Lilian
Celiberti
Las luchas emancipatorias
no tienen una coherencia propositiva que las trasforme en un sistema
de propuestas verosímil para las sociedades. En tal sentido como propone
Boaventura de Sousa Santos, los grupos sociales interesados en la emancipación
no pueden hoy, comenzar por defender la coherencia y eficacia de las
alternativas emancipatorias sin correr el riesgo de profundizar su incoherencia
y credibilidad. Es necesario recorrer un camino de debate, de confluencia
de experiencias y de reconocimiento de las nuevas formas de sociabilidad,
de nuevas subjetividades, de nuevas culturas políticas para poder “reinventar
un mapa emancipatorio que no se convierta gradualmente en un nuevo mapa
regulatorio” y reinventar una
subjetividad individual y colectiva capaz de usar y querer usar ese
mapa”; sería “el camino para delinear un trayecto progresista a través
de una doble transición, epistemológica por un lado y societal por otro”
(de Sousa Santos, 2001, p. 330).
Las
propuestas emancipatorias impulsadas por los diferentes actores sociales
se desarrollan al interior de relaciones de poder y sus articulaciones
no se dan automáticamente. Es posible anunciarlas como un horizonte
político democrático pero construirla en la práctica, supone movilizar
conceptualmente las jerarquías de interpretación de los problemas a
resolver para que, economía, política, poder mundial, no se contrapongan
a: subjetividad, diversidad, discriminación, derechos. Al abordar los
diferentes problemas parece difícil articular estas perspectivas sin
establecer una jerarquía temática y éste es uno de los terrenos del
debate político e intelectual del momento actual.
Desde
el feminismo, se han venido acumulando importantes esfuerzos intelectuales
dirigidos al estudio de los mecanismos de funcionamiento de las economías
nacionales y mundial, ya que como dicen las economistas chilenas Rosalba
Todaro y Regina Rodríguez "No se trata sólo de incorporar a
las mujeres como un 'tema' más a investigar, sino de enriquecer los
marcos teóricos y conceptuales para lograr un conocimiento más amplio
y adecuado sobre el funcionamiento de la economía” (Todaro, Rodríguez
2001)2 . Estas iniciativas
teóricas, no hacen más que acompañar un proceso creciente de participación
social y política de las mujeres que rompe con la lógica patriarcal
del poder e incorpora en la agenda social las subjetividades silenciadas
de la experiencia femenina.
En
la misma medida de que, como expresa Beck; “las pautas colectivas
de vida, progreso y controlabilidad, pleno empleo y explotación de la
naturaleza, típicas de la primera modernidad han quedado socavadas por
cinco procesos interrelacionados: la globalización, la individualización,
la revolución de los géneros, el subempleo y los riesgos globales (como
la crisis ecológica y el colapso de los mercados financieros globales).
El auténtico reto teórico y político, es el hecho de que la sociedad
debe responder simultáneamente a todos estos desafíos”. ( Beck 2002,
p 2).
Un espacio para pensar
Responder
simultáneamente a estos retos constituye de alguna forma el camino abierto
por la experiencia de convergencia de movimientos sociales en el Foro
Social Mundial. Construir la tolerancia y el respeto de los diferentes
intereses presentes en el FSM es una de las principales estrategias
para avanzar en la formulación de alternativas y es, tal vez, lo verdaderamente
nuevo que propone un espacio como el FSM. Ninguna centralización organizativa
y ninguna agenda de movilizaciones podrán acortar los caminos que se
deben transitar para poner en diálogo las diversas prioridades de los
movimientos. Las fortalezas y debilidades que se expresan en esta iniciativa
y las diferencias explícitas e implícitas que expresan las diferentes
corrientes de pensamiento son parte del debate de fondo que el Foro
como espacio de confluencia propone.
Desde
mi punto de vista, el problema central de la articulación de los movimientos
sociales no es organizativo, sino político y conceptual, y el desafío,
como plantea Boaventura de Souza Santos “está en la capacidad de
formular problemas nuevos para los cuales no existe solución, o no existe
aún solución”. (2001,36)3
Uno
de los desafíos que tensiona los espacios de articulación es en primer
lugar, el reconocimiento de cada uno/a como actor legítimo de esta búsqueda.
