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Maria Betânia
Ávila
Articulación de Mujeres Brasileñas (AMB)
Este
es un tema difícil, sobretodo si queremos extrapolar los marcos
en los cuales ya está situado. El concepto de participación
política ha sido, hegemónicamente, utilizado para tratar
la participación en los espacios de la democracia representativa,
y como corolario de la participación que se realiza a través
de los partidos políticos. Por otro lado, la Reforma Política
también ha sido tratada, sobre todo, en relación a la democracia
representativa, a los partidos y focalizando el sistema electoral.
Por
lo tanto, extrapolar estos dos marcos, requiere de un cierto esfuerzo
y también un riesgo de seguir un camino que no está, desde
un principio, asegurado.
Sin
embargo, creo importante intentar este camino porque mi cuestión
es la siguiente. Qué podemos hacer como acción y reflexión
políticas en este proceso de Reforma Política, que impacten
en la misma y extrapolen más allá de ella. Para el movimiento
feminista es una ocasión histórica de movilizar, pautar
debates, establecer alianzas, enfrentar conflictos para colocarse como
sujeto en el proceso de Reforma y, al mismo tiempo, pensar más
allá de eso los desafíos políticos que el feminismo
debe enfrentar para avanzar en la participación política
de las mujeres que, seguramente, no estarán realizados, ni podrán
concluirse, en el ámbito de esa Reforma. Podrá de alguna
manera contribuir a un proceso que requiere una revolución más
larga y permanente para democratizar la democracia. La movilización
y la reflexión en curso pueden ser elementos de acumulación
de fuerzas para enfrentar el contexto actual y para construir nuevas estrategias.
Por eso mi objetivo aquí, no es construir un panorama ni nombrar
los hechos históricos que envuelven la participación de
las mujeres sino levantar cuestiones que susciten un debate para la acción
feminista en el contexto actual. Quiero, sin embargo, traer algunos puntos
como contribución para el debate, que son, apenas, breves reflexiones.
Para
las mujeres esa Reforma Política se realiza en un contexto absolutamente
marcado por la desigualdad de las relaciones entre hombres y mujeres,
en todas las dimensiones de la vida social y de manera particular -que
es nuestro punto aquí- en la esfera de la política. Los
hombres son hegemónicos en los espacios de poder, en los partidos,
en los movimientos sociales mixtos, aun cuando las mujeres son mayoría,
el poder es hegemonizado por los hombres, y en el movimiento sindical
también, al que considero parte de los movimientos sociales pero
que, ciertamente, constituye una fuerza política con una expresión
muy propia.
Para
el feminismo hay varias cuestiones. El feminismo tiene una gran conquista,
desde mi punto de vista, que es la institución de las mujeres como
sujeto. El feminismo es el movimiento que más contribuye a la ruptura
con la perspectiva del sujeto único de la historia, y esa es una
cuestión política estratégica. Por otro lado, se
colocó en cuestión el orden dominante al exponer, críticamente
la dominación y la explotación de las mujeres en este sistema.
Claro que el feminismo tiene varias corrientes, y dentro de ellas algunas
confluencias, fronteras más rígidas y otras más borradas,
pero estoy tomando como mi referencia del feminismo las corrientes políticas
que se basan en la teoría crítica al sistema capitalista
y patriarcal, y comprometidas con las luchas antirracistas y contra la
homofobia. Pero esa no es una cuestión que voy a tratar aquí,
quedan solo algunas observaciones.
La
superación de la desigualdad y de los derechos de las mujeres hoy
son causas legitimadas en la sociedad, pero esa legitimación no
es entendida de la misma forma por todas las corrientes políticas
y teóricas evidentemente. Del punto de vista de muchos sectores
dentro y fuera del feminismo, esta legitimación es una ganancia
paulatina y sin contradicciones. Para otros, esa legitimación debe
ser tomada como un momento de acumulación de fuerzas para mostrar
las contradicciones y avanzar dialécticamente en los procesos de
transformación. Y es en esa última perspectiva que creo
que debe ser colocada la cuestión de la Reforma Política.
