Lilián
Celiberti
Articulación Feminista Marcosur
ž
Estamos
en Mumbai para participar en un nuevo encuentro del Foro Social Mundial,
y quiero en primer lugar agradecer a las organizaciones indias que
han asumido el desafío de convocarnos y nos han permitido traer las
voces y experiencias de mujeres y hombres latinoamericanos comprometidos
con la lucha por otro mundo posible. Y quiero agradecer particularmente
al Caucus del Movimiento de Mujeres de India por haber organizado
esta Conferencia y permitirnos intercambiar visiones y experiencias
desde diferentes miradas y regiones del mundo. Estamos aquí porque
creemos en un mundo donde todas las personas tengan cabida, donde
ningún ser humano sea discriminado por razón de su sexo y su opción
sexual, su religión, su cultura, su etnia o su raza. Y porque creemos
con pasión que la construcción de esta utopía y aventura humana, no
se hace con recetas, ni sujetos únicos, sino que participan de ella
una multiplicidad de actores y actoras sociales, aportando sus múltiples
formas de resistencia, sus sueños y sus voces.
Vengo
de un pequeño país de América Latina con una larga tradición cultural
laica que ha formado parte de la construcción política del Estado
Nación y en tal sentido puede parecer extraño participar en esta conferencia
sobre mujeres y globalización con el tema específico del fundamentalismo
religioso. Para nosotras de la Articulación Feminista Marcosur como
impulsoras de la campaña contra los fundamentalismos, este debate
constituye uno de los ejes centrales en el horizonte y las estrategias
de cambio, para redes y movimientos sociales en una perspectiva global.
Dos
lemas han representado al Foro Social Mundial: «Otro mundo es posible»
y «no al pensamiento único» y nos han convocado a recorrer miles de
kilómetros para colocar en un diálogo de multiplicidad de lenguas
esa búsqueda de alternativas democráticas y emancipadoras.
La
globalización neoliberal impulsa tendencias homogenei-
zadoras, reestructurando las sociedades y las formas en la que los
individuos se relacionan con los cambios estructurales y subjetivos.
Se producen fragmentaciones y rearticulaciones en una nueva forma
organizativa, lo que Castells ha llamado la «sociedad de redes», con
conexiones amplias y cosmopolitas. Se generan así nuevas conexiones,
nuevos canales y nodos, destruyendo los viejos y sufriendo en este
proceso un sin fin de mutaciones y evoluciones. (Sagasti)1
En
este concierto de conexiones y entrecruzamientos, los movimientos
sociales ven modificada su existencia y se expresan en forma diferente.
No como actores unificados ni solamente como movimientos de contenido
plural. Se expresan más bien como un «campo de actores» amplio, diverso
y en permanente ampliación y transformación (Elizabeth Jelin, 2003).
En este campo heterogéneo, las formas de resistencia varían. Las identidades
se vuelven «nómades»2,
en el sentido de que nos reconocemos humanos de múltiples identidades,
como mujeres u hombres, como trabajadores o campesinos, como pertenecientes
a una determinada etnia o raza, como integrantes de un credo, de una
comunidad, de un país o una región, con tal o cual identidad sexual,
y transitamos por ellas evitando la fijación en una sola.
Sin
embargo, el miedo a la exclusión económica, social, cultural, funciona
como un campo propicio a los fundamentalismos en la medida de que
expresa una búsqueda permanente de certezas, en torno a una identidad
unificada formulada como verdadera y excluyente de otras.
Este
Foro Social Mundial es también un espacio de afirmación, ampliación
y construcción de derechos, y por lo mismo, es un espacio de ampliación
de los horizontes democráticos subjetivos y simbólicos en lo local,
regional y global. En la interacción entre nuestras múltiples experiencias,
culturales, sociales, y políticas está la fuerza para recuperar una
perspectiva utópica. De esta interacción no queremos salir como entramos,
queremos impactarnos de muchas formas, con nuevos interrogantes, con
el reconocimiento de nuevas presencias y con la posibilidad de generar
nuevas culturas políticas, que alimentan nuestro imaginario democrático.
Este es el patrimonio más importante para la resistencia y la construcción
de otro mundo posible.
Nuestra
fuerza está precisamente en nuestra diversidad y la capacidad que
tengamos para generar nuevas formas del debate político, con nuevos
contenidos, sin estigmatizaciones ni exclusiones, que alimenten culturas
políticas democráticas, radicales y plurales que asuman las tensiones
y conflictos como parte de una cultura de diálogo y democratización
de la vida pública pero también de las relaciones sociales cotidianas,
las íntimas y comunitarias.
