Este artículo fue publicado en el Cuaderno Nº9 de Cotidiano Mujer, en 2014. Puede encontrar todas las revistas aquí y los posteriores cuadernos aquí.

Marta González

“Es una puta”, “ solo a una loca se le ocurre meterse ahí”, “si llegaste hasta ahí ahora no te hagas la boba”; “y encima, ¿te atreves a denunciar?” Cuando se produce una situación de abuso o violación en un escenario donde no hay desgarre de ropa, donde la relación fue en un primer momento consentida o donde el abusador es conocido o es un “hombre de bien” la mirada de la sociedad se dirige de forma contundente hacia la mujer y la búsqueda de razones que justifiquen la actitud de los varones.

Aunque se han dado pasos para superar el clásico “la mató por amor”, el análisis de los abusos contra mujeres en diversos ámbitos, implica una mirada con amplia perspectiva sobre los significados y pautas de conductas que marcan la sexualidad de varones y  mujeres, ya que son varios los factores influyentes;  tanto desde el entramado cultural como desde  los contextos sociales y propios de cada persona. 

A finales de los noventa,  en un estudio publicado en Uruguay1, se preguntaba a varones sobre derechos sexuales y derechos reproductivos de las mujeres. En lo referente a la violencia sexual, se planteaba preguntas acerca de  qué sentían cuándo escuchaban que una mujer había sido violada;  si en caso de ser  testigo casual de un intento de violación intentarían impedirla; si pensaban que los violadores son todos psicópatas  o  si casi cualquier varón en condiciones favorecedoras, se sentiría inclinado a abusar de una mujer.  Aunque la mayoría rechazaba la violación, un 30% de entrevistados afirmaba que podría abusar de una mujer en condiciones facilitadoras. Como explica el estudio, “si bien respecto del carácter enfermizo, patológico o psicopático de las conductas de violación es sostenido por muchos de los encuestados, casi  como la única explicación ante una  conducta que les resulta incomprensible e intolerable,  sin embargo, gran cantidad de respuestas, incluidas las de ellos mismos, reconocen  contradictoriamente que ´cualquier varón lo haría en condiciones favorables´. De ahí que se registraron declaraciones como ”creo que son psicópatas, aunque creo que también es cierto que a cualquiera se le puede pudrir el mate.” o  “En el momento de la violación hay un desequilibrio, pero todos somos violadores en potencia”.

Carlos Güida, fue uno de los miembros de aquel equipo que hace 20 años elaboró el estudio. Es médico, consultor en programas de salud sexual y reproductiva y actualmente trabaja en  Chile. Según su experiencia  aún se mantienen  e incluso se enfatizan los mismos patrones, “hay una cuestión de complicidad del colectivo masculino, porque parecería que un hombre tiene un deseo natural que no puede rechazar una relación sexual si  se presenta la ocasión, que no tiene que ver con la construcción del deseo ni con el gusto por la otra persona, sino que es una demostración hacia sí mismo y hacia los otros hombres”. En ese sentido, la evaluación de las conductas sexuales y de las formas en las que se relacionan mujeres y hombres ya desde la adolescencia es un aspecto a tener en cuenta.

“Nuestra sociedad parece que va para atrás y para adelante en lo que tiene que ver con la sexualidad como centro; aunque haya habido algunos avances, se siguen reafirmando los estereotipos más clásicos”, afirma la psicóloga especialista en temas de género, Elina Carril.  En su experiencia de trabajo observa cómo incluso  en las mujeres que fueron abusadas en su infancia, “el sentimiento de culpa está marcado. La cultura sitúa tu cuerpo como atractor y al mismo tiempo te sitúa como culpable en tanto poseedora de ese cuerpo que atrae. La mujer que seduce y provoca a los hombres, es abusada porque provocó y aparecen todos los mecanismos”.  Como dice Güida, en el momento que una mujer trasgrede el rol pasivo que se le presupone en el imaginario colectivo masculino  la idea de que tienen derecho a hacer lo que quieran.

Ya sea desde el discurso mediático, en una conversación de bar, o en una reunión familiar, es poco probable que el hombre sea juzgado por no haber frenado una situación. Esto, según la psicóloga Silvia Montañez, tiene mucho que ver con los patrones culturales que están vigentes, donde la mujer aparece como degradada, abusada y usada.  “El lugar de la mujer siempre como ‘lo otro’. Es, o la Barbie, la mujer producida, o la dama de hierro. La fuerza femenina es algo que siempre se tiende a controlar, hay una capacidad de la mujer de hacer y decidir. Las mismas mujeres quedan como juzgadas o miradas y no ocurre lo mismo con los varones”.

EL CUERPO OBJETO

“La mujer pasa a ser un objeto que se usa para masculinizar a los hombres. Eso habla mal de los hombres en tanto nos vinculamos con objetos y nos convierte en fetichistas”, explica Darío Ibarra, psicólogo  y director del Centro de Estudios sobre Masculinidad y Género.

En este proceso en el que la persona se convierte en objeto, cuando se abordan relaciones entre hombre y mujer, lo que suele ocurrir es que se generan y escenifican comportamientos donde el varón usa y marca que la mujer es inferior, afirma Carril.  En esta línea Pablo Gómez, trabajador social con experiencia en talleres de sexualidad con adolescentes, afirma que “hay una cuestión de objetivación del cuerpo muy descarnada y esa objetivación elimina empatía, y es entonces  que desaparece la sensación de abuso. En la actualidad, hay mayor exposición a modelos vinculados a lo sexual; se transmite un enfoque acerca de lo que son las relaciones de género donde se incluye una objetivación absoluta de cómo se vivencia la sexualidad. Por eso después es tan difícil encontrar la frontera del abuso.” En estas fronteras difusas, los actuales escenarios de reproducción de conductas sexuales son un elemento a tener en cuenta, tal es el caso de vídeos y fotografías difundidos a través de redes sociales e Internet.