Pues,
si pensamos a la Reforma solo como una oportunidad de abrir más
espacio a las mujeres, individualmente, para que ocupen espacios de poder
en los parlamentos, en los gobiernos y en los partidos, será una
perspectiva que no cuestionará los marcos que están dados
en la prensa, en el parlamento, en la mayoría de los partidos,
e incluso en los análisis académicos que aparecen en la
prensa y en otros medios.
Pero
si pensamos la Reforma a partir de las contradicciones del contexto social
y de la relación entre feminismo y poder político, ciertamente
iremos más lejos en el cuestionamiento.
La relación con los partidos en este debate es fundamental, una
vez que son los partidos políticos los sujetos conductores del
proceso y, en esta última instancia, aquellos que definirán
los resultados. La correlación de la fuerza exige una inmensa capacidad
de movilización de los movimientos sociales para interferir en
ese proceso, y los partidos serán ahí también los
catalizadores de toda la acción dirigida a los trabajos en el Parlamento.
El
movimiento feminista contemporáneo nace dentro de un proceso general
de radicalización de la izquierda, de los movimientos de contra
cultura, y con una fuerte crítica a las formas autoritarias y jerárquicas
de la política. Los partidos de izquierda radical tenían,
en ese contexto, como perspectiva la revolución, la toma de poder,
etc. El movimiento feminista criticaba a los partidos de izquierda, pero
se alineaba en su perspectiva insurreccional, en el sentido de una ruptura
radical como medio de superación del antagonismo con el orden establecido.
Pero, incluso así, con críticas al método de la práctica
política definida como revolucionaria. El movimiento tenía
una defensa radical de la autonomía, una crítica muy fuerte
al concepto de poder por estar siempre pensado como sistema de jerarquía
y mando. Las feministas estaban en el movimiento, y muchas también
estaban en los partidos. Había un exacerbado debate sobre la doble
militancia y autonomía, los conflictos eran grandes, pero el debate
era vigoroso y estratégico para los dos campos, del partido y de
los movimientos. Superada la perspectiva insurreccional de los partidos
de izquierda, a partir de los años 1980, todos ellos o por lo menos
la mayoría, tomó el camino de la democracia representativa
como forma de alcanzar el poder, y la crítica a la democracia burguesa
o liberal, representada en esa forma de democracia, fue perdiendo la densidad
de hoy, prácticamente, no existe o es incipiente. Respecto al feminismo
como movimiento, la cuestión de la participación y del poder
tampoco están ciertamente, del todo redefi-nidas.
La cuestión del poder no fue recolocada del punto de vista teórico-político
como un debate en el interior del propio movimiento feminista, esto es,
entre las diversas corrientes o por lo menos entre las diversas articulaciones
y, en este punto, me estoy refiriendo a Brasil. El debate entre feministas
en los partidos y feministas en el movimiento autónomo perdió
espacio, y si se hace, no tiene impacto sobre las estrategias de los partidos
o de los movimientos, o por lo menos alguna referencia pública
sobre eso.
Por
otro lado al movimiento feminista se le exige públicamente que
muestre resultados en la ocupación de los lugares de poder por
las mujeres. Eso se hace, en general, a partir de una visión sobre
participación política como aquella hecha a través
de los partidos para ocupar los espacios de poder en el sistema institucionalizado,
que no tienen en cuenta la importancia de la organización de las
mujeres como movimiento, ni tampoco sus estrategias y objetivos. Además,
ése es un problema serio sobre participación política
y poder, que nos lleva a la relación entre política y producción
de conocimiento.
Dentro
del movimiento feminista la cuestión de las mujeres puede ser colocada
a partir de varias posiciones, sin una precisión clara en cuanto
a la definición teórico-política. La cuestión
de las mujeres puede aparecer como suprapartidaria, dentro del campo de
la izquierda, o incluso ser definida como suprapartidaria en general.
