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Las
escritoras del Silencio
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Cotidiano Mujer Nº35
Año
2001
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Elena
Fonseca
La Guerra
Civil Española duró desde 1936 a 1939, dividió España, dejando odio, confusión
y cárcel para los vencidos, odio y prebendas para los vencedores, pobreza
para muchos y un millón de muertos de los dos lados.
Quienes vivieron
la posguerra de esa guerra, en la que Franco implantó su ley, no tenían
donde mirar, porque hacia atrás era el horror, y hacia delante, la nada.
Manuel Azaña,
el último presidente de la República Española dijo desde el exilio un
año antes de morir: "Es obligación moral, que cuando se acabe
la guerra... y la antorcha pase a otras manos, que se acuerden
si alguna vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia
de pensar en los muertos". Quienes debían atender este
mensaje sólo lo hicieron para atizar la venganza, el miedo y las traiciones.
Crecer en ese clima, en familias con los dos bandos sentados a la mesa,
era vivir en un estado de violencia que nada tenía que ver con la paz.
En ese clima
surgió una generación de escritoras, que sin decirlo, denunció, junto
a la decadencia generalizada, la particular represión del régimen franquista
sobre las mujeres. Venían de diferentes regiones de España, unas más jóvenes
que otras, pero las unía el peso de la doble censura, la eclesiástica
y la política, el aislamiento cultural, la mayoría de los "maestros"
se había ido al exilio y la necesidad de dejar su testimonio en la memoria
del país. Contaron la realidad, de las mil maneras que elige la escritura
para decir entre líneas, lo que la censura no les permitía.
Eligieron
un enfoque existencial, sin discursos, donde ocultaban, bajo la simplicidad
de lo cotidiano, un malestar muy grande, la frustración, la soledad, la
angustia, el desarraigo, la pobreza, el hambre, y también la pobreza moral,
la corrupción, la mentira, la traición. Pertenecían al "realismo
tremendista" y también al "cainismo", por las delaciones
que ellas denunciaron y se las llamó la "generación del silencio".
Fueron muchas
pero elegiremos a tres: Carmen Laforet y su novela "Nada"(1944),
premio Nadal; Carmen Martín-Gaite y "Entre Visillos"(1958),
Premio Nadal también y Ana María Matute y "Primera Memoria"
(1960), también Premio Nadal.
Carmen
Laforet (Barcelona, 1921)
Estudiante
de Filosofía y Letras, escribió "Nada" a los 23 años,
asombrando con su estilo desnudo, el ahorro de elementos narrativos, y
el tono terriblemente triste con que cuenta la historia de Andrea, una
muchacha de provincias que llega a la casa de su abuela materna, en Barcelona,
para seguir sus estudios en el Instituto; sus padres han muerto y se presume
que eran "rojos", comunistas o republicanos, en una palabra,
vencidos. Laforet, que asombró también con el arrollador éxito de ventas
describe la casa de la calle de Aribau con los signos de la decadencia:
humedades, telarañas, olores rancios, luces siempre tristes, muebles vendidos
para comer, y a sus habitantes, violentos, mezquinos, sórdidos. Los tíos
de Andrea, hermanos de su madre, se amenazan mutuamente con un pasado
vergnzoso; la tía Angustias, reprimida y represora, decide entrar a un
convento al no poder asumir su sexualidad. Sólo se salva la abuela, personaje
querible, que impotente frente a esa familia que ya no conoce, defiende
a Andrea y a su cuñada Gloria, maltratada por su marido, y de manera evangélica
les guarda comida y cuida de la violencia.
Andrea es
una inconformista que rechaza a su familia burguesa, católica, moralmente
desmoronada; la misma noche de su llegada escandaliza a Angustias ¡¡cuando
decide ducharse de noche al llegar!! La llegada es tarde de noche: "Enfilamos
la calle de Aribau con sus plátanos llenos aquel octubre de espeso verdor
y su silencio vívido de la respiración de mil almas detrás de los balcones
apagados...Aquí es, dijo el cochero... y comencé a subir muy despacio
la escalera...Luego me pareció todo una pesadilla". La novela
se termina como con la contrapartida de la llegada, Andrea es invitada
por su amiga Ena y su familia a vivir en Madrid, donde todo puede ser
diferente: "Bajé la escalera despacio. Sentía una viva emoción.
Recordaba la terrible esperanza, el anhelo de vida con que las había subido
por primera vez... Me marchaba ahora sin haber conocido nada de lo que
confusamente esperaba, la vida en su plenitud, la alegría, el interés
profundo, el amor. De la casa de la calle de Aribau no me llevaba nada.
Al menos, así creía yo entonces... Los primeros rayos de sol chocaban
contra las ventanas del coche...Unos momentos después, la calle de Aribau
y Barcelona entera quedaban detrás de mí".
La Andrea
de Carmen Laforet es la imagen de una mujer que sabe lo que no quiere.
En su rechazo, está su fuerza. La casa de la calle de Aribau es una alegoría
de la decadencia de la sociedad española de la posguerra.
La novela
se inicia con una poesía de Juan Ramón Jiménez titulada Nada: "A
veces un gusto amargo,/Un olor malo, una rara/Luz, un tono desacorde,/Un
contacto que desgana,/Como realidades fijas/Nuestros sentidos alcanzan/Y
nos parecen que son/La verdad no sospechada..."
