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Virginia Vargas
Feministas
confesas y militantes históricas, feministas de libre interpretación,
defensoras incansables de los derechos humanos, militantes
que luchan por la democracia al interior de sus partidos políticos,
luchadoras contra la violencia cotidiana de las mujeres, líderes
populares, concejalas, sindicalistas, mujeres de ONG amas
de casa rebeldes, eventualmente parlamentarias, es el espectro
amplio y sobre todo flexible que contiene Mujeres por la Democracia
(MUDE). No es un movimiento representativo de organizaciones
sino más bien, practicando la igualdad radical en la política,
todas participan a título individual, como ciudadanas democráticas.
¿Qué nos une? Muchas cosas, que se han ido perfilando y descubriendo
en el proceso de sus tres años de vida. La lucha por la democracia
y en contra del autoritarismo es su gran eje, amplio y complejo,
pues si bien se orienta a la confrontación del autoritarismo
- ahora dictatorial - del gobierno fujimorista, aspira a modificar
la cultura política autoritaria y patriarcal, racista y excluyente,
que permite la existencia del fujimorismo y permite también
las diversas formas de discriminación de las ciudadanías en
razón del género, la etnia, clase, orientación sexual, residencia
geográfica.
Lo
apasionante de MUDE es que, en su proceso de despliegue, comenzó
no solo a articular múltiples miradas y formas de lucha contra
las exclusiones de todo tipo, sino que buscó hacerlo en clave
propia, en rebeldía confesa e inclusiva de nuestra condición
de mujeres. Por ello, MUDE tiene para mi muchos sentidos,
políticos y personales, difíciles de separar en mi vida pero
también en situaciones como la que vivimos en este momento
en el país. Sin duda las lecturas sobre MUDE de parte de sus
integrantes sean también múltiples, y eso está bien. Asumiendo
el eje común de lucha contra la dictadura, solo si cada una
encuentra su propia ubicación, desde su particular sensibilidad,
MUDE seguirá alimentándose de estas múltiples miradas y pensará
el país y sus mujeres desde esa diversidad inclusiva de saberes.
En
lo político personal, desde MUDE, encuentro la posibilidad
de responder a las incongruencias y ambivalencias que trae
la lucha feminista por la igualdad en un país como el Perú.
Me explico: la lucha por la igualdad ha sido uno de los motores
de las luchas feministas y de mujeres en América Latina. Ha
sido una larga lucha en esta revolución cotidiana y política
que los feminismos latinoamericanos impulsaron hace casi 30
años, lo que condensa, si no toda mi vida, sí su tiempo más
intenso. A lo largo de estas décadas hubo indudablemente cambios
en la forma de acercarse a la igualdad. Desde una primera
aproximación a las carencias y necesidades de las mujeres,
se pasó rápida y fructíferamente, hacia la percepción de las
mujeres como portadoras de derechos, a ser exigidos y conquistados,
no solo para igualarse con los derechos de los hombres sino
para ser reconocidas como ciudadanas, cuya construcción permanente
se percibía como enriquecedora de la democracia A este giro
contribuyeron entusiastamente, en reflexión y acción, los
feminismos peruanos.
Este
giro implicaba también formas inéditas de relación con los
estados y gobiernos latinoamericanos. Las experiencias de
las conferencias mundiales, especialmente la de Beijing, abrieron
formas de negociación entre sociedad civil y estado inéditas
para los feminismos. Se lograron importantes alianzas entre
mujeres, de las sociedades civiles y de los gobiernos, que
influenciaron las recomendaciones producto de estas conferencias
y que, eventualmente, podrían obligar moralmente a los estados
a incorporar los derechos de las mujeres. Ello era factible
porque además la inconclusa modernidad en nuestros países
comenzó a encontrar en las mujeres un pivote importante para
avanzar. Estados y movimientos compartían un discurso de derechos.
A poco de andar, esta nueva estrategia comenzó a mostrar sus
límites. No solo porque los gobiernos adecuaban estos derechos
a sus propias necesidades, en condiciones mínimas de democracia
y en la creciente definición de la ciudadanía como acceso
al mercado, en contexto neoliberal. También porque la ciudadanía
de las mujeres, al mismo tiempo que se expandía, especialmente
en su dimensión política, traía una contrapartida, casi esquizofrénica
y paradigmática en Perú: mientras por un lado se avanzaba
en leyes, institucionalidad estatal hacia las mujeres, reconocimientos
ciudadanos, por el otro esta igualdad se estaba logrando a
costa también de quitar dignidad a las mujeres, de cambiar
el sentido de derechos por la dádiva y la caridad y mucho
más concretamente, el cambio de voto por alimentos o dinero.
Igualdad formal lograda a costa de minimizar sus umbrales
ciudadanos, sin espacios democráticos donde ejercitarla y
expandirla. No era entonces cierto que ciudadanía y democracia
eran procesos simultáneos.
La
preocupación por la democracia no es una preocupación que
comienza ahora para los feminismos. Ha sido parte sustancial
de su desarrollo. La mirada sin embargo partía de otro ángulo:
en la urgente lucha por el reconocimiento de las mujeres,
los feminismos asumieron tempranamente que "lo que
no es bueno para las mujeres, no es bueno para la democracia",
aseveración sustentada en muchas y dolorosas experiencias
de exclusión no solo desde las políticas estatales sino desde
las mismas sociedades civiles y sus diferentes actores, incluso
los que levantaban propuestas alternativas frente a las democracias
realmente existentes. Y porque sabíamos que teníamos mucho
que aportar a la democracia. Esta mirada demostró ser justa,
pero también insuficiente Un giro en la construcción de la
frase trajo un giro en la orientación, las políticas de alianzas
y la definición de una nueva, la centralidad de las luchas
feministas: "lo que no es bueno para la democracia,
no es bueno para las mujeres" fue la enunciación
que condensó ese giro y es el lema con el que MUDE recupera
esta alimentación intrínseca entre derechos y democracia.
Y si bien son dos caras de la misma medalla, hay momentos
en que el énfasis en una u otra dimensión puede modificar
profundamente el sentido de las luchas feministas: cuando,
como en Perú, lo que tiene la apariencia de bueno para las
mujeres no es bueno para la democracia. Y con ese giro, comenzó
una constante revisión de cómo la construcción y ampliación
de las ciudadanías de las mujeres no se asume en sí misma
sino en permanente relación con la calidad de los procesos
democráticos.
Esto
es MUDE para mí, una apuesta, una búsqueda y un conjuro permanente
contra las tentaciones de la igualdad, encapsulada en sí misma,
tentación que sigue rondando a los feminismos y que, sin querer
queriendo, puede servir de legitimidad modernizante a un gobierno
dictatorial.
MUDE
es también una búsqueda de cómo aportar a la construcción
de la democracia desde códigos diferentes: Antígonas de luto,
rompiendo el indigno silencio, como dice nuestra poeta Rocío
Silva Santistevan. No perder lo lúdico y simbólico en la política,
ni las ganas de hacerla en clave subversiva propia, mostrando
el escándalo de la diferencia, incluso en democracia, es el
aporte de MUDE a una propuesta política que se muestra muchas
veces renuente a asumir que la democracia es más compleja
y amplia. Les recordamos por si acaso que, como exigían las
feministas chilenas en su lucha contra Pinochet, aspiramos
a la democracia en el país, pero también en la casa, en la
cama, en lo íntimo... para comenzar.