Los
fundamentalismos
Religioso,
económico o cultural, el fundamentalismo siempre tiene una expresión
política que legitima mecanismos de violencia y sujeción de un grupo
sobre otro, de una persona sobre otra. Esencialmente excluyentes y
belicosos, los fundamentalismos minan la construcción de un proyecto
de Humanidad donde todas las personas tengan derecho a tener derechos.
El
fundamentalismo religioso está presente en diversas doctrinas y creencias
y representa un fenómeno complejo que no debe ser simplificado. Está
alimentado por una búsqueda de identidad primaria, tribal, que «restablece»,
aparentemente, sentidos de pertenencia amenazados. Pero esta forma
de identidad tribal que en nombre de Dios declara enemigos a quienes
tienen otras formas de espiritualidad, sea este otra religión o una
concepción humanista y democrática de vivir en sociedad, se ha convertido
en un verdadero obstáculo para el futuro de la convivencia humana.
No
estamos hablando de un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad,
sin embargo, lo particular, lo específico de esta época es que hemos
recorrido un camino que contradictoriamente, ha permitido emerger
a las personas, a cada uno y cada una de nosotros, como sujetos de
la historia con capacidad y deseos de actuar y participar en la definición
de un sueño, de una forma de vida, de un proyecto de humanidad que
abarca no solo a los humanos que conocemos sino a todos y todas. De
allí que el lema de nuestra campaña contra los fundamentalismos define
una consigna simple.
El
término fundamentalismo se asocia en general, a expresiones religiosas
ultra conservadoras. En su mira están la destrucción de la autonomía
personal, los deseos y proyectos de vida. «La palabra y las voces
que puedan hacer frente al verbo incontestable» diría nuestra amiga
peruana Giulia Tamayo. En su mira están nuestros cuerpos, como territorio
de sujeción y sometimiento y sobre todo, nuestra capacidad de abrir
las fronteras interiores a nuevas formas de vida, a otras culturas
y espiritualidades. Explotan nuestros miedos, y a su vez los construyen
y exacerban; el miedo a los otros, el miedo a la exclusión, el miedo
a la libertad de construir nuevos proyectos humanos, el miedo a confrontarnos
con autonomía con otras/otros que creen en cosas diferentes, a veces
en otros dioses. El fundamentalismo religioso, como otras expresiones
fundamen-
talistas, es violento y conduce a la guerra, en tanto desconoce la
libertad de los otros/as.
Si
la resistencia al capitalismo, a la hegemonía cultural, a la dependencia
económica, a la explotación destructiva de la naturaleza, significa
la destrucción de nuestra capacidad humana de crear libertad, de ampliar
nuestra comprensión y conocimiento de los otros, y significa reconstruir
la esclavitud de las mujeres, aprisionar su sexualidad y sus cuerpos,
estaremos sometidos a un círculo vicioso. Para nosotras feministas
es posible, es necesario, es urgente, luchar contra la hegemonía dominante,
contra el capitalismo, defendiendo a la vez, la autonomía de los sujetos,
sean éstos mujeres, hombres, homosexuales, lesbianas, de todas las
culturas, las regiones, las etnias y las razas, de todas las lenguas
y de todas las naciones.
A
lo largo de la historia, el sometimiento de las mujeres ha sido el
símbolo identitario de proyectos culturales, políticos y religiosos.
La obediencia, la sujeción, el control de nuestra sexualidad y la
libertad de amar, las reglas impuestas para vestir nuestros cuerpos
y dirigir nuestras miradas son las «razones» para una guerra contra
las mujeres que no ha tenido fin.
La
violencia «bendecida» por preceptos «divinos» que preservan la pureza
de la moralidad curiosamente se dirige principalmente hacia las mujeres,
esencialmente «impuras», ya sea en Irán, en Nigeria, Argelia, Afganistán
o en los Estados Unidos.
Como
feministas latinoamericanas no creemos que el funda-
mentalismo religiosos sea patrimonio de algunas religiones o culturas.