Carmen
Martín-Gaite (Salamanca, 1925-2000)
Estudió también
Filosofía y Letras. Cumplidos los 30, ganó el prestigiosísimo premio "Café
Guijón", con "El Balneario" y tres años más tarde, en 1957,
el "Nadal" con "Entre Visillos", novela de múltiples
personajes, chicas y chicos que viven un lento verano en una ciudad de
provincias. En este caso el inconformismo ante la actitud pasiva, ante
el hastío de una juventud desilusionada, cínica en algunos casos, prematuramente
corrupta en otros, aburrida en todos, lo encarna un personaje masculino,
Pablo Klein, profesor de alemán.
Las conversaciones
entre las jóvenes, las mediocres apuestas de vida, casarse lo antes posible
con un chico "bien", que casi siempre es capitán de aviación,
la obediencia a las órdenes paternas, el respeto al qué dirán, el interés
por las "puestas de largo", el miedo a mostrar los sentimientos
y el terror (y fascinación) a la sexualidad que aflora pero que se trata
de ocultar, son el tejido de "Entre Visillos", novela
que esconde un retrato en negativo de una juventud en desacuerdo total
entre lo que todavía algunas sueñan y lo que se atreven a vivir. "Eran
veinteañeros que estaban esperando el porvenir" pero el porvenir
simplemente no existía. La recurrencia a los trenes de llegada y de salida,
no es casual, hay que irse, aunque no se sepa adónde.
La autora
se coloca ajena al drama que describe, mira "desde la ventana","entre
visillos", a esas mujeres que ven pasar su juventud sin poder incidir
en sus destinos. El hecho de que sea un hombre y casi extranjero quien
refleja sus identidades grises es también otra denuncia porque su influencia
liberadora, al estilo "Bella Durmiente" muy a su pesar, pasa
por el inevitable enamoramiento.
La última
escena pasa en una estación de trenes, con Natalia, la única que tal vez
se salve a través de su Diario, despidiendo a Pablo: "Pero usted
vuelve, ¿no?...Vuelve usted después de las vacaciones, ¿verdad? A ver
si no vuelve, dijo casi gritando". En el camino habían quedado
Gertru, Mercedes, Julia, Elvira, Alicia, la más pobre, porque entre fiesta
y fiesta, algunos también pasaban hambre. Y Fonsi, "aquella chica
de quinto que tuvo un hijo el año pasado" y a quien ninguna volvió
a ver.
Carmen Martín
Gaite, escribe con un puntual lenguaje coloquial provinciano, y no se
limita a la critica del régimen franquista, sino también al lugar que
la incipiente sociedad capitalista española le daba a la mujer. Con humor
dedica la novela "Para mi hermana Anita, que rodó las escaleras
con su primer vestido de noche, y se reía, sentada en el rellano".
Ana
María Matute (1926, Barcelona)
Escribe "Primera
Memoria" a los 34 años, en 1960 y es más explícita que
las anteriores en su denuncia de la dictadura franquista. La novela pasa
en una isla, presumiblemente Mallorca, adonde llega Maite, huérfana, de
un padre "rojo" y una madre ¡Que Dios la tenga en su gloria!
Doña Práxedes, su abuela materna, fuerte terrateniente, devota de los
santos y de Franco, es descrita como un personaje odioso, con ojos como
dos peces tentaculares o como dos cangrejos patudos, con una mirada fría
como dos monedas, con pies que desbordan de sus zapatos, con una boca
oscura que engulle comprimidos y con un anillo de brillantes que despide
reflejos de cólera y era sucio y feo. Queda claro que "la gran bestia"
como la llama el ambiguo primo Borja, un año mayor que Maite, es el personaje
que encarna la fealdad moral de la clase alta española prendida a los
favores del régimen.
"Te
domaremos" le dijo la abuela cuando la expulsaron del Colegio
de Nuestra Señora de los Ángeles. "Comprendí que me quedaría allí
para siempre... nos aburríamos y nos exasperábamos con la paz hipócrita
de la isla." Maite y Borja, con 14 y 15 años, se escabullen de
la vigilancia de la abuela y con un joven preceptor que no consigue hacerse
obedecer, salen de los muros de la gran casa, y recorren la isla, descubriendo
el esplendor de la naturaleza, los almendros con el sol enredado en ellos,
las magnolias, las uvas y siempre el mar, verde y rubí según la hora.
Pero también el espanto, el asesinato impune de "un rojo", el
odio a una madre soltera, a quien se le rapa la melena pelirroja, los
juegos salvajes entre varones, y la plaza donde antiguamente se quemaba
a los judíos, como para recordar que en ese país, la intolerancia es antigua.
El sol es una referencia permanente como la única liberación posible,
como lo bueno, lo cálido y también una forma de rescatarlo del "Cara
al sol", el himno de la Falange.
El final
en el que Maite se calla aceptando la mentira de Borja y traicionando
a su amigo, hijo del muerto, es de una crudeza, también muy española española.
Quedará para el resto de su vida con la culpa de esa traición y entrará
"al sucio mundo de los mayores...y en él sólo habrá una voz que
me dice: cobarde, traidora, cobarde".
En el acápite
se lee: "A ti el Señor no te ha enviado, y, sin embargo, tomando
Su nombre has hecho que este pueblo confiase en la mentira".
Jeremías 28-15:
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