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Historias
mínimas
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Cotidiano Mujer Nº39
Año
2003
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Elena
Fonseca
Antes y después hubo otros caminos, pero en América
latina, la generación que tenía 20 años en los 70 tuvo un
recorrido hacia el feminismo con características muy similares.
De los cientos de mujeres que “se hicieron
feministas” y que hoy integran organizaciones de mujeres, seleccionamos
al azar del encuentro en el III Foro Social a estas cuatro.
Sus testimonios, los desafíos que enfrentaron,
confirman que la historia no se hace por casualidad, que un paso trae
el otro, y que el hilo de las conciencias pasa irremediablemente
por un implacable análisis interior.
La pregunta fue ¿cómo te hiciste feminista? Las
respuestas nos muestran que se hace feminista a los golpes y a los
tumbos, dejando mucho lastre desechable para reconstruirnos
un esqueleto.
Ana Falú
Argentina
Soy
una Tucumana del norte de Argentina, aunque cuando volví después
de 11 años de exilio, nos instalamos en Córdoba. Hay muchas razones para
ello que van de lo personal a lo político y viceversa.
Mi
historia es una historia política que viene desde la infancia. Vengo
de una familia de políticos, de un padre muy comprometido políticamente,
de una madre con compromisos políticos que en aquella época no era
tan común en Tucumán y de una familia que pertenecía a
distintos partidos. Mi casa, que era la casa de mis abuelos
y de mis tíos, era siempre un foro de debates políticos. Me
acuerdo desde chiquita haber acompañado a mi padre en las campañas
electorales, fue candidato a la gobernación de Tucumán, fue preso político,
vivimos siempre la experiencia política como parte de nuestra vida
cotidiana.
Fui
una militante de izquierda en los años 70, me tuve que exiliar y
creo que encontré el feminismo en mis propios cuestionamientos a la forma
de hacer política, en los cuestionamientos a las prácticas políticas
de la izquierda de los 70 y sobre todo cuando tuve hijos. Al tener
hijos, yo, que era una dirigente en mi Facultad en la Universidad
de Tucumán, me vi subsumida en la vida doméstica. Disfruté mis hijos,
pero sentía una asimetría muy grande entre la vida doméstica a la que
me veía obligada y la libertad de hacer de la vida de mi compañero.
Todo eso me hizo reflexionar muy profundamente y compartir
esas reflexiones con otras mujeres.
Y
también el exilio y el revisar nuestras conductas políticas
de los 60, 70 y las oportunidades que me dio vivir en otros países, sobre
todo en Brasil y en Holanda. Creo que en el feminismo encontré la continuidad
del hacer política. En Brasil -donde viví el inicio de la construcción
del PT- encontré el movimiento feminista brasilero que me
hizo cambiar mi cabeza y me dio una posibilidad maravillosa de encontrar
un campo de acción política que expresaba muchas de las cosas que yo sentía
pero para las que no había todavía encontrado los contenidos
para explicarlas. Y pude unir estos campos de lo personal y de lo
político y descubrir uno fabuloso para pensar en transformaciones.
Como
feminista ¿como encarás tu trabajo en UNIFEM?
No
es fácil esta responsabilidad, yo la vivo como un desafío que tiene mucho
de peso, pero también mucho de lúdico. Entiendo mi llegada a este
cargo de UNIFEM (cinco países de la región andina) como
fruto de lo que el movimiento de mujeres y las feministas venimos
construyendo en la región. Siento que debo este lugar, no sólo a
mi propia militancia y a mi propio desarrollo, sino también al de mis
compañeras, a ti, a las redes, a la articulación de mujeres, y estoy tratando
de hacer honor a esa responsabilidad y como una es muy autoexigente
y muy autocrítica siento como que podría hacer más. Y no es
fácil, porque por supuesto hay estructuras dentro de Naciones
Unidas que si bien posibilitan muchas cosas, también limitan; pero
estamos dando una batalla en toda la región, no solo yo, sino también
todas las de UNIFEM. Creo que estamos entrando en un momento
de renovaciones y tratando de fortalecer alianzas para poder
trabajar y enfrentar este desafío.
