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Cotidiano
Mujer Nº32
Año 2000 |
Naina
Pierri
La
crisis ambiental actual, primer crisis ambiental global
generada por el hombre, se caracteriza por su complejidad,
profundidad y posible irreversibilidad. La globalidad
refiere al alcance y dinámica ecosistémica-planetaria
de algunos problemas; la complejidad, al conjunto de dimensiones
interrelacionadas e imbricadas de lo socioambiental; la
profundidad, a sus causas socialmente estructurales; y
la posible irreversibilidad, a que hay aspectos cuya reversión,
parece, al menos por ahora, fuera del alcance humano,
debido a su extensión, sinergia, gravedad y/o escala
temporal de evolución.
La problematización
social y política de esta crisis comenzó a fines de los
‘60 en los países desarrollados y más adelante se extendió
al resto de los países, aunque con características diferenciadas
debido a la existencia de problemas y jerarquías diferentes.
La dimensión central de la discusión ha estado puesta
en lo económico, y de allí en la creación de instrumentos
que orienten el desarrollo para hacerlo compatible con la sustentabilidad
ecológica, privilegián-dose las soluciones técnicas
y los mecanismos de mercado. Pero, esta crisis, nacida de las mismas
entrañas de nuestra civilización occidental, se lee también
como crisis civilizatoria que cuestiona de forma extrema el mismo proyecto
de la Modernidad, y pone en cuestión los objetivos últimos,
los medios y la ética de nuestra histórica humanidad.
En este artículo, nos proponemos, pues, presentar someramente
la problematización y principales alternativas filosófico-éticas
y políticas que plantea. Malestar
contemporáneo y posmodernidades Se
parte de constatar un malestar multidimensional en nuestro mundo actual,
frente al cual existe la búsqueda de una construcción
cultural alternativa. Hablamos de malestares económicos, sociales,
éticos, políticos, psicológicos, ecológicos,
etc., interrelacionados. Y de cultura en el sentido amplio de la palabra,
en tanto civilización. Esos malestares suponen un creciente deterioro
de los lazos que ligan a las personas entre sí, y también
de los lazos que nos ligan con toda trascendencia, sea religiosa o social.
Eso supone una pérdida de valores que pasa a legitimar todos
los extremos del individualismo y todas las transgresiones. Y en el
centro, la paradoja fundamental de una civilización que ha logrado
acumular una enorme cantidad de conocimiento, y recursos materiales
y técnicos que permitirían resolver no sólo las
necesidades sociales básicas, sino tender a liberar a la humanidad
de las humillaciones de la desigualdad y la alienación impuestas,
pero que están al servicio del lucro y del consumo abusivo de
minorías privilegiadas. Luego, esta paradoja aparece cultural-mente
como una pérdida de significado, de objetivos, de utilidades
trascendentes. Existe,
pues, una búsqueda de una episteme nueva (conjunto cultural de
teorías y de prácticas, de saberes y de saber-haceres)
que permita enfrentar y vencer esos malestares y deshacer esa terrible
paradoja. La filosofía contemporánea se pregunta sobre
los objetivos de la razón humana, del saber y del saber hacer.
En ese sentido,
dicho malestar actual suele formularse como crisis de la Modernidad,
es decir, del proyecto civilizatorio iniciado en el Renacimiento y desarrollado
por la sociedad capitalista hasta el presente. Para ello, la filosofía
cuestiona ese proyecto y busca referentes en epistemes anteriores, como
la griega, alternativas éticas capaces de promover racionalidades
sociales responsables y sentido solidario (p.e. Jonas, Serres, Foucault,
Ricoeur, Habermas, etc.). Se
critica, pues, la Modernidad y se mira el pasado, no en el sentido reaccionario
o romántico de idealizarlo y querer retroceder, sino para elaborar
una utopía nueva y proponer una ética alternativa, que
apunte a superar ese estado de cosas y permita acceder al buen vivir
juntos. Estaríamos
viviendo, pues, el cuestio-namiento objetivo de la Modernidad planteado
por sus resultados paradójicos, y la crítica intelectual
o filosófica de sus premisas y de su proyecto. En ese sentido,
podría definirse esta época (quizás desde la II
Posguerra para acá) como "posmoderna" y, tanto las renuncias
al proyecto de la Modernidad, como la búsqueda de una episteme
nueva, como "posmodernos". O sea, una cosa es el binomio Modernidad-Posmodernidad
como identificación de épocas históricas; y la
otra es el movimiento filosófico planteado por el "desencanto"
o el "fracaso" del proyecto moderno y las búsquedas subsiguientes.
