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La
anacahuita
El
martes 23 de agosto el país vivió una tormenta que arrasó
con lo que pudo, tiró techos, chapas, columnas, árboles,
mató a ocho personas. Y la anacahuita de Gabriel. Mientras tanto
y desde hace más de 30 años, la dictadura y después,
han hecho tabla rasa con la verdad, la justicia y con el rito más
ancestral del género humano: enterrar a los muertos. La búsqueda
de los cuerpos de los desaparecidos en tumbas imprecisas remueve las raíces
del dolor, no solo de quienes son su familia, sino de todos quienes, como
ciudadanos y ciudadanas, tenemos derecho a saber.
Como Príamo, fuimos al campo enemigo a pedir los cuerpos que nos
pertenecen. Hasta ahora no encontramos un Aquiles, que después
de matar al contrincante en batalla, acepte devolverle el hijo al rey
troyano habiéndolo lavado y ungido con aceite y cubierto
con una túnica y un hermoso palio para que pudieran rendirle
las honras a Héctor, domador de caballos. Nadie puede
privar a una sociedad de cumplir con este rito. Nadie puede hacerlo impunemente.
Anoche
el viento tiró abajo un árbol de anacahuita que estaba plantado
en el frente de la casa de mi madre. Ese árbol lo plantó
en 1979, recién salida de la cárcel. Estuvo presa entre
1975 y 1979, los dos primeros años en el FUSNA, de los cuales pasó
los primeros nueve meses desaparecida. Allí fue sometida a tortura
física y psicológica, vejada, sin comunicación con
el exterior más que las visitas quincenales, un fin de semana sus
hijos más chicos y al siguiente mi tía y yo, en régimen
de visita de adultos. Los dos años siguientes estuvo detenida en
el Penal de Punta de Rieles. Mi madre salió después de cuatro
años y lo primero que hizo después de los abrazos y las
lágrimas de alegría, fue plantar esa anacahuita y decirnos
que era para que cuando papá volviera a nuestra casa encontrara
un jardín hermoso, viera que además de esperarlo seguíamos
construyendo el sueño de nuestra casa.
Mi
padre fue detenido por el Ejército el 19 de junio de 1977 y llevado
a La Tablada donde le dieron muerte el 21 de julio de 1977. Dicen los
testigos que presenciaron esto que él reaccionó al ser dejado
en la celda común, recién traído de la tortura, a
un comentario de uno de sus verdugos y esto desencadenó que entre
varios de ellos lo golpearan, le dieran la cabeza contra un piletón
y le partieran el cráneo. Luego lo sepultaron clandestinamente,
años después exhumaron sus restos, los cremaron y esparcieron
sus cenizas vaya uno a saber dónde. Esto es lo que nos presentó
como informe la Comisión para la Paz en el 2002, esto es lo que
nosotros sabemos desde 1982, en base a la declaración de esos testigos
en un informe de Amnistía Internacional.
Más allá de saber todos esos datos, el día en que
la Comisión nos presentó oficialmente este informe toda
la familia se reunió a esperar la entrevista que sostuvimos con
la misma, mi madre, mis hermanos, los hermanos de mi padre y yo. Cuando
llegamos al lugar donde el resto de la familia se había reunido
sin convocatoria previa, vivimos lo que se podría decir un velorio
con 25 años de retraso, faltó el cuerpo de mi padre pero
estuvo presente el dolor. A pesar de saber esto desde 20 años antes,
a pesar de creer que era un tema asumido, a pesar de todo, durante años,
entre el 79 y el 85 específicamente, mi madre y nosotros esperamos
cada día la noticia de que mi padre estaba vivo, de que existía
la remota posibilidad de que hubiera un error y su suerte fuera otra.
Aún hoy, en la calle cualquier día de la semana, en más
de una ocasión creo ver el rostro de mi padre entre la gente y
el corazón se me detiene por un segundo.
No
sabía como empezar esta carta. No quería entrar en un tema
político, ni de reclamo por cómo se está tratando
en la prensa la información sobre los desaparecidos. Me pareció
que la mejor forma era darle un contenido humano, inclusive sin nombre
ni apellido, sólo los sentimientos que existen detrás de
cada rostro que aparece en los medios de comunicación. Esta historia
es distinta para cada uno de nosotros, los familiares de los más
de 200 desaparecidos uruguayos. Los lugares cambian, la situación
de su muerte, qué se hizo con sus cuerpos. Es distinta pero no
tanto. Detrás de cada rostro y de cada nombre existe gente que
compartió sueños y proyectos, decepciones y lágrimas,
peleas y reconciliaciones, comparte una historia personal que quedó
sin final, colgada de la nada y que con muchísimo dolor y esfuerzo,
hace más de 30 años viene tratando de cerrar inclusive sabiendo
que es una tarea imposible, inclusive sabiendo que esto nunca se va a
cerrar en nuestros corazones.
Con
mi madre, cortamos el tronco de la anacahuita y vamos a tratar de poner
de nuevo las raíces en la tierra, con un poco de suerte para el
verano aparece un nuevo brote verde y de no ser así quedará
como un recuerdo más. Siempre es bueno mantener la memoria, siempre
y cuando la visión esté puesta en el futuro²
Gabriel
Cartas a los lectores, El Observador, martes 30 de agosto de 2005
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