Cotidiano
Mujer Nº37 1/2
Gritos
y Susurros:
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una
historia sobre la presencia pública de las feministas lesbianas
Claudia
Hinojosa
Por
una mujer ladina perdí la tranquilidad
.
y a la orillita del río / a la sombra de un pirul /
su querer fue todo mío / una mañanita azul /
y después en la piragua / nos fuimos a navegar /
qué lindo se movía el agua / cuando yo la volví
a besar
Así
se oía la voz bravía de Lucha Reyes hace 60 años,
sin que nadie realmente creyera que una mujer pudiera hacer que otra
"perdiera la tranquilidad".
Era una
época de esplendor de la cultura popular mexicana, en la que
muchas otras célebres mujeres interpretaron apasionadas canciones
de amor dirigidas a otras mujeres -en señal de respeto a la
letra de los autores- sin que esto despertara sospechas de "irregularidad"
alguna. Eran también tiempos de expansión económica
y de una estabilidad social que enmarcaron un orden férreo
en cuanto a los papeles sexuales de hombres y mujeres.
La rígida
cultura sexual de la época no sólo hacía inimaginables
a las mujeres lesbianas, sino que socialmente eran indiscutiblemente
invisibles. Después de siglos de silencio y sin memoria escrita
al respecto, no puedo más que inferir ahora que las mujeres
lesbianas en México han estado durante la mayor parte de su
soterrada historia o casadas -con hombres- o "acompañándose"
unas a otras, sin espacios sociales ni opciones económicas
para vivir sus relaciones amorosas abiertamente.
Aunque
hacia fines de los años sesenta, las lesbianas continuaban
siendo una especie de personajes de ciencia ficción en la representación
de la cultura sexual dominante, la explosión de procesos contraculturales
y los movimientos de jóvenes no sólo exploran una visión
distinta a la versión tradicional del país, sino que
la sexualidad se convierte en terreno de confrontación.
Curiosamente,
los oídos de los años sesenta ya escuchan con cierto
recelo las canciones de amor que algunas mujeres cantan a otras y
que, además, empiezan a ser transmitidas masivamente por medio
de las crecientes industrias de la radio, el cine y la televisión.
Las letras comienzan entonces a ser transformadas, lo cual no siempre
funcionaba muy bien, por lo menos de acuerdo con las convenciones
sexuales vigentes. Por ejemplo, en voces de algunas grandes intérpretes,
una de las creaciones de Agustín Lara empezó a escucharse
de la siguiente manera: "Blanco diván de tul aguarda tu
exquisito abandono de varón..." -en un momento, hay que
señalarlo, en que las agendas transgenéricas todavía
no se habían formulado públicamente.
La articulación
de la voz pública de las mujeres lesbianas fue un proceso complejo
en el marco de una sociedad que había profundamente naturalizado
la invisibilidad cultural del lesbianismo y universalmente aceptado
la discriminación, al punto de no reconocerla como tal. En
ese sentido, se puede decir que la construcción de una presencia
pública de las mujeres lesbianas es la historia de la exploración
personal y colectiva de una argumentación y de un vocabulario
político para responder al interrogatorio del entorno social
en cuanto a la pertinencia y al significado de vivir "fuera del
closet".
Para
investirse de sentido, la salida del closet del movimiento lésbico
gay tuvo que contender en primera instancia con la preeminencia de
una cultura del confesionario, cuyo pacto tácito es que, mientras
las cosas se manejen "por debajo de la mesa", sin confrontar
directamente las normas dominantes, la homosexualidad puede suceder,
como un hecho inevitable y socialmente tolerado. Esto significa entonces
que "el pecado" puede ocurrir, pero requiere de la discreción
y de la complicidad de otros, que se reservan el derecho de absolver
a aquéll@s que se resignen en silencio a la condena social
explícita y vociferante de la homosexualidad.