Sería ilusorio pensar que este reconocimiento es un acto inmediato y
“natural” de nuestras “aspiraciones humanistas”. El reconocimiento del
otro/otra como actor/a de la construcción de un espacio democrático
no está fuera de relaciones jerárquicas de poder construidas socialmente,
ni de la tensión inherente a la definición del “nosotros – otros”.
La
política, dice Chantal Mouffe “tiene que ver con la acción pública
y la formación de identidades colectivas. Su objetivo es la creación
de un 'nosotros' en un contexto de diversidad y conflicto. Pero para
construir un nosotros hay que poder distinguirlo de un 'ellos'. Por
esto la cuestión crucial de una política democrática no es cómo llegar
a un consenso sin exclusiones o cómo crear un 'nosotros' que no tuviera
un ´ellos' como correlato, sino cómo establecer esta discriminación
nosotros/ellos de una manera que sea compatible con la democracia pluralista.” (Chantal Mouffe4 ).
En
este sentido “salvaguardar el
derecho a la palabra” y el de “la libertad de los individuos y de los
grupos para establecer el sentido de lo que son y de lo que quieren
ser” (Melucci, 2001.57) es el aporte sustancial de este esfuerzo por
constituir un escenario de actores/as que disputan el significado, las
prioridades y los fines de la vida en común.
En
segundo lugar, un espacio de confluencia que habilite la tolerancia
y el desarrollo de nuevas culturas políticas depende también de la oportunidad
para colocar en debate los esquemas de interpretación y significados que
los diferentes actores/as otorgan a sus utopías y propuestas.
Crear
una cultura del debate es una tarea de largo alcance, que comienza por
el reconocimiento de los/las otros/otras como legítimos interlocutores
de propuestas capaces de cuestionar o interpelar posiciones de otros.
Parecería que aún nos interesa más “mostrar” o visibilizar las iniciativas
o propuestas de cada una de las redes o grupos que abrir efectivamente
el debate acerca de ellas. El camino del reconocimiento de los y las
actoras no deja de ser un espacio de lucha abierto a desafíos y tensiones, cuya construcción no depende solo
de las buenas intenciones declaradas.
La
perspectiva de construcción de nuevas identidades políticas democráticas
supone el reconocimiento de una “cadena de equivalencias de demandas
democráticas” al decir de Mouffe. (1993, 102).
En
tal sentido hemos avanzado poco en la perspectiva de pensar los problemas
globales de la humanidad desde una nueva visión emancipatoria que integre
y articule lo público y lo privado, las subjetividades y poderes, clase,
raza, género, opción sexual para formular nuevas identidades políticas
democratizadoras.
Intervenir
en este debate, es un desafío político para las diferentes corrientes
feministas, desde el punto de vista teórico, pero también desde la práctica
política cotidiana.
Para
Virginia Vargas “Los cambios en las subjetividades han impactado
también a los feminismos y sus agendas de transformación, re incorporando
a ellos las “agendas olvidadas” o debilitadas en la larga marcha hacia
le fortalecimiento institucional. Agendas que buscan integrar la justicia
de género con la justicia económica, recuperando al mismo tiempo la
subversión cultural y la subjetividad como estrategia de transformación
de más largo aliento. A esta lucha por la justicia, los feminismos comienzan
a incorporar la diversidad no solo en la vida de las mujeres sino en
su estrecha relación con las características multiculturales
y pluriétnicas de la región que se expresan también en lo global. Estas luchas expresan dos tipos de injusticia: la injusticia socioeconómica, arraigada
en las estructuras políticas y económicas de la sociedad y la injusticia
cultural, o simbólica, arraigada en los patrones sociales de representación,
interpretación y comunicación. Ambas injusticias cruzan a las mujeres
y a muchas otras dimensiones raciales, étnicas, sexuales, geográficas.
