"Hoy enterraron a Simone de Beauvoir. Una caminata desde
el Hospital Cochin hasta el cementerio de Montparnasse bajo un clima
indeciso...fué lindo, muy lindo caminar junto a miles de mujeres
de todas las edades, sin proclamas, sin carteles, en un silencio mágico,
sabiendo que "eso" nos juntaba".
La
carta, estaba fechada en París el 19 de abril de 1986 y quien
la enviaba era una mujer joven y muy querida.
"Queriendo
hablar de mí, debí analizar la condición femenina"
Acababa
de morir quien - a través de sus obras, pero también
de su vida (que decidió contar como parte de un testimonio
imprescindible) - marcó a varias generaciones de mujeres, que
con El Segundo Sexo adquirieron el respaldo teórico
para que la larga expe-riencia colectiva de subordinación a
la sociedad se transformara en la capacidad de transgredir la norma
patriarcal. Y también, con esa práctica, un saber desconocido,
el del ejercicio de la libertad. Empezaba a gestarse la revolución
pacífica más profunda del Siglo XX.
Acababa
de morir quien en su vida había apostado a no renunciar a nada.
"Me gusta la vida con pasión, abomino la idea de morir.
Soy también terriblemente ávida, quiero todo de la vida,
ser una mujer y también un hombre, tener muchos amigos y la
soledad, trabajar enormemente, escribir buenos libros, pero también
viajar, divertirme, ser egoísta y también generosa...como
ves no es fácil tener todo lo que quiero...".1
Con
sus Memorias y sus Cartas S. de B. dejó
además otro legado, tan importante como el anterior, poniendo
su vida como tema de análisis. "Mi obra fue la vida misma".
El
Segundo Sexo - es sin lugar a duda el texto fundador del feminismo
moderno y una referencia inevitable, se compartan o no sus propuestas.
Despertó muchas adhesiones cuando apareció, pero también
provocó reacciones de una rara violencia. Las polémicas
que suscitó en 1949, año de su publicación, venían
en su mayoría de varones escandalizados, irritados, asustados.
Veinte años más tarde, en los 70, la polémica
vino del propio movimiento feminista. Pero entre ambas hay un abismo
de contenido. Las primeras, sólo demostraron la reacción
al cambio que provocaba el primer análisis sistemático
de las estructuras patriarcales. Las segundas, a favor o en contra,
enriquecieron a toda una generación de feministas.
La
Paz después de la Guerra
París
era de nuevo una fiesta al finalizar la Segunda Guerra Mundial. "El
miedo todavía existía, pero la alegría barría
con él. Riendo con nuestros amigos día y noche, conversando,
bebiendo, vagando por las calles con ellos, festejábamos la
Liberación. ¡Era una orgía de fraternidad.2
Fueron
años (1945-1949), de una euforia loca para el grupo de Saint-Germain-des-Prés
y también de una loca productividad. Simone de Beauvoir tenía
37 años y publicaba a ritmo de obra por año, novelas,
teatro, ensayos, polémicos todos. La relación con Sartre
entraba en una etapa de cambios, acababa de conocer a su "amor transatlántico",
el norteamericano Nelson Algren y rumiaba un ensayo sobre la mujer.
En
esa época de auge del existencialismo ateo de Jean-Paul Sartre,
de los debates en "Les Temps Modernes" (nombre puesto en homenaje
a la película de Chaplin), de las infinitas discusiones en
los cafés de Montparnasse, sucedió uno de los hechos
mediáticos más curiosos de la posguerra. La prensa sensacionalista
se apropió del término existencialista para designar
tanto la filosofía en cuestión, como a los integrantes
de la movida nocturna de París que había adoptado la
moda del negro integral importada de Capri, y que noche a noche concurría
al "Tabou" a oír cantar a Juliette Gréco. Sin ser asiduos
de la emblemática "boîte", ni vestirse con el uniforme
negro, sin buscar la publicidad, Sartre y Simone de Beauvoir fueron
asimilados al ambiente nocturno que poco condecía con la vida
austera (aunque no puritana) de esta pareja de profesores de la enseñanza
media. Pero ese "marketing" del que fueron víctimas - la gente
los identificaba en los restoranes, los fotógrafos los perseguían,
corrían toda clase de rumores sobre ellos, los hizo, por otro
lado, beneficiarios del mismo: sus libros empezaron a venderse "como
pancitos calientes", y llegó la gloria, el dinero...pero junto
a la descalificación y los insultos. "Era una celebridad
que se pagaba muy alto, venía con cara de odio".3
S.
de B. Acababa de terminar "La Sangre de los Otros" y "América
al Día" y se preparaba para escribir de sí misma.