Esa y otras cuestiones deberían construir puntos para la construcción
de alianzas, en el movimiento y entre movimientos y partidos. Dentro de
esa variación, muchas veces no es posible distinguir cuando se
trata de un método de acumulación de fuerzas y lucha por
hegemonía, o cuando se trata de un principio político feminista.
Para
mí, una estrategia fundamental de poder es el fortalecimiento del
movimiento de mujeres. Es por el crecimiento y radicalización del
movimiento que la cuestión de poder se coloca, para alcanzarlo,
para transformarlo. Movimiento fuerte es poder, y alianza entre feministas
dentro de los partidos y en los movimientos es estratégica para
la defensa de banderas del movimiento, pero también como una forma
de fortalecimiento de las mujeres en el interior de los partidos.
Para
el feminismo la democracia directa siempre fue una cuestión de
organización de la práctica política pero también
como una cuestión teórica sobre la perspectiva de transformación
que debe ser tomada en cuenta. Las mujeres están masivamente en
los movimientos sociales, en los mecanismos de democracia participativa.
De un punto de vista teórico político yo defiendo que sin
fortalecer esos tres niveles de democracia, representativa, directa y
participativa, no hay cómo democratizar la democracia. Pero, yendo
más allá, el gran desafío es el fortalecimiento de
la Democracia Directa y Participativa, porque así, se extiende
el proceso de participación, y se crean las bases para un proceso
más profundo de transformación. La propia democracia representativa
no conseguirá avanzar sin un movimiento político más
intenso que extrapole el sentido de lucha política más allá
del período electoral y supere ese sistema, en el cual una minoría
tiene acceso al poder de decisión y la mayoría con derecho
al voto que delega ese poder, es totalmente substraída por los
medios de participación en las decisiones políticas. Como
si en la relación elector/a y electos/as, a través del voto,
se agotara toda la capacidad de lucha y resistencia social. Siendo esa
relación candidatos/as y electores/as intensamente medida por el
poder económico y por los medios privados de comunicación,
los cuales forman parte de ese poder económico.
En Brasil y en los países occidentales en general, la demanda por
cuotas de paridad, entre hombres y mujeres exige profundizar la reflexión
sobre “los desafíos y las elecciones políticas del
feminismo actual” (Varikas,). Según Varikas, la demanda por
paridad en Francia y las discusiones que provoca, traen al centro del
debate político una de las contradicciones más evidentes
de la democracia histórica: la incapacidad manifiesta, a pesar
de haber sido instituida la igualdad de derecho y del sufragio universal,
de integrar, en el ámbito de la democracia representativa la mitad
de la población formada por ciudadanas.
Las
experiencias de la democracia directa en Brasil, a través del referendo,
plebiscito, consulta popular, son inexistentes o raras y, cuando sucedieron,
fueron extremadamente instrumentalizadas a través de la gran prensa
por los mismos sectores que detienen el poder sobre los procesos de la
democracia representativa. En esos procesos, los movimientos sociales
y el movimiento feminista en particular, aún habiendo tomado posición,
no lograron o no se propusieron tener una acción de impacto en
el proceso de debate. La democracia participativa, tan importante a finales
de los 80 como perspectiva de democratización del proceso político
brasileño, resiste a duras penas, y en algunos casos está
capturada por los intereses del poder ejecutivo, y en otros está
reducida, como campo de decisión, a cuestiones o a definiciones
de políticas periféricas que envuelven el uso de recursos
destinados a pequeñas obras en las áreas pobres de la ciudad.
Experiencias importantes existen, no lo estoy negando, y las mujeres participan
activamente de esos procesos, pero quiero resaltar que, aún considerándolas
exitosas, esas experiencias de democracia participativa son de poco alcance
en términos de capacidad de decisión y que a pesar de la
presencia masiva de las mujeres, existe desigualdad de poder con los hombres.