Y
digo que es lúdico también porque como dije me debo al movimiento de mujeres
y a las feministas, y esta posición me posibilita ampliar horizontes,
conocer más de otros temas, más allá de aquellos con los que me comprometí
y a la vez me ha permitido espacios de reencuentro con
mis colegas, mis amigas del feminismo en distintos países. He encontrado
una enorme receptibilidad, y alegría de que una mujer que
pertenece al movimiento esté ocupando este lugar, lo
cual recupera ese espacio de compartir los sueños, las líneas
de acción, estrategias, debates y refuerza a la vez el sentimiento de
responsabilidad.
Siento
que es una tarea gratificante que puede ser potenciada con el apoyo de
las mujeres de la región. Quiero tener escucha y a la vez espero que me
acerquen sus ideas y críticas.
L
i l i á n C e l i b e r t i
Uruguay
Desde
los 16 años tuve militancia, primero en Magisterio, luego en las Misiones
Pedagógicas. Era un momento de cambio, pleno movimiento del 68. Caí presa
la primera vez en el 72 y a los dos años salí para Italia, adonde me encontré
con un movimiento feminista impresionante y muy nuevo para mí.
Y
en la medida en que una pregunta se formula, se despierta el bichito
de la curiosidad...y una empieza a pensar, y se pone más dispuesta a percibir
lo nuevo y diferente. El mismo día que llegué a Milán, conocí - a través
de un movimiento de solidaridad- a Graciela, una asistente social perteneciente
a una organización de izquierda pero que era además, feminista.
Fue la primer persona que conocí y nos hicimos muy amigas.
En realidad puedo decir que conocí el feminismo a través de ella,
me invitó a reuniones y hablamos mucho, fue algo nuevo que me interesaba,
era como una curiosidad.
¿Qué
te atrajo de ese algo nuevo?
Me
atrajo el tema, pero básicamente lo que más me motivó fue
el cuestionamiento a las formas de ejercicio del poder en las estructuras
tradicionales, eso fue la mayor conexión con algo de mi propia
experiencia, aunque en ese momento, lo viví más como una curiosidad que
como algo que yo realmente integrara. Entre lo traumático del cambio
de país, de situación, de todo, y las necesidades de mi propia vida,
de madre con mi hijo, (después quedé embarazada y tuve mi
segundo hijo), todo aquello quedó latente, pero todavía no
había hecho el “clic”.
Empecé
por incorporar los cuestionamientos del feminismo, como un tema
de justicia social, un plano en el que siempre me sentí bastante abierta.
Recuerdo que en Magisterio, cuando era estudiante y no tenía ninguna
reflexión sobre esto, era intuitivamente muy receptiva a todo
lo que tuviera que ver con el derecho de las personas. Una de las cosas
que más me indignaba de mis compañeros varones, por ejemplo,
era el tratamiento discriminatorio que hacían a los compañeros homosexuales.
Aun con aquellos con quienes militábamos había siempre bromas y comentarios,
incluso de quien era mi marido; era parte de la cultura, general, pero
yo, que era muy amiga y tenía mucha proximidad con varios
homosexuales, sentía que con ellos, por primera vez hablaba
de algo que no estaba en mi universo. Siento que en realidad, yo, como
sujeta, me hice realmente feminista, y sentí que había algo más
profundo, que iba más allá de la justicia de los reclamos, la
segunda vez que estuve presa y tuve que procesar muchas cosas que
tenían que ver con la culpa, con la relación con mis hijos, con
mi familia, con mi madre. Y ahí empezaron a volver muchas
cosas que había oído y leído en el exilio en Italia, pero que volvían
desde un lugar ahora muy mío, personal, de revisión
de mí misma, de mi ser mujer. Y decidí que cuando saliera de la
cárcel iba a trabajar en eso, iba a hacer un Centro, fue una
decisión: “quiero hacer esto”.
¿Fue
la soledad, el tiempo de reflexión, la convivencia con otras mujeres
lo que te llevó a tomar esa decisión?
