globalización y fundamentalismo

Cotidiano Mujer Nº40   

Lilián Celiberti
Articulación Feminista Marcosur ž

 

Estamos en Mumbai para participar en un nuevo encuentro del Foro Social Mundial, y quiero en primer lugar agradecer a las organizaciones indias que han asumido el desafío de convocarnos y nos han permitido traer las voces y experiencias de mujeres y hombres latinoamericanos comprometidos con la lucha por otro mundo posible. Y quiero agradecer particularmente al Caucus del Movimiento de Mujeres de India por haber organizado esta Conferencia y permitirnos intercambiar visiones y experiencias desde diferentes miradas y regiones del mundo. Estamos aquí porque creemos en un mundo donde todas las personas tengan cabida, donde ningún ser humano sea discriminado por razón de su sexo y su opción sexual, su religión, su cultura, su etnia o su raza. Y porque creemos con pasión que la construcción de esta utopía y aventura humana, no se hace con recetas, ni sujetos únicos, sino que participan de ella una multiplicidad de actores y actoras sociales, aportando sus múltiples formas de resistencia, sus sueños y sus voces.

 

Vengo de un pequeño país de América Latina con una larga tradición cultural laica que ha formado parte de la construcción política del Estado Nación y en tal sentido puede parecer extraño participar en esta conferencia sobre mujeres y globalización con el tema específico del fundamentalismo religioso. Para nosotras de la Articulación Feminista Marcosur como impulsoras de la campaña contra los fundamentalismos, este debate constituye uno de los ejes centrales en el horizonte y las estrategias de cambio, para redes y movimientos sociales en una perspectiva global.

 

Dos lemas han representado al Foro Social Mundial: «Otro mundo es posible» y «no al pensamiento único» y nos han convocado a recorrer miles de kilómetros para colocar en un diálogo de multiplicidad de lenguas esa búsqueda de alternativas democráticas y emancipadoras.

 

La globalización neoliberal impulsa tendencias homogenei-
zadoras, reestructurando las sociedades y las formas en la que los individuos se relacionan con los cambios estructurales y subjetivos. Se producen fragmentaciones y rearticulaciones en una nueva forma organizativa, lo que Castells ha llamado la «sociedad de redes», con conexiones amplias y cosmopolitas. Se generan así nuevas conexiones, nuevos canales y nodos, destruyendo los viejos y sufriendo en este proceso un sin fin de mutaciones y evoluciones. (Sagasti)
1 

 

En este concierto de conexiones y entrecruzamientos, los movimientos sociales ven modificada su existencia y se expresan en forma diferente. No como actores unificados ni solamente como movimientos de contenido plural. Se expresan más bien como un «campo de actores» amplio, diverso y en permanente ampliación y transformación (Elizabeth Jelin, 2003). En este campo heterogéneo, las formas de resistencia varían. Las identidades se vuelven «nómades»2, en el sentido de que nos reconocemos humanos de múltiples identidades, como mujeres u hombres, como trabajadores o campesinos, como pertenecientes a una determinada etnia o raza, como integrantes de un credo, de una comunidad, de un país o una región, con tal o cual identidad sexual, y transitamos por ellas evitando la fijación en una sola.

 

Sin embargo, el miedo a la exclusión económica, social, cultural, funciona como un campo propicio a los fundamentalismos en la medida de que expresa una búsqueda permanente de certezas, en torno a una identidad unificada formulada como verdadera y excluyente de otras.

 

Este Foro Social Mundial es también un espacio de afirmación, ampliación y construcción de derechos, y por lo mismo, es un espacio de ampliación de los horizontes democráticos subjetivos y simbólicos en lo local, regional y global. En la interacción entre nuestras múltiples experiencias, culturales, sociales, y políticas está la fuerza para recuperar una perspectiva utópica. De esta interacción no queremos salir como entramos, queremos impactarnos de muchas formas, con nuevos interrogantes, con el reconocimiento de nuevas presencias y con la posibilidad de generar nuevas culturas políticas, que alimentan nuestro imaginario democrático. Este es el patrimonio más importante para la resistencia y la construcción de otro mundo posible.

