|
Raquel Olea
¡Quién
lo hubiera pensado! Con esta exclamación de duda feliz, Michelle
Bachelet inició su discurso el día en que celebró,
frente a una multitud entusiasta de mujeres y hombres, su triunfo como
presidenta electa. Primera mujer del Cono Sur en acceder al espacio de
poder más visible y deseado en las democracias occidentales. Mirar
el hecho obliga a reconocer un acontecimiento: una irrupción, un
imprevisible, lo inesperado. Nos corresponde a nosotras responder a la
exclamación de la presidenta y pensar ahora lo que no pudo ser
pensado antes: cómo y en qué condiciones Bachelet llegó
a acceder al poder político y cuáles podrían ser
sus implicancias para la democracia, para la política y para las
mujeres.
Intentando ordenar este pensar quisiera interrogar las condiciones en
que se hace posible su legitimación pública, primero como
candidata y luego como presidenta.
La
democracia de los acuerdos y de los consensos transicionales llega a la
elección del cuarto período presidencial con formas de ejercicio
del poder consolidadas en la validación de las negociaciones articuladas
desde las cúpulas partidarias, ocupadas históricamente por
figuras masculinas. Sin embargo, la retórica de las negociaciones
políticas, el protagonismo del desarrollo económico en desmedro
de las políticas sociales, el ingreso y protagonismo del empresariado
en las formas de la política junto a los negocios entre ambos sectores;
la emergencia de formas de corrupción, la falta de transparencia
de la información, han ido produciendo desconfianza social, descrédito
y apatía, particularmente juvenil, frente a la política
convencional.
Por
otra parte, la figura autoritaria y prepotente del ex-presidente Ricardo
Lagos ha contribuido a reafirmar el presidencialismo: su liderazgo traza
la línea de su reconocimiento popular en la figuración pública
de su palabra directa y racional, en una forma de ejercicio de poder señaladamente
paterna, con una retórica ilustrada, que marca su toma de decisiones
por la afirmación de su ego y cuidando, paradojalmente, más
que ningún otro presidente de la Transición, la política
de los consensos en una obscena obsecuencia con el empresariado; tanto
es así que parecía lógico que Lagos hubiera sido
sucedido por un gobierno de derechas. Esta ha sido la percepción
de una ciudadanía maltratada por las formas cupulares de ejercicio
del poder.
Uno
de los efectos políticos de la super presencia de las formas del
poder impuestas por el presidente Lagos, fue el haber opacado, o al menos
haber dificultado la emergencia de nuevos liderazgos entre sus pares,
la clase política. Paradojalmente la crisis de la política
tradicional destacó de manera excesiva la figura más representativa
de su ejercicio, Lagos abandonó el poder con más del 60%
de apoyo popular.
Es que somos muy
machistas
En
este escenario los partidos de la concertación por la democracia
adolecían de una figura equivalente. El contexto de debilidad de
liderazgos políticos masculinos permite la emergencia, en la escena
pública, de los dos liderazgos más fuertes de la administración
Lagos, dos mujeres, Soledad Alvear, ministra de Relaciones Exteriores
y Michelle Bachelet, ministra de Defensa, ambas destacadas por su profesionalismo,
antes que por sus dotes políticas. Ambas militantes de partidos
políticos.
A fines
del año 2004, cuando se plantea por primera vez la pregunta si
Chile estará preparado para tener una mujer presidenta, la Concertación
se apropia del signo mujer como consigna de Cambio y Modernidad. La pregunta
hace polémica pública; el ex-presidente Frei -paradojalmente
quien puso la banda presidencial a M. Bachelet-responde a la pregunta
del diario El Mercurio ¿cree que los chilenos elegirían
una mujer presidente? diciendo: Difícil. Es que somos muy
machistas y las mujeres son todavía más machistas.
Por su parte el senador socialista C. Ominami destaca el aporte de Bachelet
a la política. Es una persona súper aplicada que tiene
gusto por el trabajo bien hecho, es muy prolija, fijada en los detalles
y eso es muy bueno. Tiene una cosa de mucha transparencia, muy poco producida,
una gran espontaneidad y una trayectoria que la gente valora. Era
febrero de 2005.
Desde
ese momento el ascenso vertiginoso de M. Bachelet en las encuestas no
se detuvo. Bachelet se configuró como candidata incuestionable
de la Concertación. Comienza entonces una emergencia de opiniones
que ponen en escena el imaginario chileno referido a las valoraciones
de las mujeres, lo femenino y el poder. El imaginario de género
expresa, de manera voluntaria o inconsciente, significados donde el plus
de la candidata se expresa en el minus que se concede a lo femenino y
que configuran la garantía que Bachelet puede ganar la elección
y que además no pondrá problemas a la continuidad concertacionista.