Fue
en un tiempo en que estuve sola, como un año y medio, completamente sola
y tal vez fue la necesidad de recomponer mis pedazos, de mirarme
a mí misma, de mirarme desde otro punto de vista, de ubicarme en
las relaciones, como ¿qué significa ser madre, tener dos hijos y estar
adentro de una cárcel? tratar de vencer el tema de la culpa,
que nos persigue históricamente, sobre todo cuando tenemos hijos chicos
... creo que fue eso, pero fue más bien un proceso de
autorreflexión motivado por mi necesidad de existir, de recom-ponerme,
de decir yo soy esto, quiero esto, y eso en un contexto como la cárcel,
de mucha agresión. Me parece que ahí volvieron
cosas... pensé mucho en la relación con mi madre, por ejemplo, en ese
vínculo tan marcante de la historia de cada una, pero a la vez tan conflictivo;
me parece que hice como las paces con mi madre.
Lo
que sí tengo claro es que yo ya había visto una cantidad de
cosas de discriminación, algunas cuestiones muy elementales, aunque
talvez no las había formulado. Por ejemplo, cuando llegamos al Penal de
Punta de Rieles en 1973, recibimos una carta que nos dirigían
los presos políticos que ya estaban en el Penal
de Libertad, en la que nos daban orientaciones de lo que teníamos
que hacer; sentí que nos trataban de manera desigual, y sentí
como que los presos hombres y nuestros carceleros nos estaban tratando
de la misma manera, como niñas y eso me molestó mucho.
Pensaba que si las fuerzas represivas nos habían considerado
capaces de ir a la cárcel, yo no quería ser considerada como menos de
eso; esas relaciones de poder las sentía intuitivamente.
Y
también creo que un tema que me unió al feminismo fue
el de la autonomía, construirla como sujeta pensante por encima
de mandatos, de prescripciones, de culturas.
L
i n e B a r e i r o
Paraguay
Bueno, empezaremos a volar hacia atrás como me pedís. Fueron tres
cosas que me hicieron llegar al feminismo. Una que yo ya era hija de una
de nosotras, porque mi mamá ya era feminista y mi padre fue
un liberal de izquierda que murió muy joven. Así que en mi casa había
un ambiente en donde todo lo que fuera justo e igualitario era un valor.
Lo
segundo fue que yo tenía mucha actividad política y social y con
la influencia de algunas mujeres que se habían ido a estudiar a Francia
empezamos a trabajar por los derechos de las mujeres a principios
de los 70. Aunque en particular, luchábamos contra la
dictadura de Stroessner. Todo esto pasaba en Paraguay, en
plena dictadura, donde también hacíamos teatro popular
y un montón de cosas más.
Pero
me tuve que ir. Cuando llegué a Europa, a Alemania, más concretamente,
era 1975, el Año Internacional de la Mujer y a nosotras nos importaba
mucho ese tema. Sin embargo pasó una cosa curiosa, unos compañeros
latinoamericanos dieron una charla sobre ese año, sobre lo que hoy sería
género, pero en realidad era sobre mujeres. Hablaban de una manera muy
mecánica, muy marxista, y les contestamos con nuestro punto de vista;
sobre todo una compañera peruana, que dijo que lo que tendríamos
que hacer era hablar de las relaciones del grupo, de las relaciones entre
hombres y mujeres, de las posibilidades de las mujeres, etc. Y esa
propuesta produjo una agresividad a la que no estaba acostumbrada,
me asombró mucho lo que pasó, el efecto que tuvo nuestra intervención.
Ahí
fue que resolvimos armar una organización de mujeres que fue
boicoteada hasta por mi muy querido amigo peruano, que consiguió a otros
chicos y juntos empezaron a hacer un ruido enorme con unas latas con piedritas
adentro, como maracas, mientras nosotras estábamos reunidas. Ahí nos dimos
cuenta de lo importante que era esa reunioncita nuestra que provocaba
tanta reacción … Después aprendí que nadie que se siente libertador
quiere ser encarado en sus propios autoritarismos.
