de 1997).
La respuesta a esta pregunta parece ser la que tenemos que perfilar entre todas, atendiendo a nuestras propias diferencias, a nuestras apuestas personales y colec-tivas; dilucidar el cómo, el por qué, el para qué y el cuánto, a la luz de las realidades particulares de los países y sus organizaciones, del escenario político en el que se desenvuelven, el nivel de institucionalización alcanzado y el de sensibilización de la sociedad en general.