Historiadora, feminista, militante política y social

Cotidiano Nº 43

Alma Espino

Decir que Silvia para las feministas uruguayas y en general, para quienes en diferentes ámbitos y desde distintas disciplinas hemos incursionado en la investigación para conocer otra parte de la realidad y la realidad de otra manera es una referencia obligada, no es una exageración. Es simplemente el reconocimiento a un trabajo inteligente y riguroso desde el punto de vista académico, y comprometido social y políticamente. Su carácter de investigadora prolija, detallista, apoyada en una consistente formación teórica, capaz de abarcar los contextos generales, los aspectos macro y relacionarlos con los pequeños grandes hechos de la vida cotidiana, ha aportado no solamente al conocimiento de la historia, sino también al análisis feminista de la realidad.

Las diferentes facetas de la actividad de Silvia se relacionan indisolublemente con la práctica feminista, la actividad académica y la militancia política. Facetas difícilmente separables, no solamente porque hacían parte de un continuo vital, investigación-práctica política-reflexión, sino porque esta conjunción de elementos, es casi una característica fundante del movimiento feminista en Uruguay y en América Latina.

En Uruguay en lo que podría llamarse una segunda ola feminista1 recorre un camino similar, donde aparecen nuevos reclamos en un particular contexto caracterizado por la lucha por la democracia, el progresismo político y la influencia de las ideas de los partidos de izquierda. En 1984, inmediatamente después de las elecciones, las mujeres de los partidos políticos2 crearon un grupo de trabajo para completar un diagnóstico sobre la situación de las mujeres en el país en el marco de la Concertación Nacional Programática. Esto legitimó la presencia pública del movimiento de mujeres y focalizó la atención en la existencia de una problemática femenina introduciendo en el debate público el tema de la discriminación de género e incluyéndola en los reclamos generales.

GRECMU (Grupo de Estudios sobre la Condición de la Mujer), la institución en la que Silvia trabajó en esos años, generó espacio para trabajar, pensar y construir el movimiento; lugar donde se investigaba con rigor, abierto a diferentes ideas y preocupaciones; generosamente abierto también al espacio de la política en sus diferentes manifestaciones. Quizá para muchos sea difícil comprender esa mezcla de lugar serio, académico, y al mismo tiempo, de reunión, para comentar los últimos hechos políticos, para pedir una mano para la elaboración de un discurso político o una plataforma sindical. Y en ese marco, Silvia afanada en su montaña de papeles, terminaba apurada un informe, corregía un artículo para la publicación de un libro, ponía el último renglón los viernes de noche de su columna del diario La Hora, preparaba el taller de la Comisión de las Mujeres del Frente, escribía un artículo para Cotidiano Mujer.

El año pasado, abocada a la realización de un trabajo sobre la incidencia de los regímenes económicos sobre las relaciones de género en los últimos cincuenta años en el Uruguay, volví a consultar el libro “Mujer, Estado y Política en el Uruguay del Siglo XX”3 de Silvia y Graciela Sapriza. El esfuerzo pionero para brindar elementos de análisis de “..las políticas públicas en relación con las mujeres … y el contexto político ideológico en relación con la cuestión femenina”, arroja un invalorable aporte no solamente para la historia, sino para ayudar a comprender los vínculos sistémicos entre género y economía, la naturaleza sesgada desde el punto de vista de género de la estructura legal e institucional de la economía (legislación laboral, derechos de propiedad y de herencia), que puede restringir y moldear la actividad económica de las mujeres, tanto como las costumbres y las prácticas sociales. En esos años las autoras formulaban la interacción entre género y economía bajo la influencia del feminismo socialista, en términos de “patriarcado y capitalismo como determinantes básicos de la opresión de las mujeres”²
Silvia trata de tender puentes con la militancia político partidaria: participa en la Concertación de Mujeres en el 84, durante varios años en la Comisión de Mujeres del Frente Amplio, funda junto a otras compañeras la Comisión de Mujeres del Partido Comunista del Uruguay. “El feminismo cobra pleno sentido cuando se integra a un gran proyecto político liberador…..”, “…..teóricamente (al menos) es imposible ser comunista y no ser feminista”.

Entender el feminismo como fuerza política liberadora - algo tan visible para muchas de nosotras - requería en cambio, una batalla política e ideológica difícil, compleja, al interior de los partidos de izquierda, que Silvia sin duda estuvo dispuesta a dar. Ello demandaba poner en juego argumentos teóricos diversos, que tomaban de los pensadores clásicos de la izquierda los aportes útiles para desentrañar las causas y el mantenimiento de la subordinación de las mujeres y recobraba los principales aportes del análisis feminista. El título del artículo es elocuente respecto a las preocupaciones y polémicas del momento: “Comunismo y feminismo: ¿antagonismo o coincidencia?”. Por cierto, esta tarea no fue exclusiva de las comunistas ni de las militantes políticas de Uruguay; precisamente, el cierre del artículo corresponde a una consigna de las feministas italianas: “Construir la fuerza social de las mujeres es una tarea que nos debemos a nosotras mismas y al Partido en el que militamos”.

No se trataba simplemente (si es que esto fuera simple), de compatibilizar la lucha general con la de las mujeres, las reivindicaciones “ de clase” con las reivindicaciones “de género” sino más que eso. Silvia colocaba la tesis absolutamente provocadora en ese contexto histórico y político partidario: “La lucha específica de las mujeres es en sí misma transformadora porque cuestiona, a través de su experiencia cotidiana las relaciones sociales que determinan la existencia de la injusticia de género”.
Desde su columna en el diario La Hora, en cada una de las reuniones de la Comisión de Mujeres del PCU los lunes, en el Frente Amplio los jueves, la gran apuesta con otras compañeras de la izquierda fue con distintos grados de éxito, la de establecer el diálogo entre la política partidaria y el feminismo, entre la ideología marxista y el feminismo. Diálogo nada fácil, planteando los famosos dilemas respecto a las llamadas contradicciones principales y secundarias.

El quehacer de Silvia fue de una gran riqueza, porque además de contribuir a rescatar el protagonismo y el quehacer histórico de las mujeres en Uruguay, su aporte al conocimiento de los hechos de la vida cotidiana y de una perspectiva del análisis histórico, permite apreciar y estudiar el origen y el mantenimiento de las desigualdades de género y darle sustancia a la consigna “Lo personal es político”.

La firmeza de Silvia, dura en las discusiones, obstinada en sus convicciones pero abierta a las diferentes ideas, aseguraron sus lealtades, (que no se contradecían) al movimiento y al partido; la autoexigencia en la evaluación de su trabajo, y el rigor que puso en ello, aseguró la lealtad entre la cientista social y el compromiso militante.

Sería injusto terminar estas páginas sin decir cuánto se extraña su presencia, su ternura, su buen humor, su capacidad reflexiva, su amistad. Obvio es que quienes compartimos con Silvia tantos momentos divertidos, tantas broncas, tantas decepciones, tantos proyectos, quienes la quisimos tanto, probablemente tengamos un lente tremendamente subjetivo para valorar su trabajo y sus aportes. En realidad no me importa. Quedan sus escritos para mostrar sus hallazgos y queda la memoria, para todo lo demás.


1 Durante las primeras décadas del siglo XX, las mujeres lucharon por su acceso a la educación a la participación política y el derecho al voto.
2 En Agosto de 1984 se instaló la Concertación Nacional Programática.
3 Rodríguez Villamil, Silvia 1984. Mujer, Estado y política en el Uruguay del siglo XX. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental.