Creo
en mis semejantes y en mis diferentes (pero menos, es cierto).
Y
como entre creer y no creer, prefiero creer, también
creo que "una golondrina no hace verano", que "siempre que
llovió, paró", que "no hay mal que dure cien
años, ni cuerpo que lo resista"... y entonces será
por eso que también creo en los veranos, en la lluvia,
en los cuerpos y en la resistencia. Sobretodo, la de las golondrinas.
Creo
en los rojos que defendieron España; en mi abuelo fusilado,
en el que se tuvo que exiliar para que yo naciera, en los
pimientos que asaba mi abuela, y en la forma en que le enseñó
a mi madre a querer a todos y pelear con todo. Yo también
lo aprendí y creo que valió la pena.
Creo
que "La nave va..." pasando entre la bruma, como mostraba
Fellini. Y por eso creo en todos los ladrones de bicicletas,
en que Venecia está triste si me faltas tú,
y en que El Pibe de Chaplin va a llegar a Wall Street cualquier
día de éstos. Que se cuiden.
Creo
en Ellis Regina y Janis Joplin. En el Pato Donald (pero no
en Walt Disney), en Mafalda que no se quiere tomar la sopa
y, ya que estamos, creo en el café expreso, el vino,
los higos con nueces, las carnes rojas, y en que no fumar
es perjudicial para el alma. Creo en la risa con mi hermano
y en todos los cuentos y las canciones que aprendimos para
envejecer juntos.
Creo
más en las casualidades que en las causas, y de todos
los nudos, prefiero los desnudos.
Por
eso creo en las cosas nuevas, en el riesgo de buscar y de
perderme, y en la fuerza de encontrar respuestas entre todas,
aún sabiendo que mañana serán superadas.
Creo
en el siglo XXl, en la inteligencia y el coraje de las mujeres,
y en las que son capaces de cantar cuatro verdades. O más.