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ESTRATEGIAS
PARA LA CONSTRUCCIÓN DEL HÁBITAT
El
género del territorio
Silvana
Pissano
Es
reconocido que las mujeres venimos ganando espacios con pasos firmes en
todos los ámbitos de la vida. Con mayor o menor grado de reconocimiento
social caminamos como protagonistas de nuestro propio cambio hacia la
búsqueda de la equidad. Pero ¿en qué estadio de esta
ganancia se encuentra la apropiación del hábitat? ¿Qué
valor le asignamos a ganar nuevos espacios? Traspasar la puerta de casa,
ganar la calle y la ciudad toda, conlleva conflictos profundos y para
poder desafiarlos se necesita, una y mil veces más, reforzar ese
poder adentro del que habla Nayla Kabeer para transitar sólidamente
también este terreno.
El
espacio geográfico no es anodino, no escapa a las relaciones de
poder, por lo tanto en él también está presente la
construcción histórica de subordinación hacia las
mujeres. Una categoría de análisis que permite ver cómo
ese espacio geográfico se organiza para reproducir o subvertir
la subordinación de las mujeres, es el enfoque territorial. Éste
incluye no solamente al hábitat en su dimensión física
sino también el tejido social y productivo capaz de limitar o habilitar
el camino hacia nuevas relaciones de poder. Si el territorio, como lo
define Milton Santos, es un sistema de acciones que incluye valores sociales,
económicos y políticos y, a su vez, el género permite
deconstruir las relaciones de poder existentes en ese sistema, en el cruce
de los dos ejes temáticos: territorio y género
hay un campo posible desde donde emprender nuevas estrategias que cuestionen
la subordinación.
Varias
investigaciones han corroborado que los roles sociales construidos hacen
que hombres y mujeres se vinculen de manera diferente con los espacios
que habitan. Sus conocimientos, intereses, necesidades, su capacidad de
acción, su posibilidad de acceso a los recursos y sus responsabilidades,
les enfrentan de forma diferencial ante el espacio, traducido en exigencias
y en respuestas particulares para cada uno. Como ha demostrado Alejandra
Massolo las mujeres ocupan un lugar destacado en la generación
del hábitat y en el hacer ciudad aunque pocas veces logran visibilidad
protagónica. Para construir un hábitat donde las mujeres
ocupemos, desde nuestras diferencias, un lugar de iguales que contenga
nuestros derechos, las estrategias posibles deberán reforzar el
poder colectivo e individual presente en las organizaciones territoriales.
Una de ellas es el empoderamiento de las mujeres desde el ámbito
local, donde el movimiento de mujeres, el gobierno local y el territorio
tienen un papel importante que jugar. Aquí, encuentra su razón
de ser la geografía feminista, que permite visualizar cómo
estos tres actores se conjugan para encontrar nuevas respuestas que transiten
hacia caminos de equidad.
El empoderamiento como estrategia se define como la capacidad mediante
el ejercicio del poder que se adquiere para subvertir o cuestionar las
relaciones de poder existentes. El primer vínculo que encuentra
este proceso con el territorio está dado por la forma de generarse,
llamada desde abajo, a partir de prácticas en organizaciones
que trabajan a nivel local donde mediante su participación, las
mujeres gestionan y toman decisiones, pudiendo así desde nuevos
roles y perfiles construir un poder diferente al establecido.
A partir de una investigación reciente1 , dónde se exploró
el alcance de las interrelaciones entre el territorio y el género,
estudiando el empoderamiento alcanzado por siete mujeres del CCZ 9, es
posible concluir hasta dónde somos capaces de desafiar y de enfrentar
los conflictos que supone apropiarnos de la ciudad. Varias escalas de
análisis, pero enfocando en los factores urbanos, sociales, políticos
y económicos que relacionan la vida de las mujeres con el entorno
local, han permitido arribar a ciertas conclusiones acerca de la trama
que han sido capaces de construir para conformar un nuevo escenario de
oportunidades.
Si
bien las siete están en distintos estadios del proceso y, es muy
difícil aseverar que el mismo sea estructural, cuando se define
a partir de las transformaciones en las relaciones de poder, se puede
concluir que las condiciones externas dadas por el entorno institucional
y material del ámbito local incrementan la capacidad de agencia
y ofician de contingente sinérgico que repercute, primeramente,
en el ámbito comunitario inmediato, y luego en el más cercano,
el que contiene los vínculos familiares alcanzando cierto cuestionamiento
en el reparto de poder al interior de los hogares. La posibilidad que
da el entorno de desarrollar nuevos y transgresores roles conjuntamente
con la conciencia de subordinación, descubren las bases que la
sociedad construye como modelos jerárquicos asignando espacios
diferenciados para hombres y mujeres e impugnando relativa pero sólidamente
las relaciones asimétricas de poder. La autodeterminación
y autoestima como recursos inmateriales, se han reforzado en el ejercicio
de las organizaciones socio-territoriales por ser espacios propios de
mujeres, que al asentar la sensación de no estar solas
se valoran como ganancia en todos los casos. Esta posibilidad de participación
social, productiva y política se fortalece a partir de la capacidad
organizativa y de interconexión entre los actores del ámbito
local.
Los siete casos confirman:
Que el territorio está fuertemente asociado al proceso de empoderamiento,
no solamente como forma de generación de abajo hacia arriba
que lo vincula al ámbito local, sino en los contenidos que definen
al territorio como sistema de acciones. Su tejido social y productivo
es capaz de promover nuevas alternativas socio-económicas transformando
los recursos materiales e inmateriales en activos. Su dimensión
física como los instrumentos urbanos, el uso del suelo, la regulación
de la propiedad, los servicios públicos y las infraestructuras
junto a la necesidad de organización social, confirman la capacidad
de accionar que el territorio tiene para abrir espacios sinérgicos
desde donde las mujeres como gestoras del hábitat emprenden su
empoderamiento.
Que la relación entre el movimiento de mujeres y los procesos de
empoderamiento analizados se encuentran en varios planos. En el plano
teórico destaca el rol que juega en la dimensión cognitiva
del empoderamiento pues ha aportado en la visualización de la subordinación
y en la denuncia de la desigualdad entre hombres y mujeres. En el plano
de la acción operando en dos grandes escalas, por un lado, la acción
política, colocando en las agendas nacionales y regionales la necesidad
del reconocimiento de las diversidades culturales, étnicas, de
género, de edad, de clase y de orientación sexual. Y, por
otro, en la micro escala, a partir del controvertido proceso que algunas
autoras feministas latinoamericanas han denominado como de ongeización
impulsando y ejecutando proyectos productivos y sociales que coadyuvan
al empoderamiento de las mujeres.
Que
aunque la discriminación trasciende el rol de los Estados, en la
escala local el gobierno tiene un papel importante en la generación
de espacios para el posible camino del empoderamiento de las mujeres.
Mediante la estructura de la descentralización (que contiene un
espacio apropiable por las mujeres), el presupuesto participativo (como
herramienta que convoca a las organizaciones locales de mujeres) y la
existencia de la Secretaría de la Mujer (con sus programas, planes
y proyectos en género), el gobierno local se reafirma como agente
protagónico.
Por lo tanto, abrir un espacio a las preguntas sobre las potencialidades
que los territorios tienen en la búsqueda del desarrollo equitativo,
lo colocan junto al movimiento de mujeres y al gobierno local como un
nuevo actor estratégico que posibilita nuevas relaciones sociales
de género a partir de la construcción de estrategias.
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