Quedarán registradas en la historia palabras y frases dichas en
positivo, como gordi o negativas como no da el ancho,
para dejar en el lenguaje las marcas de un profundo machismo social confirmando
lo minoritario y desvalorizado de lo femenino en los espacios públicos.
Con
todo, el 11 de diciembre, se hizo evidente un avance sustancial en el
voto de mujeres, por primera vez en la historia del voto universal femenino,
las mujeres chilenas votan por una mujer socialista en un porcentaje mayor
al 50%.
La Presidenta
Al
transformarse en la primera mujer presidenta de la República, Michelle
Bachelet nos obliga a mirar aspectos históricos en la reflexión
feminista, los que por las particularidades de su acceso al poder resultan
provocativos. Bachelet ocupa cargos políticos nacionales desde
la militancia socialista, su liderazgo político se constituye desde
su actuación en el Estado, en un momento de baja visibilización
de las agrupaciones y los (nuevos) movimientos sociales, en circunstancias
de baja participación ciudadana y sin vinculación al pensamiento
y las prácticas feministas.
¿Cómo pensar entonces desde el feminismo las implicancias
de este acontecimiento? ¿Efectos de la liberalización de
la sociedad de la modernidad?¿Ampliación de lo público?
Para
citar a J. Kirkwood quiero decir que aquí parece que el nudo del
poder se suelta para volver a apretarse.
Bachelet como militante socialista vivió, en su cuerpo, la violencia
del totalitarismo. Ella es una médica, una mujer divorciada con
hijos de distintos padres; una mujer, en suma, que ha experimentado las
vicisitudes de las formas de emancipación de las sociedades en
el siglo XX, sus costos y sus beneficios. Una mujer sola. Bachelet, en
su diferencia, es Otra que la mujer que el sistema confirma,
espera y valora. Analizar sus prácticas particulares políticas
y experienciales, afirma algo que históricamente es propio de la
reflexión feminista: pensar desde la experiencia las relaciones
de las mujeres con el poder, de lo femenino y el poder.
El valor de los
gestos
Como
presidenta electa Bachelet ha hecho gestos y ha tomado decisiones que
apuntan directo a la pregunta por las relaciones de género y el
poder.
Dando
una seña de independencia y autonomía de los partidos políticos
Bachelet puso en ejercicio la paridad de género en el gobierno,
en un acto infractor al orden constitutivo del poder en la política
chilena. Con ello se altera la imaginería del espacio del poder
como exclusivo derecho masculino, al incorporar visualmente una comparecencia
de mujeres investidas públicamente de poder gubernamental. La competencia
femenina se ha puesto en la escena pública con carta de ciudadanía
en un aspecto hasta ahora ausente. Es algo para celebrar. No hay duda.
Sin
embargo nuevas preguntas se patentan. ¿De qué mujeres hablamos
cuando vemos hoy día la constitución de un campo de poder
compartido, y no sólo repartido entre los partidos políticos
y su hegemonía masculina? Paridad ¿equivale a igualdad como
insistencia en la necesidad de democratizar lo social, incluyendo minorías
que el mismo discurso ilustrado ha dejado fuera por la noción de
universalidad del sujeto, que codifica y habla el mundo desde lo masculino?
Si es así, sabemos que lo cuantitativo no garantiza producción
necesaria de alteridad femenina que pudiera, abiertamente, tensionar el
poder hegemónico de lo masculino y sus formas de exclusión
de diferencias. La paridad podría ser sólo una reivindicación
hacia la manida igualdad que finalmente no iguala.
Poner
un gobierno en horizontal, voltear la vertical que sitúa lo masculino
en el punto más alto de la línea podría dar inicio
a la construcción simbólica de un sistema de valoraciones
de heterogeneidad donde lo masculino se parece en lo social y en el discurso
porque las mujeres pondrán el tono de su palabra en lo público-,
pero esto no se producirá por sí solo.
