|
La
sexualidad y la ciudadanía moderna:
el
núcleo de la disputa
|
Cotidiano Mujer Nº39
Año
2003
|
Ana
Güezmes
"dios
es algo que arde
allá a lo lejos
completamente rojo y melancólico"
Blanca
Varela
A
diferencia de otros períodos donde el conflicto entre el estado moderno
y la iglesia católica en América Latina estuvo marcado por una cuestión
de tributos, de propiedades de tierra o de tipo de régimen político,
en la actualidad el espacio del conflicto está centrado en la sexualidad
y el diseño de políticas públicas en materia de derechos sexuales
y derechos reproductivos.
Estos conflictos cubren un rango de opciones de los patriarcas del
ordenamiento moral (todas con olor recorrido de naftalina) que incluye
actividades variadas como pedir la prohibición de exposiciones de fotografía
o películas, presionar por la restricción del suministro de métodos anticonceptivos
en depen-dencias públicas, hacer propaganda francamente homofóbica en
la plaza pública, llamar cobardes a los congresistas desde los púl-pitos
por simplemente hablar de aborto, suprimir la publi-cidad de condones
en las campañas de prevención del SIDA. Como plantea Guillermo Nugent
(2002), en todos estos casos no estamos ante una situación de "diferencia
de opiniones" que es aceptable dentro de un esquema democrático;
más apropiado es calificarlo como privilegios de opinión, donde
unas voces están en condición de sustraerse a un debate público porque
se creen poseedores de un estatuto tutelar de la moral pública.
Un
tema que me parece importante señalar es que estos “jueces de
la moral pública”; entre los que ahora se encuentra también nuestro
Ministro de Salud difícilmente asumen la responsabilidad que adquieren
al influir y trastocar las políticas públicas para impedir el libre desarrollo
de los proyectos personales. ¿Quién rinde cuentas de las miles de mujeres
desescolarizadas por embarazos no deseados? ¿Quién se hace responsable
de la genocida omisión de oferta de condones y tratamientos para protegerse
del VIH o sus consecuencias? ¿Quién se hace responsable del familismo
a toda costa que implica miles de muertes de mujeres cada año asesinadas
por sus esposos violentos? Las herramientas de los derechos humanos
pueden ayudarnos a revisar la discriminación y exclusión de muchos hombres
y mujeres producto de graves omisiones en nuestras políticas públicas.
Este es un camino desde dónde podemos interpelar y exigir la secularización.
Norberto Bobbio describe la formación del estado moderno como un cambio
entre la relación Estado-ciudadanos, “de la prioridad de los deberes
de los súbditos a la prioridad de los derechos del ciudadano, al modo
distinto de mirar la relación política, no ya prevalen-temente desde el
punto de vista del soberano, sino prevalentemente desde el punto de vista
del ciudadano”.
Cuando hablamos de autonomía,
como condición de la ciudadanía estamos en primer lugar cuestionando
las fuentes de control ubicadas en el exterior, a manera de entidades religiosas
(dioses, verdades reveladas, dogmas) políticas (el estado, el congreso,
la ley, etc) o seculares (el destino, la naturaleza, los médicos1[1],
el padre, la suerte, etc). En un concepto de autonomía, ubicamos la fuente
de autoridad y de decisión en el propio individuo, autonomía sobre su vida
su cuerpo y su sexualidad, y reconocemos la interacción y la negociación
en contextos específicos. Las opciones no se toman en abstracto por si acaso.
Hacernos cargo de nosotras mismas y de lo que hacemos tampoco resulta fácil.
¿Cómo
está su concebido, señora?
¿Qué rol le compete al estado? El reclamo de derechos sexuales o derechos
reproductivos articula para la sociedad civil y en concreto para las feministas,
la exigencia a los Estados de respetar y hacer respetar la autonomía
personal sobre la sexualidad, incluidas acciones dirigidas a
comprometer la acción estatal en la construcción de entornos demo-cráticos,
plurales y habilitantes para el ejercicio de las
libertades y el disfrute de los derechos, al lado de demandas por políticas
públicas dirigidas a hacer frente a desigualdades y promover la inclusión,
participación y trans-formación de las relaciones sociales (Tamayo,
2001). En la conceptualización de los derechos reproductivos, se está logrando
(aunque cuesta) cambiar el eje de poder sobre la regulación del tamaño de
la población desde el estado (en sus versiones alternas en la historia de
políticas controlistas o pronatalistas) a nosotros los y las ciudadanas.
Desde este concepto de titularidad el estado tendría poco que
hacer en la normatización de la sexualidad, y se debería dedicar a promover
información, servicios y una realización progresiva de los derechos humanos
para que nosotras y nosotros podamos tomar decisiones en las mejores circunstancias
posibles. Sin embargo, vemos con creciente preocupación como aparecen o
reemergen nuevos símbolos que intentan expropiarnos a las mujeres en concreto,
de la titularidad de estos derechos y depositar el poder en el ministro,
el marido, el cura, y como actual novedad en el concebido, al que según
un demencial MINSA tenemos que registrar. ¿Cómo está su concebido señora?
será la frase de inicio del control prenatal.
Por suerte, gran parte de las y los latinoamericanos tenemos actitudes más
tolerantes respecto a la sexualidad y la reproducción que las planteadas
por los empresarios de la moral: celebramos nuestro cuerpo, nos gozamos,
nos divorciamos si las cosas no marchan, usamos anticonceptivos, interrumpimos
embarazos, tenemos relaciones con personas de igual sexo, en fin... “Escuchar
a las mujeres es la clave para respetar su ejercicio moral y
legal como personas, esto es, su derecho a la autodeterminación”. (Correa
y Petchensky, 1994).
