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Alma Espino
Decir
que Silvia para las feministas uruguayas y en general, para quienes en
diferentes ámbitos y desde distintas disciplinas hemos incursionado
en la investigación para conocer otra parte de la realidad y la
realidad de otra manera es una referencia obligada, no es una exageración.
Es simplemente el reconocimiento a un trabajo inteligente y riguroso desde
el punto de vista académico, y comprometido social y políticamente.
Su carácter de investigadora prolija, detallista, apoyada en una
consistente formación teórica, capaz de abarcar los contextos
generales, los aspectos macro y relacionarlos con los pequeños
grandes hechos de la vida cotidiana, ha aportado no solamente al conocimiento
de la historia, sino también al análisis feminista de la
realidad.
Las
diferentes facetas de la actividad de Silvia se relacionan indisolublemente
con la práctica feminista, la actividad académica y la militancia
política. Facetas difícilmente separables, no solamente
porque hacían parte de un continuo vital, investigación-práctica
política-reflexión, sino porque esta conjunción de
elementos, es casi una característica fundante del movimiento feminista
en Uruguay y en América Latina.
En
Uruguay en lo que podría llamarse una segunda ola feminista1 recorre
un camino similar, donde aparecen nuevos reclamos en un particular contexto
caracterizado por la lucha por la democracia, el progresismo político
y la influencia de las ideas de los partidos de izquierda. En 1984, inmediatamente
después de las elecciones, las mujeres de los partidos políticos2
crearon un grupo de trabajo para completar un diagnóstico sobre
la situación de las mujeres en el país en el marco de la
Concertación Nacional Programática. Esto legitimó
la presencia pública del movimiento de mujeres y focalizó
la atención en la existencia de una problemática femenina
introduciendo en el debate público el tema de la discriminación
de género e incluyéndola en los reclamos generales.
GRECMU
(Grupo de Estudios sobre la Condición de la Mujer), la institución
en la que Silvia trabajó en esos años, generó espacio
para trabajar, pensar y construir el movimiento; lugar donde se investigaba
con rigor, abierto a diferentes ideas y preocupaciones; generosamente
abierto también al espacio de la política en sus diferentes
manifestaciones. Quizá para muchos sea difícil comprender
esa mezcla de lugar serio, académico, y al mismo tiempo, de reunión,
para comentar los últimos hechos políticos, para pedir una
mano para la elaboración de un discurso político o una plataforma
sindical. Y en ese marco, Silvia afanada en su montaña de papeles,
terminaba apurada un informe, corregía un artículo para
la publicación de un libro, ponía el último renglón
los viernes de noche de su columna del diario La Hora, preparaba el taller
de la Comisión de las Mujeres del Frente, escribía un artículo
para Cotidiano Mujer.
El
año pasado, abocada a la realización de un trabajo sobre
la incidencia de los regímenes económicos sobre las relaciones
de género en los últimos cincuenta años en el Uruguay,
volví a consultar el libro “Mujer, Estado y Política
en el Uruguay del Siglo XX”3 de Silvia y Graciela Sapriza. El esfuerzo
pionero para brindar elementos de análisis de “..las políticas
públicas en relación con las mujeres … y el contexto
político ideológico en relación con la cuestión
femenina”, arroja un invalorable aporte no solamente para la historia,
sino para ayudar a comprender los vínculos sistémicos entre
género y economía, la naturaleza sesgada desde el punto
de vista de género de la estructura legal e institucional de la
economía (legislación laboral, derechos de propiedad y de
herencia), que puede restringir y moldear la actividad económica
de las mujeres, tanto como las costumbres y las prácticas sociales.