Sin embargo, considero que es un compromiso histórico del feminismo
la defensa de formas más directas de participación política
y más democratizadas de ejercicio de poder. La idea de la esfera
política como un espacio “a priori” de la igualdad,
es una visión liberal y, además de eso, formalista de la
igualdad. Pero es sobretodo una falsa idea de igualdad.
Como estamos tratando de relaciones sociales y políticas, no es
el caso de buscar solo en los espacios de la participación política
las razones del mantenimiento de tamaña desigualdad. Es necesario
comprender la fuerza de las estructuras que sustentan y reproducen las
desigualdades de género y las condiciones sociales de acceso a
la esfera política.
Quien
está en la esfera pública, tiene necesidades privadas. Son
las mujeres, en el modelo capitalista de dos esferas dicotomizadas, las
responsables de la satisfacción de estas necesidades. Por lo tanto,
estando o no en el mercado laboral y en la actividad política,
las tareas domésticas continúan siendo, básicamente
de su responsabilidad. La doble jornada funciona concretamente como un
factor que bloquea o dificulta el acceso de las mujeres a la esfera pública.
La superación de ese impedimento ha sido, históricamente,
garantizada en la relación entre las propias mujeres que, a través
de diferentes tipos de relaciones producen los medios que garantizan,
con más o menos dificultades, los traslados entre la esfera privada
y la esfera pública. Por lo tanto, para pensar la participación
política se debe tener en cuenta que las mujeres, además
de diferentes, como resaltan las corrientes pos-modernas, son también
desiguales.
Cuando
se trata de mujeres pobres, que en el caso brasileño son mayoritariamente
mujeres negras, la falta de recursos materiales aliada a otros factores,
como la violencia sexual y doméstica, vuelve más difícil
aún el ejercicio de la ciudadanía política de las
mujeres. Para pensar en una esfera política igualitaria es importante
pensar en el acceso a esa esfera pública, en el caso contrario
las desigualdades y discriminaciones existentes en las sociedades van
a funcionar como impedimentos invisibles y la dificultad de participación
puede ser percibida como un atributo de las mujeres. O sea que, la desigualdad
social, perversamente, se transforma en un déficit del sujeto.
La historia de este país está marcada por profundas desigualdades
sociales y tuvo como elemento central en la formación del poder
político burgués, que instituyó el Estado Nacional,
el ideario positivista que justificó, a través de argumentos
naturalizadores de la vida social, las formas de dominación ejercidas
sobre las mujeres, sobre la población negra y las clases pobres.
El mantenimiento de la pobreza fue una prerrogativa de los modelos de
desarrollo económico, que se sucedieron a lo largo de los tiempos,
los cuales estuvieron siempre sustentados en formas de explotación
de clase, de raza y de género. Brasil aún es uno de los
países con mayor índice de concentración de la renta
en el mundo.
Elementos
de este proceso histórico están presentes, hasta hoy, en
todas las dimensiones de la sociabilidad en nuestro país. Son ejemplos
de ello: los intereses patrimonialistas, que tuvieron gran peso en la
conformación del Estado Brasileño y aún influyen
las relaciones políticas, y la presencia mayoritaria de mujeres,
sobretodo de mujeres negras, en los estratos más pobres de la población.
La propia relación entre explotación sexual de las mujeres
y el ejercicio de poder fue, desde el origen de la colonización,
un mecanismo de la violencia patriarcal extremamente utilizado, y que
hasta hoy se reproduce a través de los “modernos” medios
capitalistas de mercantilización del cuerpo de las mujeres. Con
esas cuestiones, quiero también resaltar la relación entre
economía, cultura y política, como dimensiones indisociables.
Si
las relaciones de poder están presentes en todas las dimensiones
de la vida social, es estratégico pensar que el acceso a la participación
política de las mujeres se configura a sí misma, como un
campo de lucha para el movimiento de mujeres.
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Extracto del texto presentado en el Seminario para Democratizar la Democracia:
Mujeres y Reforma Política en Brasil, realizado en Brasilia los
días 27 y 28 de mayo, 2007.
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