La
otra cosa que pasó y que me hizo pensar en las relaciones entre hombres
y mujeres fue la siguiente: yo había militado en los
grupos políticos y allí uno habla de temas, o de acciones,
pero no habla de sí mismo, sin embargo en el grupo de mujeres, empezamos
a contarnos las historias de vida, la trayectoria de cada una y me di
cuenta en ese momento, que yo había sido una mujer muy funcional al patriarcado.
Por ejemplo, a pesar de que no tenía los cánones de mujer
sumisa, no me molestaba, que cuando llegaban las chicas
a un grupo político estudiantil, quedaran para siempre repartiendo
panfletos, o juntando firmas. Yo sí, estaba entre quienes redactaban
las proclamas, pero era la única mujer, y pensaba ¿cómo va a haber discriminación
acá, si yo estoy en la redacción?
Y aprendí que no era así como
yo creía, que no estaba sola en el mundo, que las posibilidades
para el conjunto de las mujeres eran mínimas y que las cosas para ellas
eran más difíciles.
¿No
habías sentido en tu propia carne la discriminación, pero te diste
cuenta que alrededor tuyo, sí la había...?
No
mi querida, hice toda una relectura y aprendí que sí, que yo también había
sufrido formas de discri-minación. Una era que mis compañeros se
metían mucho con los muchachitos con los que yo andaba, o sea si no era
uno de ellos había una censura total, en cambio ellos tenían todas las
novias que quisieran, novias que podían ser absolutamente despolitizadas,
en cambio conmigo había un control diferente, una sanción distinta. Y
si bien en casa me apoyaban para trabajar en alfabetización
en las zonas agrarias, por ejemplo, había cosas para las cuales
tenía limitaciones.
Y
así empecé a revisar esta discriminación menos evidente que yo recibía,
pero donde había ciertos mandatos que tenia que cumplir.
Quizás lo que no tenía que cumplir era casarme, por ejemplo,
ese mandato no existía, más aun, mi mamá pensaba que me podía
casar si quería o no. Por otro lado insistía en que lo primero
era la formación, ella lo sabía por sí misma, porque mi abuela había
hecho lo mismo con ella y porque cuando murió mi papá a los
43 años, muy joven, ella se mantuvo y nos mantuvo a todos porque había
estudiado en la Facultad de Derecho, era profesora normal,
tenía una profesión. Eso lo sabíamos en casa muy bien, pero había
otras cosas como las vinculadas con la sexualidad, que habían sido
muy poco abordadas por los feminismos anteriores, y allí mi educación
era mucho más tradicional.
Fuiste
pasando etapas, cuando empezaste a encontrarte con las otras mujeres en
Europa, ¿qué pasó?
Eso
fue genial, porque teníamos un grupo de cuatro o cinco mujeres que hasta
hoy seguimos en comunicación, una peruana, dos chilenas, una argentina-
austriaca, otra paraguaya y yo. En ese momento estaba en pleno
auge el movimiento feminista alemán y yo me manejaba en los ambientes
espontaneístas de izquierda alemana y aprendí mucho. Hay que pensar
que era la década de los 70, yo vivía en una comunidad
donde discutíamos de todo y donde el tema del feminismo
era importante.
En
esa época yo estudiaba mucho marxismo, y mucha ciencia política, y también
vagaba y me iba al cine con mis amigos y me encontraba con nuestro
grupo de mujeres. Y estaba la relación con las feministas alemanas
de Heidelberg, donde yo vivía, que fue muy importante, aunque nunca
llegué a comprender la parte anti hombre; era un feminismo
muy radical y no puedo decir que me haya integrado a él. En
Latinoamérica no existió esa actitud, teníamos muchas relaciones.
Yo
creo que soy una persona bastante radical de pensamiento aunque muy moderada
en el lenguaje, puedo dialogar, desarrollar los argumentos y fundamentar
las cosas, eso que Sonia Montaño dice que es la característica del movimiento
feminista latinoamericano, somos radicales en las propuestas
y moderadas en los métodos. Creo que fue lo que nos dio una capacidad
transformadora en situaciones muy adversas, porque lamentablemente
para nosotras fue adversa la dictadura de una manera fundamental, pero
también fue adversa la democracia.