En esos años las autoras formulaban la interacción entre
género y economía bajo la influencia del feminismo socialista,
en términos de “patriarcado y capitalismo como determinantes
básicos de la opresión de las mujeres”²
Silvia trata de tender puentes con la militancia político partidaria:
participa en la Concertación de Mujeres en el 84, durante varios
años en la Comisión de Mujeres del Frente Amplio, funda
junto a otras compañeras la Comisión de Mujeres del Partido
Comunista del Uruguay. “El feminismo cobra pleno sentido cuando
se integra a un gran proyecto político liberador…..”,
“…..teóricamente (al menos) es imposible ser comunista
y no ser feminista”.
Entender
el feminismo como fuerza política liberadora - algo tan visible
para muchas de nosotras - requería en cambio, una batalla política
e ideológica difícil, compleja, al interior de los partidos
de izquierda, que Silvia sin duda estuvo dispuesta a dar. Ello demandaba
poner en juego argumentos teóricos diversos, que tomaban de los
pensadores clásicos de la izquierda los aportes útiles para
desentrañar las causas y el mantenimiento de la subordinación
de las mujeres y recobraba los principales aportes del análisis
feminista. El título del artículo es elocuente respecto
a las preocupaciones y polémicas del momento: “Comunismo
y feminismo: ¿antagonismo o coincidencia?”. Por cierto, esta
tarea no fue exclusiva de las comunistas ni de las militantes políticas
de Uruguay; precisamente, el cierre del artículo corresponde a
una consigna de las feministas italianas: “Construir la fuerza social
de las mujeres es una tarea que nos debemos a nosotras mismas y al Partido
en el que militamos”.
No
se trataba simplemente (si es que esto fuera simple), de compatibilizar
la lucha general con la de las mujeres, las reivindicaciones “ de
clase” con las reivindicaciones “de género” sino
más que eso. Silvia colocaba la tesis absolutamente provocadora
en ese contexto histórico y político partidario: “La
lucha específica de las mujeres es en sí misma transformadora
porque cuestiona, a través de su experiencia cotidiana las relaciones
sociales que determinan la existencia de la injusticia de género”.
Desde su columna en el diario La Hora, en cada una de las reuniones de
la Comisión de Mujeres del PCU los lunes, en el Frente Amplio los
jueves, la gran apuesta con otras compañeras de la izquierda fue
con distintos grados de éxito, la de establecer el diálogo
entre la política partidaria y el feminismo, entre la ideología
marxista y el feminismo. Diálogo nada fácil, planteando
los famosos dilemas respecto a las llamadas contradicciones principales
y secundarias.
El
quehacer de Silvia fue de una gran riqueza, porque además de contribuir
a rescatar el protagonismo y el quehacer histórico de las mujeres
en Uruguay, su aporte al conocimiento de los hechos de la vida cotidiana
y de una perspectiva del análisis histórico, permite apreciar
y estudiar el origen y el mantenimiento de las desigualdades de género
y darle sustancia a la consigna “Lo personal es político”.
La
firmeza de Silvia, dura en las discusiones, obstinada en sus convicciones
pero abierta a las diferentes ideas, aseguraron sus lealtades, (que no
se contradecían) al movimiento y al partido; la autoexigencia en
la evaluación de su trabajo, y el rigor que puso en ello, aseguró
la lealtad entre la cientista social y el compromiso militante.
Sería
injusto terminar estas páginas sin decir cuánto se extraña
su presencia, su ternura, su buen humor, su capacidad reflexiva, su amistad.
Obvio es que quienes compartimos con Silvia tantos momentos divertidos,
tantas broncas, tantas decepciones, tantos proyectos, quienes la quisimos
tanto, probablemente tengamos un lente tremendamente subjetivo para valorar
su trabajo y sus aportes. En realidad no me importa. Quedan sus escritos
para mostrar sus hallazgos y queda la memoria, para todo lo demás.
1 Durante
las primeras décadas del siglo XX, las mujeres lucharon por su
acceso a la educación a la participación política
y el derecho al voto.
2 En Agosto de 1984 se instaló la Concertación Nacional
Programática.
3 Rodríguez Villamil, Silvia 1984. Mujer, Estado y política
en el Uruguay del siglo XX. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental.
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