1975: una turbulencia
imprevista
Fue en
el año de 1975, durante la Conferencia del Año Internacional
de la Mujer realizada en la Ciudad de México, cuando la palabra
"lesbiana" se imprime por primera vez en un periódico
respetable en este país. La primera plana de EXCÉLSIOR
del 24 de julio de 1975 informaba:
DEFENDÍAN
CHICAS DE EU
EL HOMOSEXUALISMO
Bajo
esta cabeza, el diario señalaba: Un grupo de escritoras mexicanas
pidió a la Tribuna del Año Internacional de la Mujer
que se trataran asuntos realmente trascendentes para que la Asamblea
no se convirtiera, a base de temas banales, en un show. El término
lesbianismo aparecía un poco más adelante, con todo
y sus estridentes efectos, en las páginas interiores.
NOVEDADES,
por su parte, en una nota bajo el encabezado de "Se armó
la gorda" reportaba también que una "niña"
australiana, la representante de los Sindicatos de Estudiantes de
Australia, subió "valientemente" al estrado para
demandar que se discutiera el derecho de las mujeres al lesbianismo.
La nota describía tanto la ola de aplausos que desató
esta intervención como las agresiones verbales: ¡Sáquenla!,
¡Vete a ver al médico!
El evento
fue ampliamente comentado por la prensa los días siguientes:
¿Qué vinieron a hacer y qué "derechos"
reclaman las lesbianas?... Lo que repugna es que ellas quieran que
su padecimiento se considere como estado normal, su enfermedad como
salud, con lo cual no hacen sino probar que su caso clínico
ha llegado a verdadera gravedad..., refunfuñaba Pedro Gringoire,
uno de los editorialistas de EXCÉLSIOR, el periódico
más progresista de la época (´75 sería
en efecto el último año del "EXCÉLSIOR de
Julio Scherer").
Es cierto
que nadie anticipaba que esa Conferencia se convertiría en
el foro para la primera discusión pública sobre el lesbianismo
en México: el evento había sido organizado por el gobierno,
quien había asignado como Jefe de la Delegación Mexicana
y como Presidente de la Conferencia al Procurador General, Lic. Pedro
Ojeda Paullada; y la esposa del presidente Luis Echeverría,
María Esther Zuno de Echeverría, dio la bienvenida a
las y los asistentes al Centro Médico, donde se realizó
la conferencia, subrayando que: el hombre y la mujer no pueden concebirse
aislados... la participación de las mujeres en la vida ciudadana
es una tarea que no acepta desviaciones...
Yo recuerdo
que observaba todos estos incidentes, sorprendida y confundida, desde
los oscuros rincones del closet -aunque ahora no sé si ya se
le podía llamar closet a un espacio donde muchas todavía
no veíamos ni la puerta ni la posibilidad remota de estar fuera.
La ausencia
de lesbianas mexicanas en ese "escándalo" de la conferencia
de 1975 parecía darles la razón a las reacciones de
prensa, que insistían en que el lesbianismo no era más
que una extravagancia importada, que no iba a distraer a las mujeres
mexicanas de "sus verdaderos problemas".
Sin embargo,
un breve texto bajo el título Declaración de las Lesbianas
de México, se entregó a las coordinadoras del foro sobre
lesbianismo para ser leído durante el evento. Dicha declaración
señalaba: ...Es difícil, lo sabemos, despertar la conciencia
de nuestras hermanas oprimidas por sus propios conceptos de autodenigración,
pero ese es el primer paso ineludible... La constante acción
policíaca, anticonstitucional pero grata a los ojos de una
sociedad machista, vuelve casi imposible la acción abierta
organizada... Confiamos en que las tácticas de lucha de nuestras
hermanas y hermanos homosexuales de otras partes del mundo nos ayuden
a encontrar nuestro propio camino. (Y en este comunicado anónimo
ya reconocemos la prosa inconfundible de una luminosa vocera de las
lesbianas de México, la queridísima y sempiterna Nancy
Cárdenas).
Para
1975 ya existían en la Ciudad de México grupos de lesbianas
y homosexuales "equipándose" para salir del closet.
