La
primera mañana del Encuentro, varias mujeres desconcertadas
se cruzaban por los patios de los hoteles buscando información
sobre los diferentes grupos de trabajo que se reunían
simultáneamente. Unas habían llegado tarde a los
grupos, y las dinámicas propuestas por la Comisión
Organizadora no permitían ingresar fuera de hora; otras
no se sentían seducidas por la expresión corporal,
la danza o la arcilla. Todas compartían un cierto sentido
de responsabilidad y no querían, simplemente, quedarse
tomando un baño en las cálidas aguas del Caribe.
De tanto trillar en medio de turistas haciendo aeróbicos
a ritmo de merengue, surgió un nuevo grupo de trabajo
"sin" dinámicas; un espacio de debate para profundizar,
si era posible, dudas e interrogantes y buscar analizar las
viejas y nuevas estrategias.
La
convocatoria surgió de muchas iniciativas paralelas,
de gente diferente entre sí y con cosas bien distintas
en la cabeza, pero que encontraron un espacio común para
discutirlo: "La discoteca".
La
falta de preparación, la convocatoria espontánea
y la diversidad de temas surgidos de las reflexiones de las
200 participantes hicieron que en este espacio no se arribara
a un documento con conclusiones, sino a un punteo más
o menos ordenado y con muchos puntos suspensivos.
Esta
es una versión "más o menos libre" de los apuntes
que varias compañeras tomaron.
El
vaso medio lleno o medio vacío
Es
imprescindible hacer un balance de la historia del feminismo
en América Latina y El Caribe, pero la palabra "balance"
convoca todo tipo de monstruos. Se es demasiado condescendiente
y optimista, se mira el árbol sin mirar el bosque, se
niegan errores estratégicos, o, por el contrario, asumimos
toda la culpa de la desmovilización y la falta de creatividad
de un movimiento vivo pero distinto.
La
primera conclusión del grupo fue, precisamente, el reconocimiento
del enorme crecimiento del feminismo en la región cuya
seña de identidad es la diversidad y pluralidad de sus
expresiones. Esta diversidad es riqueza a la vez que expresa
el crecimiento y la capacidad fecunda y fundante de las ideas
y propuestas feministas.
Sin
embargo, esta diversidad, el crecimiento y amplitud del movimiento
feminista, nos enfrenta cada vez al dilema de cómo gestionarla.
Es una seña de identidad sin la cual el feminismo no
se reconocería a sí mismo, pero las caídas
en el sectarismo, los deslices de aplicar un virtual feministómetro
o a estereotipar diferencias nos colocan en el filo de la navaja.
En Cartagena, las diferencias políticas generaron signos
de intolerancia e histerismo, en Santo Domingo las diferencias
idiomáticas nos colocaron al borde de la ruptura con
las mujeres haitianas y nos sometieron a todas, en los escasos
tiempos previstos para las plenarias, a interminables traducciones
en 4 idiomas.
Gestionar
la diversidad requiere paciencia, ensayo y error, y un enorme
caudal de disposición política para que la pluralidad
de un movimiento no se convierta en una consigna vacía.
Gestionarla supone construir las herramientas para que estas
diferencias se expresen en un clima de respeto y tolerancia.
La
diversidad también nos obliga a definir y re-definir
nuestras estrategias y agendas. De las múltiples expresiones
y posiciones del movimiento feminista surgen múltiples
agendas y espacios de trabajo. Sin embargo, es posible encontrar
un mínimo común que nos identifique, aún
cuando las opciones de unas y otras no coincidan en tiempo y
espacio.
Yo
transgredo, tu transgredes
"Yo
soy mía", que fue una consigna transgresora para el feminismo
europeo de los 70, hoy es una obviedad para millones de mujeres
del mundo. La capacidad de transgredir las normas establecidas
es una expresión de libertad, pero es cambiante y móvil
como la vida y convoca a diferentes estrategias políticas.