Formas de mujeres, versus Temas de mujeres
Si
desde el Feminismo perplejamente asistimos a este acontecimiento, otra
pregunta que me asalta es cómo pensamos las nuevas condiciones
que se imponen al pensamiento político-feminista, en esta circunstancia
histórica, para seguir pensando las relaciones de las mujeres,
la política y la democracia. Podríamos preguntarnos también
cuánto de este acontecimiento político es resultado de un
cambio ya ocurrido, en un histórico y paulatino acontecer social
que de pronto escenifica una realidad inadvertida socialmente. El lento
acceso de las mujeres a espacios profesionales, las reivindicaciones logradas,
la permanente escenificación pública de interro-gantes a
las formas masculinas de convivencia, las instalaciones de problemáticas
y políticas de género como forma de ampliar la constitución
de lo social y sus esferas de realización, la formulación
de leyes específicas, han tenido el efecto de producir la necesidad
de la paridad de género como una necesidad de las sociedades modernas.
Pero siempre, algo se detiene en una fisura intocada que afecta lo simbólico,
la pregunta apunta al lenguaje como construcción simbólica
de otro mundo posible.
Michelle
Bachelet ha hecho visible algo invisible socialmente, ha puesto frente
a los ojos de la sociedad entera la competencia de las mujeres en los
espacios del poder, en un momento donde la profesionalización de
la política valora aspectos técnicos, antes que posiciones
ideológicas. Pero resta la otra pregunta, la que nos sitúa
ante lo femenino y el poder, la pregunta por la paridad que se vuelve
una pregunta por lo que la paridad pueda intervenir los espacios de poder
y atender a una transformación formal y procedimental del accionar
político público.
Esto
parece advertirnos de algo y disipar sueños desmedidos. Bachelet
no se saldrá de la llamada continuidad concertacionista en términos
de su adhesión al neoliberalismo, ni desde su posición socialista,
ni desde alguna transgresión feminista. El sistema neo-liberal
no se verá afectado por políticas de lo femenino. Es evidente
que una nueva fantasía se revela para las mujeres; ahora nuestras
niñas además de generalas, policías, ministras o
profesionales de cualquier área podrán también avizorar
en su horizonte la presidencia de la República, pero la constitución
de una nueva sociedad con cada sujeto social posicionado, en libertad,
de su poder público con una subjetividad que proviene de una razón
otra que la masculina no se resuelve por la paridad en los cargos públicos.
La paridad, no olvidemos, puede ser una trampa cuantitativa que sólo
refuerce cierta funcionalidad al poder dominante. La feminización
del poder es algo más que la presencia de mujeres en los espacios
institucionales de la política formal, es, no sólo el ingreso
de las diferencias femeninas con estatuto de legitimidad como forma de
comportamiento en las esferas sociales, sino la producción de sujeto
de valoración simbólica, que debe ser construida en palabras
y discursos múltiples. Ese es el trabajo que esta presidencia demanda
a las mujeres feministas, pensar y construir discursivamente la diferencia
de una forma de hacer política, de formalizar el poder y de ejercerlo,
pensar la diferencia, no como una esencia sino como formulación
de estrategias políticas de des-masculinización de lo social.
Las
mujeres tenemos que trabajar simbólicamente las relaciones entre
las políticas de género y los géneros, modos y formas
de los distintos ámbitos de la política.
Creo
que el feminismo como pensamiento crítico nunca podrá rendirse
a ninguna oficialidad, ni oficialismo, sino permanecer en un borde que
deja algo dentro y algo fuera, para poder mirar desconfiadamente ciertos
gestos (in)formales, para realzar la necesidad de operaciones políticas
de construcción de figuraciones otras en los espacios
públicos.
Tal
vez esta sea una oportunidad para el feminismo en el sentido de pensar
que ha llegado un tiempo no sólo de poner temas, sino de revisar
y resignificar las formas del poder político, llenarlo de signos
de corporalidad en mayor desacato con la solemnidad masculina del poder.
Bachelet desformaliza, en sus gestos corporales, en su rostro, mandatos
protocolares: es trabajo de la crítica feminista y política
simbolizar esos gestos, darle estatuto público y construir su uso
y valor, no positivizando ahí una esencia femenina sino pensando
estrategias de poder, historizadas en lo propicio de su circunstancia,
para re-semantizar y expropiar lo femenino del desprestigio con que el
discurso masculino inviste lo que está fuera de sus códigos
y formas de comunicaciones. La pregunta es por las estrategias femeninas
que produzcan un nuevo signo mujer, signo no solo sexualizado, no solo
materno, como siempre se nombra lo femenino, sino más propio de
una otredad no escrita. Estrategias ladinas, propias del que ha estado
situado en el lugar de lo débil, de lo no escuchado, pero que posibilitan
construir, de acorde con estos tiempos, nuevos signos de valoración
a la arcaica desigualdad sexual.
|