El Frente de Liberación Homosexual se había formado
desde 1971. En las reuniones de ese Frente se hacían lecturas
sobre los principios de la liberación sexual, se discutía
la ley, se produjo un documento que exigía "el cese a
toda discriminación contra homosexuales masculinos y femeninos
ejercida abierta o veladamente por la legislación y la sociedad".
Con estas "armas", se emprendió la "guerrilla
cultural", abordando en privado a intelectuales, psiquiatras
y periodistas para que la opinión pública dejara de
referirse a la homosexualidad como una "perversión"
o un delito.
Nancy
Cárdenas, que fue una de las pocas mujeres que habían
participado en el Frente desde 1971, me contaba que ella no había
planeado asistir a la conferencia internacional de 1975, pero fue
localizada por una de las lesbianas visitantes, que conocía
su nombre a través del mundo de la cultura, e invitada a una
reunión.
Nancy,
que ya tenía una destacada trayectoria pública como
directora de teatro, tampoco "había planeado" que
ella sería el único rostro familiar para las tropas
de reporteros mexicanos que rodeaban la entrada al pequeño
salón que consiguieron las organizadoras para ese primer foro
sobre lesbianismo dentro de la Conferencia: De pronto, tenía
yo como a 40 ó 50 periodistas a mi alrededor -narraba Nancy-
¡como Sophia Loren en la Via Appia! No lo podía creer.
El asalto era agresivo: ¿Es usted lesbiana?, ¿Quiénes
más lo son?, ¿Por qué aceptó venir?, ¿Qué
significa esto? Una pregunta tras otra. Yo ni siquiera podía
contestar. Lo único que alcancé a decirles fue: "mientras
la ley de mi país no ofrezca garantías para los homosexuales,
ni yo ni nadie puede responder a sus preguntas".
La ley
mexicana de hecho no se modificó al respecto en los años
siguientes. Y sin embargo, las lesbianas y homosexuales comenzaron,
a partir de 1978, a responder en primera persona a cuestiones que
habían sido hasta entonces confinadas a "los especialistas"
médicos, a la prensa amarillista y a los archivos policíacos.
Un clima
de expectativas sociales cambiantes, propiciadas por un breve período
de ilusoria afluencia económica, los espacios democráticos
que la Reforma Política abrió -a pesar suyo- y el desarrollo
del feminismo hacia fines de la década de los setenta fueron
sin duda condiciones que favorecieron la aparición pública
del movimiento de lesbianas y homosexuales.
Durante
los primeros años de esta irrupción pública,
que ocurría en una atmósfera de gran escepticismo respecto
de los aparatos legales y en ausencia de una cultura política
ciudadana, la invocación de "nuestros derechos" no
fue de entrada un elemento sustancial del discurso. Una de las maneras
en que se formulaba la finalidad del movimiento era la erradicación
de la explotación y de la "miseria sexual" de toda
la población.
La política
en torno a la identidad tampoco fue el motor inicial de esa movilización,
en la medida en que algunos sectores del movimiento afirmábamos
que el lesbianismo existía como una categoría separada
y problemática de la sexualidad debido a una norma heterosexual
impuesta y no a una característica intrínseca de las
mujeres lesbianas. A partir de ahí, se reivindicaba "el
derecho a la libre opción sexual" para todas las mujeres.
La noción
del "estilo alternativo de vida" que a veces nos coqueteaba
desde el otro lado de la frontera tampoco resonaba muy bien en una
cultura social todavía bastante monolítica y autoritaria.
Por su parte, el concepto de la "liberación sexual"
resultaba con frecuencia incomprensible o interpretado de maneras
muy disímbolas. Recuerdo al respecto el entusiasmo singular
y sospechoso con el que me recibió el presidente del Movimiento
Familiar Cristiano en 1980 para una entrevista, en la que descubrí
eventualmente que para él "la liberación homosexual"
representaba la posibilidad de "liberar", de una vez y por
todas, a la sociedad de los homosexuales.