Expresadas en la desigual distribución de recursos y en la ausencia
de valoración, se concretan en las luchas por
redistribución y por reconocimiento. (Vargas 20025 ).
Un
espacio de encuentro y acción de los movimientos sociales para pensar
los problemas y desafíos de la organización actual del mundo, se asume
un protagonismo político que amplía el escenario de quienes están convocados/as
para tomar la palabra en este debate y proponer cuáles son los asuntos
que motivan la búsqueda de felicidad.
¿Qué
nuevos puentes entre la sociedad y sus organizaciones, las demandas
y problemas, la diversidad y el reconocimiento, plantea este espacio
a los sectores políticos progresistas?
¿Cómo
abrir y procesar debates entre los movimientos y los partidos sin cooptaciones
o exclusiones?
¿Se
podrá acortar la brecha entre las ciudadanías diversas y plurales y
los espacios de representación política?
¿Qué
procesos de democratización de los partidos son necesarios?
Tanto
para las diferentes corrientes feministas, como para el conjunto de
los movimientos sociales estos desafíos adquieren a su vez una dimensión
específica, tanto en lo organizativo como político. Sin duda los movimientos
sociales tienen corrientes diversas tanto en espacios organizativos,
como en intereses temáticos y políticos. Parece necesario un
mayor grado de articulación entre las diferentes corrientes para no
quedar atrapados/as al decir de Marta Lamas “en rivalidades absurdas”
resultantes de la lógica identitaria” que confronta a activistas
que podrían tener entre sí múltiples coincidencias políticas solo porque
pertenecen a redes o instancias organizativas distintas y producen
dislocaciones discursivas, falsas oposiciones y confrontaciones personalizadas.6
Las
alianzas entre las diferentes corrientes y agendas feministas podrían
articularse en torno a cómo transformar el debate global sobre las alternativas
en un debate de “equivalencias de demandas” y las múltiples estrategias
a desplegar para enfrentar tres desafíos básicos.
¿Cómo
eludir la encrucijada, en que las “urgencias de las crisis” (particularmente
la financiera),
parecen
colocar nuevamente en un lugar secundario las consideraciones de género
y su estrecha relación con la economía?
¿
Cómo hacer de la cultura de derechos un campo de praxis política?
¿
Cómo introducir en los debates actuales la dimensión corporal y sexual
de la diferencia?
Las
agendas y los movimientos, redes y articulaciones feministas convocan
al desarrollo de nuevos paradigmas, combinando lo local, lo nacional
y lo global, la interconexión de múltiples agendas y la oportunidad
de colocar en debate una dimensión más profunda de la justicia que integre
la justicia económica, social, cultural y simbólica. Pero que también
coloque en debate las formas de hacer política de los propios movimientos
sociales. La democracia en una sociedad compleja, al decir de Melucci
se mide por la capacidad de hacer aflorar dilemas y conflictos de donde
emergen nuevos derechos.
Es
en este campo de la disputa simbólica, de la libertad y los derechos
donde las diversas corrientes feministas tienen aún un enorme espacio
de actuación, de disputa y de “aparición” entre los movimientos sociales
que se convocan al Foro Social Mundial para buscar los caminos de construcción
de “otro mundo posible”.
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1
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2
Rosalba Todaro, Regina Rodríguez. Ampliar los límites de la economía. Ediciones
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3
Boaventura de Sousa Santos. Para um novo senso
comum: a ciencia, o direito e a política na transicao paradigmática.
3.ed- Sao Paulo, Cortez 2001
4 Chantal Mouffe. Feminismo, ciudadanía y política democrática
radical. Reproducido en español por Debate Feminista. México 2001.5
Virginia Vargas: Los nuevos derroteros de los feminismos latinoamericanos
en lo global: las disputas feministas por una globalización alternativa.
Documento de trabajo 20026 Marta Lamas. La redicalización democrática feminista.
En El reverso de la diferencia. Identitadad y política.Editor: Benjamín
Arditi, Nueva Sociedad 2000, Venezuela