La
mayoría de las organizaciones de mujeres y los grupos
feministas dirigen su accionar y sus propuestas a diferentes
actores y actoras, unas, a las propias mujeres, otras, a los
gobiernos y Estados, otras, a la sociedad en general. Muchas,
logran articular estos diferentes espacios con estrategias más
amplias donde los esfuerzos se juntan y potencian.
La
capacidad de cuestionar, de colocar temas nuevos en debate y
re-significar los viejos, solo se opone a la negociación
en una mesa de debate, porque en la práctica política
desde el más pequeño e informal de los grupos
negocia con su comunidad, propone y publicita sus ideas y propuestas.
Hay
puntos a negociar y otros a publicitar, hay agendas de demandas
hacia los otros (sean los vecinos de al lado o el propio estado)
y hay cambios que más que nada tienen que ver con la
persona misma y se viven con la propia piel. Las mujeres y las
sociedades cambian recorriendo ambos caminos. A través
de la historia hemos demandado el derecho al voto, al divorcio,
al uso del apellido, y hemos cambiado el dominio de nuestro
cuerpo, las vivencias de la sexualidad, hemos hecho un cuarto
propio y logrado la autonomía como personas.
Todos
los temas de la vida y de la democracia forman parte de nuestras
agendas. En esta etapa es necesario darle nuevos impulsos a
temas y demandas que dan identidad y perfil al movimiento feminista,
como el aborto, las identidades sexuales y la dignificación
del trabajo doméstico, a la vez que abrimos los espacios
de debate para temas nuevos: globalización, políticas
de comunicación, modelos de desarrollo, ciudadanía
global y local, etc.
Las
diversidades étnicas son un punto crucial para el movimiento
en nuestra región y nos desafían práctica
y teóricamente a crear mayores espacios de articulación.
El
reto para nosotras es construir movimiento desde donde estemos
redefiniendo la autonomía que no es fija ni inmutable,
que necesita brújula para no perder el horizonte ético
y radar para tomar en cuenta los obstáculos del camino.
También supone aprender a negociar definiendo los intereses
comunes y manteniendo nuestros principios. Hacer alianzas entre
nosotras es el primer paso y también abrir espacios para
el diálogo y la negociación con otros sectores
identitarios y democráticos con los que compartimos intereses
estratégicos. Estas alianzas son necesarias para crear
nuevos espacios y para colocar nuestros temas en otras agendas
sociales.
Hemos
logrado diferentes niveles de institucionalidad tanto de nuestros
temas como de nuestras organizaciones y ello nos crea nuevos
retos, tensiones y desbalances de poder. Las representaciones
y liderazgos siguen siendo un cuello de botella que nos enfrenta
a conflictos, agota nuestras energías creativas y nos
impide crecer en poder de convocatoria hacia otros sectores.
Uno
de los efectos de la institucionalización es el crecimiento
de los Estudios de Género en Universidades, convertido
en cantera de nuevas feministas que llegan al movimiento desde
estos espacios académicos.
La
institucionalidad es una realidad, el reto no es destruir los
espacios conquistados, nuestras instituciones, los espacios
académicos que se abrieron a nuestro impulso, sino que
el desafío sigue siendo cómo democratizar la práctica
política de las organizaciones, cómo abrir espacio
a las nuevas generaciones de mujeres, cómo construir
alianzas entre nosotras, y también, cómo rendirnos
cuentas. No somos impunes, y nuestra autonomía no es
sinónimo de impunidad.
En
uno de los encuentros feministas se escribió un documento
sobre la necesidad de pasar del amor a la necesidad, y este
se convirtió en un lema para pensar y elaborar los conflictos
planteados en nuestras relaciones grupales. Querernos y respetarnos
a nosotras mismas y a las múltiples mujeres que nos habitan
seguirá siendo una necesidad para sentar las bases de
una cultura opuesta a la intolerencia y la violencia.
Lilian
Celiberti