Hacia
fines de los años setenta en México, la liberación
sexual era entendida, en el mejor de los casos, como un asunto sexológico,
no político. De hecho, nuestros grupos eran a menudo percibidos
como iniciativas propias de la sexología, cuya misión
era ofrecer una especie de "asistencia técnica" a
las personas interesadas en involucrarse en actividades sexuales "peculiares".
Una de las razones por las que en esos años rechazamos el uso
del término de "la orientación sexual" fue
precisamente por su sello sexológico.
Algunos
sectores del movimiento nos opusimos firmemente al discurso de la
sexología por considerarla una "domesticación"
de la liberación sexual. Sin embargo, hay que reconocer que
el lenguaje de la sexología que comenzó a circular entonces
en México inauguró en efecto nuevas maneras de entender
y hablar de la sexualidad.
Historia sobre la presencia pública
de las feministas lesbianas
El Cuarto
Congreso Mundial de Sexología se llevó a cabo en la
Ciudad de México hacia fines de 1979 en el Centro Médico.
Esta es parte de una declaración que mi organización
entonces, el Grupo Lambda, presentó ante ese foro internacional:
En el sistema sexual totalitario en el que vivimos, la sexualidad
ha estado confinada a la vida "privada", a la alcoba, a
los chistes "rojos", a las funciones de "media noche"
y al discurso de los científicos "especializados"...
...Las
"ciencias del comportamiento" han basado su credibilidad
científica en su pretendida neutralidad....Pero suele confundirse
la "imparcialidad" con la aceptación acrítica
de las normas dominantes de control social...
...La
moderna sexología, permisiva y ascéptica, en un esfuerzo
por sofocar el potencial subversivo de la disidencia sexual, la ha
acogido en un catálogo con el encabezado de "variantes
sexuales". Las variantes, por definición, requieren de
un punto de referencia y éste es, una vez más, el coito
heterosexual...
...Asumirse
públicamente como lesbianas significa sacudirse de las neurosis
atribuidas, de la culpabilidad prescrita y de la vergüenza asignada;
es renunciar a la clandestinidad impuesta y a la complicidad silenciosa
con la represión institucionalizada...
En breve,
el alegato era que no bastaba, en nombre de la neutralidad científica
y en un vacío ideológico, con afirmar que las lesbianas
y homosexuales son seres humanos como los otros. Había que
identificar y desmontar las creencias y las instituciones que habían
sostenido siempre lo contrario.
La Coordinadora
de Grupos Homosexuales toma la decisión de participar en la
gran marcha del 2 de octubre de 1978, con motivo del décimo
aniversario de la masacre estudiantil de Tlatelolco. Un grupo de lesbianas
y homosexuales se suma a un numeroso contingente de diversas organizaciones
de izquierda convocadas para protestar por la represión política.
NO
HAY LIBERTAD POLÍTICA
SI NO HAY LIBERTAD SEXUAL
POR
UN SOCIALISMO SIN SEXISMO
NADIE
ES LIBRE HASTA QUE TODOS SEAMOS LIBRES
...eran
algunas de las consignas que coreaba el pequeño contingente
lésbico gay. Me acuerdo que yo avanzaba cargando una pancarta-armadura
rosa con lila que decía:
UNA
MUJER SIN UN HOMBRE ES COMO UN PEZ SIN BICICLETA
La inserción
de los grupos de lesbianas y homosexuales en el espectro político
de la izquierda se percibía con sorpresa y desasosiego, por
parte de una oposición izquierdista más bien solemne
y grandilocuente, que representaba su fuerza a través de los
atributos simbólicos de la virilidad y que suscribía
la maternidad y la vida doméstica como la esfera de acción
de las mujeres.
Para
entender mejor el contexto de esta adhesión inicial a la izquierda
por parte del movimiento lésbico gay conviene recordar las
palabras de Fernando Henrique Cardoso en 1985: Una de las características
particulares de los movimientos sociales en América Latina
ha sido el mirar a la izquierda como su principal interlocutor; no
al estado ni a la sociedad civil. Esto se debe a la existencia de
la izquierda como el único paradigma político, que estaba
proponiendo la inevitabilidad del cambio social como una necesidad
ética cuyo único y mesiánico futuro sería
el socialismo.