A nuestra
manera de ver, tanto la Modernidad como la Posmodernidad no tienen una
identidad absoluta, cosa que parece anunciar el hablar de ellas en singular.
Cada una tiene una identidad en conflicto, que informa de proyectos
alternativos (mutuamente referidos) concebidos en cada época,
enfrentados, y relativamente construidos. Es claro que la Modernidad
es principalmente el proyecto liberal burgués, que en su lucha
por sobreponerse al régimen feudal, levantó las banderas
de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Pero esas banderas, en
el vuelo propio de su promesa, y de su incumplimiento burgués,
se reformularon casi enseguida en la utopía socialista de vocación
igualitaria y solidaria y en todas las luchas sociales que pelearon
derechos elementales y soñaban con ese orden alternativo. Entonces,
no hay un proyecto absoluto de la Modernidad, sino, por un lado, una
promesa incumplida por el capital, y, por otro, una utopía pendiente.
Opciones
éticas y políticas Se
han elaborado diferentes interpretaciones teóricas de las causas
y dinámica de la crisis ambiental actual que conllevan diferentes
propuestas de caminos posibles de superación, y de medios para
instrumentarlos en función de objetivos que, priorizando diferentes
aspectos, diversifican también lo que se entiende por soluciones.
Por un lado, asistimos a la concepción dominante, ética,
teórica, política e instrumental que, desde una limitada
voluntad de "enver-decimiento" confirma, más que lo que lo cambia,
el orden socioambiental actual. Frente a esta realidad, se levantan
dos grandes alternativas que, priorizando uno u otro de los términos
del binomio naturaleza-sociedad, postulan éticas opuestas. Luego,
los caminos políticos que las viabilizarían, aparecen
también como sensiblemente diferentes, aunque esto cae en el
terreno mucho más amplio de cómo transformar las identidades
fundamentales de una sociedad. Se trata, por un lado, de la llamada
ecología radical o deep ecology, y, por otro, del ecosocialismo.
La ecología
radical es un movimiento cultural, de carácter ecocentrista,
cuyos ideólogos provienen de diferentes campos. La "biblia"
de ese movimiento es el libro de Aldo Leopold (1949), A sound county
almanac and sketches here and there, donde propone una ecosofía
y una ética de la Tierra por la cual todos los individuos deberían
sufrir una conversión mental y de comportamiento capaz de permitir
que los seres humanos se coloquen en armonía con la naturaleza.
Para ello,
plantea tres grandes orientaciones:
Pensar
en términos holistas, biosféricos, lo que supone dejar
de considerar la especie humana en el centro de un ambiente que la rodea,
y pensarla como una parte más de un todo viviente. Pasar
del antropocentrismo al biocentrismo, que es colocar la Vida en el centro,
como valor supremo. Esto implica, por un lado, que todos los elementos
de la naturaleza poseen valor intrínseco, y merecen una ética
de conservación. Y, por otro, que todos los seres vivos son iguales
respecto al derecho a la vida, de donde, en caso de conflicto entre
los derechos humanos y los de la restante naturaleza, la preferencia
debe ser por los derechos de ésta. La
ecosofía sería una religión de la naturaleza, por
la cual las personas se proponen adoptar la sabiduría de la Tierra.
Esto supone, por ejemplo, practicar el culto del cuerpo, preservar a
las mujeres (por considerar que están más próximas
a los ritos de la naturaleza), preferir la alimentación vegetariana,
respetar la bio-diversidad, valorizar los modos de vida de los pueblos
y culturas humanas en extinción, etc.
