¿Alguna
vez pensó que las estrategias electorales de nuestros candidatos,
los doctores Jorge Batlle, Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle, Tabaré
Vázquez y Rafael Michelini y otros, podrían compararse
a las tácticas puestas en práctica por los Machos
Alfa? (En astronomía, se llama "alfa" a la estrella principal
de una constelación. Los etólogos, o estudiosos del
comportamiento animal, toman prestado el término para designar
figuradamente al líder de cualquier sociedad animal). Nos
referimos a los alfa que despliegan campañas para adueñarse
del poder en las comunidades de chimpancés que habitan en
el Parque Nacional de Gombe, en Tanzania, y que fueron estudiados
durante más de treinta años por la hoy célebre
etóloga británica Jane Goodall.
Este
artículo es un adelanto del análisis semiótico
sobre la campaña electoral uruguaya que viene realizando
la semióloga Hilia Moreira, Catedrática de Semiótica
en la Universidad ORT Uruguay, y que será publicado próximamente
por Cotidiano Mujer.
Sin
ofender a los presentes
"No
es para degradar ni para burlarnos de los políticos sino todo
lo contrario, para rendir homenaje a las especies no humanas, ignoradas,
explotadas, a veces extinguidas y, sin embargo, tan llenas de inteligencia,
con costumbres tan ricas, muchas veces definitivamente extraviadas
para el conocimiento de la humanidad, con lo que se pierde la posibilidad
de conservar parte del entramado de la vida... " Así comienza
Hilia Moreira su exposición sobre algunas asombrosas semejanzas
entre los "signos " emitidos por los presidenciables de Uruguay y
aquellos usados por los aspirantes a alfa entre los chimpancés
de Tanzania.
Da
para pensar. El Diccionario define a los chimpancés como "monos
antropomorfos, poco más bajos que el hombre, de brazos largos,
cejas prominentes, nariz aplastada".
Pero
esos chimpancés no se destacan sólo por sus largos brazos
y cejas ostensibles. Algunos de ellos evitan, siempre que pueden,
los enfrentamientos físicos mientras aprenden o inventan maniobras
y calculan sus efectos. Así llegan, después de desplegar
tácticas durante un tiempo, que va de algunos meses a varios
años, a persuadir a su sociedad que a ellos les corresponde
lo que resultan ser las responsabilidades y privilegios del mando.
Da
para pensar si recordamos que, para el siempre fiable diccionario,
animal es, simplemente, un "ser orgánico que vive, siente y
se mueve por su propio impulso". Recordemos también que tanto
hombres como mujeres somos escuetamente definidos como "animales racionales".
Apenas un adjetivo más.
Actualmente,
algunos etólogos, zoosemiólogos (estudiosos de la comunicación
animal) y otros cientistas sociales están enzarzados en una
punzante polémica con la mayoría de sus colegas, quienes
continúan aferrados a la idea de la solitaria superioridad
humana, que mantiene a hombres y mujeres rigurosamente separados,
como por un abismo, de cualquier otra especie viviente.
La
tendencia de estos cientistas consiste en sostener que los animales
(a secas) también son generadores de cultura, si entendemos
por cultura la "capacidad de formar sociedades organizadas, con roles
bien determinados e inventar instrumentos y estrategias que permitan
la supervivencia del grupo y la movilidad de los individuos dentro
del mismo". Apoyándose en las investigaciones de Goodall, Moreira
analiza las dos formas sociales que estructuran la vida de los chimpancés:
familia y política en el sentido de "actividad de los que rigen
o aspiran a regir los asuntos de la colectividad."
Algunas
peculiaridades o todo lo contrario
En
la vida de los chimpancés, la figura de la madre es fundamental.
Mientras vive (suele sobrepasar los cincuenta años), su influencia
se deja sentir tanto sobre hijas como sobre hijos. Por lo tanto, también
la experimenta el candidato a alfa que lucha por acceder a esa posición
o el alfa ya establecido, que lidera la comunidad. El mandato de un
alfa es siempre tenso. En términos de nuestra propia sociedad,
podríamos decir que lo afectan problemas económicos,
demográficos, de relaciones internas e internacionales. Es
que debe guiar a su grupo hacia nuevas fuentes de alimentos, escoger
entre los modos de alimentación posibles (lo más usual
es la recolección, pero también existen la pesca "al
colador", fabricado por ellos mismos, y la caza), controlar las hembras
en celo, vigilar el surgimiento de posibles rivales, regular las relaciones
guerreras o pacíficas con otras comunidades chimpancés
o de otros monos.