 

Nuestra fuerza está precisamente en nuestra diversidad y la capacidad que tengamos para generar nuevas formas del debate político, con nuevos contenidos, sin estigmatizaciones ni exclusiones, que alimenten culturas políticas democráticas, radicales y plurales que asuman las tensiones y conflictos como parte de una cultura de diálogo y democratización de la vida pública pero también de las relaciones sociales cotidianas, las íntimas y comunitarias.

 

 

Los fundamentalismos

 

Religioso, económico o cultural, el fundamentalismo siempre tiene una expresión política que legitima mecanismos de violencia y sujeción de un grupo sobre otro, de una persona sobre otra. Esencialmente excluyentes y belicosos, los fundamentalismos minan la construcción de un proyecto de Humanidad donde todas las personas tengan derecho a tener derechos.

 

El fundamentalismo religioso está presente en diversas doctrinas y creencias y representa un fenómeno complejo que no debe ser simplificado. Está alimentado por una búsqueda de identidad primaria, tribal, que «restablece», aparentemente, sentidos de pertenencia amenazados. Pero esta forma de identidad tribal que en nombre de Dios declara enemigos a quienes tienen otras formas de espiritualidad, sea este otra religión o una concepción humanista y democrática de vivir en sociedad, se ha convertido en un verdadero obstáculo para el futuro de la convivencia humana.

 

No estamos hablando de un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad, sin embargo, lo particular, lo específico de esta época es que hemos recorrido un camino que contradictoriamente, ha permitido emerger a las personas, a cada uno y cada una de nosotros, como sujetos de la historia con capacidad y deseos de actuar y participar en la definición de un sueño, de una forma de vida, de un proyecto de humanidad que abarca no solo a los humanos que conocemos sino a todos y todas. De allí que el lema de nuestra campaña contra los fundamentalismos define una consigna simple.

 

El término fundamentalismo se asocia en general, a expresiones religiosas ultra conservadoras. En su mira están la destrucción de la autonomía personal, los deseos y proyectos de vida. «La palabra y las voces que puedan hacer frente al verbo incontestable» diría nuestra amiga peruana Giulia Tamayo. En su mira están nuestros cuerpos, como territorio de sujeción y sometimiento y sobre todo, nuestra capacidad de abrir las fronteras interiores a nuevas formas de vida, a otras culturas y espiritualidades. Explotan nuestros miedos, y a su vez los construyen y exacerban; el miedo a los otros, el miedo a la exclusión, el miedo a la libertad de construir nuevos proyectos humanos, el miedo a confrontarnos con autonomía con otras/otros que creen en cosas diferentes, a veces en otros dioses. El fundamentalismo religioso, como otras expresiones fundamen-
talistas, es violento y conduce a la guerra, en tanto desconoce la libertad de los otros/as.

 

Si la resistencia al capitalismo, a la hegemonía cultural, a la dependencia económica, a la explotación destructiva de la naturaleza, significa la destrucción de nuestra capacidad humana de crear libertad, de ampliar nuestra comprensión y conocimiento de los otros, y significa reconstruir la esclavitud de las mujeres, aprisionar su sexualidad y sus cuerpos, estaremos sometidos a un círculo vicioso. Para nosotras feministas es posible, es necesario, es urgente, luchar contra la hegemonía dominante, contra el capitalismo, defendiendo a la vez, la autonomía de los sujetos, sean éstos mujeres, hombres, homosexuales, lesbianas, de todas las culturas, las regiones, las etnias y las razas, de todas las lenguas y de todas las naciones.

 

A lo largo de la historia, el sometimiento de las mujeres ha sido el símbolo identitario de proyectos culturales, políticos y religiosos. La obediencia, la sujeción, el control de nuestra sexualidad y la libertad de amar, las reglas impuestas para vestir nuestros cuerpos y dirigir nuestras miradas son las «razones» para una guerra contra las mujeres que no ha tenido fin.

 

La violencia «bendecida» por preceptos «divinos» que preservan la pureza de la moralidad curiosamente se dirige principalmente hacia las mujeres, esencialmente «impuras», ya sea en Irán, en Nigeria, Argelia, Afganistán o en los Estados Unidos.