En el mundo occidental y cristiano la Iglesia Católica romana juega
cada vez más un papel retrógrado en relación a los derechos de las
personas y en particular de las mujeres, los gay y lesbianas. La teología
de la liberación que marcó el movimiento progresista dentro de la
iglesia católica fue perseguida y acorralada dentro de la estructura
política de la Iglesia Católica. Ha significado también el progresivo
ascenso de las posturas ultra-
conservadoras representadas por el Opus Dei. ¿Es esta una lucha religiosa
o política? Nos enfrentamos a una brutal paradoja, por una parte,
la necesidad de desarrollar una espiritualidad que confronte la destrucción
consumista y por otra parte la predominancia política que alcanzan
los fundamentalistas de diferentes credos, (que al mismo tiempo destruyen,
toda idea de espiritualidad como concepción nueva de humanismo.)
El
problema principal es que las formas de concebir lo religioso inciden
a su vez en las estructuras de poder de la sociedad. ¿Debemos aceptar
que las personas mueran de SIDA porque la iglesia católica prohíbe
el uso de preservativo? ¿No es acaso un acto de incitación al odio
social, las manifestaciones de una autoridad religiosa en contra de
gay y lesbianas? Estas son algunas de las batallas cotidianas que
enfrentan a mujeres y hombres humanistas de todas las religiones con
los fundamentalistas de cualquier origen.
La
lucha de una multiplicidad de movimientos sociales impulsa la democratización
de las relaciones sociales, expresadas en el respeto a las opciones
individuales, en la lucha de las mujeres contra todas forma de discriminación,
en la inclusión del racismo y sus múltiples manifestaciones excluyentes
en la agenda pública de nuestras sociedades. El estado laico no solo
es un espacio de garantías para el ejercicio de diferentes credos
religiosos sino un requisito mínimo para el ejercicio de derechos
de las mujeres, y de las personas.
Hemos
venido a Mumbai para continuar un proceso de mundialización de las
alternativas a un mundo de guerra, miseria y exclusión, hemos venido
a Mumbai porque creemos que es urgente avanzar en caminos de propuestas
que alimenten otros horizontes humanos, porque creemos que la paz
se construye no sólo con ausencia de guerras oficiales sino también
en la no violencia de la vida cotidiana, sea en la comunidad como
en la familia, en la afirmación de las personas en su derecho a tomar
la palabra y a definir el sentido de lo que son y quieren ser.
Hemos
venido a Mumbai, porque creemos como dice Judith Butler que «la transformación
social no ocurre simplemente por una concentración masiva a favor
de una causa, sino precisamente a través de las formas en que las
relaciones sociales cotidianas son rearticuladas y nuevos horizontes
conceptuales abiertos por prácticas anómalas y subversivas»3.
Y vaya si es subversivo, apelar a nuestra plasticidad como seres humanos
para abrir nuestras fronteras interiores y vaya si es subversivo cuestionar
toda forma de autoritarismo, fundamentalismo y verdad incuestionable
impuesta como dogma único.
La
presencia de movimientos, redes, ONG, articulaciones múltiples de
diferentes regiones y culturas que portan sus especificas visiones
y demandas es la mayor riqueza del FSM.
Pero
la interacción y reconocimiento de esta riqueza en la diversidad no
está garantizada solo por compartir cinco días en esta maravillosa
Babel de lenguas y culturas. ¿Cuáles son entonces las estrategias
posibles para que esta conexión sea cualitativa, y proyecte una nueva
concepción de humanidad y de otro mundo posible, donde todos y todas
tengan cabida? Boaventura de Souza Santos habla de la teoría –y la
práctica– de traducción que supone una concepción de la lucha contra
hegemónica que coloca las experiencias, visiones y vivencias, de totalidades
parciales, en un enorme esfuerzo, de mutuo reconocimiento, diálogo
y debate.
Una
tarea política de primer orden, tanto intelectual como emocional,
que permita establecer por ejemplo un puente creativo «entre el concepto
de derechos humanos y los conceptos Hindúes o islámicos de dignidad
humana; entre estrategias occidentales de desarrollo y swadeshi de
Ghandi; entre filosofía occidental y sagesse oral de África, entre
democracia moderna y autoridades tradicionales, entre movimiento indígena
y ecológico, entre movimiento de trabajadores y feministas»4.
ž
Conferencia presentada en el Foro Social Mundial, en Mumbai, 17 de
enero, 2004.
1
Sagasti Francisco. 1998 p 21–22.
2
Braidoti Rosi, Sujetos nómades, 2000.
3
Butler Judith, Laclau, Slavoj Zizek, 2003, pág. 20.
4 Boaventura
de Sousa Santos.