Sin
embargo, por ruda que sea una jornada, el alfa siempre dispone de
un momento para compartir con su mamá y, a través de
esa unificadora presencia, con los demás hermanos y sobrinos.
Permítasenos recordar la visita del doctor Jorge Batlle a su
madre luego de ganar las internas.
Junto
a la figura materna, está la de la compañera ocasional,
quien suele tener ascendiente sobre el líder, ejerciendo así
un poder transitorio pero considerable sobre el conjunto de la sociedad.
Tal compañera, durante el período de celo y, algunas
veces aun pasado el mismo, atrae de tal forma al alfa que puede transformarse
en la que decide el rumbo que debe tomar el grupo en su búsqueda
de provisiones o escoger, por ejemplo, que la colectividad se alimente
durante unos días de frutos que a ella le agradan, excluyendo
las expediciones de caza. El alfa permanece junto a su compañera,
muchas veces sin comer, emitiendo débiles llamados o amenazándola
blandamente y, con él, se mantiene detenida toda una sociedad.
En nuestros recuerdos de historia y política, nacionales e
internacionales, hay demasiadas amantes y esposas con conductas asimilables
para que intentemos aquí un paralelo puntual. También
se han observado casos excepcionales de hembras que han acompañado
al alfa y sus guerreros en batallas contra otros grupos de chimpancés,
gritando y entreverándose en la pelea igual que un macho. A
esta altura habría que remontar nuestra historia y establecer
alguna analogía con las compañeras de los fundadores
de la patria.
Feministas
y pacifistas
En
cambio, en las comunidades que generan otros monos, la hembra tiene
un papel decisivo en la resolución pacífica de conflictos
internos o externos. Hace menos de dos décadas, en un zoológico
se observó que, en el predio asignado a los chimpancés
y entreverados con ellos, vivían otros primates algo más
pequeños, cuyas conductas los identificaban como un grupo bien
diferente del de los primeros. Así los humanos entraron en
conocimiento de los bonovos, unos monos en cuya organización
social las hembras tienen un papel decisivo. Cada vez que aparece
un conato de disputa dentro del grupo o con miembros de otra comunidad,
llaman a los machos a copular, actividad que desarrollan de frente,
desarticulando la presuntuosa y difundida afirmación según
la cual sólo los humanos mantienen relaciones cara a cara.
Así, la energía destinada a la guerra se canaliza en
una ocupación pacífica. La conducta de los bonovos no
puede dejar de traer a nuestra mente la famosa obra que Aristófanes
escribió en el siglo IV d. JC y que tituló Lisistrata.
Pero no necesitamos alejarnos dos milenios y medio. En la década
de los sesenta, infructuosamente, por desgracia, los hippies recomendaban
hacer el amor, no la guerra. Hay que pensar que el sexo como instrumento
social de la paz, ha sido soñado por los hombres desde la Antigüedad
a nuestros días. Pero sólo los monos lo han puesto en
práctica con éxito.
La
campaña electoral
La
otra forma que rige la vida social de los chimpancés, la política,
tiene aspectos que también nos son familiares. Alfa sólo
puede ser un macho. Pero no se llega a Alfa por la fuerza de la embestida
(aunque la lucha física pueda ser el último acto de
la campaña). Antes de ese enfrentamiento final, que en algunos
casos no tiene lugar, se extiende un largo período durante
el cual el candidato persuade a grupos cada vez más extensos
de la colectividad de que él es quien debe liderarla.
La
campaña para llegar a ser alfa se inicia secretamente. El aspirante
observa las conductas a través de las cuales el jefe significa
su poder ante el grupo. También atiende todos los pequeños
signos de su vida social. Luego, repite frente al alfa sólo
aquellos signos que tienen que ver con el puro interrelacionamiento
social y no con el poder. El alfa, aparentemente halagado, suele arrojar
un trozo de comida o intervenir en favor de su admirador si se desencadena
una riña. El etólogo puede predecir quién será
el futuro alfa basándose en la minuciosidad de las conductas
imitativas de un joven macho. Remitámonos a la trayectoria
de nuestros políticos: el doctor Sanguinetti junto a Luis Batlle,
el mismo Luis Batlle junto a Don Pepe, el doctor Lacalle junto a su
abuelo.
También
los machos alfa establecen alianzas, preferentemente con parientes.