Paralela a esta alianza inestable con la izquierda, transcurría
simultáneamente la cercanía con el movimiento feminista,
que tampoco estuvo desprovista de fricciones y de dificultades, particularmente
hacia finales de los años setenta, cuando las feministas heterosexuales
sintieron al parecer la necesidad de asegurarle al mundo que NO eran
lesbianas.
No obstante, la identidad política y el aliento inicial de
los primeros grupos visibles de lesbianas provino directamente de
los argumentos del feminismo; de su crítica radical a la opresión
sexual, que iluminó entonces nuevas formas de entender no sólo
la sexualidad, sino también la política. Fue a través
de la crítica feminista a la arbitrariedad de los roles sexuales
que los grupos de lesbianas se enfrentaron incluso al temor de los
propios grupos de feministas heterosexuales para abordar la discusión
del lesbianismo, radicalizando sus planteamientos sobre temas como,
por ejemplo, "el derecho al propio cuerpo". Desde el espacio
del feminismo lésbico, se discutía la heterosexualización
de la sociedad como un mecanismo de control fundamental sobre las
vidas y los cuerpos de todas las mujeres. En torno al debate de la
Maternidad Libre y Voluntaria, algunas voces del feminismo lésbico
alegaban que la libertad reproductiva no era posible sin la libertad
de opciones sexuales; más aún, que la separación
de la sexualidad y la reproducción no era posible, ni siquiera
en la imaginación, mientras el coito heterosexual continuara
siendo LA única definición de la actividad sexual.
Para algunas de nosotras, la construcción de un espacio para
el feminismo lésbico dependería de nuestra capacidad
de mostrar los vínculos entre la demanda de "la libre
opción sexual" y las demandas de otros movimientos sociales.
En 1979, algunos grupos de feministas lesbianas se incorporaron a
coaliciones como el Frente Nacional para la Liberación de las
Mujeres (FNALIDEM) y el Frente Nacional contra la Represión.
Abrimos también el debate sobre la sexualidad en algunas organizaciones
sindicales (como el SITUAM y el STUNAM) y partidarias (como el Partido
Revolucionario de los Trabajadores y el Partido Comunista Mexicano).
Protestamos
frente a la Embajada de Cuba por la campaña de estigmatización
contra lesbianas y homosexuales en ese país durante el éxodo
masivo de 1980 -en un momento de la Guerra Fría en el que no
era muy bien visto por los sectores progresistas del espectro político
criticar públicamente al régimen cubano.
Una de
las primeras y principales estrategias del movimiento lésbico
gay fue la visibilidad, como reto simbólico y como herramienta
de educación pública. Esta visibilidad se presentaba
en primera instancia como un reto a la impunidad homofóbica
y, culturalmente, se proponía erosionar los mecanismos que
convertían a la heterosexualidad en un hecho automático
en la vida de las personas. Así, buscamos espacios de expresión
en los medios de comunicación y en distintos centros de educación
superior. El movimiento creó sus propios órganos de
difusión. Se organizaron, a partir de 1979, las Marchas anuales
del Orgullo Lésbico Gay.
En marzo
de 1980, un grupo de lesbianas y homosexuales se encontraba, con sus
mantas y pancartas, en el altar de la Basílica de Guadalupe,
donde culminó la marcha-peregrinación en repudio al
asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero en el Salvador.
En 1982,
un sector del movimiento decide participar por primera vez en el proceso
electoral y se forma el Comité de Lesbianas y Homosexuales
en Apoyo a Rosario Ibarra (CLHARI), la candidata presidencial del
Partido Revolucionario de los Trabajadores, quien postula además
a una lesbiana y a dos homosexuales como candidatos a diputados.
1982
marcó también un cambio significativo en el panorama
nacional, desencadenado por un deterioro considerable de la economía.