Otro
elemento importante es que frente a la crisis ambiental actual, uno
de cuyos componentes es la explosión demográfica, la valoración
jerárquica de la restante naturaleza conduce a proponer una drástica
disminución de la población humana, aunque no se especifican
los medios para llegar a ella, ni quiénes serían las sociedades
o sectores sociales que deberían ceder su espacio a las otras
especies y a la minoría humana privilegiada con el derecho de
vivir. Por último, la propuesta política no pasa por incentivar
la participación activa en las comunidades, sino por desarrollar
una ciudadanía biótica, esto es, que cada individuo adopte
para sí y para los otros, un comportamiento armónico con
la naturaleza. Vayamos
ahora a una somera presentación de lo que llamamos "eco-socialismo".
En este caso, no se trata de un movimiento cultural sino de un proyecto
político (en el sentido más amplio de la palabra, y por
tanto, también cultural), con diversas vertientes y sin un manifiesto
que sintetice sus ideas fundamentales. En él convergen las distintas
tradiciones teóricas fundadas en una crítica radical al
capitalismo, esto es, principalmente el marxismo y el anarquismo comunitario,
los populismos campesinistas y los proyectos popular-democráticos.
Y también, movimientos culturales como el feminismo, y el llamado
"ecologismo de los pobres", cuestionadores profundos de los órdenes
de dominación que, articulados con el poder del capital, atraviesan
toda la dinámica social. Por último, podrían considerarse
también dentro de esta corriente crítico-propositiva las
movili-zaciones sociales recientes que se autoidentifican en contra
de la glo-balización y el capitalismo, y reclaman la "justicia
global", protestando contra el injusto y esquilmante orden comercial
mundial. Lo
que amerita considerarlos bajo un proyecto común, además
de la crítica profunda al orden actual, es que, aún en
su heterogeneidad, viajan en la corriente de todas las luchas populares
de la modernidad no agotada y validan como objetivos colectivos sus
promesas incumplidas, absteniéndose del desencanto posmoderno
individualista. Es, en ese sentido un proyecto contra toda forma arbitraria
de poder, contra toda forma injusta de desigualdad, contra toda lógica
de insolidaridad social. Y tiene por base la confianza en la posibilidad
de la responsabilidad social; no en la omnipotencia técnica,
ni en las administraciones de sabios o de tecno-burócratas.
Veamos ahora
los caminos de la política, que tampoco son únicos, pues
cada vertiente teórica y cada movimiento tiene propuestas y ensayos
particulares. Y, en todo caso, lo que importa es propiciar su confluencia,
de tal forma de hacerlos sinérgicos. Destacamos aquí la
propuesta de la acción comunicativa propuesta por Habermas, que
goza de una adhesión bastante amplia en muchos sectores críticos.
Hebermas,
filósofo y sociólogo de la Escuela de Frankfurt, en su
segunda etapa, propone una ética comuni-cacional, una ética
de la discusión, partiendo del hecho de que la palabra dialógica
es normativa. Simplificando, la idea central es que el ejercicio de
la comunicación social, crea la misma sociedad, disputa sentidos
y establece normas. Pero, para que esa acción comunicativa pueda
ejercerse en el sentido de las transformaciones deseadas, que serían
las del proyecto socialista en sentido amplio, son necesarias ciertas
condiciones políticas, culturales y sociales. La condición
política es la democracia; la cultural, reinstaurar el valor
de la discusión y volverla verdaderamente pública; y la
condición económica, que las personas sean económicamente
iguales frente a la discusión. O sea, se trata de una propuesta
de socialización máxima de los medios de información,
de los espacios de discusión, y de los medios de producción.
Por ello, esencialmente revolucionaria, aunque de procesamiento gradualista
reformista. Quiere
decir que, frente a la crisis socioambiental actual y al "enver-decimiento"
capitalista dominante, existen dos grandes opciones filosófico-éticas
y políticas. La de la ecología radical, biocentrista,
antihumanista, que privilegia la conservación de la vida no humana
a costa inclusive de la misma humanidad, cuya propuesta política
es la conversión individual hacia una comunión de cada
uno con la diversidad biosférica, una especie de anarquismo individualista
teñido de una religión de la naturaleza. Y, por otro lado,
un proyecto ecosocialista, profundamente humanista, heredero de las
mejores luchas y objetivos de la modernidad, plural y democrático,
que apuesta a los caminos colectivos para establecer una sociedad solidaria
y responsable de sí misma, que es ser, al mismo tiempo, responsable
con la restante naturaleza.
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