Las mismas tienen por primera finalidad asegurarse un grupo leal al
jefe (¿un partido?). Por otra parte, entre esos machos aliados
en torno al alfa existe un complejo código de signos táctiles
(el superior pone la mano sobre la cabeza o en la cara de su aliado,
éste apoya la suya sobre el hombro del jefe, etc.), que indican
públicamente el reconocimiento, por parte de unos, de la jerarquía
del otro. En cambio, el macho derrotado permanece un tiempo completamente
aparte del grupo y, a menos que regrese para recuperar el poder, se
mantiene en los márgenes del mismo. Traigamos a nuestra memoria
las fotos que siguen al resultado de una campaña electoral,
con su complejo sistema de abrazos, manos tendidas, ausencias notorias,
renuncias, etc.
Sumando
votos
Los
chimpancés no son los monos más grandes ni los más
fuertes. Pero convencen a lo demás de lo contrario a través
de un complejo entramado sígnico. Se yerguen lo más
que lo permite su columna, erizan el pelo de modo de aparentar un
volumen a veces el doble del real y agrandan su tamaño arrancando
ramas que operan como extensiones de su propio organismo. Pensemos
ahora en las imágenes de nuestros candidatos, que ocupan paredes
enteras de nuestra ciudad, duplicando o triplicando el tamaño
de sus cuerpos o centuplicando el de sus rostros. Son tan grandes
que los futuros votantes tienen que levantar la vista en un forzoso
gesto de admiración. También los aspirantes a alfa,
en caso de divisar una colina, la trepan disimuladamente, precipitándose
luego desde lo alto con ruido ensordecedor y obligando a sus posibles
súbditos a levantar mirada y cabeza y algunas veces hasta a
salir corriendo, impulsados por el desconcierto.
Una
vez que los aspirantes a alfa se han erizado en soledad durante un
tiempo considerable, empiezan a hacer exhibiciones de poder delante
de miembros poco importantes de la comunidad, como cachorros, hembras
solas o machos ancianos. Al principio, éstos no les hacen caso,
pretendiendo que sólo se trata de un juego infantil. Pero,
poco a poco, un número creciente de integrantes de la colectividad
se detiene a ver las exhibiciones. Más aun, las mismas son
contempladas por el aumentado grupo a prudente distancia.
Tan
importante como parecer de mayor tamaño es lograr una batahola
impresionante, golpeando ramas, arrancando copas de árboles
pequeños y sacudiéndolas, produciendo avalanchas de
rocas desde el copete de una loma. En cierta oportunidad, un aspirante
a alfa robó varios bidones vacíos del campamento de
los etólogos. Los llevó a rastras en medio de la oscuridad
hasta lo alto de un árbol y, al alborear, cuando la sociedad
habitualmente se despierta, armó un tal escándalo de
ruidos desconocidos que automáticamente fue reconocido como
alfa.
Si
el ruido es decisivo para la obtención del poder entre los
chimpancés, ¿qué tenemos que decir los uruguayos
de los altoparlantes, los aviones con propaganda que surcan nuestro
cielo pre - electoral, los discursos, las arengas, el estrépito
de los aplausos, el cruce de Bulevar España y la rambla?
El
rostro del presidente
La
semióloga Nathalie Roelens (Universidad de Amberes) ha hecho
un estudio sobre los significados del rostro humano que lleva el intraducible
título de "Perdre la face". Una tradición milenaria,
que aún subsiste en países como Camboya o Tailandia,
dice que un jefe no puede perder la cara en un ataque de llanto o
de risa. No puede permitir que la expresión de su rostro se
descomponga a causa de cualquier emoción violenta. En Occidente,
al promediar este siglo, empezaron a aparecer rostros sonrientes:
Kennedy, Carter, Clinton y otros despliegan un reciente paisaje de
sonrisas, tanto en el período electoral como en el de mando.
También nuestros presidenciables y presidentes se muestran
generalmente risueños. En cambio, las caras de nuestros primeros
presidentes, tales como nos las muestran los retratos en los museos
o, más adelante, la de Luis Alberto de Herrera o Don Pepe Batlle,
son generalmente adustas. Y aun las fotos oficiales de los políticos
de hoy muestran rostros serios, reconcentrados, significando así
que están gravemente imbuidos de su responsabilidad.
Los
aspirantes a alfa aprenden a componer su rostro: expresión
adusta (en la vida cotidiana, los chimpancés sonríen
con frecuencia), mirada escrutadora, silencio ante las promesas de
deleite y serenidad aparente frente a las amenazas de la adversidad.