La caída de los precios del petróleo, la devaluación
brusca de la moneda, la salida de capitales, el incremento del desempleo
crearon un clima de incertidumbre y desmovilización, en el
que además se concentró la atención política
en los efectos económicos de la crisis. Una de las consecuencias
sociales de esa crisis fue el retorno a estrategias tradicionales
de sobrevivencia, lo cual no sólo vuelve nuevamente al grupo
familiar en el núcleo fundamental de sustento, sino que refuerza
ideológicamente a la familia como centro de la organización
social.
La diversidad
de opiniones entre las lesbianas y homosexuales militantes respecto
a las respuestas estratégicas que demandaba el cambio brusco
de escenario provocó conflicto al interior del movimiento.
Los grupos más visibles se disolvieron gradualmente durante
los años siguientes. Sin embargo, surgieron otros, algunos
de ellos en los estados, que continuaron algunos de los proyectos
del movimiento, como la celebración anual de las Semanas de
Cultura Gay, y que dieron cuenta del impacto perdurable de sus propuestas,
pese a la falta de movilización en las calles.
A lo
largo de los años ochenta, en la que la epidemia del VIH/Sida
comienza a tener efectos devastadores en la comunidad homosexual masculina
y a redefinir el foco de interés y la agenda de los grupos
gay, los grupos organizados de lesbianas experimentan nuevas vinculaciones
con el movimiento de mujeres. Luego de la desmovilización momentánea
a principios de la década, la crisis lanza a muchas mujeres
a la calle, a movilizarse en demanda de servicios urbanos, a organizarse
al interior de sus sindicatos, a participar en procesos electorales.
Estas mujeres empezaron a darle una base más amplia al feminismo,
al que introdujeron nuevas perspectivas y debates. Al mismo tiempo,
el surgimiento del movimiento feminista en otros países latinoamericanos
y los cinco Encuentros regionales que atravesaron la década
de los ochenta fueron una fuente de revitalización temporal
del movimiento lésbico.
En 1987, se realiza en México el Primer Encuentro de Lesbianas
Latinoamericanas y del Caribe, impensable tan sólo unos diez
años antes. A fines de ese mismo año, se forma la Coordinadora
Nacional del Lesbianas Feministas. Para 1990, la lucha por "la
libre opción sexual" se convierte en uno de los tres ejes
de trabajo de la Coordinadora Feminista del Distrito Federal.
Para
1991, la XIII Conferencia de la Asociación Internacional de
Lesbianas y Homosexuales (ILGA, por sus siglas en inglés) estaba
programada para realizarse en Guadalajara. Pero debido a la oposición
conjunta de las autoridades locales y de la Iglesia católica,
que se aliaron en una campaña de hostigamiento e intimidación,
l@s organi-
zador@s se vieron obligad@s a trasladar la sede de la conferencia
a Acapulco. Esa fue la primera vez que la organización internacional
lésbico gay celebró su conferencia anual en un país
del -entonces todavía llamado- "Tercer Mundo".
Los años noventa: los rezagos y las
alternativas
Se puede
decir, en términos generales, que el activismo lésbico
feminista de los años noventa ha estado estrechamente ligado
a las movilizaciones y los debates en torno a las conferencias no
gubernamentales de las Naciones Unidas de la última década.
Por un
lado, eventos tales como la Conferencia Mundial de Derechos Humanos,
celebrada en Viena en 1993, la Conferencia Internacional de Población
y Desarrollo, en el Cairo en 1994, la Conferencia Mundial sobre las
Mujeres, en Beijing en 1995, así como las evaluaciones quinquenales
de los acuerdos de Cairo y Beijing, han permitido a las feministas
lesbianas hacer enlaces internacionales y aglutinarse en torno a la
defensa de los derechos sexuales. Por otro lado, en el escenario de
estas reuniones internacionales, las feministas lesbianas se han topado
con la tendencia de los grupos institucionalizados de mujeres a desaparecer
el tema del lesbianismo para promover lo que se considera una agenda
"negociable" en la implementación de los acuerdos
suscritos por sus gobiernos durante las conferencias de Naciones Unidas.