En este camino podemos interactuar y aprender; es especialmente interesante
desarrollar la comunicación y la tensión del cara a cara frente a
nuestros dilemas como referente de la ciudadanía y posibilidad de ampliación
del espacio social ¿Puede una mujer con VIH tener hijos? ¿Cómo reacciono
ante la sexualidad de los y las adolescentes? ¿Y si tienen embarazos que
desean? ¿Cómo me relaciono con mis amigas y amigos con opciones sexuales
diferentes? Ana Belén, la cantante española, hablaba de la transición democrática
en España no tanto como un nuevo pacto político, sino por el esfuerzo de
la sociedad de reconocer los que permanecían oculto que permitían nuevos
y tolerantes encuentros sociales; y nos enteramos por fin de muchas
cosas... el panadero de siempre que resultó que era comunista (y no se había
comido a nadie), el vecino que no era que compartía piso con su amigo sino
que en realidad era gay, el ilustre vecino respetado por todos pero al que
su esposa osó denunciar por violento; etc. En el primer caso estoy trabajando
en el cambio de las opiniones y del mundo normativo como regulador de la
convivencia social (pacto político); en el segundo se trata de aportar en
el cambio de las relaciones entre las personas, entre las mujeres frente
a esta realidad sin cancelar las experiencias vitales y nuestro propio cuerpo.
A mí esta propuesta me resulta atractiva porque devuelve a la gente, a la
gente común, las riendas de lo político, y recoloca como eje central de
nuestra política la trasformación de las relaciones cotidianas.
Para
concluir o para empezar el debate...
Lo público, finalmente, es lo que es de todos/as y para todos/as, mientras
que lo corporativo se refiere a los intereses de determinados grupos,
los cuales, aunque eventualmente legítimos, no son necesariamente públicos.
Los consensos que busca la política de estado, deben tener como marco
de partida para el diálogo y la concertación los compromisos en materia
de derechos humanos.
Renunciar
al laicismo es renunciar a la modernidad y es darle entrada al arrogante
fundamentalismo. La modernidad constituye un proyecto cultural que difunde
valores vinculados a la promoción de la libertad individual, de la justicia
social, al progreso social en el sentido de desarrollo de potencialidades
personales, y a una vocación democrática que lleva a la defensa del respeto
a la diferencia y la diversidad.
La crítica feminista lleva implícita el cuestionamiento y la sospecha
ante cualquier intento de pensamiento único. Desde posiciones liberales
denunciamos la exclusión de las mujeres de la toma de decisiones, desde
las liberales-radicales cuestionamos la invisibilidad o la censura sobre
los asuntos que nos preocupaban o afectaban como mujeres, y desde posiciones
radicales cuestionamos la neutralidad y racionalidad de la ciencia, de
la política, de la economía y de la misma teorización de los derechos
humanos y las normas nacionales, entre otros. Como movimiento social,
nuestras expresiones han sido profundamente transgresoras y contestatarias.
Participamos de revueltas universitarias, de acciones antiglobalización,
de luchas por la democracia, de acciones contra la violencia en todas
sus expresiones, de trasgresiones en la academia, etc. La
consigna de desafiar lo establecido se extendió globalmente en el pasado
y estamos en escenarios que nos permiten lograrlo nuevamente y enlazarnos
o conectarnos a otros movimientos.
Me
gustaría cerrar con la idea de mujeres que utilizan sus deseos y su
fuerza relacional para modificar su vida, que sin presión temporal están
con sus amigas y amigos. Y también está claro para mi que los derechos
humanos, a pesar de la discusión sobre su pretendida universalidad, nos
permiten exponer nuestros padecimientos y exigencias para crear contextos
que nos permitan ser y estar por aquí ahora. Pensar en lo que estamos
haciendo, dejarnos asombrar por la acción de los hombres y de las
mujeres, confesar el sí mismo, tener el coraje de aparecer, es un
buen “leitmotiv” para por ejemplo, hoy día y mañana tal vez. Podemos avanzar
posicionadas como sujetos capaces de recrear y construir la realidad a
partir de nuestro potencial transformador. Se trata finalmente de imaginar
un futuro más inspirador dónde cada una crezca y sea autora única de su
propia historia.
2[1]
A los médicos/as nos va costar muchísimo aceptarlo, pues hay que abandonar
un modelo en el cual hemos sido formados en los últimos cien años, el
de la cultura única de la ciencia como entidad neutra, para pasar a un
modelo de pensamiento plural, de diálogo y de interculturalidad. Esto
implica aceptar que la sociedad es diversa en términos étnicos, en términos
de opción sexual, en términos de religión, en términos de lengua, etc.,
Tenemos que incorporar un concepto de ciudadanía en salud, donde no somos
sacerdotes, no estamos iluminados, sino que cada persona con la cual interactuamos
va a venir con unas necesidades, con unos afectos, con un tipo de toma
de decisiones que a lo mejor no nos gusta, y que puede ir totalmente en
contra de nuestra moral personal; pero que tenemos que respetar, pues
las decisiones en salud no nos competen a nosotros, le competen al otro,
a la otra, a la persona, al ciudadano, a la ciudadana.
|