Como feministas latinoamericanas no creemos que el funda-
mentalismo religiosos sea patrimonio de algunas religiones o culturas. En el mundo occidental y cristiano la Iglesia Católica romana juega cada vez más un papel retrógrado en relación a los derechos de las personas y en particular de las mujeres, los gay y lesbianas. La teología de la liberación que marcó el movimiento progresista dentro de la iglesia católica fue perseguida y acorralada dentro de la estructura política de la Iglesia Católica. Ha significado también el progresivo ascenso de las posturas ultra-
conservadoras representadas por el Opus Dei. ¿Es esta una lucha religiosa o política? Nos enfrentamos a una brutal paradoja, por una parte, la necesidad de desarrollar una espiritualidad que confronte la destrucción consumista y por otra parte la predominancia política que alcanzan los fundamentalistas de diferentes credos, (que al mismo tiempo destruyen, toda idea de espiritualidad como concepción nueva de humanismo.)

 

El problema principal es que las formas de concebir lo religioso inciden a su vez en las estructuras de poder de la sociedad. ¿Debemos aceptar que las personas mueran de SIDA porque la iglesia católica prohíbe el uso de preservativo? ¿No es acaso un acto de incitación al odio social, las manifestaciones de una autoridad religiosa en contra de gay y lesbianas? Estas son algunas de las batallas cotidianas que enfrentan a mujeres y hombres humanistas de todas las religiones con los fundamentalistas de cualquier origen.

 

La lucha de una multiplicidad de movimientos sociales impulsa la democratización de las relaciones sociales, expresadas en el respeto a las opciones individuales, en la lucha de las mujeres contra todas forma de discriminación, en la inclusión del racismo y sus múltiples manifestaciones excluyentes en la agenda pública de nuestras sociedades. El estado laico no solo es un espacio de garantías para el ejercicio de diferentes credos religiosos sino un requisito mínimo para el ejercicio de derechos de las mujeres, y de las personas.

 

Hemos venido a Mumbai para continuar un proceso de mundialización de las alternativas a un mundo de guerra, miseria y exclusión, hemos venido a Mumbai porque creemos que es urgente avanzar en caminos de propuestas que alimenten otros horizontes humanos, porque creemos que la paz se construye no sólo con ausencia de guerras oficiales sino también en la no violencia de la vida cotidiana, sea en la comunidad como en la familia, en la afirmación de las personas en su derecho a tomar la palabra y a definir el sentido de lo que son y quieren ser.

 

Hemos venido a Mumbai, porque creemos como dice Judith Butler que «la transformación social no ocurre simplemente por una concentración masiva a favor de una causa, sino precisamente a través de las formas en que las relaciones sociales cotidianas son rearticuladas y nuevos horizontes conceptuales abiertos por prácticas anómalas y subversivas»3. Y vaya si es subversivo, apelar a nuestra plasticidad como seres humanos para abrir nuestras fronteras interiores y vaya si es subversivo cuestionar toda forma de autoritarismo, fundamentalismo y verdad incuestionable impuesta como dogma único.

 

La presencia de movimientos, redes, ONG, articulaciones múltiples de diferentes regiones y culturas que portan sus especificas visiones y demandas es la mayor riqueza del FSM.

Pero la interacción y reconocimiento de esta riqueza en la diversidad no está garantizada solo por compartir cinco días en esta maravillosa Babel de lenguas y culturas. ¿Cuáles son entonces las estrategias posibles para que esta conexión sea cualitativa, y proyecte una nueva concepción de humanidad y de otro mundo posible, donde todos y todas tengan cabida? Boaventura de Souza Santos habla de la teoría –y la práctica– de traducción que supone una concepción de la lucha contra hegemónica que coloca las experiencias, visiones y vivencias, de totalidades parciales, en un enorme esfuerzo, de mutuo reconocimiento, diálogo y debate.

 

Una tarea política de primer orden, tanto intelectual como emocional, que permita establecer por ejemplo un puente creativo «entre el concepto de derechos humanos y los conceptos Hindúes o islámicos de dignidad humana; entre estrategias occidentales de desarrollo y swadeshi de Ghandi; entre filosofía occidental y sagesse oral de África, entre democracia moderna y autoridades tradicionales, entre movimiento indígena y ecológico, entre movimiento de trabajadores y feministas»4.

 

ž  Conferencia presentada en el Foro Social Mundial, en Mumbai, 17 de enero, 2004.

 

1   Sagasti Francisco. 1998 p 21–22.

2   Braidoti Rosi, Sujetos nómades, 2000.

3   Butler Judith, Laclau, Slavoj Zizek, 2003, pág. 20.

4   Boaventura de Sousa Santos.