ABUSOS VIRALIZADOS

Un vídeo de una pareja manteniendo relaciones sexuales, un grupo de mujeres y hombres practicando sexo…  Cuando salen de la esfera de lo íntimo ciertas imágenes con contenido erótico o sexual, es la mujer la que será en la mayoría de los casos señalada.   “Lo peor es el nivel de hipocresía, porque continuamente estamos intercambiando mensajes y forma parte del erotismo… Me parece que lo que corresponde a la sociedad es hacerse consciente de esos abusos y no distribuir esas imágenes y tener respeto por la persona “, señala la socióloga, activista en temas de nuevas tecnologías y derechos humanos,  Mariana Fosatti.

En casos de relaciones de pareja heterosexuales, estas nuevas formas de relacionamiento pueden ser  utilizadas como un arma por parte de los agresores. Se reproducen y enfatizan  por estas vías relaciones de poder, donde la violencia machista está  latente.2  Además de estas dinámicas de dominio y control al interior de las parejas, en la divulgación de vídeos o imágenes  existen juicios ajenos en los que no se plantean las consecuencias para la víctima. ¿Por qué las personas que filman no lo detienen?¿Por qué no se cuestiona la actitud de los hombres? Un análisis desde el uso de las tecnologías por los varones en este campo, pasa por observar sus comportamientos, actitudes, las estrategias de dominación y poder que se dan, como afirma Güida, ya que “se disfruta del sometimiento de la mujer, más allá de mostrar la masculinidad, lo que se está mostrando es la misoginia”.

Cuando la imagen se viraliza y llega a los círculos cercanos, al ámbito familiar, amigos, trabajo… la vergüenza y la culpa en la mujer  comienza a  afirmarse.  Es por ello que la psicóloga Doris Hajer,  hace énfasis en el trabajo con las víctimas. Desde sus propios sentimientos y la mirada de la sociedad, para que no se sienta culpable y pueda  reconocer el abuso.

Este estigma social hacia la mujer está en oposición a las reacciones que se dan sobre la actitud de los varones. El corto Majorité Opprimée  – Mayoría oprimida – , de la actriz, guionista y directora Eléonore Pourriat,  hace la prueba de inversión de roles. Aparecen hombres paseando a sus hijos, realizando tareas domésticas…En un momento, el protagonista es víctima de un abuso por un grupo de mujeres. Cuando se realiza esta práctica, e imaginamos a varones en la misma situación  “¿se harían los mismos juicios sobre su comportamiento?; ¿se buscarían las mismas justificaciones?; ¿quedarían marcados por la sociedad?”, se pregunta Montañez.

EL GRUPO Y LA DISIDENCIA

Es en este escenario donde se deben buscar formas de disidencia para quebrar discursos desde ámbitos diversos y también desde los propios varones, propone Carlos Güida. Es un trabajo arduo, y complejo, donde además hay que tener en cuenta el peso y la importancia del grupo en las formas de relacionamiento entre varones.

“El grupo tiene mucho poder. Es una cuestión de estatus, cuando están todos juntos, de forma general se produce una socialización que se apoya en patrones machistas. Los hombres siguen sintiendo la necesidad de llevar a cabo rituales que sostienen su masculinidad”, advierte Darío Ibarra. En esa línea Pablo Gómez  sostiene que es el propio grupo el que afirma y potencia el circuito del machismo.  Se produce una  afirmación de conductas estereotipadas de lo que es “ser hombre”, que influye en comportamientos que se dan en ciertos casos de abuso hacia mujeres, explica Elina Carril.

En todo este imaginario vigente de actitudes y pautas sociales que se espera de los hombres, son útiles los discursos disidentes. Mostrar alternativas que desmonten argumentos desde los propios varones, desde los sistemas educativos, las instituciones, la cultura o los medios de comunicación. Generar discusiones en los propios ámbitos, participar desde las redes sociales, desde los puestos de trabajo, en el grupo de amigos o en la familia para visibilizar que “no todos son iguales”. Como advierte Carlos Guida, “es necesario contar con un posicionamiento de varones ante estas situaciones. Dejar esta cuestión de que las mujeres tienen lo que se merecen por haber transgredido. Sentir que hay un grupo de varones que rechaza esto es también una campana para los otros varones. Cuando se muestra que hay heterogeneidad en el grupo, y que están condenando, hay una ruptura en las imágenes, las ideas y los valores que los varones pueden manejar.”  En última instancia se trata de dejar de construir a partir del abuso, y hacerlo a partir  de la equidad, promoviendo nuevas formas de significar  el deseo y en las relaciones y formas de concebir y vivir la sexualidad de mujeres y  varones.

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1 A. Gomensoro,  E. Lutz, C. Güida y D. Corsino (1998)  “Ser Varón en el  Dos Mil” Mujer Ahora, UNFPA: Montevideo

2 Sobre estos temas, es interesante la nota: “Las redes sociales, ¿el nuevo ring de la violencia de género?”, BBC Digital,  el 25 de noviembre de 2010.   También una nota respecto a un estudio realizado en España sobre el uso de redes sociales como forma de control machista: “Sexismo a golpe de WhatsApp”, Diario EL PAÍS DIGITAL, 19 de noviembre de 2013

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