Goodall pronosticó exitosamente la carrera de alfa de un joven
macho cuando le mostró fruta fresca y éste se acercó
a tomarla calladamente. (Un macho menos dotado "políticamente"
habría dejado escapar gritos de placer ante la oferta del sabroso
festín, atrayendo así la atención de los adultos
más fuertes, quienes se hubiesen precipitado a birlárselo.)
Amenazado por rivales en un momento en que sus aliados están
lejos, un alfa no abandona su puesto y su postura de jefe, logrando
muchas veces detener con su actitud un eventual ataque.
El
poder desgasta
El
poder desgasta intensamente a los machos alfa. Según Goodall,
un jefe logra conservarlo alrededor de seis años, a veces menos.
Durante ese tiempo, día tras día, a veces hora tras
hora, lucha por mantener tal preeminencia, siempre atento a lo que
ocurre en la comunidad, siempre alerta para impedir un complot, mantener
estables sus alianzas y respetadas sus prerrogativas, siempre cuidadoso
de cumplir espectacularmente con su ritual de exhibición varias
veces a lo largo de la jornada. A veces, un macho más joven
deja progresivamente de observar el código de reconocimiento
debido al alfa y termina derribándolo en combate. Otras, inventa
una estrategia persuasiva (como la de la sorpresiva baraúnda
con los bidones) que convence al propio jefe de la necesidad de abandonar
el poder. No importa la edad que tiene el que se va. Está siempre
muy viejo. Esos años de mando, más breves o más
largos, han dejado signos de desgaste en su cara, su cuerpo y sus
movimientos. Ahora observemos fotografías de los doctores Sanguinetti
y Lacalle durante sus primeras candidaturas y comparémoslas
con imágenes actuales, no tanto tiempo después.
El
retorno silencioso
Cuando
un macho alfa es derrotado, no se deja ver por un tiempo. Luego, intenta
recobrar su poder. Recordemos las palabras del doctor Lacalle en el
momento en que las encuestas dejaron de favorecerlo: "Es bueno tomar
distancia". Y tras un breve viaje regresó dispuesto a recuperar
lo perdido. Recordemos también otras formas más simbólicas
de tomar distancia. En más de una oportunidad, el doctor Vázquez
ha optado por el silencio, a la espera del momento oportuno para retomar
la lucha. De ese modo, se beneficia con el suspenso y la sorpresa.
Cuando un macho alfa se aparta, nadie sabe si va a retornar ni cómo
va a ser ese retorno. En todo caso, siempre ocurre en el momento y
del modo más inesperados. Cualquier parecido con la realidad
política es mera casualidad de la especie homínida.
Y
a veces el retiro en paz
Otras
veces el alfa permanece en la periferia de la colectividad por el
resto de sus días. Goodall cuenta su inesperado encuentro con
un antiguo jefe mientras ella misma deambula lejos del núcleo
de la comunidad. Describe un rostro viejo sí, pero sin tensiones,
en el que ella interpreta paz, una cierta felicidad. Ya no hay más
homenajes ni privilegios. Pero tampoco difíciles decisiones,
ceremonias, tácticas agotadoras. Durante el año 1979,
en el Colegio de Francia, el semiólogo Roland Barthes dictó
una serie de conferencias sobre "Semiología y Poder". ¿Será
que, como él entonces lo sugería, la ausencia del poder
es una de las formas menos evanescentes de la dicha?
Derechos
humanos, derechos chimpancés
La
etóloga estadounidense Diane Fosse perdió la vida en
su esfuerzo por salvar a los inteligentes y pacíficos gorilas,
en vías de extinción. Se los mata para amputarles las
manos, que se venden como ceniceros y otras aberraciones semejantes.
En cambio, todavía hoy podemos ver en videos y fotos el bello
rostro de Jane Goodall, que continúa su campaña de sensibilización
mundial a favor de los chimpancés.
Por
tener la misma estructura genética que los humanos, éstos
son sometidos a atroces experimentos. Muchas veces se trata de reproducir
experiencias científicas que ya han sido practicadas, cuyos
resultados son bien conocidos y que terminan indefectiblemente con
la muerte lenta y dolorosísima de los chimpancés que
las sufren. Otras, se los usa para probar productos de consumo de
diversas categorías: cosméticos, autos (sale más
barato que utilizar muñecos) y sus cuerpos, ferozmente mutilados,
se arrojan luego entre los desperdicios de los laboratorios o las
fábricas. También el sistema de cautiverio, en jaulas
reducidas, con los miembros de la familia separados, produce la locura
o la muerte, sobre todo de madres e hijos pequeños. En un capítulo
de su libro "Una ventana hacia la vida", que lleva el título
de "Nuestra vergüenza ", Goodall compara el tratamiento que reciben
los individuos y las familias chimpancés internados en laboratorios
con el que padecen los humanos encerrados en un campo de concentración.