C
e c i l i a O l e a
Perú
Marca
mucho lo que una siempre lleva, lo que uno vivió dentro de su casa.
Yo vengo de una familia de mujeres, mi mamá -que era hija única-
y yo y cuatro hermanas; creo que eso marcó mucho la forma
en la que se nos educó, cada cual responsable de una tarea,
siempre hubo mucho incentivo por parte de mi padre y de mi madre para
el desarrollo intelectual, para indagar.
Luego,
cuando salí del colegio, empecé a participar en grupos políticos
de izquierda, era la época del gobierno militar de Velazco Alvarado
y fue a finales del 77 que comenzamos a reunirnos con mujeres.
Yo
participaba en una organización trotzquista, y la ventaja de estar en
una organización que tenía relaciones internacionales era poder saber
qué pasaba en otros lados del mundo y enterarnos que el movimiento
de mujeres tenía una gran importancia. Así que fue una coincidencia entre
nuevas ideas y releer la práctica que uno tiene.
¿En
qué momento diste ese otro paso hacia el feminismo?
Fue
cuando comencé a participar en grupos de mujeres y organizamos una
comisión de la mujer que fue muy fuerte en su momento y comenzamos
a contarnos nuestras vidas. Recuerdo mucho el libro “Cartas a una Monja
Portuguesa” escrito por tres amigas que se reunían todos los jueves
y llevaban lo que habían escrito en la semana, luego publicaron
ese libro, que es un homenaje a una monja que tuvo que mudar su
vida privada… También el “Segundo Sexo” de Simone de Beauvoir.
Fueron lecturas que empezaban a hablar de lo que nos pasaba,
y descubrimos que aquello que veíamos como que así-es-la-
vida, no era así, que sí era así, pero que podíamos transformarla. Fue
ese bichito que entra y que luego es muy difícil que salga, el de
cuestionar tu vida, de querer tener una coherencia entre lo que haces
en tu mundo político y tu mundo privado y descubrir todo ese potencial
que todos los seres humanos tenemos y que el propio sistema, tanto
a nivel político como en el de las relaciones personales,
niega.
¿Cómo
llegaste al Flora Tristán?
Comencé
a trabajar al interior del Flora en el 81, primero haciendo un trabajo
muy lindo que fue reconstruir la historia del feminismo en el Perú, a
finales del siglo XIX y comienzos del XX. Luego en lo que más he
trabajado ha sido en el fortalecimiento de los liderazgos de mujeres pobladoras,
trabajé muchos años con sindicatos y fue una experiencia muy gratificante,
era maravilloso descubrir el cambio, tanto en hombres como en mujeres,
porque trabajábamos en sindicatos mixtos, ver ese crecimiento, fue
algo verdaderamente muy bueno. He trabajado en campañas por lograr
una visibilización de la acción política de las mujeres, tanto a
nivel nacional como en el proceso de la Cuarta Conferencia de la
Mujer en Beijing.
¿Crees
que otro mundo es posible con la participación de las mujeres?
Creo
que sí, que es posible, no estoy muy segura si lo vamos a ver tal
como nos lo imaginamos, pero sí creo que así como hay que cambiar los
sistemas institucionales y el tipo de cultura política, también
tenemos que cambiar nuestras propias relaciones. Creo que
muchas veces el foco está hacia fuera, pero no hacemos la revisión de
nuestra propia vida.
Estoy
plenamente convencida que ese cambio implica una pérdida de privilegios,
pero también el ganar un mundo mucho más alegre, con mejores relaciones.
No solamente se trata de la participación de las mujeres,
eso es presencia, pero también es de prácticas sexuales que no están
aceptadas porque no son mayoritarias, de grupos étnicos que no son aceptados
porque hay un patrón y lo mismo sucede con el color de la piel o
el tipo de gustos que puedas tener y ahí sí creo que hay un compromiso
que es individual, que así como exigimos a las instituciones que cambien,
hay un compromiso individual que es hacerse una mismo cargo de nuestras
propias utopías, y reconocer que el mundo es diverso y que eso más
bien potencializa en vez de restar. Sino sería bastante monótono, uniforme
y quizás muy aburrido ¿verdad?
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