"Nunca me pesó ser mujer.. sin embargo cuando miro a las
mujeres a mi alrededor constato que viven problemas específicos
que valdría la pena analizar en su particularidad".4
Con
una capacidad de trabajo pocas veces igualada, se encierra en la
Biblioteca Nacional y comienza investigando los mitos, para llegar
a una primera comprobación sistemática: en todas las
cosmologías, religiones, supersticiones, ideologías,
existe una constante y es que el hombre se coloca como sujeto y ubica
a la mujer como objeto, como "el otro". Junto con Sartre, fue el antropólogo
Levy-Strauss quien comparte su tesis al adelantarle el borrador de
Las Estructuras del Parentesco, en donde mostraba que el macho
sigue siendo un ser esencial, aún en sociedades matrilineales,
mal denominadas matriarcales. El Segundo Sexo tardó
dos años en terminarse y cuando se publicó en junio
de 1949 desató una ola tan grande de improperios, insultos,
campañas en contra de su autora, que sólo pueden comprenderse
a través del análisis de la misoginia universal que
la misma obra denunciaba.
"¡Qué
festival de obscenidad con el pretexto de fustigar la mía"!
El
primer tomo de El Segundo Sexo escandalizó por su "indecencia",
nombraba vagina, pene, clítoris, lesbianismo. Y los representantes
varones, tanto de la derecha como de la izquierda, se sintieron ofendidos
por tal desenfado. Pero cuando apareció el segundo tomo fue
cuando realmente se produjo lo inenarrable. Cabe preguntarse por qué
fue más violenta la reacción. O simplemente recorrer
su índice: Matrimonio, Maternidad, Prostitución y peor
que nada La Mujer Liberada. Tocaba las estructuras de la sociedad
burguesa. Hablaba de una mujer mantenida, tanto la esposa como la
cortesana, que mientras no consiguiera su independencia económica
no sería nunca una ciudadana completa por más derecho
al voto que tuviera. Los y las implicados eran muchos. Entre los epítetos
que recibió figuran algunos tan insólitos como los que
siguen: insatisfecha, ninfómana, lesbiana, priápica,5
abortada cien veces, frígida, misógena, neurótica,
desheredada y hasta madre clandestina. Pero fue el capítulo
sobre la maternidad el que despertó más ataques: ¿cómo
sin haber tenido hijos se arrogaba el derecho de hablar de las mujeres
y de cuestionar el sagrado destino de parir con dolor?.
Las
diatribas vinieron también de allegados al mundo literario
como del catoliquísimo François Mauriac, (futuro Premio
Nobel de Literatura), que organizó una campaña para
condenar la pornografía en general y los libros de Simone de
Beauvoir en particular, afirmando que con El Segundo Sexo "tocamos
literariamente los límites de lo abyecto". Pero también
de amigos progresistas como Camus que, ofendido en su ser de varón,
le tomó cuentas de ¡haber ridiculizado al macho francés!
Los marxistas no estalinistas consideraron el libro altamente equivocado
pues cuando la revolución fuera completa "el problema de la
mujer" no existiría y los comunistas dijeron que El
Segundo Sexo"haría reír a las obreras de Billancourt".(Barrio
obrero de París). El libro fue puesto en el Index de Roma.
Fustigando
el patriarcado, El Segundo Sexo, tampoco es condescendiente
con las mujeres, "mitad víctimas, mitad cómplices",
como dice Sartre en el acápite del segundo tomo. Las mujeres
muy a menudo eligen aguantar una ciega esclavitud antes que trabajar
para liberarse, afirma Beauvoir. En la época de la publicación
del libro, sostiene que esa liberación se realizaría
como un acto individual, pero confrontada al movimiento feminista
de los 70, cambia de opinión y apuesta al carácter colectivo
de la liberación, integrándose al movimiento. Había
afirmado que entrar al movimiento feminista era como encerrarse en
un gueto, pero en 1972 declara: "Ahora entiendo por feminismo el
hecho de luchar por reivindicaciones propiamente femeninas, paralelas
a las de la lucha de clases, y me declaro feminista. (...) Yo pensaba
que la lucha de clases debía pasar antes que la lucha de los
sexos. Hoy pienso que se deben llevar ambas al mismo tiempo".6
Y para las críticas que confunden lo que un ensayo puede significar
cincuenta años más tarde con lo que quería expresar
en su tiempo, la propia autora recomienda leer El Segundo Sexo
pensando en su inserción en la historia pues muchas cosas pueden
haber cambiado.
La
Gran Controversia - Veinte años más tarde
Dejemos
las virulencias del 49 que vinieron de la reacción, del miedo
y fueron mezquinas, pequeñas y groseras. Otra cosa fue cuando
veinte años más tarde, en plena eclosión del
movimiento feminista se instaló, alrededor de El Segundo
Sexo un debate creativo, rico, fermental, y no por eso menos apasionado.
Françoise
Collin7 ubica El Segundo Sexo como el inspirador de la
corriente igualitarista del feminismo moderno, la que afirma que el
rol y el lugar que las mujeres asumen en la sociedad les son impuestos
por el poder patriarcal. La diferencia de los sexos sería un
mero producto de la dominación masculina y la fisiología
femenina, un peso para llegar a la igualdad. "Uno de los malentendidos
que suscitó mi libro fue que se creyó que negaba toda
diferencia entre hombres y mujeres. Por el contrario al escribir fui
midiendo lo que los separa; lo que sostuve es que las diferencias
son de orden cultural y no natural", responde Beauvoir.8
Collin sostiene que S. de B. - aunque marcando la pesada contingencia
corporal de las mujeres- afirma la capacidad de éstas para
liberarse de ella y llegar a ser plenamente humanas.