Sin
embargo, en el correr de sus largos años junto a ellos, Goodall
estuvo a punto de abandonar por dos veces su tarea. Durante la primera
etapa de su investigación sólo percibió lo que
en una sociedad chimpancé es más evidente. Estos primates
son tan solidarios que, si un pequeño queda huérfano,
no es infrecuente que un adulto, macho o hembra, lo adopte hasta completar
su crianza. Cuando la madre muere, los hijos suelen acompañarla
horas y a veces días hasta que finaliza su agonía y
los hermanos mayores, casi indefectiblemente, se hacen cargo de los
más chicos. Si sufren de amor, a causa de la muerte de un familiar
o un amigo, por ejemplo, lloran de pena y hasta se suicidan. Son capaces
de entablar relaciones de profundo y expresivo cariño (besos,
abrazos, bromas y juegos) con su madre, sus hermanos, otros chimpancés
o monos pertenecientes a diferentes especies, como los babuinos. Tales
relaciones duran lo que la vida. Algunas madres inventan verdaderas
estrategias de crianza, con lo que logran individuos más sanos,
adaptados e inteligentes. Todos los machos alfa que observó
Goodall habían recibido una excelente maternación.
No
obstante, también tuvo ocasión de observar otro tipo
de fenómenos. Algunas hembras que, en términos generales,
manifestaban conductas sociales desajustadas, tomaron el hábito
de detectar madres sin más familia que su pequeño. En
la sociedad chimpancé, como en la mayoría de las sociedades
humanas, ser una hembra sola es peligroso. Las depredadoras espiaban
a sus víctimas hasta encontrarlas en un lugar alejado (existe
la posibilidad de que un chimpancé salga en defensa de un semejante
aunque no existan lazos de parentesco) y le mataban el hijo para luego
devorarlo.
En
cierta oportunidad, un grupo perteneciente a la comunidad que Goodall
estudiaba, decidió independizarse. Poco a poco, dejaron de
transitar el derrotero de la comunidad central para desplazarse por
caminos propios y nuclearse en torno a un nuevo alfa. En un principio,
la sociedad original aparentó tomar el hecho pacíficamente.
En su deambular, a veces los dos grupos se encontraban y algunos de
sus miembros hasta intercambiaban esos besos y abrazos tan característicos
de estos primates. Pero, poco a poco, pudo observarse que el alfa
y la mayoría de los machos adultos de la comunidad original,
acompañados de una hembra estéril, desarrollaban una
verdadera guerra de guerrillas. Emboscados, esperaban que uno o un
grupo pequeño de individuos de la nueva colectividad quedasen
rezagados. No importaba que las víctimas fuesen machos o hembras,
infantes, adultos o viejos. Se los asesinó indiscriminadamente
hasta que no quedó ningún miembro del grupo independentista.
La
etóloga sintió que se encontraba frente a hechos demasiado
humanos y pensó en irse. Luego de un conflictivo período
de evaluación, concluyó que, a pesar de la antropofagia
que acompaña muchas guerras y accidentes, a pesar de los feroces
crímenes que se registran a diario en las grandes ciudades
del mundo, a pesar de Auschwitz, Hiroshima y el callado holocausto
de cinco siglos contra las poblaciones originarias de América,
ella amaba a los humanos. Así, decidió seguir amando
a los chimpancés y recordarlos, sobre todo, en los tiernos
juegos de abuelas y nietos, en el gesto de cargar sobre sus espaldas
a un hermano herido para continuar la marcha, en las increíbles
tácticas que aprenden e inventan a fin de conseguir y mantener
el liderazgo. En consecuencia, ese hermoso rostro continúa
apareciendo en programas como los del National Geographic y otros,
solicitando firmas, cartas, protestas desde todos los rincones del
mundo para que cesen las atroces violaciones a los derechos de estos
individuos, para mal y para bien, tan fraternalmente semejantes a
nosotros. Si usted quiere adherirse, puede escribir a Jane Goodall
Institute (UK), 10 Durley Chine Road South, Bournemouth BM2 5HZ.