En este
contexto, uno de los retos de las feministas lesbianas sigue siendo
exponer las consecuencias de "negociar" la visibilidad y
las demandas de las feministas lesbianas para el futuro del movimiento
en su conjunto y para la construcción del derecho de todas
las mujeres a la autodeterminación sexual.
Frente a una dinámica histórica que nos ha persistentemente
sustraído, aislado, extirpado, desaparecido de la agenda más
amplia del movimiento feminista, una alternativa fundamental es continuar
haciendo visibles los vínculos entre la institucionalización
de la "heterosexualidad obligatoria" (concepto que ha caído
prácticamente en el desuso a lo largo de la última década)
y el sistema de género que actúa en detrimento de todas
las mujeres.
Otro
vínculo que conocemos bien culturalmente pero que ha sido poco
articulado es el papel crucial que juega la homofobia en la construcción
de la masculinidad aceptada socialmente, con todas sus prácticas
violentas hacia las mujeres y los "afeminados".
Siguiendo esta misma lógica, es preciso señalar también
cómo la homofobia no resuelta al interior del movimiento feminista
constituye hoy en día una debilidad potencial seria frente
a los embates de la ofensiva conservadora. Pienso, por ejemplo en
la noción de "la perspectiva de género", que
surge originalmente de la crítica radical a la representación
arbitraria de la "femineidad" y la "masculinidad",
así como al sistema de valores y prácticas discriminatorias
que conlleva. Creo que hay ciertas barreras homofóbicas que
han impedido al movimiento feminista llevar hasta las últimas
consecuencias este planteamiento -lo cual no ha impedido que la reacción
conservadora haya entendido, si bien de maneras prejuiciadas y distorsionadas,
los alcances de esta deconstruccción y que haya cifrado por
ello su movilización contra esta visión política
en la instigación a la homofobia. La respuesta del feminismo
al respecto ha sido con frecuencia defensiva, fragmentaria y poco
persuasiva, en un intento por evadir discutir cómo se encadenan
la crítica a la construcción social de la desigualdad
entre hombres y mujeres, sustentada en la presunta "naturalidad"
de las identidades de género, y una nueva comprensión
de la diversidad sexual.
Otro
gran vacío que percibo en nuestra capacidad de respuesta frente
a los embates del conservadurismo es el tema de la(s) familia(s).
Creo que la manera en que la escalada de la derecha ha vuelto una
de las puntas de lanza de su agenda la presunta defensa de la familia
nos obliga a articular un discurso menos defensivo y más propositivo
al respecto.
No deja
de resultar irónico que, en un momento histórico en
el que la familia heterosexual tradicional se empieza a asociar públicamente
a graves problemas morales, como el abuso sexual infantil, la violación
dentro del matrimonio, la violencia doméstica en general y
muchas otras desigualdades e injusticias, identificadas y señaladas
en principio por el movimiento feminista, sea la derecha la que imponga
su monopolio sobre los reclamos éticos en los debates ideológicos
contemporáneos.
Y para
coronar la complejidad creciente del debate en torno a la reconstrucción
del mundo de la(s) familia(s), no puede dejar de mencionarse ahora
cómo el acceso a la inseminación asistida (que no "artificial")
nos ha llevado a un número cada vez mayor de mujeres lesbianas
a la experiencia de la maternidad y a la creación de familias
alternativas, pese a la ausencia de apoyos legales y a los vigorosos
prejuicios sociales al respecto.
La diversidad como valor cultural y como
recurso conceptual
En el
mundo globalizado de fin de siglo, marcado por los cambios acelerados,
los intensos movimientos migratorios y la búsqueda de nuevos
códigos éticos de convivencia en las sociedades multiculturales,
la diversidad se ha ido consolidando sin duda como un nuevo valor
cultural. En este contexto, se ha desarrollado también la noción
de "la diversidad sexual" como una nueva perspectiva desde
donde conceptualizar y legitimar las expresiones de la sexualidad
excluidas y discriminadas.