La
subordinación, sostienen las feministas de la diferencia, es
producto justamente de que se les niegue su verdadera naturaleza.
Hablan de una "esencia femenina auténtica", rescatando lo maternal
como lo específicamente femenino y en algunos casos llegan
a crear un imaginario de superioridad femenina. Esta corriente liderada
por Hélène Cixous, es compartida con distintas intensidades
por Luce Irigaray y por los colectivos italianos. En los momentos
de más pasión, la corriente de la diferencia denunció
las luchas por la igualdad como una alienación a la sociedad
patriarcal y una traición a los valores femeninos.
Así
como el feminismo de la igualdad tiene sus raíces en la filosofía
existencialista y en el marxismo, el feminismo de la diferencia tiene
las suyas en el psicoanálisis y en la escritura y sostiene,
con Derrida, que hay que deconstruír la definición de
las mujeres impuesta por los hombres y en nombre de una "esencia"
femenina auténtica, llegar a la identidad plena de cada sexo.
Esta
descripción de los feminismos de la igualdad y de la diferencia
es, por supuesto, esquemática, afirma Collin; ninguna de las
dos puede reducirse sólo a eso. Es tan difícil admitir
que la diferencia de los sexos sea un mero producto de la opresión,
de la que no quedaría nada, si esta desapareciera, como considerar
que existe un territorio femenino de alguna manera auténtico,
puro de toda interferencia fálica.
Joan
Scott9 sostiene por su parte que el antagonismo entre igualdad
y diferencia es falaz, y que el opuesto exacto a igualdad es la desigualdad
y no la diferencia, y el de la diferencia es la identidad, y no la
igualdad. Las feministas han reivindicado siempre, tanto derechos
iguales como derechos especiales, ya sea en nombre de su identidad
con los hombres como de su diferencia de ellos.
Yasmine
Ergas10 afirma que estas concepciones rivales, en definitiva
dan vueltas alrededor de la pregunta ¿qué es una mujer?
de la primera página de El Segundo Sexo. Es alrededor
de ella que se organiza el discurso sobre la naturaleza de los dos
sexos y su relación. Y para amortiguar los golpes del debate
que partió al medio al Movimiento de Liberación Feminista
(MLF) francés entre 1975 y 1976, termina Ergas: "En esta
perspectiva las voces de la diferencia y las de la igualdad de identidad
entre los sexos se responden mutuamente". Juntas contribuyeron
a definir el lenguaje común de esta controversia que antiguamente
se llamaba la "querella de las mujeres". Sólo que ahora no
son los padres del Iluminismo, quienes la llevan adelante sino las
propias protagonistas.
Las
botas de siete leguas
Cincuenta
años después de la publicación de El Segundo
Sexo, se hacen innegables los cambios, los grandes pasos como
si nos hubiéramos puesto las botas de siete leguas y echado
a andar. Aquella "situación" de la mujer en la sociedad que
denunciaba Beauvoir ha sido removida hasta en sus raíces. Hemos
adquirido nuevas herramientas. Ya no nos quedamos en una crítica
del orden simbólico, como dice Ana María Piussi11
"La capacidad de conferir sentido a sí mismas, a los otros,
al mundo, a partir de la propia experiencia, necesidades, deseos,
es la condición para poder modificar la realidad de manera
profunda y no solo en sus aspectos exteriores y superficiales".
Como
portadoras de su propio cuerpo las mujeres entran por primera vez
como sujetos. Un sujeto plural y contradictorio que siempre han llevado
en sí mismas y que se hace visible por primera vez, enfrentando
la crisis "de una razón que se quería como única
y sin cuerpo".12
Para
superar la fase de la denuncia a partir del poder masculino, dice
Bocchetti, debemos empezar a relatarnos y analizar lo que escapa a
ese poder. Y remata "Tras el discurso reivindicativo de las mujeres
siempre ha estado la idea de la igualdad entre los sexos. Si esta
reivindicación es justa y necesaria en el plano social, no
es sin embargo ni exhaustiva, ni satisfactoria, ni portadora de conocimiento
para sujetos diferentes o que se han convertido en tales".
El
primer tomo de El Segundo Sexo termina con la palabra libertad,
la última del segundo es fraternidad. Sería bueno saber
cuál sería la palabra final de un imposible tercer tomo.
¿Tal vez felicidad?
Seguramente
con los tiempos habrá diferentes lecturas de El Segundo
Sexo y adhesiones o rechazos a la persona de su autora.
"No
he resucitado como Virgina Woolf, Proust o Joyce el reflejo de las
sensaciones y no he captado en las palabras el mundo exterior. No
era ese mi proyecto. Quería existir en los demás comuni-cándoles,
de la manera más directa, el gusto de mi propia vida: casi
lo he logrado. Tengo sólidos enemigos, pero también
me he hecho, entre mis lectores, muchos amigos. No quería otra
cosa...".13