Sin embargo,
la exaltación de la diversidad, remitida con frecuencia sólo
a ciertas formas de ejercer la sexualidad, corre el riesgo de encerrarlas
una vez más en una identidad que sólo servirá
para señalarlas y excluirlas, reduciéndolas a su "diferencia".
Por ello,
el reto es construir una nueva comprensión de "la diversidad
sexual", una que la sustraiga de la dinámica de la dominación,
y descentrar a la heterosexualidad como fuente de evaluación
y origen de las definiciones, para entenderla como una expresión
más de la sexualidad "diversa", en efecto.
La construcción de
los derechos sexuales como derechos humanos: otra alternativa
La discusión
reciente de los derechos sexuales dentro del marco de los derechos
humanos no sólo nos ofrece un nuevo lenguaje y un universo
conceptual para repensar el tema de la sexualidad, sino una serie
de recursos que podrían ayudarnos a pasar de la agitación
y la denuncia a un proyecto más propositivo. Como una alternativa
a los ghettos conceptuales y estratégicos para la defensa del
derecho a la diversidad sexual, el marco de los derechos humanos nos
ofrece:
1. la
posibilidad de respaldar nuestras demandas en una serie de principios
establecidos y reconocidos internacionalmente;
2. nos marca la práctica de la documentación como metodología
de persuasión y como herramienta de visibilización y
de reconceptualización;
3. establece la necesidad de proponer soluciones o remedios como parte
del procedimiento.
A partir
de este andamiaje institucional, el reto sigue siendo cómo
hacer visibles las violaciones a los derechos humanos de las mujeres
lesbianas y cómo generar un clima político en el que
estos abusos se vuelvan inaceptables.
Esta
intervención en el universo de los derechos humanos creo, además,
que nos plantea el reto y la posibilidad de hacer un ejercicio de
traducción y de interpretación de cada uno de los principios
de los derechos humanos (el derecho a la libertad de expresión,
a la seguridad, a la igualdad ante la ley, al matrimonio) desde nuestra
perspectiva. Esta apropiación de los principios universales
de los derechos humanos podría resultar una herramienta útil
para contrarrestar la suposición generalizada de que somos
un grupo reducido y exótico en busca de derechos nuevos y "específicos",
y para asentar que "nuestros derechos" como mujeres lesbianas
son, ciertamente, exactamente los mismos que los de tod@s l@s demás.
La búsqueda de una base económica
para el trabajo de las feministas lesbianas: una necesidad
La desaparición
gradual de la voz pública de las feministas lesbianas, en ausencia
de estructuras y una base material para la creación de espacios
de reflexión y acción nos obliga a desarrollar estrategias
y un pensamiento que logre afectar los criterios de las agencias financiadoras
para poder incorporar nuestras propuestas a sus programas de Desarrollo
y de Derechos Humanos, a partir de la conceptualización del
debate sobre la sexualidad más allá de sus esquemas
de salud -esquemas que también habría que desdemografizar
y desheterosexualizar- para incorporarlos también a sus iniciativas
para la construcción de la ciudadanía, para la renovación
del debate sobre la democracia y para la expansión de la agenda
a favor de la justicia social.
Por último,
veo en la necesidad de insertar y de arraigar nuestras propuestas
en el momento político actual, no sólo una alternativa
sino una tarea indispensable para fortalecer la viabilidad política
de nuestra agenda, lo cual requerirá no sólo de recursos
financieros, sino ante todo de una articulación sensible y
atenta a los retos y oportunidades que nos presentan las transiciones
políticas que estamos viviendo.
Desde
esta perspectiva, una pregunta central hoy es cómo construir
consensos y una cultura política en la que el derecho fundamental
(de todas las personas) a ejercer la sexualidad libres de coerción,
discriminación y violencia se entienda como un elemento indispensable
de nuestra identidad ciudadana y de la convivencia democrática
-más allá del llamado a la tolerancia y de la defensa
de los casos de excepción.
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